Por Miguel Ángel Santagada*
En cierta ocasión se le cuestionó a Martín Barbero su preocupación por las costumbres y creencias populares. El investigador, radicado en Colombia desde 1963, respondió con una cita de Gramsci: «Sólo investigamos de verdad lo que nos afecta». Más tarde completaría su respuesta con una alusión a su infancia en la posguerra española, los racionamientos, la pobreza extrema y la solidaridad que aprendió de su madre. Esa alusión manifiesta solo una de tantas importantes diferencias que el Jesús de la Comunicación no dejaba de puntualizar contra el acartonamiento académico y su fidelidad a criterios epistémicos de origen anglosajón.
A casi 35 años de su publicación más influyente, De los medios a las mediaciones…, su ideario no ha perdido el impulso con que ganó el espacio de los estudios de comunicación en el contexto de los 80’. En esa época de incertidumbres signadas por las transiciones democráticas, la transnacionalización de la economía, la imparable pauperización de las poblaciones latinoamericanas y la aparente centralidad de los medios masivos en los procesos culturales, la formación universitaria de profesionales de la comunicación bebía el cóctel insípido que conjugaban los criterios de los medios comerciales y la pretendida asepsia cientificista de los paradigmas norteamericanos.
La contribución de Jesús Martín Barbero fue decisiva para que en la mayoría de las universidades latinoamericanas se introdujeran cambios significativos que hasta hoy se han conservado. Así, los diseños de la Carreras de comunicación orientaron sus planes de estudio de un modo crítico y -por esos años, desconocido- a las audiencias más que a las instancias emisoras. En simultaneidad con iniciativas de otros campos de las ciencias sociales, las miradas de la investigación comenzaron a concentrarse hacia ese multitudinario ámbito de las sociedades que son las poblaciones oprimidas, descendientes del despojo originario que todavía alguien llama Descubrimiento de América.
Osadía, disconformismo, creatividad, se combinaron en una perspectiva que para nuestro campo de estudios llegó a significar un estímulo a la formación de profesionales e investigadores comprometidos. Disconforme y creativo, propuso audazmente incorporar elementos teóricos y miradas transdisciplinarias, por medio de las cuales se esperaba en los estudiantes una sensibilidad acorde con las exigencias del cambio social que aún esperamos. No es necesario recordar que algunas lecturas propuestas por Martín Barbero ofendían a cierto dogmatismo que prolifera en los ámbitos universitarios. ¿Cómo interpretar sus “ajustes de cuentas” con tradiciones y orientaciones metodológicas que se discutían solo a puertas cerradas? Él hizo públicas sus disidencias con posiciones sacralizadas por la generación previa de investigadores latinoamericanos junto con su evaluación acerca de lo inconducente de tales opciones conceptuales y epistémicas. Jesús emprendió con firmeza una revisión crítica de las producciones académicas pioneras, pero no incurrió ni en el agravio ni en el ninguneo. Asociado a diversos centros internacionales donde se nucleaban los investigadores latinoamericanos defendió con argumentos creativos sus propuestas de renovación de estrategias para afrontar los desafíos venideros. Pudo convivir con críticos y detractores, que varias veces endilgaron candidez e ingenuidad a sus hipótesis favorables a la resistencia popular y a la apropiación creativa de los bienes culturales por parte de las audiencias subalternas.
¿Cómo interpretar sus “ajustes de cuentas” con tradiciones y orientaciones metodológicas que se discutían solo a puertas cerradas? Él hizo públicas sus disidencias con posiciones sacralizadas por la generación previa de investigadores latinoamericanos junto con su evaluación acerca de lo inconducente de tales opciones conceptuales y epistémicas.
Una nueva tradición crítica
Con todo, sus aportes más valiosos no provienen directamente de su lectura personal de Michel de Certeau, de Horkheimer y Adorno, de Bourdieu, de Gramsci o de tantos otros autores. Sus contribuciones destacan más por su actitud suspicaz frente a la insuficiencia de esos planteos que por la fundamentación elaborada de sus argumentos, la cual, por cierto, es atendible y en algunos casos certera. Las sospechas de Jesús Martín convencieron a muchos de sus colegas acerca de la necesidad de imaginar las funciones del periodismo (y de los profesionales de la comunicación) una vez que la hegemonía de la palabra impresa decayera por el ímpetu de las tecnologías mediáticas y la furia con que se desató la cultura audiovisual, por aquel entonces emergente. Los tiempos viejos todavía no se habían esfumado, y los nuevos aún estaban en ciernes.
