Por Sebastián Di Giorgio* y Magalí Bucasich**
“Para la administración de las cosas ni importa ni
existe más que aquello de lo que se dispone”
Sergio Caletti
La conmemoración de la Semana de Mayo nos retrotrae a momentos de cambio en el rumbo político de nuestro país. Con todas las licencias históricas y políticas que un salto temporal de estas características supone, el siglo XXI fue testigo de dos aniversarios de los sucesos de 1810 en los que se imprimieron sus ecos de transformación y unidad. Contextos y coyunturas incomparables, temporalidades y complejidades disímiles, pero nuevos comienzos en los que las demandas de un proyecto político común se articularon en base a la confrontación con un adversario que -en complicidad con intereses foráneos- había dejado un entramado social devastado.
Parafraseando a Álvaro García Linera, los momentos de ruptura emergen cuando hay una falta de sintonía recíproca en torno a lo común entre “los de arriba” y “los de abajo”, y ese desencuentro brinda las condiciones para la reorientación del horizonte político. Si depositamos nuestra atención en lo político, es decir, en el conflicto -que es constitutivo de lo social, como lo indica Chantal Mouffe-, y dejamos de lado algunas particularidades de cada coyuntura, resulta posible trazar ciertos paralelismos entre las dos “semanas de mayo” a las que nos referimos a continuación.
Primero, el 25 de mayo de 2003, cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia, con un país arrasado tras conocer el rostro más salvaje del neoliberalismo, y nos propuso el sueño de una Argentina con todes y para todes. “Cambio es el nombre del futuro” sentenciaba por aquel entonces, dando inicio a un tiempo en el que la política ya no se reduciría a los resultados electorales o a “anuncios grandilocuentes” con consecuencias nefastas; ni gobernar sería equivalente a administrar “las decisiones de los núcleos de poder económico con amplio eco mediático”. Lo político cobraba un nuevo cuerpo a través de un “nosotres” constituido en base al distanciamiento de quienes se habían beneficiado a costa del endeudamiento externo, la pérdida de soberanía nacional, la desindustrialización y la exclusión social y económica del pueblo. Sin embargo, luego de más de una década, la frase de Néstor cobraría otro sentido y cambiaríamos “futuro por pasado”.
Así, años después, el 18 de mayo de 2019, su discurso de toma de posesión frente a la Asamblea Legislativa volvió a hacerse presente, pero esta vez en el video con el que Cristina Fernández de Kirchner anunció el lanzamiento de la fórmula que le haría frente a Juntos por el Cambio. “Primero la Patria, segundo el movimiento y por último una mujer” fue el puntapié para dar lugar a nuevas condiciones de posibilidad opuestas al modo “egoísta e individualista de hacer política” que había dejado a “tantos y tantas durmiendo en la calle”, “tantos y tantas con problemas de comida, de trabajo”, “tantos y tantas llorando frente a una factura”. Ante el retorno del infierno, de la deuda externa, de la timba financiera, de la paralización de la industria nacional, del incremento de los índices de indigencia y pobreza, se erigió como imperativo la conformación de un frente de todes que fuera capaz no sólo de ganar una elección, sino de gobernar. Momentos de conciliación y de reencuentro expresados en la figura de Alberto Fernández, candidato, otrora crítico, “abierto al diálogo y al consenso”.
Ante el retorno del infierno, de la deuda externa, de la timba financiera, de la paralización de la industria nacional, del incremento de los índices de indigencia y pobreza, se erigió como imperativo la conformación de un frente de todes que fuera capaz no sólo de ganar una elección, sino de gobernar.
La publicación de Sinceramente y la escena construida en torno a su presentación en La Rural, la visita con regularidad al Partido Justicialista y el diálogo entablado con diversos dirigentes opositores a Mauricio Macri, fueron la antesala del tweet del 18 de mayo y, en su conjunto, produjeron una operación sumamente pujante, en la que se delineó una autocrítica afirmativa. Se trató de un nuevo peronismo con los gobernadores del PJ adentro, el Frente Renovador de Sergio Massa, la CTEP, el apoyo de la iglesia y el acercamiento con el sindicalismo que se había enemistado con Cristina entre 2011 y 2015. Un encuadre de unidad impensado, pero prometedor, que buscó extenderse en el tiempo y lo consiguió. Una cadena cerrada, sin eslabones rotos. Pero, una vez ganadas las elecciones y lograda la hazaña nacional y popular de impedir la reelección de Juntos por el Cambio, ¿cómo darle musculatura política a una cadena hermética?
La política gestionada en puro presente
La reestructuración de un nuevo escenario político y el reacomodamiento de la correlación de fuerzas se produjo a partir de la victoria electoral en octubre. Entre las principales necesidades del Frente de Todes podemos mencionar la de construir una nueva hegemonía desde la conducción del Estado. Ahora bien, ¿qué quedó de la Semana de mayo del 2019 a partir del 10 de diciembre? Una potencia electoral, que -queramos o no- se enfrentó y se enfrenta con las dificultades de gobernar sobre la incertidumbre del presente, sobre un horizonte de expectativas pausado por los efectos de la pandemia. Una foto -precaria y repetitiva, en la que se ven todas las partes del frente representadas- que por momentos pareciera distanciarse de las demandas que urgen y preocupan a la sociedad.
