La Scaloneta y la generación nihilista

Por Diego Flores*

“Mira, sólo hay un medio para matar los monstruos; aceptarlos.”

Julio Cortázar

Quienes habitamos el mundo desde el año 1985 (para establecer un año caprichoso y taxativo) a esta parte formamos un colectivo indivisible, heterogéneo, gigante y difuso que está conectado por el hilo incorpóreo que nos hermana bajo el desconsolado manto de no haber visto jamás de los jamáses a la selección nacional levantar un trofeo. Nunca. Sí, lo sé, las Copas Américas del 91 y 93 dirán, pero entiendo que esos lauros asoman como un recuerdo borroso, un par de destellos, de imágenes fugaces, alguna tapa de El Gráfico corroída por la humedad que se anida en la memoria, pero no mucho más. El espesor de los recuerdos, cuando la memoria acomoda formas y voces no nos permite recordar el brillo encandilante de una copa en las vitrinas. Pero hay más, pues quienes somos el eslabón primogénito de ese colectivo presenciamos, para peor, el final del soundtrack del Diego, el fade out de la épica maradoneana que supimos conocer por relatos familiares, programas de archivo y algún especial en VHS. El después de Diego es una época de acefalia que se interrumpe recién a partir de la emergencia de Messi, ese zurdo pigmeo nacido en Rosario, imposibilitado de crecer y tratarse en la Argentina y que fue ensamblado en esa escuela de magos disciplinados llamada La Masia. En ese pequeño y pichicateado cuerpo los argentinos y las argentinas, no sin reticencias y contradicciones (vamos, por eso somos argentinos) depositamos todos nuestros anhelos, deseos y esperanzas. Esas expectativas eran sostenidas por sus actuaciones excepcionales en el Barcelona y en el sub-20. Messi será un estandarte que deberá liderar con su propia importa y sus prácticas las nuevas hazañas nacionales y tendrá que aprender a moverse bajo la permanente sombra maradoneana, tamaña responsabilidad. Lionel, menos popular que Maradona, más global, más correcto, un hijo, si se me permite, perfecto del sistema. Messi nunca mea fuera del tarro, no usa dos relojes ni entra al Camp Nou en un Scania, no. Si hasta cuando putea se sonroja como un niño que comete una travesura.

Nuestra generación, nuestro colectivo sufrió además los inicios de eso que conocemos o creemos conocer y definimos como posmodernismo, la caída de los grandes relatos, la retracción de los estados como cuerpo social unificante en detrimento del triunfo del individualismo y las micro identidades. Sin el estado presente el mercado te pide que te salves solo. Todo un andamiaje ideológico y simbólico que en términos futbolísticos ponía a la selección nacional en segundo plano respecto a los equipos de la liga local: primero el barrio, el clú y después la Nación. La selección sin ese imago llamado Maradona y su potencia unificadora perdía terreno en pos de pasiones localizadas. Un ejemplo (también taxativo y caprichoso) es Tévez, otro jugador de arraigue popular pero con prácticas obsecuentes hacia los poderosos, cantará allá por el principio de los dos miles en pleno festejo boquense “La selección la selección se va a la puta que lo parió”.

El desapego, la sucesión de derrotas en momentos claves y la imposibilidad de que emerjan ídolos populares victoriosos y nacionales iniciaron el derrotero hacia la conformación de una generación nihilista. La selección argentina no nos da nada, ni nunca nos dará. La selección argentina es un problema, incluso algo vergonzante, algo indisimulablemente molesto. Los hinchas de la selección son tildados de arlequines, de niños grandes, de inocentes ¿Quién es tan palurdo para ser hincha de la selección? ¿Qué te da la selección? ¿Cómo no reírse de esta constelación de millonarios que no pueden darle una alegría a su pueblo? ¿Qué ganó? Nada desde esos días ecuatorianos de julio del 93. Argentina y sus distintos y disimiles proyectos perdieron en sucesivas ediciones de la Copa América con Brasil, Perú, Chile y Uruguay, con el corolario de perder tres finales consecutivas si sumamos el mundial 2014.

Ese es, más o menos, el periplo de nuestra educación sentimental con el que llegamos a esta Copa América, y es justamente bajo ese paragua vergonzante que para evadir la incomodidad y el dolor de ser Argentina creamos ese sub producto llamado la “Scaloneta”: construcción colectiva, lúdica e irónica y de resguardo para sumarse, para ser parte de un proyecto, de una esperanza pero sin compromisos. Esa treta es también una forma de escudarse contra el miedo que susurra la posibilidad del fracaso.

