Por María Agustina Sabich*
La cuarentena arrasa con lo más extraordinario que producimos: el intercambio de miradas, la circulación de los cuerpos, las cualidades de los aromas, la presencia del bullicio, las salidas al recreo, los encuentros furtivos, la inminencia de lo espontáneo. El tejido social se vuelve compacto, rígido, hermético. La rutina, que es extenuante, ahora se vuelve maquínica, ininteligible, inabordable. La virtualidad exige una continuidad pedagógica que pone en primer plano la dimensión fática que toda comunicación supone y solapa la dimensión de los derechos ¿De qué manera la tecnologización ha permeado las formas de interacción que los profesores tienen con sus alumnos? ¿Cómo la digitalización atraviesa las prácticas de enseñanza de los diferentes niveles educativos? ¿En qué medida las transformaciones técnicas impactan en la subjetividad de las y los docentes?
Natalia vive en Ranelagh y es docente en el Nivel Superior. Como muchos otros profesores, tiene que reacomodar sus rutinas, sus dinámicas y sus tiempos de trabajo mientras que, en simultáneo, realiza estudios de posgrado para continuar perfeccionándose. Antes de la cuarentena, Natalia recuerda tener la oportunidad de realizar actividades recreativas durante las mañanas -correr, hacer deporte, dedicarse a las tareas de la casa, visitar a algún familiar-, ya que su carga horaria se desarrolla, fundamentalmente, en el turno tarde y en el vespertino. Sin embargo, el actual contexto de virtualización la lleva a repensar en cómo adaptar una cursada presencial a otra digital: “Me encuentro con diversas dificultades,por ejemplo, el hecho de tener que reorganizar la planificación, casi sistemáticamente, enfocarme en ciertas prioridades. Si bien soy consciente de que las escuelas tienen sus propias características, la bajada de línea de cada instituto hace que las actividades sean distintas para el trabajo que hacemos los profesores y para las limitaciones de los estudiantes. En mayor o menor medida, los obstáculos que ellos tienen yo también los tengo: mi pareja está estudiando y a veces coincidimos en algún Meet y el espacio y la conexión de mi casa no son suficientes porque la banda ancha no está al alcance de tanta exigencia”. Además de observar los condicionamientos físicos y de conexión, Natalia repara en algo interesante y es que muchas veces se siente presionada por las demandas de los alumnos: “Hay algunos estudiantes que te exigen la bibliografía completa -posiblemente, para poder imprimirla y economizar ciertos gastos- y me cuesta mucho hacerles entender que es algo que estoy diagnosticando de acuerdo a mis propias contingencias y también a las de otros estudiantes que no están en las mejores condiciones para cursar. Balancear todo eso, es decir, tener que estar atenta a las posibilidades y a las imposibilidades de cada uno, a mí me genera mucho estrés”.
En la Provincia de Buenos Aires las normativas y las orientaciones sobre los procesos de evaluación ponen en juego expresiones claras y estimulantes, pero no dejan de evidenciar la sobrecarga de tareas a la que los docentes se enfrentan. A título ilustrativo, la Circular Técnica Conjunta N° 1/2020 explicita que “la formación en el contexto actual exige [prestar] atención a las trayectorias reales [de los alumnos] aún con más cuidado que en el trabajo presencial”. De aquí se desprenden numerosas medidas institucionales que llevan a los docentes a reconfigurar, en un lapso ínfimo y forzado, los mecanismos, los tiempos y los criterios de evaluación; entre los que se pueden destacar: la alternancia de los encuentros sincrónicos y los asincrónicos, la simplificación de los contenidos, la adecuación del material de clase, la reinvención de los dispositivos de seguimiento y la convivencia mental con mesas de exámenes. Incluso, en el mismo documento, se indica una frase que llama la atención: “El desafío es apropiarnos de la virtualidad para hacerla más humana”. Como es habitual, a los docentes se les adjudican valoraciones colmadas de caminos uniformes, de horizontes optimistas, de futuros prometedores. Sin embargo, es en los silencios discursivos donde se visibilizan las condiciones de trabajo a las que están expuestos, condiciones que rozan una linea delgada entre la vocación de servicio, la contención humana y la vulneración precipitada de los derechos.
