De lo Indeterminado a lo Determinado: la Axiomatización

Por Lucas Bazzara* 

Antes de todo síntoma hay una experiencia, una experiencia indefinida, una tendencia a la indefinición que se da como experiencia. El síntoma es una expropiación-traducción que efectúa un discurso médico sobre la experiencia indeterminante, tanto en el cerebro del psicótico como en la (ya) muela cariada del psiquiatra, tanto en la sonrisa del perverso como en la (ya) rodilla rota del deportista. El coeficiente de psicologización, psiquiatrización o medicalización que talla cada cuerpo hace que el sintomatizar no necesite un agente externo a ese cuerpo como podría ser un médico o psicólogo o psiquiatra: hay una facilitación cultural espontánea que encausa una indeterminación, que encausa una posibilidad efectiva, real y nueva, por los caminos ya tallados del campo científico. El médico, o más bien el verbo o fuerza o flujo medicalizador que anda por el mundo más allá y más acá del guardapolvo, gobierna lo que pasa, experimentándolo y haciéndolo experimentar de modo que tal estilo medicalizado pueda seguir existiendo y reproduciéndose. Vemos que el problema no se trata de un médico por un lado y un paciente por otro, tampoco se trata de médicos y pacientes juntos luchando por un fin común… no, se trata de flechas, vientos, movimientos, fuerzas, flujos con(tra) flujos. Y los hay de todo tipo, cada uno con sus modos de funcionamiento singulares, llevando en sí la voluntad de poder contagiar, esparcirse por donde sea, ganar espacios abiertos o cerrados, costumbres, gestos, personas, formas de caminar. Una pregunta interesante sería: ¿qué flujos son los que más potencia tienen/generan hoy en día? Quizá no habría que buscar por el lado de la biologización medicalizadora sintomatizante, sino por el de la satelización de una nada portátil fotografiada y mensajeada, y sería entonces éste el verbo que recorre con más virulencia, velocidad y efectividad las relaciones entre las cosas.

Pero volvamos al síntoma y su relación con lo que aún no se define por él, aunque no sea más que para tomarlo de ejemplo. El síntoma, decíamos, no es tanto una experiencia sino su traducción en experimento científico; es la conquista de un bloque de Historia por sobre una experiencia que se mofa de ella. De algo que está en plena transformación, el síntoma produce algo menos transformable; el síntoma reduce la enigmancia del hecho, haciendo de la experiencia preindividual de transformación un agente patógeno que afecta individualmente, de a personas, de a cuerpos, y jerarquizando así un tipo específico de individuación (la que enferma, la que cura) por sobre las infinitas individuaciones-flujos que nos recorren y de las cuales el pre-síntoma es una prueba. Para el esquizofrénico, por ejemplo, se trata de desaparecer (más o menos parcialmente) o volverse loco. El síndrome de esquizofrenia es el conjunto de signos que aseguran una alocada permanencia espacio-temporal en un cuerpo y a través de ese mismo cuerpo. El síntoma se pronuncia en nombre de aquello que quiere defender y conservar orgánicamente, jerarquiza así una individuación en particular unificando las individuaciones simultáneas, sucesivas y adyacentes, poniéndose al frente de una sensibilidad más o menos enloquecida, que de ahora en más será La sensibilidad, todo lo cual produce y reproduce una especie de Yo… Yo que en el loco tendrá la peculiaridad de formarse a fuerza de romperse.

Todos sentimos la vida (atracción hacia y desde afuera), pero la gestionamos mediante inyecciones de muerte (repulsión hacia y desde adentro) a través de las cuales podemos llegar a la identidad, al reconocimiento, a la comunicación, verdaderos síntomas

Está claro que no es el esquizofrénico el que elige volverse loco (como lo hubiera querido Sartre), eso sucede a su pesar, pero justamente así se resuelve en él la Historia, porque la experiencia que precede a su síndrome sucede más a su pesar aún: es una cuestión de fuerzas.