Pocos autores como él advirtieron la permanencia de matrices culturales procedentes de la larga historia de los pueblos. Esas matrices conectaban el presente de opresión con el pasado precolonial y los inciertos años subsiguientes. Comprender los procesos culturales exigía más de lo que podrían ofrecer el análisis ideológico o el desentrañamiento de efectos indiferenciados de corto plazo. Algo del orden de una inteligencia acallada a lo largo de la historia se ocultaba (no casualmente) a la metodología estructuralista y a la psicología social de inspiración funcionalista. De modo que creyó necesario suplir con indagaciones más apegadas a los hechos la observación académica, pretendidamente rigurosa por su alineamiento con protocolos de investigación confeccionados en situaciones socioeconómicas diferentes de las de la región.
Pues bien, Martín Barbero debió enfrentar retos novedosos con el instrumental teórico todavía en etapa de elaboración, el cual apuntaba, por primera vez en la historia académica colombiana, a diseñar un perfil de profesionales de la comunicación congruente con la sensibilidad configurada por las prácticas culturales de las generaciones juveniles. No es un detalle menor que también por esa época asomara con claridad el papel estratégico que los medios audiovisuales desempeñarían en los procesos políticos y culturales de la década de los 90’. Para asegurar que la intervención de los comunicadores formados en la nueva escuela no quedara atrapada en el pasillo estrechísimo de los medios comerciales, Martín Barbero junto con sus colaboradores aportó ideas para satisfacer las demandas de un sector de la actividad que en ese tiempo se conocía como “Comunicación y Educación Popular” o “Comunicación alternativa”. Estos insumos, que fueron profundizándose en las siguientes décadas, exhibirían sus resultados más notables en experiencias de radios y canales de TV comunitarios, afincados en zonas rurales del extenso territorio andino.
Para asegurar que la intervención de los comunicadores formados en la nueva escuela no quedara atrapada en el pasillo estrechísimo de los medios comerciales, Martín Barbero junto con sus colaboradores aportó ideas para satisfacer las demandas de un sector de la actividad que en ese tiempo se conocía como “Comunicación y Educación Popular” o “Comunicación alternativa”.
Pero las pretensiones académicas de Jesús excedían la formación de nuevos comunicadores, instruidos resignadamente en la concepción tradicional, que alguna vez él mismo caracterizó como mediacentrismo. En tanto investigador, puso su empeño creativo en producir un planteo teórico de la comunicación cuyos ejes vertebradores fueron las culturas y las prácticas de los sectores sociales vulnerados de América Latina. Esta pretensión incluía de modo original una lectura no oficial de la historia de nuestra región, en la que gravitaban los conflictos sociales, los desequilibrios de la información y la inequidad en el acceso a los bienes materiales y simbólicos. No parece exagerada la afirmación de que, con estos aportes, el campo latinoamericano de estudios de la comunicación se consolidó con rasgos propios, sugeridos por la experiencia de nuestra gente y no impuestos por la demarcación disciplinaria de otros países y otras experiencias culturales.
Más desafíos, más convicciones
Ahora bien, no solo obstáculos de carácter académico se presentaron en el camino de la renovación teórica de nuestro campo de estudios. Además de los retos que planteaban, entre otros, la problemática del imperialismo cultural, la historia de la colonización, la pervivencia de tradiciones y la religiosidad de los pueblos andinos, había que lograr que se acepte discutir planes renovadores en el contexto de sociedades conservadoras, controladas por intereses privados de corporaciones mediáticas con influencia en las instituciones políticas y educativas.
A pesar de estas dificultades, y con el reconocimiento obtenido por instituciones internacionales, Martín Barbero pudo ofrecer una concepción de comunicación muy alejada de las tendencias inspiradas en esquemas convencionales, que básicamente consistían en reducir el estudio de la comunicación a un campo disciplinario estricto cuyas bases conceptuales se tomaban de la psicología. A cambio, la propuesta barberiana instaba a trabajar interdisciplinariamente con sociólogos, antropólogos, historiadores y economistas. En su visión compleja de las culturas contemporáneas, todas esas perspectivas auguraban una comprensión no trivial de los procesos de comunicación e incomunicación que vivían las poblaciones latinoamericanas. Esta convergencia de puntos de vista favoreció, ciertamente, una comprensión del sentido y alcance de los medios en los procesos culturales de la región. La contribución transdisciplinaria también fortaleció nuestro campo de estudios con la integración de temáticas hasta ese momento ajenas a las principales cuestiones consideradas de incumbencia comunicacional específica. Así, se integraron análisis sobre el funcionamiento de la censura, las asimetrías en la libertad de expresión, la precariedad de las sociedades civiles, y el vacío de la comunicación política a través de los medios y la prensa.
