La tv al (des)nudo

*Por Gerardo Halpern.

Nuevamente el vivo televisivo, el interés social ante lo que las audiencias y la ciudadanía entienden como relevante, ha evidenciado el valor de la televisión como servicio público y social. Durante las jornadas de la sesión del Senado de la Nación en torno al proyecto con media sanción del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), la televisión volvió a colarse en un lugar en el que, según nos vienen diciendo sus sepultureros, ya no estaría. Es llamativo volver hacia un sitio desde el cual nunca se ha partido. Parafraseando a Troilo, la televisión siempre está llegando.

Quizás tengamos algunos problemas con ella, pero no así con las prácticas sociales que, en definitiva, son las que definen de qué hablamos cuando hablamos de consumo televisivo. Durante varias horas las audiencias estuvimos siguiendo la sesión ordinaria (el castellano tiene esta maravillosa riqueza, casi irónica) de la cámara alta y se produjo algo que ya había ocurrido cuando se aprobó el proyecto en Diputados: los públicos pudieron ver en acción a los «representantes» del pueblo. En términos comunicacionales, las audiencias observaron las competencias políticas, culturales y lingüísticas de legisladores y legisladoras que tenían a cargo el uso de la palabra y la responsabilidad del voto.

 

En términos comunicacionales, las audiencias observaron las competencias políticas, culturales y lingüísticas de legisladores y legisladoras que tenían a cargo el uso de la palabra y la responsabilidad del voto.

 

Muchos de quienes siguieron el impeachment que derivó en la destitución de la presidenta del Brasil, Dilma Roussef, se espantaron con una representación de «lo político» en donde la función emotiva del lenguaje prevalecía sobre cualquier otra forma de expresión. En el senado argentino se produjo algo muy similar, es cierto que de una manera más ritualizada, ordenada, acartonada y seria en buena parte de los discursos pero patética y argumentativamente coincidentes con sus pares brasileros.

Bastaba seguir las redes sociales para leer los comentarios que se hacían sobre las argumentaciones que sostenían las posiciones de los legisladores. Más allá del cuestionamiento (o no) sobre las posturas, lo que se destacaban eran elementos propios de una escolaridad tempranamente interrumpida: legisladores que leían sus posiciones enemistándose con los signos de puntuación -lo que derivaba en oraciones inconsistentes sino contradictorias-, metáforas propias del siglo XVIII que ni el mismísimo Gobineau -una de las fuentes del racialismo nazi- llegó a escribir, comparaciones propias de una frustrada trayectoria docente (por suerte frustrada) en la que las analogías antes que mostrar líneas paralelas evidenciaban horizontes disímiles.

No es que el diputado Olmedo fuera una síntesis de ello al hablar de cementerio de fetos. No. O la diputada que relacionaba la interrupción voluntaria del embarazo con la redistribución de pequeños caninos o la senadora que -su posterior aclaración no viene el caso- reconocía no haber leído el proyecto en debate, o un senador capaz de destruir los derechos humanos relacionados con la infancia y el ejercicio de la violencia doméstica bajo el presunto consenso de las violaciones intrafamiliares y que horas después cuando quiso explicar lo que quiso decir, explicó exactamente lo que había dicho o una senadora que balbuceaba su ajenidad temática como parte de sus acciones a favor de la vida… No. No se trata de eso.

Me interesa advertir cómo las audiencias se relacionan con un texto audiovisual en vivo que atañe a sus vidas. Es decir, cuando la televisión asume un vivo y directo que retoma una cuestión que no es de la agenda mediática sino de la agenda social. Es decir, cuando los medios advierten una de sus dimensiones de responsabilidad social. La problematización de la IVE no nació con la televisión. Es la televisión la que puede o no recoger el guante de las luchas feministas para incluirlas en su agenda. La virtud que tuvo Rial no fue «descubrir» la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito. Su virtud radicó en que en un pliegue de su programa un conjunto de activistas advirtieron la potencialidad de jugar su juego dentro de las reglas de un género que, según el purismo que no mira televisión, degradaría la lucha.

Las periodistas-activistas advirtieron inteligentemente que así como habían logrado instalar una agenda feminista dentro de la agenda de las redes sociales, podían disputar la agenda mediática. Y esa agenda a su vez, en ese pliegue, encontró una particularidad: tras la presencia de las feministas en el piso de un programa de chimentos, las redes sociales explotaron con la amplificación y reproducción de sus intervenciones que, encima, derivaron en que el campo literario expresara su voluntad de instalar su misma agenda de género en la apertura del ritual de la Feria del Libro. Si el 8M había explotado de mujeres, si los chimentos habían asumido que sostendrían el pañuelo verde al aire y lo explicarían para sus audiencias (y, por qué no, para sus propias producciones, colegas, directivos, etcétera), si los veinte años de lucha por la legalización del aborto había hecho trizas las fronteras de lo decible y lo no decible, la televisión no podría quedar afuera. Tampoco el campo político.

Sea o no de manera oportunista, tanto la televisión como la institucionalidad política se vieron desbordados por una tonalidad verde que -a diferencia de la celeste de sentido común- horadaba el dique del silencio que caracteriza a la televisión y al Congreso Nacional.

La solución a este evidente drama de la representación política no procederá del dispositivo televisivo que prontamente buscará la forma de reconstruir las opacidades necesarias para la reproducción de la situación política existente, sino de la continua ampliación del régimen de visibilidad que ha logrado el movimiento feminista.

Es que la calle con su “ola verde” modificó, al menos momentáneamente, los términos del régimen de visibilidad que la TV monta sobre la política y los acontecimientos de interés público. Y lo que quedó en evidencia fue un conjunto de representantes incapacitados para estar a la altura del debate que el interés social demostrado por el tema demandaba. Si la calle, el movimiento feminista y las, los, les que apoyan la interrupción voluntaria del embarazo, ampliaron las brechas del espacio público hablando de lo que no se podía hablar, volviendo visible lo que no se deseaba ver, una consecuencia colateral de esas acciones fue develar las limitaciones y precariedades de una representación política que es permanentemente hablada por la televisión, representada por ella, de una manera falaz. Los senadores y senadoras quedaron al desnudo, pero también la maquinaria permanente de atribuir prácticas y valores que tampoco parecerían nuestrxs representantes poseer. La televisión, como modalizador de los discursos del espacio de lo público debió adoptar esta vez una forma transparente, impulsada e impuesta por la calle, para dejarnos ver que una parte importante de nuestrxs representantes están complicadxs para mostrarse a la altura de las demandas y cuestiones de la época.

La solución a este evidente drama de la representación política no procederá del dispositivo televisivo que prontamente buscará la forma de reconstruir las opacidades necesarias para la reproducción de la situación política existente, sino de la continua ampliación del régimen de visibilidad que ha logrado el movimiento feminista. Surgirá de la ocupación del espacio público, de la calle pero también de las agendas mediáticas, de la instalación de temas y cuestiones, pero también de la fuerza política y social necesaria para alcanzar sus objetivos y transformar, en ese proceso, la trama de la democracia argentina.

Irrumpir en el espacio público, ampliar los márgenes de lo decible puede, en ocasiones, subvertir los términos del orden de visibilidad instaurado. Que esa acción vuelva a su cauce “natural” o continúe su camino transformador dependerá más de quienes irrumpen y se constituyen en el ganar las calles, que en los dispositivos televisivos que nos han mostrado, porque no les quedaba otra, que el rey está desnudo.