Definamos dos tipos de fuerzas: la esquizofrenizante y la psiquiatrizada. La fuerza esquizofrenizante es una atracción que nos saca de nosotros (es decir viene de afuera) y nos mueve en cualquier sentido indeterminante (por ejemplo la transformación de una persona en una cucaracha) y la fuerza psiquiatrizada es una repulsión que nos profundiza y nos complejiza (es decir, viene de adentro) y nos mueve en un solo sentido determinado (por ejemplo, la no transformación de una persona en ella misma). Podríamos decir también que en la obra El Anti-Edipo, la fuerza esquizofrenizante es todo lo expresado bajo la forma de “lo esquizofrénico-revolucionario”, y la fuerza psiquiatrizada lo referido allí como “lo paranoico-reaccionario”. La fuerza esquizofrenizante es excedente, no tiene asidero, no responde a ningún modo de ser, sino que desborda de todos ellos acelerándolos; es irrepresentable/insignificante, por lo tanto no entendible ni interpretable; es inorgánica/desorganizada, asubjetiva/no-personológica, preindividual y por siempre actualizable, y de estos modos es que se comporta, con o sin nosotros. No es tanto La Cosa freudiana como la voluntad del mundo schopenhaueriana, no es la nada ni el vacío Real pero sí se repite e insiste por no poder inscribirse en un aparato psíquico: para los débiles será el trauma, para los fuertes el misterio. Y justamente esa debilidad de los débiles es un producto-reactivo-conductual (una conducta producida por reacción) resultante de no poder soportar (por pretender soportar y asumir) esa levedad insoportable del ser que es la fuerza esquizofrenizante. Todos sentimos eso no asumible que pasa de largo todo el tiempo hacia y desde otro tiempo: una imagen que se mueve de más, o unos colores nuevos… algo deja de estar en función de algo (cuyo movimiento Bataille define como Libertad) y la imposibilidad de lo imposible se experimenta (cuya realidad Macedonio Fernández describe como la Todoposibilidad). Todos sentimos la vida (atracción hacia y desde afuera), pero la gestionamos mediante inyecciones de muerte (repulsión hacia y desde adentro) a través de las cuales podemos llegar a la identidad, al reconocimiento, a la comunicación, verdaderos síntomas. Esa debilidad traumada y traumatizante, identitaria, reconocible y comunicada, es la fuente de la fuerza psiquiatrizada o paranoica. Para el loco entonces la fuerza psiquiatrizada (el transformarse en “esquizo-entidad-clínica”, loco) resulta una entrada de emergencia. Una entrada apurada, última, de nuevo a este mundo, o a uno que al menos se le parezca. Esa entrada apurada es ya el síntoma, y en esa vuelta a este mundo se interpretabiliza lo no interpretable y se tratabiliza lo no tratable.

¿Qué es una percepción demasiado fuerte? Es una experiencia que queda por fuera de las categorías de sensibilidad de una época (o de una persona), queda por fuera de lo entendible, lo aceptable, lo reconocible, lo conocible, lo identificable, lo visible, lo decible, lo pasable o posible; ahora bien, el cuerpo social entero se encargará de hacer pasar esa experiencia por sus radiografías, sus diagnósticos, sus especulaciones, sus preguntas, sus respuestas, sus angustias, de modo tal que la producción esquizofrenizante pueda transformarse en producto psiquiatrizado, de modo tal que lo indeterminado se determine. Si la atracción transformista esquizofrenizante e indeterminada es excedente improductivo, la repulsión estatizante psiquiatrizada y determinada trata de hacer del excedente un recurso de producción (tal como el Estado hace de la naturaleza un recurso natural). Esta conversión de indeterminado a determinado no sólo se puede ver por cuanto sucede con los esquizofrénicos; está por todos lados y a toda hora. Podemos verla por ejemplo en la demanda que efectúan los homosexuales y transexuales al reclamar derechos e identidades, legalizaciones e institucionalizaciones a las instancias masculinas y patriarcales (como el Estado, el Buen Gusto, la Ley, la Justicia) de las que se han diferenciado (indeterminado) pero a las que finalmente terminan demandándole herencias y derivas (determinándose).

