Por Ianina Lois *
Entro al supermercado y una pistola blanca dispara sobre mi cabeza, mide la temperatura. Más temprano mi amiga se enoja y llama irresponsable e inconsciente a su hermana por visitar a su madre. A lado de la puerta de casa, donde dejamos las llaves, hay colgados barbijos y también alcohol en gel y en aerosol. Todas las semanas aseguramos la provisión familiar de papel higiénico, no vaya a ser nos encuentre desabastecidos. Con los vecinos intercambiamos protocolos para asegurar aquello que llevamos a nuestra boca en forma de alimento. En la verdulería autoservicio, una señora aterrorizada le grita a un muchacho que al parecer se aproximó más allá del metro y medio al momento de alcanzar las mandarinas. En la panadería, el cajero da el vuelto a través de una ventanita en su cortina de plástico transparente.
I.
Durante las décadas previas y posteriores al inicio del siglo XX, Buenos Aires es escenario de epidemias como las de cólera (1867-1868) y fiebre amarilla (1871), como así también de brotes infecciosos de escarlatina, disentería, cólera, amarilla, fiebre tifoidea, peste bubónica, viruela, sarampión, difteria, tuberculosis y sífilis. Es una ciudad que se urbaniza aceleradamente y cuenta con un gran crecimiento demográfico. En las crónicas del momento se destaca la escala –enorme y masiva– de las modificaciones de los lugares de vida y trabajo de la población. Se habla en términos de revolución al hacer referencia al grado de radicalización de este proceso de construcción de nuevos barrios y a la transformación de los viejos cascos urbanos en centros modernos.
Aparecen en los relatos imágenes de Buenos Aires como un gigantesco obrador en permanente movimiento, y donde la impresión es de desborde y exceso, tanto por el crecimiento de la ciudad más allá de los límites imaginados y planificados, como así también por los nuevos y masivos actores que aparecen con su dinamismo y capacidad de transformación. Esta situación genera que algunas voces de los grupos dirigentes denuncien este crecimiento en términos de enfermedad y planteen la necesidad del retorno a un pasado idealizado de equilibrio y mesura, mientras otras enfatizan la necesidad de generar marcos regulatorios y de control, y un tercer grupo impulsa la comprensión del territorio urbano en términos de ampliación del mercado.
Se trata de un proceso histórico en el cual la ciencia se configura como proveedora de legitimidad de discursos y representaciones, a la vez que se desarrolla el traslado de sus categorías al análisis de diversos aspectos de la realidad social. La ciencia, sus marcos y conceptos, comienza a usarse también para dar cuenta de fenómenos sociales, políticos, culturales y económicos. En este proceso, los diarios y revistas, así como la literatura, incorporan las metáforas científicas y médicas al momento de hacer referencia a temas que exceden ampliamente aquello que pertenece al campo de lo biomédico.
Es un momento fundante en la relación social con las enfermedades, que se suele indicar como el inicio de una acelerada medicalización de la vida cotidiana que llega hasta nuestros días. En esos años se configura todo un registro narrativo donde ante una enfermedad no sólo se reconocen un virus o una bacteria sino también una oportunidad para generar y legitimar políticas públicas, facilitar y justificar la creación y el uso de ciertas tecnologías y desarrollos institucionales, canalizar ansiedades sociales diversas, identificar aspectos de las identidades individuales y colectivas, sancionar valores culturales y estructurar la interacción entre enfermos y proveedores de atención a la salud, entre otras cuestiones.
De esta forma, en el marco de una vida urbana cada vez más medicalizada, atravesada fuertemente por el temor al contagio y a la aparición de brotes infecciosos o epidemias, aparece la entrada del Estado en algunos aspectos de la vida personal y colectiva de la población, junto con una serie de acciones en torno a la atención, regulación, educación y moralización de los sectores populares respecto de sus prácticas de sociabilidad, modelos familiares, sexuales y reproductivos y formas de alimentación, entre otros.
II.
Ante este escenario el higienismo social se presenta como un movimiento que busca intervenir y dar respuesta a las preocupaciones de los sectores dirigentes ante aquellas problemáticas que son asumidas como dolencias, patologías o males. Generado en Europa en el siglo XIX, en articulación con la expansión y desarrollo de los sistemas capitalistas y los Estados-Nación, el higienismo busca asegurar la salud de aquellos que deben sostener la tareas de producción y también reproducción de la fuerza de trabajo. La noción de higiene como precepto busca alejar a las personas de las enfermedades a partir de una serie de regulaciones y controles estatales que cuentan con el poder de policía.
Los preceptos del higienismo establecen, en líneas generales, conjuntos de reglas de comportamiento con fuerte impronta ético-moral. A partir de sus pautas, cuestiones consideradas del ámbito privado -como la limpieza, la sexualidad, el modelo de familia, la distribución espacial en el hogar, la maternidad, la alimentación, el ocio, entre otros- se conforman en un terreno de dominio público.
Los médicos higienistas porteños consideran que la salud es el resultante de las condiciones del medio físico y social en que desarrollan su vida las personas. Es una noción que desborda lo biológico y se extiende hacia zonas de lo moral; de modo que las prácticas de las personas también pueden ser higienizadas.
