Una moción para sintetizar el imaginario punitivo

Por Marianela Nappi*

Ya todxs sabemos que la “nueva normalidad” es algo parecido a ese partido que todxs quisiéramos relatar. Tal es así que “el nuevo orden mundial” empezó a ser teorizado desde el minuto cero y diversas dimensiones nos permitieron empezar a pensar en nuevas formas de abordar la pandemia que habitamos.

Frente a algunas de estas reflexiones podemos decir que hay conjuntos de enunciados que estructuran prácticas discursivas que parecen re-adaptarse, conforme a la temporalidad contingente que las constituye. Acostumbradxs a los sintagmas que atraviesan nuestra cotidianeidad teórica, pero sobre todo práctica, la pretendida y simulada “nueva” normalidad nos devuelve formas discursivas en las que el discurso político y público se ha reconfortado (y regocijado) durante los últimos años: la metáfora belicista como respuesta a todo.

Confinada, hasta acá, la metáfora de la “lucha” a un campo discursivo estable (pero contingente) como el de la seguridad o el delito, a través del cual la clase política se disputó el “contra”, de acuerdo al proyecto de país propuesto – “contra la inseguridad” o “contra el narcotráfico”, según corresponda al paradigma securitario presentado-; la “lucha” ahora deviene frente a algo desconocido pero demasiado amplio para ser capturado. Un enemigo invisible contra el cual todxs – esta vez – estamos dispuestos a “combatir”: el Coronavirus.

La posibilidad de lo invisible es también la posibilidad de lo in-imaginado. Es aquello que jamás vimos pero que tampoco será visto, hasta ahora, más que en el género “distópico”. Es tan o más imposible de ser capturado como parecen ser los significantes “inseguridad” o “narcotráfico”. Más ancho, más flotante, más vacío. Y aquí es quizás donde podemos empezar a pensar la nueva forma discursiva que se nos presenta en la escena pública de los últimos meses.

Acostumbradxs a los sintagmas que atraviesan nuestra cotidianeidad teórica, pero sobre todo práctica, la pretendida y simulada “nueva” normalidad nos devuelve formas discursivas en las que el discurso político y público se ha reconfortado (y regocijado) durante los últimos años: la metáfora belicista como respuesta a todo.

Nadie tardaría más de un minuto en poder representarse un delito o una forma de este. Los medios de comunicación, la industria cinematográfica de los últimos tiempos y un vasto corpus literario y científico en torno al tema, proponen diversas formas de acudir a aquellas imágenes mentales que se nos presentan producto del imaginario social instituido, tal como lo plantea Castoriadis. Ahora bien ¿Quién representa entonces a este “enemigo invisible”?

Demasiado amplio para ser capturado, debería ser un título de algo, pero por ahora es una forma de poder denominar a ese virus que recorre el mundo, que infecta, que produce muertes y calamidades políticas, sociales, culturales y económicas. La imposibilidad de “captura”, ya que hasta ahora no hay vacuna que permita “vencerlo”, por ejemplo, también imposibilita la necesidad imperativa de la lógica punitiva que establece la “lucha” de exculpar y atrapar.

Para poder pensar esto debemos partir de un piso común y decir que las formas de matrizar las demandas sociales de carácter securitario están compuestas por ciertas reglas y lógicas que permiten su construcción y constitución dentro de los límites posibles de lo decible en materia de seguridad: un Estado “ausente”, una víctima, un culpable, un delito, una norma que se infringe, un sistema que condena y un pedido de justicia. Más allá de los niveles de abstracción a la hora de delimitar el elemento “contra el cual luchar”, casi siempre las lógicas representadas por los medios de comunicación y el discurso político, principalmente, funcionan dentro de esas reglas de juego discursivas.

Ahora bien, la imposibilidad de delimitar en figuras concretas, sustanciales y absolutas al “enemigo” que se nos presenta en los cuerpos infectados, enfermos y en camas ocupadas, empieza a producir fisuras cada vez más profundas en el esfuerzo de las formas por representar y despojarlo de la in-visibilidad. La necesaria y urgente materialidad con la que nos es posible nombrar y categorizar nuestra cotidianidad, empieza a forzar el sintagma que reúne legitimidad política para gobernar.

Las lógicas y las reglas discursivas que mencionamos antes construyen una búsqueda implacable cuando los elementos que componen su repertorio discursivo no están completos conforme a su tradición. Comienza entonces una “caza de brujas” que intenta ponerle rostro a la amenaza constante e invisible: “un virus que tienen lxs que vienen de Europa”, “los que rompen la cuarentena”, “lxs de Villa azul”, “lxs que viven hacinadxs”, “la que se acercó mucho en el supermercado”, mi mama, mi hermana, mi vecino. Son todxs y cada unx, por no es ningunx. Todxs somos inocentes hasta que nos testean.

La imposibilidad de delimitar en figuras concretas, sustanciales y absolutas al “enemigo” que se nos presenta en los cuerpos infectados, enfermos y en camas ocupadas, empieza a producir fisuras cada vez más profundas en el esfuerzo de las formas por representarlo y despojarlo de la in-visibilidad.

El enemigo invisible se nos presenta como algo inminente y próximo. Mucho más próximo de lo que estaríamos dispuestxs a aceptar en materia de seguridad. No salimos pensando que nos van a robar, pero sí que nos podemos contagiar. La contra-identificación silenciosa pero no menos riesgosa de esx “otrx” amenazante – que encarnan conjuntos de la sociedad heterogéneos pero que siempre conducen y estigmatizan a lxs mismxs- organiza la instalación de dispositivos de masificación (sobre-información en los medios de comunicación tradicionales y redes sociales, comunicación sanitarista, recursos sobre qué hacer y cómo actuar frente a los peligros que subyacen más allá del virus) y de control social que devuelven la imaginación a su configuración discursiva estable: hay que vencerlo, combatirlo, aniquilarlo, diseccionarlo, aún a costa de atentar contra los cuerpos de aquellos agentes portadores. Linchamientos, marcas de aerosol en las casas para marcar cuerpos infectados, líneas telefónicas de denuncias contra quien se anime a romper la norma, son algunas de las acciones al alcance del ciudadanx a pie.

La construcción discursiva en relación a la delimitación del SARS-CoV-2 como un “enemigo invisible” que recorre de punta a punta el mundo puede funcionar como un elemento urgente y necesario para los manuales de comunicación de riesgo tan de moda en estos tiempos, ya que su abstracción permite generar estrategias de comunicación política que produzcan intervenciones estatales de auto-cuidado y cuidado comunitario. Sin embargo debemos estar atentos ya que, en el mismo giro, las tradiciones histórico-discursivas como la securitaria, por ejemplo, con sus lógicas y reglas pre-fijadas, pueden someter(nos) a una nueva forma de sintetizar la pulsión punitiva que late y tiembla al interior de nuestra sociedad.

Es por eso que debemos y necesitamos imaginar nuevas formas de nombrar el mundo sin que ellas conlleven a la articulación discursiva de fenómenos que, ligados a sus propias normas o reglas constitutivas del campo al que pertenecen y tensionan, pueden clausurar, radicalizar y abrir nuevas formulaciones de odio y expulsión dentro de nuestra trama social y política.


* Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Integrante del Grupo de investigación sobre Comunicación, Política y Seguridad FSOC/UBA.

Fotografía de portada por Alexandre Schneider/Getty Images