Deleuze y Guattari refieren este intento de conversión a un funcionamiento particular del Capitalismo, al cual llaman “Axiomatización”, y que consiste justamente en potabilizar, antes de mojarnos, el agua que nos ahogaría. La axiomatización consistiría entonces en desplazar el límite en un movimiento de desterritorialización, pero hacia adentro: algo se escapa, algo aún indeterminado pasa, pero vuelve a ser fagocitado bajo una nueva forma bastardeando así el movimiento revolucionario

Deleuze y Guattari refieren este intento de conversión a un funcionamiento particular del Capitalismo, al cual llaman “Axiomatización”, y que consiste justamente en potabilizar, antes de mojarnos, el agua que nos ahogaría. La axiomatización consistiría entonces en desplazar el límite en un movimiento de desterritorialización, pero hacia adentro: algo se escapa, algo aún indeterminado pasa, pero vuelve a ser fagocitado bajo una nueva forma bastardeando así el movimiento revolucionario; se desplaza el límite centrífugo (la experiencia límite de una neosexualidad, por ejemplo) integralmente, a través de un “también” o un “tampoco”: esto también somos nosotros, esto tampoco se nos escapa. En El Anti-edipo figura el siguiente ejemplo: el mundo capitalista del siglo XX se acerca un paso a Rusia –para así acercar a Rusia– a través del Estado Benefactor, lo indeterminado de la experiencia bolchevique es expropiado-traducido-reincorporado bajo la forma de Welfare State, lo que en la Historia argentina lleva el nombre de Juan Domingo Perón. A propósito, Paolo Virno, en Gramática de la Multitud, sitúa ejemplos de esta axiomatización –sin conceptualizarlo así– a lo largo de la Historia: los vagabundos ingleses del siglo XVIII pasan a ser ocupados en la mano de obra incipiente; los obreros no calificados de Estados Unidos a principios del siglo XX son pasados al modelo fordista; los movimientos obrero-estudiantil de 1977 en Italia son la vanguardia burocrática del posfordismo de hoy. Del mismo modo, nosotros, aquí y ahora, podríamos nombrar las formas bajo las que los feminismos, los socialismos, los movimientos más o menos revolucionarios de los años 60-70 son los encargados hoy de continuar el camino que en aquella época parecían querer abandonar, no sólo bajo la forma política, sino también en todo lo concerniente al campo de la salud mental, la desmanicomialización, las casas de medio camino y el acompañamiento terapéutico, pero siempre para curar, aunque se defina con otra palabra; en lo concerniente al campo social, un Estado más interventor, las fábricas recuperadas, la urbanización de las villas, el consentimiento garantista a los ocupas y a los delincuentes en general, pero siempre para socializar e integrar, aunque se defina con otra palabra; en lo concerniente al campo de la educación, concebir diferencias en vez de deficiencias, apuntar a lo que hay en vez de a lo que falta, pero siempre para enseñar, aunque se defina con otra palabra.

Pongamos un ejemplo más de esta axiomatización: la Historia occidental de los negros, el movimiento de la negritud, el cual pasaría por la esclavitud, hacia el jazz de principios y mediados del siglo XX, hacia los Panteras Negras, hacia los negros raperos, todos ellos heredando lo limítrofe de cada experiencia, hasta desembocar (recién ahora axiomatizado) en los negros raperos de la MTV, donde el exceso ya está distribuido video por video, televisor por televisor, Blink-Blink por Blink-Blink, mediatizado a su vez por las publicidades (cuyo funcionamiento no es tanto el de vender un producto como comprar un consumidor, haciendo de éste el producto que consumirá sus productos); el medio de comunicación en general, que siempre nos muestra lo necesario para que no tengamos la necesidad de ir a verlo y comprobarlo por nosotros mismos.

La primavera occidental de los 60-70, los negros, Rusia, los vagabundos ingleses, etc., han sido los dolores de la Historia, las tragedias de la Historia, los infinitos fines de la Historia, las nubes no históricas de la Historia, y ésta ha sabido agregar tiempo a sus dolores, convirtiéndolos en sufrimiento, drama o comedia.


* Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires, maestrando en Comunicación y Cultura y becario doctoral de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT).