Nuevas formas de registrar la proximidad y la espacialidad

Por Sol Cialdella*

En Fenomenología Queer, Sara Ahmed indica que la orientación es una cuestión de cómo orientamos el espacio, de cómo habitamos los espacios, así como con quién o con qué objetos los habitamos. Además, las orientaciones también llevan tiempo, requieren tomarse su tiempo. Las orientaciones nos permiten ocupar el espacio precisamente en la medida en que toman tiempo. En este sentido, la actual situación de autoconfinamiento físico, y aunque no es lo mismo, también de un duro confinamiento social que estamos viviendo, nos pone en el lugar, valga el juego de palabras, de tener que repensar nuevamente todas nuestras espacialidades y nuestras propias formas de orientación: las que teníamos antes de comenzarse el confinamiento y las nuevas formas que vamos adoptando ahora.

No resulta extraño entonces advertir que las formas de ser con nuestros cuerpos, en y con los espacios, entre y con otros cuerpos y con y hacia los objetos, que hasta hace tan poco, algunos meses, parecían sumamente estables en nuestra vida social, hábitos y costumbres hechas carne mucho más allá de nuestra consciencia, ya no tienen oportunidad de ser. No encastran en esta nueva realidad de mediciones virales de las distancias y tactos peligrosos. Ello nos perturba, pero aun así seguimos habitando y nuevas formas van apareciendo.

Si nuevas formas aparecen podemos decir que estas orientaciones, en tanto formas de registrar la proximidad de los objetos y los otros, ante la irrupción de la cuarentena se han reorientado, aunque no sin la sensación colectiva de un padecimiento. Pero lo cierto es que, aun cuando desde las propias individualidades la reorientación de estas formas de ser (con nuestros cuerpos, en los espacios y entre otros y con los objetos) haya sido torpe o incómodamente hecha, o aun cuando todavía no las sintamos del todo aprehendidas o no estemos satisfechxs con ello, los cambios suceden. Incluso, a pesar de que las disposiciones (otras formas de orientarnos) bajadas desde el Estado se digan y contradigan a cada momento y eso sume confusión, algunas nuevas formas sobre la proximidad se han (casi exitosamente) incorporado.

Por citar sólo algunos ejemplos: nuestros cuerpos incorporaron barbijos y alcoholes en gel como extensiones de este y también aprendimos que estos actúan como pasaportes de una corrección sanitaria y ciudadana ante la mirada ajena y sobre todo policial; las duchas al llegar de alguna parte, más que venir acompañadas de imaginarios de placer, se han convertido en una cuasi obligación, un “lo que debe hacerse” cuando se llega del afuera para cuidar a quienes quedaron dentro del lecho hogareño. Precisamente la aceptación a salir lo menos posible y hasta la doble aceptación de saber que puede tocarnos el rol de ser quien sale por las necesidades de toda la familia o el de ser quien no sale por ser una persona con “factor de riesgo”, son algunas de nuestras nuevas orientaciones de proximidad que ya están funcionando.

Nuestros cuerpos incorporaron barbijos y alcoholes en gel como extensiones de este y también aprendimos que estos actúan como pasaportes de una corrección sanitaria y ciudadana ante la mirada ajena y sobre todo policial

Además, el binomio adentro-afuera que solía ordenar nuestra vida cotidiana, nuestra espacialidad, está subvertido: se agiganta y reinventa todo lo posible el espacio privado o entendido como propio y se achica hasta el hartazgo aquel espacio público o común con otrxs en el que solíamos movernos. Así, no sólo se nos presiona a que ciertos espacios que solían estar destinados para la vida en la intimidad ahora se reorganicen en función de ser apropiables para todxs lxs que habitan el mismo techo, según el cronograma de actividades de cada miembrx de la familia. Sino que más aún: se nos insta a que estos espacios propios se construyan para una nueva escena teatral virtualizada en pos de emular o hacer parecer algo de lo que eran las verdaderas aulas, los ruidosos patios escolares y las ajetreadas oficinas. Y hasta para que simplemente sean, según criterios de una estética impuesta desde las redes (Instagram y Pinterest en el podio) pulcros y prolijos espacios dignos de ser vistos por otrxs a través de la pantalla.

Al mismo tiempo, el afuera quedó reorientado según la precisión de la contabilidad y el disciplinador temor: aun cuando se desee ir a otra parte, se va únicamente a donde no haya un gran número de personas, se va donde la “correcta” distancia sea posible mantenerse. El deseo ya no nos mueve o mejor dicho nos orienta muy poco. Nos mueve la racionalidad de únicamente hacer las estrictas salidas hiper necesarias (como el comprar alimentos o medicamentos) eligiendo los trayectos seguros y nos detiene o reorienta en un giro hacia otra parte en nuestro andar, una nueva alarma interna que nos resuena en la cabeza cuando percibimos el posible choque con conglomeraciones peligrosas.

Sin dudas, y aunque ya nos parezca una obviedad, también ha cambiado el cómo nos volvemos hacia los objetos. Las propias mesas del hogar se han resignificado ante nuestras permanencias 24×7, y si la filosofía siempre estuvo llena de mesas, no extrañaría encontrar más adelante nuevas producciones escritas que aborden lo que han significado precisamente las mesas durante esta pandemia. Como ningún tutorial de Youtube había logrado antes, ahora sí advertimos y reconocemos la peligrosidad viral de los billetes, las tarjetas, y los envases de las cosas más ordinarias que compramos.

El deseo ya no nos mueve o mejor dicho nos orienta muy poco. Nos mueve la racionalidad de únicamente hacer las estrictas salidas hiper necesarias (como el comprar alimentos o medicamentos) eligiendo los trayectos seguros y nos detiene o reorienta en un giro hacia otra parte en nuestro andar

Todo lo que ingresa a nuestras casas debe ser desinfectado y hasta nuestra propia nariz y boca se objetivaron también. En tanto zonas de mayor vulnerabilidad que otras partes de la cara, se cubren con tapabocas, porque son fuente de peligro para lxs otrxs a la vez que necesitan estar resguardas del peligro que significan lxs otrxs. No sin omitir que esos tapabocas, que al comienzo de la pandemia no sabíamos ni confeccionar, ahora ya fueron incorporados como objetos de indumentaria. Los adquirimos en comercios según la preferencia de color y estampado y por lo tanto ya hay una afectación de estos sobre nosotrxs, una nueva forma de mostrarnos y de recuperar la mirada ajena a la vez que nos cubrimos. Por último, las propias manos antes que extensiones suaves para el contacto físico, son objetivadas como pinzas que precisan demostrarse permanentemente asépticas.

Fragmentamos partes de nuestros cuerpos en sintonía con una constante fragmentación y fronterización de la espacialidad que se ha gestado, no tanto siguiendo los anteriores límites políticos o barriales, sino ante nuevos límites dispuestos según mayores o menores peligros sanitarios. Así, hubo quienes descubrieron que CABA + los 40 municipios de la Provincia de Buenos Aires, se llama AMBA y que antes que el límite o frontera por signo político, económico y de infraestructura que divide la capital de la provincia, nos habita una situación común de ser uno de los espacios que más casos de Covid-19 tiene en todo el país. Así casi por única vez la centralidad se orienta en una mirada cuasi envidiosa sobre la periferia que poco a poco recupera algo de las formas de habitar anteriores a la pandemia.

Estas nuevas etiquetas expresadas también en fases, que dan cuenta de una variabilidad de normas, permisos y peligros, son también nuevos dispositivos de orientación. Perdimos una parte de ese poder de sujeto que origina espacialidad para ser sujetos contenidos en un espacio repleto de límites nuevos e impuestos, que muchas veces nos agobian. Tal como dice Ahmed  “el espacio absoluto es algo inventado” pero “es una invención que tiene efectos reales y materiales en la disposición de los cuerpos y los mundos”. En esta pandemia aún resta descubrir cuántas nuevas formas de registrar la proximidad y cuánta creatividad más podremos tener sobre nuestra espacialidad, cuando todos los espacios que conocíamos y formas de orientación que dominábamos están en plena transformación.


* Licenciada en Ciencias de la Comunicación; maestranda en Comunicación y Cultura (Fsoc-UBA). Docente Ad honorem en la materia Psicología y Comunicación (Fsoc-UBA).

Fotografía de portada por Daniela Yechúa/ANCCOM