Mariela vive en Avellaneda y se desempeña como docente en el Nivel Inicial. Mientras conversamos, recuerda los momentos previos y posteriores a las clases aúlicas: tomar el colectivo, encontrarse con el personal de la institución, interactuar con otros colegas, conocer los trabajos que se están realizando en el jardín para inspirarse en los propios y ver a los familiares que retiran a los alumnos. En relación con su trabajo, recalca que le toma bastante tiempo llevar a cabo la transposición de una clase presencial a otra digital, sin que en ese pasaje no se pierda de vista lo lúdico, lo didáctico y lo atractivo. A su vez, Mariela destaca que en el nivel inicial la virtualización deteriora fuertemente la dimensión vincular y la comunicación oral con los alumnos, pero sobre todo, resalta la idea de que se incrementa la falta de autonomía de los chicos: “Para un niño, la sala es un ámbito de protección, de pertenencia y de encuentro, pero sobre todo, es un espacio en el que no están bajo la mirada de los padres. La virtualización trastoca todo eso, y si bien, puede ser una mirada bien intencionada, no deja de significar un peso para ellos”.
A los docentes se les adjudican valoraciones colmadas de caminos uniformes, de horizontes optimistas, de futuros prometedores. Sin embargo, es en los silencios discursivos donde se visibilizan las condiciones de trabajo a las que están expuestos, condiciones que rozan una linea delgada entre la vocación de servicio, la contención humana y la vulneración estrepitada de los derechos.
Una pandemia no solo disloca la subjetividad de los actores que intervienen en los procesos educativos, sino que también atenta contra la normalidad de las instituciones. Aunque en el último tiempo numerosas escuelas implementaron ciertas estrategias de virtualización, el aislamiento repentino demuestra de qué manera las lógicas modernas de enseñanza siguen permeando a los dispositivos pedagógicos y en qué medida -por tradición, por ideología, por falta de presupuesto, por burocracia- las escuelas oponen resistencia a la implementación de sistemas de comunicación networking. De hecho, en una nota de La Nación, se cuenta cómo, a pesar de las dificultades, los alumnos de cuarto grado de una escuela pública realizan una jura virtual a la bandera a través de la plataforma Zoom: por supuesto, en esta ceremonia no puede faltar la mano en el corazón y la entonación del himno nacional frente a la pantalla. No obstante, cuando se trata de la presencia de plataformas como TikTok en las que los alumnos se desempeñan con espontaneidad y promueven otras dinámicas de participación (incluso políticas), no faltan las descalificaciones, los juicios de valor y las expresiones negativas por parte de los adultos. Un hecho que pone en evidencia este comportamiento es la circulación de un video de una tiktoker que incita a sus seguidores a desinstalarse el Classroom porque la Resolución N° 1577-2020 deja sin efecto los cierres de bimestre, trimestre y cuatrimestre de todos los niveles.
Tal como especifica la periodista Melisa Molina en Página 12, en una encuesta de investigación realizada por Suteba, el 91,6 % de los profesores multiplica el tiempo de trabajo durante la pandemia. En simultáneo, el 57, 3 % de los actores consultados expresa que la jornada laboral semanal se incrementa a más de 6 horas y que el 43, 5 % no dispone de una computadora para uso exclusivo. La investigación enfatiza también que solo el 36,3 % de los maestros cuenta con un espacio adecuado para la realización de su trabajo y que el 75,4 % de ellos trabaja en dos o más escuelas, cuestión que los ubica en la necesidad de asimilar y coordinar diferentes lineamientos institucionales. Los datos aportados por la encuesta representan la situación de hiperprecarización en la que los docentes se encuentran porque son difusas, endebles y atemporales las rutinas de trabajo que los gobiernan. La exigencia de mantener una continuidad pedagógica con los estudiantes genera, además, una condición de sobrecarga de tareas en las que intervienen variables que atentan contra la tranquilidad laboral, como son, las rutinas domésticas, los hijos a cargo, los espacios reducidos, la enfermedad, la incertidumbre económica, los cambios anímicos, la convivencia full time, el cansancio físico y mental, la dificultad para conciliar el sueño y la saturación visual. A tal efecto, en otra nota publicada por Débora Slotnisky en La Nación se advierte que, en la actualidad, un número importante de consultas oftalmológicas gira en torno a la presencia de síntomas de ojo seco, astenopía y/o fatiga ocular, como consecuencia de la exposición permanente a los dispositivos electrónicos.
