La educación on demand

Por Santiago Gándara* 

En 2020 asistimos a un laboratorio a escala planetaria: millones de estudiantes y docentes, en cerca de 200 países, pasaron de las escuelas y las universidades a la “formación en línea”, a la “enseñanza a distancia de emergencia” o a la “virtualización forzada”.  Ministros, rectores, funcionarios de la Unesco o representantes del capital financiero y las corporaciones digitales se apresuran a decretar que la “nueva normalidad” vendrá de la mano de una “nueva educación” –semipresencial, híbrida, dual– que “vino para quedarse” como otras tantas políticas que, nos dicen, se imponen por la fuerza de los hechos. Pero tanto la pandemia y los confinamientos, como la masiva incorporación de entornos digitales, no han creado un escenario encantador sino que más bien han agravado todas las tendencias existentes.

 

Tendencias

La primera que apuntamos: la virtualización forzada ha cancelado un tipo de experiencia social que comprende no solo la relación pedagógica presencial sino también la vida en las aulas y fuera de ellas. En versión catastrofista, el filósofo italiano Giorgio Agamben denunciaba que lo más decisivo que estaba sucediendo era “el fin del estudiantado como forma de vida”. Así se lee incluso en los balances oficiales de funcionarios, quienes deben confesar que lo presencial sigue siendo irremplazable. Una cuestión nada menor, sobre todo cuando desde por lo menos los años noventa nos decían que las instituciones escolar y universitaria habían caducado como un medicamento vencido. El experimento social parece revelar lo contrario: esos inventos de la modernidad –en el caso de las universidades del medioevo– no pudieron ser relevados por plataformas digitales. Los reclamos estudiantiles en las universidades privadas lo demuestran: en Oxford, pedían que les rebajaran la matrícula o sencillamente abandonaban la pantalla ante la baja calidad del servicio educativo virtual.

Pero hay otra cancelación: la de la participación democrática. El confinamiento y la virtualización resultaron una extraordinaria oportunidad para gobiernos, ministros, gestiones universitarias, castas profesorales, que profundizaron todas las tendencias antidemocráticas de concentración de poder y en la toma de decisiones. Más allá de las movilizaciones y medidas de fuerza de los sindicatos de la docencia, lo cierto es que este año fue el paraíso para los ajustadores de todo color, cualquiera sea su responsabilidad en la gestión educativa. Como consecuencia, se agravaron las tendencias a la atomización del movimiento estudiantil y docente, encerrado en sus casas, maldiciendo a la pantalla y padeciendo las mil y una manifestaciones del abatimiento, la precarización y la sobrecarga laboral.

 El confinamiento y la virtualización resultaron una extraordinaria oportunidad para gobiernos, ministros, gestiones universitarias, castas profesorales, que profundizaron todas las tendencias antidemocráticas de concentración de poder y en la toma de decisiones.

Una tercera tendencia la reconocemos en la privatización, en el sentido más restringido del término: la educación en pandemia devino una relación privada entre docentes y estudiantes. Solos, con sus familias a cuesta, sin recursos o con sus pocos recursos propios (equipamiento, conectividad), mediados por las plataformas y recursos de las ávidas corporaciones digitales que ofrecían su solución, debieron sortear todas las imposibilidades para continuar algo así como un proceso de enseñanza y aprendizaje.

La cuarta tendencia es la privatización y comercialización de la educación y del sistema universitario. En marzo, la Unesco lanzó la Coalición Mundial para la Educación , una gran asociación que tuvo como partícipes necesarios a las grandes corporaciones digitales (Microsoft, GSMA, Weidong, Google, Facebook, Tencent, Zoom, KPMG y Coursera, entre otras). Pero que, además, contó con el respaldo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), la Alianza Mundial por la Educación y el Banco Mundial.

Como señalan Ben Williamson y Anna Hogan : “En un contexto que ya partía de un alto nivel de inversión en tecnologías educativas, sobre todo en los Estados Unidos y el sudeste asiático, se han hecho predicciones de mercado para estimular los mercados de capital, considerando la COVID-19 como un catalizador para capitalizar el repentino auge del uso de las tecnologías en la educación. Se han puesto en marcha modelos financieros que incluyen capital riesgo, capital privado, inversión de impacto y bonos sociales para financiar las tecnologías de la educación durante la pandemia”.

Ninguno de los monopolios quedó afuera del negocio: Microsoft lanzó FastTrack (un servicio para migrar los datos a su nube) y el paquete de Office 365 Educación (que incluye Word, Excel, PowerPoint, OneNote, Microsoft Teams). Google inauguró Teach from House (Classroom, Drive, Docs, Hangouts, Teams) y ofreció Learn@Home mediante su canal de Youtube. Amazon promovió su plataforma de aprendizaje EVERFI y Educator Mobilization, desde donde ofrece asesoramiento y asistencia a los docentes. Hasta la aplicación china TikTok se sumó al negocio: en mayo inauguró #LearnOnTikTok para proporcionar contenidos de aprendizaje en la plataforma.

