La vuelta al fondo

Por Carolina Ré*  El dólar bordeaba los 23 y coqueteaba intermitente con los 24.  El oído aguzado en conversaciones ajenas podía reproducir, después de una cola de supermercado, la catarata de cifras exactas de la ponderada moneda extranjera: “Cerró en 22,93”,  “Tocó los 23”. En los medios se desgarraban las vestiduras por lo que en aquel entonces parecía una “fuerte volatilidad del dólar”. Corrían los primeros días de mayo y Mauricio Macri anunciaba el mayor endeudamiento del Estado argentino con el FMI.

50 mil millones de dólares. Estamos muy contentos. Es el resultado de estar integrados al mundo. Acordamos con el Fondo. No son negociaciones, son conversaciones. Es un acuerdo financiero preventivo.

Pero ni el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne, ni el pasado presidente del Banco Central Federico Sturzenegger, ni el propio Presidente informaban sobre la mayor toma de deuda de la historia de la Argentina. No. Sencillamente parecía que comunicaban a un país vacío de gente una operación financiera conveniente: “hemos realizado un acuerdo financiero preventivo”, el resultado de un “diálogo” con el FMI, el fruto de “conversaciones” y “llamadas” con “Christine” (Lagarde), “tenemos una línea de crédito preventiva para dotar de estabilidad a los mercados”.

Sencillamente parecía que comunicaban a un país vacío de gente una operación financiera conveniente: “hemos realizado un acuerdo financiero preventivo”, el resultado de un “diálogo” con el FMI, el fruto de “conversaciones” y “llamadas” con “Christine” (Lagarde), “tenemos una línea de crédito preventiva para dotar de estabilidad a los mercados”.

Porque la palabra “deuda” quema los cuerpos, arrastra y revuelve las memorias y las angustias de un pueblo que hace poco menos de 20 años estalló en las calles para frenar su desguace.

Este no es el mismo Fondo que antes. Es un Fondo más humano. El Fondo aprendió de sus errores pasados.

Y entonces, una no puede dejar de preguntarse ¿cuáles son las condiciones para que hoy, a casi dos décadas del 2001, se pueda afirmar sin sonrojarse ni incomodarse que contraer deuda con el FMI es para “asegurar la soberanía de la Argentina”? ¿O que el préstamo garantiza “el sostén de la autonomía del país”? ¿Qué hace factible que hace algunos años nuestra autonomía como Nación estuviera planteada en contraposición a las disposiciones usureras de organismos internacionales y hoy, en cambio, la autonomía parezca ligada a la liquidez financiera que ofrecen estos mismos organismos?

Pasaron cosas…

No se trata ni de los indicios de un pueblo psicótico ni de una traición a un núcleo de coherencia en el pensamiento, sino de un movimiento en las significaciones que podemos ubicar como síntomas del proceso actual de neoliberalización.

Este trastocamiento de las significaciones en torno a la soberanía nacional – pero también de las nociones de autonomía y de ciudadanía – no es patria potestad de la Argentina. Se inscribe en un cambio de las relaciones sociales de producción a nivel global, en donde a su vez los Estados-Nación comienzan a depender para la práctica de sus gobiernos de organismos supra-nacionales, “multisoberanos” (que es lo mismo que decir que no tienen ninguna responsabilidad soberana).

Cuando la dependencia a estos entes supra-nacionales se hace evidente en formato de intereses de deuda o en un listado de un plan de ajuste (que en nuestro país se acaba de “liberar al público” y que incluye persistir con los despidos del sector público, continuar con la quita de subsidios de los servicios, limitar la suba de los salarios del sector público al 8% en hasta junio de 2019, otro 15% menos en la baja de las transferencias de fondos para empresas públicas durante el 2019, ubicar las retenciones a la soja en 25, 5%, reducir las transferencias del porcentaje del PBI a las provincias al 1,2 y demorar la implementación de las reformas tributarias, entre las más importantes), la pugna en torno a cómo configuramos y construimos la relación entre el sentido y la verdad encarna con mayor fuerza. Y la tensión, los roces, los “chirridos” dirá Althusser, operan para marcar los límites a las formas ideológicas dominantes.

En épocas de “ajuste” (políticas deliberadas anti-democráticas) y visitas de Lagarde, las secuencias de sentido se tensan y se disputa en la calle la significación de “soberanía” que vuelve a ponerse en juego junto con “recuperarse” y con “autonomía” como la capacidad de “gobierno de sí”. Dependerá de nosotros si estas tensiones de sentido hacen mella a las formas ideológicas (¿dominantes?) en donde “soberanía” y “autonomía” están ligadas a una “capacidad de maniobra”, a una “posibilidad de hacer sólo”, en donde el FMI posibilita la soberanía porque “ofrece las condiciones para la libertad”. Una libertad ecuménica, en donde la capacidad de una supuesta elección individual es lo que se pretende garantizar. Libertad de todos (los que puedan alcanzarla), para todos (los que “realmente” la deseen y la merezcan), pero además,  para cada uno (y no para los unos en común).