“Scaloneta”: construcción colectiva, lúdica e irónica y de resguardo para sumarse, para ser parte de un proyecto, de una esperanza pero sin compromisos. Esa treta es también una forma de escudarse contra el miedo que susurra la posibilidad del fracaso.

La Copa América, una de las más raras de los últimos tiempos, con cambio de sede a último momento, hiper mediatizada (el acceso a la misma para todos y todas es solo mediante la tv), donde la fase de grupos es una excusa para jugar un par de partidos previos a las llaves porque clasifican casi todos los equipos, comienza para nosotros y nosotras entonces llena de fantasmas y escepticismo. Aún y sin embargo, hay un dejo de esperanza, una zanahoria que correr, no sabemos bien por qué pero es sábado a la noche, la temperatura es incómodamente baja y estamos nuevamente frente a una tv viendo una final de Argentina, no ya una Argentina contundente como las que perdieron las final con Bielsa, no una Argentina llena de cracks como la del 2007, siquiera es la generación que se quedó en las puertas de la consagración mundial; es una selección de renovación que mezcla la camada de Messi (minoritariamente), con jugadores a los que apenas les conocemos sus rostros y siquiera estamos seguros de qué juegan.

Los equipos salen, se paran en fila mirando a una tribuna semi vacía, cantan el himno, otra vez sentimos una tensión, un cosquilleo en la panza. La cámara panea y parece enamorarse de los perfiles de Paredes y Lo Celso ¿por qué se detiene ahí y casi no se moverá? no sabemos, esta decisión del director nos priva de saber si Messi está o no cantando el himno, circunstancia de vital importancia para parte de la sociedad y los periodistas militantes del detalle y las polémicas.

Comienza el partido. A los 25 segundos Paquetá pisa la pelota y pone un pase entre las piernas de Acuña que corta Otamendi. A los 6 minutos Neymar recibe un lateral, controla con la rodilla, hace un jueguito en el aire y le tira un sombrero a Lo Celso que queda buscando balbuceante la materialidad del balón en los confines del campo. Es un gesto intrascendente a los fines resultadistas, pero cristaliza los miedos de que al parecer Brasil va a ser Brasil, otra vez. Toque, lujo y gambeta. Se va a florear. Vamos a perder 3 a 0 y mañana la legión de periodistas que copian cada vez más las prácticas y lógicas de las redes sociales van a parlotear horas y horas buscando la forma de justificar su presencia diaria y permanente en las pantallas de tv.

Sin embargo, el tiempo se acumula y en el partido digamos que pasa más bien poco, hay fricción, hay raspe, hay algunas rigurosas patadas, vuela Montiel por el aire, vuela (y volará) Neymar una, dos, tres veces, hay poco juego y mucho nervio. Estamos en presencia de una digna final sudamericana.

A los 21 minutos exactos De Paul recibe una pelota en el medio y queda con el campo de frente, el ya vio una jugada que no vio nadie. Digo, la ve incluso antes de que comience el partido y le avisa a Di María lo que va a pasar “el tres es bueno, pero se distrae, vamos a buscarlo” y como ambos parecen ser hombres de una inexpugnable fe ejecutan el plan. El siete argentino tensa la pierna derecha y pone un pase “veroniano” a espaldas de Renan Lodi que sin embargo llega para interceptar la trayectoria del balón, pero pifia. Entonces la pelota le queda a Di María, justo a él, uno de los jugadores más “memeados” (creo que el termino correcto es funado) junto a Pipa Higuain, foco de burlas y críticas de toda índole. El hombre pasta controla la pelota de una forma hermosa, como si fuera una extensión de su cuerpo que quedó rezagada y debe acomodar naturalmente para poder seguir adelante. Saltito, control con el borde externo, eleva la mirada y enfrente está el enorme Ederson Moraes, detrás la gloria en forma rectangular. Di María otra vez frente a una definición transcendental, sospecho que en ese instante siente ese peso en la espalda, el mochilón con sus miedos, nervios, recuerdos y fantasmas. Y por supuesto que carga con los nuestros también. En todos los universos espacio temporales que se abren en el imaginario de quienes integramos la generación nihilista esa pelota nunca entra: Di María la tira por arriba, Di María se cae, detiene Alison, Di María se lesiona, Di María se deja comer por Lodi que se recupera… pero no, Fideo toca sutil con el empeine y la pelota viaja hacia la red en una parábola bellísima. Di María corre y festeja, el muchacho de la perseverancia se hace un hueco nuevamente en los instantes de gloria de la selección, el rosarino que prefiere venir a que lo puteen 45 millones de compatriotas antes de quedarse sentado tomando un café frente a la torre Eiffel. Hay un personaje en el final de la novela “El señor de los venenos” de Enrique Symns, que es derribado una y otra vez en una pelea en la puerta de un bar. El tipo es noqueado una, dos, tres, cuatro veces y siempre se levanta y vuelve a pedir pelea a su contrincante. Ante la mirada atónita del protagonista el parroqueano vapuleado le dice “Hay que volver, siempre hay que volver pibe” Ese personaje es Di María.

