A 15 años del estreno de Montecristo

Por Eugenia Silvera Basallo*

Una ficción es más que una ficción. Y en ese campo de la ficción, la telenovela es un producto cultural que conecta con su público a partir de procesos de identificación. La telenovela habla de y habla con los espectadores. Lejos de pensarla como un producto alejado de la realidad, los vínculos que se establecen con ella —presentados a través del esquematismo de personajes, escenarios y acciones— son más recurrentes de los que se puede pensar.

Montecristo se estrenó el 25 de abril de 2006 por la pantalla de Telefe. Se trató de una versión adaptada de la famosa obra de Alexandre Dumas, El Conde de Montecristo, que había sido publicada en agosto de 1844 en el periódico Journal des Débats y que, además, formó parte de una serie de obras que marcaron la consolidación del folletín como género. La telenovela alcanzó picos de 40 puntos de rating en su capítulo final (que fue televisado desde el mítico Luna Park) y es considerada uno de los programas emblemáticos de la televisión argentina.

¿Cómo retomar un clásico de la literatura universal y vincularlo con una historia reciente del país? Los autores Adriana Lorenzón y Marcelo Camaño lograron trabajar sobre la idea de telenovela educativa y aggiornaron la obra de mediados del siglo XIX a una realidad del siglo XXI. En la obra literaria, los acontecimientos destacados se resumen de la siguiente manera: la traición que recibe Edmundo Dantés por parte de sus amigos, el encarcelamiento injusto y la huida de prisión para vengarse adoptando una nueva identidad. En el caso de la producción audiovisual, además de la centralidad otorgada a la venganza se incluyó la temática de la apropiación de menores durante la última dictadura cívico militar en la Argentina.

Cualquiera que hoy mire Montecristo puede preguntarse: ¿qué hay en este producto de la definición clásica de la telenovela, vale decir, siguiendo a Gustavo Aprea y Rolando Martínez Mendoza, una historia que se desarrolla alrededor de una pareja monogámica y heterosexual que llevará a la construcción de una familia a través de la institución matrimonial? En esta línea, debe consignarse que la telenovela fue mutando a lo largo de la historia, incluyendo nuevas temáticas o motivos de otros géneros, ya que éstos últimos, a pesar de brindar un horizonte de seguridad y previsibilidad —como explicita Oscar Steimberg— están sujetos a transformaciones y a nuevos registros, a modos de narración e inclusión de temas que antes no formaban parte del campo de sus posibles. Los cambios en el género responden, por un lado, a peticiones del mercado pero también, en línea con Jesús Martín-Barbero, a ciertas lógicas propias del mundo sociocultural.

En la Argentina, el género telenovela transitó, a partir de 2003, ciertas transformaciones: algunas producciones apostaron por la introducción de nuevas temáticas y la inclusión de rasgos provenientes de otros géneros (como el policial y la ciencia ficción). Exponentes de esta última variante fueron las telenovelas —emitidas por el canal TelefeResistiré (2003) y Montecristo, que cubriendo la pantalla en el horario central de la noche, realizaron una apuesta diferente y también permitieron construir nuevos públicos. ¿Y en dónde se encuentra el melodrama en el ejemplo de Montecristo? En palabras de Nora Mazziotti, el melodrama se observa en la apelación a la emoción que habilita la construcción imaginaria de deseos, en la identificación y en el suspenso. Como escribía Peter Brooks: en el melodrama se expone la economía moral, el triunfo del bien sobre el mal. La venganza implica restitución de justicia, reparación, compensación a través de la pantalla.

En el caso de Montecristo, el triunfo del bien sobre el mal traspasó la pantalla. Fue un hito de la televisión que retomó la representación de la temática de los niños apropiados, logró su visibilización en la arena mediática y consiguió que muchos jóvenes quisieran conocer su identidad.

La telenovela, género que heredó rasgos del melodrama, exhibe la victoria de la justicia (salvo excepciones, como el caso de Piel Naranja). Y en esa victoria se condensa el sentido del relato. “En ese espacio de ficción –y tal vez únicamente allí- hay justicia, hay lugar para la felicidad”, escribe Mazziotti, posicionándose en contra de los planteos que acusan a la telenovela de ser alienante. Así entiende que la existencia de una reparación que quizás no tiene lugar en la vida real de los espectadores no debe ser un elemento a desmerecer. Con el desenlace reparador se gesta un efecto simbólico en la pantalla pero con esa dosis de compensación.