En épocas de “ajuste” (políticas deliberadas anti-democráticas) y visitas de Lagarde, las secuencias de sentido se tensan y se disputa en la calle la significación de “soberanía” que vuelve a ponerse en juego junto con “recuperarse” y con “autonomía” como la capacidad de “gobierno de sí”. Dependerá de nosotros si estas tensiones de sentido hacen mella a las formas ideológicas (¿dominantes?) en donde “soberanía” y “autonomía” están ligadas a una “capacidad de maniobra”, a una “posibilidad de hacer sólo”, en donde el FMI posibilita la soberanía porque “ofrece las condiciones para la libertad”.

 

Me metí en política, y me postulé para la presidencia, para que cada argentino pueda vivir mejor y desarrollarse plenamente. Esta decisión la tomé pensando en el mejor interés de todos los argentinos.

Uno de los problemas de esta flexibilización neoliberal de lo común es que la forma efectiva que toman las relaciones sociales no sólo promueve el relativismo y el multiculturalismo progre sino que fomenta las deidades del discurso facilista de la falibilidad humana como exculpación, y lo ridículo y lo canalla como modus operandi de cualquier prácticaentre ellas, peligrosamente, de la práctica política.

Coincidimos en no acordar. Aprendemos haciendo. Disculpas por los errores, somos humanos. ¿Es justo llenar la provincia de universidades públicas, cuando todos sabemos que nadie que nace en la pobreza llega a la universidad? Siempre fue así, así es y así será. Que así sea.

Inmersos entonces en una coyuntura en donde la factibilidad de un plan de negocios está en el mismo nivel que un endeudamiento nacional de tamaña magnitud, las responsabilidades se licúan descansadamente si el mandato neoliberal de los sujetos se estructura en torno al goce permanente y a la supuesta “libertad de elección” hasta de nuestros impulsos o inscripciones étnicas… Hoy en día “hasta el racismo es reflexivo”, dirá Žižek.

Hoy la provocación a gozar apremia, presiona, excita. Urge gozar. La fiesta es eterna y la alegría instiga: ¡Dejá todo, disfrutá hoy!, ¡Viví el instante! En contraposición a un goce diferido de las relaciones capitalistas modernas: “Ahorrá dinero y más adelante comprate lo que quieras”, “Guardalo para después”, “Con esfuerzo y perseverancia, un poquito todos los días”… El pasaje de un goce permitido a un goce como imperativo también opera como un pasaje en la modalidad de la relación que establecemos con los periodos temporales de goce. Si en la modernidad el goce se permite siempre en una dilación, en una suspensión del goce para un futuro, en la actualidad el mandato al goce es siempre ya (en el placer y displacer); operando un aplanamiento de la dimensión temporal que hace que se viva en una sensación de un presente absoluto. Si trasladamos este mecanismo para pensar el acuerdo con el FMI, la preocupación se torna presente para evitar un peligro “inminente” pero que “no acaeció”, y a la vez, se licúa la proyección de la responsabilidad futura bajo la indeterminación de un porvenir que le corresponde siempre a otro (aunque este otro sea yo mismo en un futuro que parece no advenir nunca).

Si trasladamos este mecanismo para pensar el acuerdo con el FMI, la preocupación se torna presente para evitar un peligro “inminente” pero que “no acaeció”, y a la vez, se licúa la proyección de la responsabilidad futura bajo la indeterminación de un porvenir que le corresponde siempre a otro (aunque este otro sea yo mismo en un futuro que parece no advenir nunca).

 

El pasaje de un permiso a gozar diferido a un imperativo a gozar (¡Goza ya, ahora y siempre!) supone una dialéctica del goce y de la culpa (gozar del deber y deber de gozar) que estructura al sujeto endeudado de nuestros días. El sujeto en culpa, el sujeto en deuda-do (Butler -Lazzarato) que aceptó sin mayores problemas este “endeudamiento preventivo de una crisis”. Endeudamiento que con el correr de los días evidencia que lo único que genera es la crisis misma que clama prever.

Las consecuencias de este goce-ya que estructura un presente absoluto junto con un mandato de felicidad compulsiva que caracteriza a las formas sujeto neoliberales, bajo un sistema de gobierno del Estado como gestión de crisis cíclicas, ajustes y endeudamientos infinitos, nos puede dar alguna clave a la hora de pensar por qué hoy estuvieron dadas las condiciones para que se pueda volver al Fondo. O al fondo.



*Licenciada en Ciencias de la Comunicación (FSOC, UBA), Doctoranda en Cs. Sociales (UBA) y docente de Teorías y prácticas de la comunicación III (Cátedra Romé). Investigadora becaria doctoral del Instituto de Investigaciones Gino Germani.