En Buenos Aires, el higienismo es liderado por profesionales de la medicina, a la vez que incorpora a numerosos y diversos intelectuales y políticos de líneas hasta contrapuestas. Hay liberales, tanto ortodoxos como librepensadores, socialistas e incluso referentes del catolicismo social. Los une la convicción por encontrar respuestas racionales y científicas a los llamados males sociales de la vida urbana.
Los médicos higienistas porteños consideran que la salud es el resultante de las condiciones del medio físico y social en que desarrollan su vida las personas. Es una noción que desborda lo biológico y se extiende hacia zonas de lo moral; de modo que las prácticas de las personas también pueden ser higienizadas. La hipótesis higienista es que son las condiciones del medio físico y social las causantes de la enfermedad, y que las mismas ponen en peligro a toda la sociedad. La educación para la salud y las instituciones de asistencia social van a ser los pilares de una nueva forma de institucionalidad que se considera apta para dar respuestas acordes a la idea de nación e integración que promueven los grupos dirigentes de esos años.
Bajo la misión de asegurar la salud colectiva, se impulsan simultáneamente una serie de procedimientos gubernamentales que incluyen la exigencia de ciudadanos sanos, es decir, adecuados a los parámetros definidos en el marco de los preceptos del higienismo. Así, los higienistas consideran que la gran mayoría de las enfermedades están directamente asociadas a lo que llaman la ignorancia, la superstición y la miseria de la población de los sectores populares. Consideran que el desconocimiento sobre las normas básicas del cuidado e higiene ocasiona múltiples perturbaciones en la salud propia y de sus familias.
III.
La llegada o aparición (¿qué palabra usar?) del Covid-19 en forma de pandemia mundial y la indicación de aislamientos social más la incorporación de protocolos de limpieza y desinfección en los espacios públicos y privados como medidas generalizadas, nos abren a preguntas viejas y nuevas sobre la relación de nuestra sociedad con las enfermedades. Así como el proceso histórico mencionado inaugura la aceptación por parte de la mayoría de la población de un nuevo código higiénico para la vida cotidiana, las vivencias de este 2020 nos ponen frente a una nueva cultura de la higiene. ¿Será que estamos ante un retorno o una remake del higienismo?
El retorno a un higienismo de corte individual y exigente en términos de control, junto con la exacerbación del miedo al otro, no nos llevarán automáticamente a un futuro más justo e igualitario en términos de salud. Tampoco lo harán las subjetividades establecidas a partir de la autorrealización y la meritocracia, tan higiénicas ellas.
La vigencia de las metáforas de corte médico-científico toman fuerza y adquieren nuevas dimensiones, mayormente en relación con la tecnología. La misma noción de infodemia, tiene sus raíces en estas narrativas. Así como sucedió con la tuberculosis y antes con la fiebre amarilla, o después con el VIH, el Covid- 19, el coronavirus, no sólo sirve para hablar de la enfermedad y de la salud sino también para hablar de otras tantas cosas.
La cuestión higiénica reaparece en el discurso mediático y en el especializado. Al hacerlo, hoy como ayer, el abordaje temático sobrepasa las cuestiones médicas y se entrelaza con la disputa por el mismo sentido de la pandemia entre posiciones ideológicas diferentes y contrapuestas, con los modelos de estado y políticas públicas, con la puja por la legitimidad respecto de cuestiones como la distribución de la riqueza y la búsqueda de sociedades más justas e igualitarias o la aceptación de las desigualdades y opresiones como hechos irreversibles sobre los que no es posible un cambio.
Y Buenos Aires que vuelve a ser el centro de la problemática con la mayor cantidad de casos y contagios. No sólo es la puerta de entrada del virus a través de sus aeropuertos o el epicentro de movimientos de un individualismo rabioso, sino que a la vez es la ciudad del país con mayor presupuesto por habitante y mayores desigualdades entre los sectores más ricos y más pobres de su territorio. En esta geografía, una nueva cultura higiénica que modifica rutinas y formas de sociabilidad e interacción y reconfigura la relación entre la salud y la enfermedad, se irá tejiendo, anudando en una trama regida por el hacinamiento y la insalubridad en que viven grandes grupos de la población porteña.
Así como a inicios de 2020 era inimaginable lo que vivimos estos meses, no sabemos cómo será la Buenos Aires que nos espera. Lo que sí sabemos es que no es posible modificar estas situaciones solamente a partir de la implementación responsable de prácticas individuales de higiene, ni por la influencia de campañas permanentes de sensibilización de la población. Si bien estas medidas son importantes y necesarias, el retorno a un higienismo de corte individual y exigente en términos de control, junto con la exacerbación del miedo al otro, no nos llevarán automáticamente a un futuro más justo e igualitario en términos de salud. Tampoco lo harán las subjetividades establecidas a partir de la autorrealización y la meritocracia, tan higiénicas ellas.
Ante tanta mención respecto de lo incierto del futuro, lo que aparece con más fuerza es la certeza de la permanencia y continuidad de las poderosísimas desigualdades que organizan la cotidianeidad porteña. Mientras esté estructurada por la desigualdad, no es posible hacer de la ciudad de Buenos Aires un espacio vivible de forma colectiva.
* Profesora e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales UBA y del Instituto de Ciencias de la Salud UNAJ. Coordinadora del Departamento de Comunicación del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Contacto: ianilois@gmail.com
Fotografía de portada por Julieta Ortiz/ANCCOM