Aunque en el último tiempo numerosas escuelas implementaron ciertas estrategias de virtualización, el aislamiento repentino demuestra de qué manera las lógicas modernas de enseñanza siguen permeando a los dispositivos pedagógicos y en qué medida -por tradición, por ideología, por falta de presupuesto, por burocracia- las escuelas oponen resistencia a la implementación de sistemas de comunicación networking.
En esta misma línea, Carolina -que se especializa en el nivel terciario y en el nivel secundario- destaca dos situaciones recurrentes en su práctica como profesora: “Tengo estudiantes que tienen (o han tenido) familiares con Covid y a partir de que se inicia todo el proceso de diagnóstico y de hisopado, ya no es posible retomar el diálogo. También tengo otros estudiantes que tienen problemas de dolores de cabeza y de visión por la cantidad de horas a las que están expuestos a las computadoras. Tener conciencia sobre eso, para mí, es un hecho importante, entender que hay una sobreexposición y que para muchos estudiantes la cursada se está volviendo insalubre”. En paralelo, Carolina señala de qué manera esos episodios influyen en su labor cotidiana, bien sea para planificar tareas, bien sea para reestablecer el contacto: “Estos eventos redefinen mi relación virtual con ellos. En algunos casos, les propongo que se vuelvan a comunicar cuando puedan, es decir, cuando la situación se los permita. Sin embargo, no siempre puedo saber qué les pasa, y eso me posiciona en un lugar de incertidumbre constante, porque a veces se les escribe mucho, y en otras ocasiones, no se les escribe para no molestar. Todo ello me repercute tanto en lo anímico, como en los vínculos y en la comunicación”.
Melina vive en Wilde con su familia y es docente de nivel primario en un instituto de idiomas. Al igual que muchos otros profesores, considera que sus tareas se intensifican porque no es posible realizar un seguimiento en sincronía: “La actividad en grupos que hacíamos se tuvo que reducir al trabajo individual o, como mucho, a un trabajo de a dos y siempre como tarea para entregar. En la medida en que no estoy al lado de ellos, el proceso se convierte en un ida y vuelta de cosas para corregir sin cesar”. Pero también, Melina resalta la pérdida de la privacidad a la que muchos estudiantes están sometidos por diferentes circunstancias socioambientales, circunstancias que, para ella, son complejas de maniobrar a la distancia: “Cuando usamos Zoom no estamos entrando al aula sino que cada uno está entrando a la casa del otro a través de una pantalla. En ese contexto es posible que de fondo se escuchen gritos, que se escuchen discusiones familiares, ya sea por cosas de la casa, o por cosas un poco más graves; es posible oír hermanos llorando desconsoladamente y ver el comportamiento de los padres que no respetan el espacio de enseñanza porque alzan la voz demasiado fuerte y todo se escucha. Entonces no solo yo, sino todos los alumnos, nos vemos expuestos a mostrar las realidades de nuestros hogares, de nuestras familias, lo que implica un esfuerzo por permanecer en una escuela inexistente.”
El establecimiento de una continuidad pedagógica es vital para los tiempos de aislamiento social, pero también es vital el cuidado y la protección integral de las personas de carne y hueso que garantizan y sostienen el funcionamiento de una educación pandémica sin descanso. Como bien sintetiza Régis Debray: “No porque pongamos al mundo en red podremos vivir esa red como un mundo (…) ¿No debemos distinguir, en este ámbito, entre lo funcional y lo existencial?”.
* Magíster en Comunicación y Cultura (FSOC-UBA), Licenciada y Profesora en Ciencias de la Comunicación por la misma casa de estudios. Es becaria de culminación de doctorado UBACyT y docente de Semiótica de los Medios II de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA. Trabaja temas relacionados con la educación, la comunicación y los medios. Mail: agustina.sabich@gmail.com