Mentime que me gusta

Por Federico Corbiere*

El aislamiento a escala global puso una vez más en crisis el sistema-mundo capitalista. En tanto la OMS promueve acciones consensuadas para atenuar la proliferación del coronavirus, el efecto económico de las medidas preventivas adoptadas por los gobiernos locales muestra soluciones temporales con salidas administradas diferentes, frente a la encrucijada por resolver el golpe que sufren las economías locales, las industrias globalizadas chino dependientes y el mundo financiero internacional. En tanto los ciudadanos con acceso fijo a Internet nos quedamos en casa y pasamos el rato consumiendo datos, hablando por Whatsapp o Zoom, entre otras plataformas de infoentretenimiento.

Tomando las últimas estadísticas, en Argentina estamos mal pero no tan mal. En otras palabras, seguimos haciendo la parabólica humana como en los años noventa para tener señal pero nos mantenemos en línea. Según la Cámara Argentina de Internet (CABASE) en septiembre de 2019, nuestro país contaba con 9.164.684 conexiones de banda ancha, equivalente a un 65,8 por ciento de penetración en los hogares. Por su parte, para el INDEC, 8 de cada 10 personas que habitan en conglomerados urbanos usaban datos desde un teléfono celular, conforme lo indica la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) durante el último tercio del año pasado.

Esos consumos concentrados en las ciudades coinciden con los lugares en donde más contagia el Covid-19. Es allí donde el flujo de informaciones circula a gran escala, con la particularidad de hacerlo por canales de comunicación no formales como los medios sociales, desde Tik-Tok entre los más pibitxs, Instagram para adolescentes (y no tanto), Facebook, en rangos etarios que superan los 30 años, o Whatsapp, para todas las edades.

Whatsapp pertenece a Facebook desde 2014 y Zoom es la herramienta de moda, mientras otras plataformas de contenidos nos divierten hasta morir de aburrimiento. Si bien Netflix ocupa el centro del firmamento de las plataformas bajo demanda, la vaca lechera sigue siendo el cable tradicional hiperconcentrado en los paquetes de cuádruple play. En Argentina el conglomerado Cablevisión/Fibertel – Telecom/Personal es el principal beneficiario gracias a sus prácticas de dumping desde la aprobación de su fusión en 2018.

Así las cosas, en términos generales los estados nacionales instrumentaron diversas estrategias para combatir la pandemia aprovechando las comodidades de la vida burguesa. Algunos optaron por preservar el máximo bien jurídico que debe proteger cualquier gobierno: la salud e integridad de las personas. En tanto presidentes como Donald Trump eligieron la bolsa en lugar de la vida.

Incluso el magnate responsabilizó a la Organización Mundial de la Salud (OMS), y la acusó de encubrimiento a pesar de advertir el 31 de diciembre de 2019 sobre los hechos en Wuhan (China) y, un mes calendario más tarde, en declarar la emergencia sanitaria global. A mediados de abril Estados Unidos suspendió su contribución a ese organismo (u$s 400 millones, en 2019).Pero se trató de un pretexto. Trump rechaza que el organismo siga mandando ayuda humanitaria a su enemigo comercial.

Los estados nacionales instrumentaron diversas estrategias para combatir la pandemia aprovechando las comodidades de la vida burguesa. Algunos optaron por preservar el máximo bien jurídico que debe proteger cualquier gobierno: la salud e integridad de las personas. En tanto presidentes como Donald Trump eligieron la bolsa en lugar de la vida.

Para pensar la comunicación en tiempos de pandemia podemos hacerlo desde dos ejes. El del flujo constante de información, a escala global y horizontal descrito por el analista de medios Pablo J. Boczkowski en su artículo sobre La postverdad (2017), publicado por la maravillosa revista Anfibia (un espacio ineludible para el mondongo ilustrado que gusta de artículos con horas nalga de trabajo).

El investigador deja en suspenso el análisis de “cámaras de eco” y “burbujas de filtro” por las cuales Trump torció el rumbo electoral que lo llevó a la presidencia en 2017, al contratar a la empresa Cambridge Analytica, que compró los datos personales de 87 millones de perfiles de Facebook en Estados Unidos, de los cuales establecieron 5000 puntos de interés para orientar el voto indeciso.

En este eje horizontal se mezcla el empeño deliberado de las empresas y los errores (sin real malicia) por parte de periodistas atolondrados que genera en los lectores de noticias un descrédito absoluto sobre la veracidad de las mismas. Para el autor, aquí hay una suerte de “curaduría algorítmica” mezclada con una crisis cultural generalizada en todos los ámbitos sociales, se trate del periodismo, la salud o la escuela. En ese terreno se reproducen las fake news con comodidad.

Pero esta horizontalidad debe cruzarse inexorablemente con el eje vertical de la globalización y los mercados. Los ciudadanos digitales cedemos nuestros datos personales como moneda de cambio. Nos gusta que nos mientan. Sabemos que el combo grande de McDonalds siempre trae papas pequeñas (a lo sumo regulares), y es parte de la retórica pluralista que nos propone integrarnos a un mundo único al que debemos cuidar sin decirnos que somos parte del índice Big Mac. Acá en Argentina, en Estados Unidos y en la isla de Hong Kong.

Las redes sociales emulan el “boca en boca” de la tradición oral, juegan al teléfono descompuesto, creando ambientes de información insuficiente o falsa pero que moviliza las pasiones en una sociedad que tiene los smartphones como extensiones del cuerpo.

Confiamos en que nuestros amigos de FB son buenos y cuando escuchamos (si nos enteramos) que Google News Initiative o FB Journalism Project van a mejorar el periodismo y mundo les creemos. Todo a pesar de Trump, de los Panamá Papers, de las wikifiltraciones del Pentágono o del trabajo esmerado de organizaciones de chequeadores que detectan lo que definen con poca claridad como “desinformaciones”. Las llamadas desinformaciones no son otra cosa que operaciones de prensa. La mayor parte de las veces se trata de distorsiones orquestadas para informar mal, a propósito, y como una herramienta desleal de descalificación política.

Las redes sociales emulan el “boca en boca” de la tradición oral, juegan al teléfono descompuesto, creando ambientes de información insuficiente o falsa pero que moviliza las pasiones en una sociedad que tiene los smartphones como extensiones del cuerpo. Estamos fascinados por el sexto sentido de las tecnologías que descubrió Marshall McLuhan en 1964, y del que suele hablar el creador de Mediamorfosis, Damián Kirzner, para comprender el juego que abre la dinámica constante con múltiples pantallas.

Pero hoy los ejes del poder vertical se cruzan con la ilusión de horizontalidad que no es lineal como en los tiempos de teléfonos de disco y cable enrulado. La comunicación es inmediata. Los ruidos reproducen rumores que se tornan verdaderos en redes distribuidas, y estos impactan de golpe y hacen saltar la cadena.

Che,¿sabías que un científico loco en Francia descubrió un tratamiento súper eficaz para el Covid-19? Ah no, mala mía parece que no funciona. Lo vi en Instagram.


* Lic. en Ciencias de la Comunicación y Magister en Periodismo, con especialización en Gestión y Planificación de la Actividad Periodística. Docente en la Facultad de Ciencias Sociales. Entre otros medios trabajó en la Revista Tres Puntos, Radio UBA y la Agencia Télam. En la actualidad integra el equipo de la Subdirección de Estudios y Archivos Especiales de la Biblioteca del Congreso de la Nación.