Eso sin considerar al pelotón de compañías multinacionales que ya venían dedicándose a la industria educativa y que ahora multiplicaron sus clientes e ingresos. Son los casos de las empresas proveedoras de softwares de vigilancia de exámenes en línea: ProctorU, Respondus, Examity. O el de Coursera, una plataforma que ofrece cursos masivos y abiertos en línea (MOOC, su sigla en inglés), asociada a y respaldada por cerca de 200 universidades en todo el mundo. En México, a través de un convenio con la Unam, logró duplicar la inscripción que pasó de 2 a 4 millones en relación con la del año pasado. Los usuarios tienen a su disposición 3800 cursos y 480 especializaciones de diferentes universidades del mundo.

 

Tecnologías educativas de consumo 

Las corporaciones digitales advirtieron tempranamente que “hay hambre de tecnología educativa directa al consumidor” y salieron a ofrecer asesoramiento, cursos, talleres, recursos digitales, softwares, plataformas y servicios para patrullar las tomas de exámenes. De los casi mil recursos tecnológicos que proveyó la Coalición Mundial, solo un tercio será gratuito de manera permanente (recordemos la amenaza de Google por arancelar su plataforma de videoconferencia, decisión que postergó para marzo de 2021). Las clases de Coursera son gratis pero, para poder acceder a una acreditación o al título respectivo con el sello de una universidad, el usuario debe pagar.

A este millonario negocio de comercialización de productos educativos en línea se suma una frutilla (para nada virtual): el uso masivo e intensivo de las plataformas durante el año en curso alimentó de datos a las corporaciones digitales que han almacenado una cantidad astronómica de información, de la que son exclusivos propietarios y con la que trazan el perfil de sus consumidores (millones de niños y jóvenes, y docentes) para venderla sin control alguno.

El uso masivo e intensivo de las plataformas durante el año en curso alimentó de datos a las corporaciones digitales que han almacenado una cantidad astronómica de información, de la que son exclusivos propietarios y con la que trazan el perfil de sus consumidores para venderla sin control alguno

Como se puede advertir, asistimos a otro experimento capitalista en tiempos de pandemia y bancarrota: tanto a la colonización del sistema educativo y universitario por el capital financiero como a su creciente intervención en las políticas educativas globales. La destrucción de la educación y la universidad pública, tal como la conocemos, está a su alcance. De allí que la última tendencia sea la de fabular un “nuevo paradigma”, un “giro hacia un sistema centrado en el alumno”, al que los especialistas denominan “tecnologías educativas de consumo”, una suerte de uberización o educación en modo Netflix que perseguiría los algoritmos que crean los usuarios, aquellos que no quedaron más desiguales y desconectados que nunca. Según un reciente informe de Unicef y la Unión Internacional de Comunicaciones: “Dos tercios de los niños en edad escolar del mundo, es decir, 1.300 millones de niños de entre 3 y 17 años, no tienen conexión a Internet en sus hogares” y se señala que “la falta de acceso es similar entre los jóvenes de 15 a 24 años, ya que 759 millones de jóvenes, o el 63%, no disponen de conexión en el hogar.”

Las tecnologías de consumo podrían avanzar por dos vías: “hacia un sistema más lucrativo de suscripción a plataformas de aprendizaje en línea gestionadas por la industria o hacia el contenido de «micro-aprendizaje» publicado en las redes sociales, que pretende obtener ingresos exponiendo a sus jóvenes clientes a la industria de la publicidad”. La educación on demand representaría, además, una nueva ofensiva no solo a las condiciones de trabajo (la virtualización demostró todas las formas de sobrecarga, pérdida salarial) sino también a la autonomía de la docencia a la hora de resolver qué enseñan y cómo evalúan, esto es, a una creciente devaluación (desposesión) profesional.

Contra este nuevo evangelio que nos amenaza, los movimientos docentes y estudiantiles deberán oponer un programa de defensa del derecho a la educación pública y gratuita, en las aulas y en las calles.


* Profesor adjunto regular de Teorías y prácticas de la Comunicación II (Sociales, UBA) y titular regular de Teorías de la Comunicación Social II (Humanidades, UNLPam). Doctorando en la Facultad de Ciencias Sociales. Mail: sjgandar@sociales.uba.ar Twitter: @sjgandar

Fotografía de portada por ANCCOM