Sin embargo, en el caso de Montecristo, el triunfo del bien sobre el mal traspasó la pantalla. Fue un hito de la televisión que retomó la representación de la temática de los niños apropiados, logró su visibilización en la arena mediática (es llamativo que una nota sobre la telenovela haya llegado a la sección de política de un diario) y consiguió que muchos jóvenes quisieran conocer su identidad.

Es importante aclarar que, salvo producciones cinematográficas como La historia oficial, de Luis Puenzo, la cuestión de los desaparecidos y, sobre todo, del robo de bebés, prevaleció en los géneros informativos de la televisión más que en la ficción. En este sentido, y como explica María Victoria Bourdieu, fueron ciertas condiciones sociopolíticas las que hicieron posible la emergencia de una producción como Montecristo. Así, recuerda la postura oficial a partir del discurso emitido por el presidente Néstor Kirchner en el 28° aniversario del golpe militar en la ex Escuela de Mecánica de la Armada, en la que en nombre del Estado nacional el mandatario pidió perdón “por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades”. El gesto de bajar los cuadros de los dictadores Videla y Bignone implicó un posicionamiento político-ideológico que puso en agenda, nuevamente, la temática de la desaparición de personas y la necesidad de búsqueda de la justicia.

En este contexto, los telenovelistas estuvieron atentos a la hora de crear una historia que pudiera servirle a los espectadores para encontrar reconocimiento. Era necesario actualizar la trama de la exitosa obra literaria a la trama de la Argentina reciente. Como se explica en una nota del diario La Nación, con fecha del 06 de agosto de 2006, Montecristo triplicó las consultas sobre identidad. En ese texto periodístico, se reproducen las palabras de la Abuela Buscarita Roa: “Esto es un boom. Acá vienen chicos y me dicen: ‘Vi la novela y no pude dormir en toda la noche’”.

A 15 años de la emisión del primer capítulo de Montecristo, vale retomar esa característica latente en la telenovela: la capacidad de generar identificación y canalizar deseos y aspiraciones de la audiencia. Pero también, la posibilidad de construir productos que, apelando a la emoción, retomen discursos movilizadores.

La historia de la pantalla televisiva motorizó nuevas historias, como se relata en el caso del nieto N° 85, Marcos Suárez. Emanuel Respighi (en la nota “Una foto en Montecristo”) y Adriana Schettini (en la publicación “El fenómeno Montecristo”) contaron que el 22 de junio de 2006, Marcos se realizó un estudio de ADN en el Hospital Durand para comprobar si efectivamente era hijo de desaparecidos y a la noche, mientras miraba la telenovela Montecristo, identificó en la pantalla una foto de un niño buscado. Ése niño era él.

Fue el trabajo conjunto entre los guionistas de Montecristo y la organización Abuelas de Plaza de Mayo el que permitió abordar una problemática social y dar respuesta a la búsqueda llevada a cabo desde esa institución. En este caso, se potenció el verosímil social más que el del género, ya que la telenovela se convirtió en un espacio para absorber conflictos y realidades sociales.

De todas las características de la telenovela, el proceso de identificación, reconocimiento y proyección es altamente significativo. La identificación se produce con lo propio y lo significativo, como explica Valerio Fuenzalida, mientras que el reconocimiento de lo propio permite verificar tanto la ausencia de lo propio como la presencia en lo ajeno. La proyección posibilita o bien rememorar y recrear el pasado o, mediante la fantasía, producir el futuro.

A 15 años de la emisión del primer capítulo de Montecristo, vale retomar esa característica latente en la telenovela: la capacidad de generar identificación y canalizar deseos y aspiraciones de la audiencia. Pero también, la posibilidad de construir productos que, apelando a la emoción, retomen discursos movilizadores. La telenovela, y la televisión con su flujo, todavía puede ser un poderoso vehículo de memoria.


* Magíster en Comunicación y Cultura, licenciada y profesora en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Se dedica a la docencia en nivel secundario, secundario de adultos y universitario (UBA).