Una despedida al mediacentrismo
Con su propuesta de dejar de identificar las prácticas de comunicación exclusivamente con las ofertas de formatos y contenidos de los medios, Jesús habilitó decenas de investigaciones de campo a lo largo de la extensa región latinoamericana. Así, se empezaron a estudiar y a valorar la multiplicidad de los modos y hábitos de comunicación de la gente. Esta apertura académica no tardó en prosperar: desde el punto de vista político, la atención dispensada hacia los sectores populares obligó a los investigadores a desestimar sus prejuicios etnocéntricos y a acortar las distancias que mantenían con las clases subalternas. Comenzaron, así, a desarrollarse en el campo de estudios de la comunicación indagaciones que contenían aspectos nunca antes visitados, tales como las prácticas religiosas, las actividades de intercambio, las hinchadas de fútbol y los momentos de compartir las esquinas y los potreros de las barriadas.
De esta manera, comenzó a atenuarse la obsesión por los contenidos mediáticos y a cambio emergió un reconocimiento al vigor de las tradiciones populares. Tal reconocimiento, si bien no era novedoso en otras líneas de investigación social, brillaba por su ausencia en los trabajos sobre comunicación de América Latina. Conviene recordar que las concepciones desarrollistas habían marcado el rumbo de las tareas académicas hasta bien entrados los 70’. Salvo por excepciones muy honrosas, entre otras la Teoría de la dependencia o la Psicopedagogía del oprimido, fueron poco discutidos los supuestos modernizadores que las elites de la región lograron imponer como la panacea para los pesares endémicos de nuestros pueblos: la miseria, el analfabetismo, la mortandad infantil, la opresión de la mujer, etc. Como alguna vez sostuvo Martín Barbero, esta clausura de la mirada hacia las experiencias históricas comparte a izquierda y derecha prejuicios y repugnancia. Estas anteojeras impidieron comprender que las culturas orales no eran necesariamente un obstáculo para el desarrollo, sino las condiciones efectivas en que se había producido el proceso cultural de la modernización latinoamericana, provocando resultados inesperados, o en todo caso no previstos por las usinas de planificación asentadas en los organismos internacionales.
A cambio del prejuicio ampliamente compartido por los modernizadores, la propuesta de Martín Barbero convocaba a asumir que esas culturas orales no implicaban solo retraso o analfabetismo. ¿Por qué no escuchar sus voces e interpretar en sus expresiones el testimonio de modos alternativos de concebir el mundo, de sentir, de pensar, de querer? Por aquel entonces no era, ni mucho menos, un problema superado. A pesar de los siglos transcurridos, los pueblos originarios siguieron recibiendo el inmerecido e injusto destrato que se originó con la conquista y que prosiguió con el desarrollo del capitalismo dependiente. Por ende, la idea de estudiar la inserción de las culturas orales en los procesos de modernización fue aceptada inicialmente con reticencia y desconfianza.
De pronto, los estudios de comunicación ya no exhibían rasgos identitarios excluyentes. Los medios, sus contenidos, sus “efectos”, su condición mercantil y sus ofertas extranjerizantes, fueron desplazados del centro de los estudios por nuevas indagaciones enfocadas a comprender “más de cerca” los procesos de transformación urbana que entrañaban las políticas modernizadoras.
El legado de Jesús Martín Barbero a nuestro campo de estudios no se limita a resplandecer exclusivamente en los enclaves académicos. Para la prosecución de los tambaleos de nuestra historia latinoamericana y la incierta continuidad de nuestras culturas, las ideas del pensador inquieto serán, sin duda, una referencia indispensable que invite a repensar, a descartar dogmatismos y a escuchar a los otros.
* Profesor titular en varias cátedras universitarias de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), Facultad de Arte y Facultad de Ciencias Económicas (UNICEN). Licenciado en Filosofía (UBA) y Profesor en Letras (UBA), 1985. Philosophiae Doctor en Arts de l’écran et la scène, Université Laval, Québec, Canadá, 2004. Investigador en el área de estudios culturales. Ha dictado cursos de grado y seminarios de posgrado en diversas universidades del país y el extranjero. Dirigió desde 1994 y 2014 el Centro de estudios de Teatro y Consumos Culturales de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Ha publicado una treintena de artículos y varios libros sobre la especialidad. Su última publicación Inocencia y culpabilidad. Buenos Aires, Biblos, 2017. Se encuentra en prensa su libro de ensayos sobre las culturas contemporáneas: Metáforas de la manipulación. Actualmente dirige el proyecto de investigación radicado en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires TEATRO POSDRAMÁTICO Y ARTES PERFORMATIVAS en ARGENTINA 2010-2020. También dirige el proyecto interdisciplinario de transferencia a la comunidad (PEIDYT) “Experiencias transmedia en el universo patrimonial de museos. MUHFIT y el bicentenario de Tandil”.