En todos los universos espacio temporales que se abren en el imaginario de quienes integramos la generación nihilista esa pelota nunca entra: Di María la tira por arriba, Di María se cae, detiene Alison, Di María se lesiona, Di María se deja comer por Lodi que se recupera… pero no, Fideo toca sutil con el empeine y la pelota viaja hacia la red en una parábola bellísima. 

El resto del primer tiempo Brasil va patear dos veces al arco, un tiro lejano y manso de Casemiro y un tirito interceptado de Richarlison. Podemos pensar que fue poco de Brasil o mucho de Argentina, “el punto de vista crea el objeto”. Scaloni, “el joven inexperto”, había tomado apuntes y notas de la semi final del 2019 y se juró a sí mismo que Brasil no iba a volver a ganarle por cederle espacio y terreno, así que ahí su táctica y estrategia.

El resto es historia sabida, Brasil viniéndose por inercia, metiendo desde el banco crack tras crack, esos que vemos festejar recurrentemente en resúmenes semanales que pasan en el cable, Neymar gambeteando, Neymar en el piso, Argentina aguantando y la sospecha ineludible de que en cualquier momento algo iba a pasar, que no podía ser. ¿Cómo Argentina va a ganar una copa? Pero para torcer el destino está De Paul omnipresente e infinito, Otamendi sobrio y reivindicativo, Di María yendo y yendo, Dibu Martínez ataja las dos pelotas que tiene que atajar, Montiel de floja copa y gran partido final, Messi de gran copa y discreto partido, y Argentina repentinamente es campeón de América. Vemos que en la cancha hay un tumulto de pares alrededor de Messi, un reconocimiento indisimulable, un gesto de partido homenaje. Lo que irradia Messi, lo que hizo Messi, la trayectoria y presencia de Messi dispara estas prácticas entre colegas y sorpresivamente entre rivales que no pueden disimular su admiración. Incluso Neymar digiere su tristeza velozmente y parece feliz de la alegría de su amigo Messi.

Argentina gana una copa luego de 28 años, pero además la gana en Brasil, en el mítico e inmenso Maracaná, ante el local y con todas sus figuras. Tenemos que buscar algún manual que nos diga cómo festejar, cómo se come esto, cómo se celebra. La gente, a pesar de las restricciones y recomendaciones, va al obelisco. Necesitamos estar unidos, el fino hilo que une los enjambres de la patria también (por supuesto que también) están anudados a través del futbol. Más allá de que le pese a la impronta Sebreliana, el futbol es un deporte que significa mucho más que reduccionismo simplista de 22 tipos corriendo detrás de una pelota. ¿Por qué funciona así? no lo sé, ya habrá tiempo para elaborar una fenomenología de las pasiones. Lo que sabemos es que estamos festejando como sea, donde sea y con quien sea un titulo del seleccionado mayor y que pronto ya, a la vuelta de la esquina, están las eliminatorias y el mundial de Qatar y más pronto que tarde volveremos a emocionarnos y a sentir ese cosquilleo en la panza, a perseguir esa zanahoria irracional, y aparecerán nuevos miedos y nuevos fantasmas, pero esta vez ya sabemos cómo vencerlos: solo hay que aceptarlos y mirarlos a los ojos.


* Casi licenciado en comunicación. Productor periodístico. Community Manager. Colaborador en distintas revistas y diarios a través de textos de análisis y ficción en Notas Periodismo Popular, Revista 27, Página 12, Lectura de Verano y 25 horas. También incursioné en distintos programas de radios en Ahijuna FM, FM La Tribu, Radio Compartiendo, AM750. Colaborador y producción periodística en el podcast «¿Sueñan los androides con obrerxs eléctricxs?» y redactor en el newsletter “Conectadxs», ambos pertenecientes a la Fundación Friedrich Ebert (FES).

Fotografía de portada por Ricardo Moraes/Reuters