Lo que se menciona en el párrafo anterior tiene al menos, dos puertas de entrada. Por un lado, no pueden desconocerse las fronteras y los liderazgos que separan los espacios políticos que integran el Frente de Todes; incluso cuando la emergencia sanitaria aún no estaba a la vista, su funcionamiento y conducción -plural y diversa- ya se presentaba como una preocupación. Del otro, encontramos la retórica de la salvación individual -propia de la coyuntura neoliberal, pero acrecentada y profundizada por la pandemia- en detrimento de los anhelos colectivos, ahora desperdigados por el detenimiento del tiempo y sobredeterminados por la búsqueda permanente por alcanzar consensos que nunca llegan.
En este sentido, una definición de espacio público en términos de Sergio Caletti, entendido como la “instancia de articulación por antonomasia entre las instituciones políticas de dominio y la vida social en su más amplio sentido”, nos permite problematizar la fragmentación y heterogeneidad sobre lo común que atraviesa este presente. La ausencia de expectativas comunes y las falsas dicotomías propias de las gramáticas mediáticas contemporáneas que vulgarizan todo asunto público -salud vs. economía, cuarentena vs. libertad, Sputnik V vs. Pfizer- configuran una escena que retroalimenta el desencuentro. Produciéndose, de esta forma, una interpelación constante en una escena pública polarizada y antagónica entre “oficialismo” y “oposición”.
A diferencia de aquel 25 de mayo de 2003 en el que Néstor asumía la conducción del Estado, hoy la oposición está inmiscuida entre lo político, dentro de lo político. El adversario -entendido en términos de Chantal Mouffe como contendiente legítimo- no se encuentra fuera del “juego democrático”, sino que cuenta con representación legislativa, dirigencial, mediática, e incluso, con capacidad de movilización. De modo tal que las críticas -muchas veces superficiales, otras tantas violentas- de la oposición, la evocación de lugares comunes que hacen eco en los medios de comunicación y su capacidad de moldear subjetividades y reconocimientos a partir de consignas vacuas, constituyen un escenario complejo para el diálogo. En efecto, “el dialoguismo” solo se materializa en palabras, y se contradice con prácticas discursivas confrontativas y violentas. Un cruce entre virtualidad, pandemia y lógica especular que beneficia a quien no tiene a su cargo la salud de millones de argentinas y argentinos.
La falta de un horizonte de aspiraciones en nuestro país -y también en gran parte del mundo- pareciera desembocar en un presente imposible de administrar desde la gestión de lo dado, como si la propia administración de lo disponible no alcanzara Mientras tanto, el imperativo por representar la conciliación y los consensos converge con la deuda externa, la crisis económica y el Covid-19. Evidentemente, el aire refundacional que intentó impulsar el gobierno de Alberto Fernández requiere, hoy, la construcción de consensos factibles y nuevos desafíos que incluyan a (casi) todes.
Las críticas -muchas veces superficiales, otras tantas violentas- de la oposición, la evocación de lugares comunes que hacen eco en los medios de comunicación y su capacidad de moldear subjetividades y reconocimientos a partir de consignas vacuas, constituyen un escenario complejo para el diálogo. En efecto, “el dialoguismo” solo se materializa en palabras, y se contradice con prácticas discursivas confrontativas y violentas.
En busca de la representación perdida
La crisis argentina de principios de siglo XXI mostró una desestructuración de nuestro marco simbólico. Lo posible y lo imposible se entrecruzaron, y tomaron forma nuevas dimensiones de lo político. El carácter simbólico de las relaciones sociales implica que éstas no poseen un sentido último, sino que, tal como dice Laclau, “el discurso constituye el terreno primario de constitución de la objetividad como tal”. Entonces, en torno a la crisis económica y social, el endeudamiento externo y las pesadas herencias, se construyen significaciones que se inscriben como representación de lo común, del entramado compartido en el que nos desenvolvemos.
El 18 de mayo de 2019, la posterior victoria electoral en primera vuelta y la epopeya de los primeros meses nos retrotrajo a otros tiempos de reconstrucción y reactivó en la memoria colectiva -aunque nunca estuvo ausente- el recuerdo de uno de los peores momentos de la historia nacional; también el de su salida. Sin embargo, parafraseando a Caletti, sobre las relaciones imaginarias, significantes, que se establecen hoy entre representantes y representades se ha producido un proceso de estabilización y naturalización que tiende a borrar las huellas de su propia producción. A pocos días del cierre de la semana de mayo de 2021, con una esfera pública erosionada y una oposición violenta, frente a una administración de lo disponible imposible, traer al presente el pasado cercano -y el ya no tanto-, se torna imperativo para que la representación de todes sea el horizonte.
*Licenciado y profesor en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA). Maestrando en Ciencia Política y Sociología (FLACSo). Docente. Asesor en Comunicación en el Ministerio de Cultura de la Nación.
**Licenciada y profesora en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA). Doctoranda en Ciencias Sociales (FSOC-UBA). Docente de Semiótica II (Cátedra del Coto) de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA
Fotografía de portada: Julieta Ortiz/ANCCOM