Por Victor Taricco*
Mucho se ha escrito, y mucho se escribirá, sobre las consecuencias del COVID-19 y el distanciamiento social que se impone como forma más efectiva para evitar su propagación. Como si de una paradoja bibliográfica se tratara, el fantasma que recorre Europa (y el mundo entero), no es el de un movimiento político igualitario, sino el de una amenaza sobre la continuidad de la especie humana sintetizada en una cadena de ARN de 60 nanómetros de diámetro.
Así como otra pandemia, la del Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), cambió para siempre las formas más radicales de nuestra intimidad, creemos que la propagación del SARS-CoV-2 dejará sus marcas sobre la instancia social donde se dirime el destino común, donde nos constituimos como actores políticos y donde desplegamos la capacidad transformadora a través de la acción política; es decir el espacio de lo público.
Si esta enfermedad, en su rápido despliegue global, ha demostrado que lo único realmente esencial que debe circular es la corporalidad de aquellos y aquellas que no tienen otra mercancía que ofrecer que la de su fuerza de trabajo; la imposibilidad de intervenir en el espacio público, sea en la calle o en la plaza, impide que esa verdad a la vista de todos y todas, tenga el imprescindible correlato político para producir la modificación imprescindible del orden de cosas dadas.
En este punto es necesario aclarar que no entendemos que el espacio público sea solamente aquel espacio físico donde los individuos pueden ejercer sus derechos de ciudadanía, sino más bien la instancia social, sin localización específica, donde se pugna con otros por el sentido de lo que conocemos como interés general o interés común. Como es ya bien sabido, en nuestras sociedades actuales, por su extensión y densidad poblacional, la producción social de sentido se desarrolla, a varios niveles, a través de tecnologías de la comunicación como la prensa escrita, la radio, la televisión, las redes sociales y distintas plataformas de comunicación.
La propagación del SARS-CoV-2 dejará sus marcas sobre la instancia social donde se dirime el destino común, donde nos constituimos como actores políticos y donde desplegamos la capacidad transformadora a través de la acción política; es decir el espacio de lo público.
Quizás alguien pueda señalar, y con razón, que la desigualdad en el acceso a estas tecnologías, constituye ya hoy una barrera de acceso al espacio público, al conocimiento y debate sobre los asuntos que hacen a la vida en común; pero este señalamiento, justo y necesario, no obtura las incertidumbres que la denominada “nueva normalidad”, en tanto forma específica de ejercer la ciudadanía con distanciamiento social, proyecta sobre el futuro.
Por este motivo creemos relevante acercar algunas reflexiones sobre las posibles transformaciones que pueden producirse por esta obstrucción que nos obliga a repensar la dimensión del encuentro social, del contacto material con otros, de la experiencia propia y compartida de la construcción de sentido, es decir, de la construcción social (y política) del mundo en el que vivimos.
Como hemos señalado, lo problemático del ASPO, como forma más efectiva de evitar la propagación del COVID-19, no se encuentra en la profundización de la mediatización del intercambio social, sino en la desaparición de uno de los límites exteriores a ese proceso virtual de significación, que representa el encuentro cara a cara, la fricción comunicativa si se nos permite el giro, que se produce en el encuentro con otros en el espacio público.
Por eso no responsabilizaremos a las tecnologías de la comunicación, que sin estar completamente inventadas han servido para llevar adelante, con múltiples dificultades, clases, encuentros entre amigos o familiares, sino a una idea que pretende señalar que este tipo de conexiones son capaces de reemplazar término a término la experiencia de encuentro presencial, el intercambio o la movilización social.
Donde intentamos colocar el acento en este texto, es en señalar que lo que corre peligro en esta “reproducción técnica del contacto”, además del evidente extravío del aura del encuentro entre las personas, es que el despliegue inagotable de las fantasías (y los fantasmas) que se establecen en el pensar solo o sola, pierden en la no confrontación con el otro, su posibilidad de objetivarse, de ubicarse en el tiempo y el espacio (social), al que pertenecen.
Como señala Sergio Caletti, cuando a la construcción social de sentido falta la dimensión constitutiva del contacto cara a cara “el conjunto de los acontecimientos de la vida social viene dado a nuestra vida desde un no-lugar, casi como en un sueño, hasta el lugar mismo en que sabemos que no son ni serán nuestra cocina, nuestra sala o dormitorio.”
Organizado sobre los límites de la esfera de la intimidad, la arquitectura del espacio público que determinan las nuevas tecnologías de la comunicación, en tanto gramáticas de producción de sentido, prefiguran un régimen de visibilidad que no remite a las imágenes del ágora griega, el debate parlamentario o la ocupación política de la calle, sino a las distopías de la ciencia ficción o el cine clase B.
Lo que produce que nuestra existencia material se encuentre confinada a la cocina, el living o el dormitorio y mediada con nuestro exterior (constitutivo) a través de pantallas y dispositivos, es la imposibilidad de certificar la propia posición en el mundo a través del contraste con las opiniones y gestualidades de los que nos rodean.
Organizado sobre los límites de la esfera de la intimidad, la arquitectura del espacio público que determinan las nuevas tecnologías de la comunicación, en tanto gramáticas de producción de sentido, prefiguran un régimen de visibilidad que no remite a las imágenes del ágora griega, el debate parlamentario o la ocupación política de la calle, sino a las distopías de la ciencia ficción o el cine clase B.
Retomando nuevamente las reflexiones del profesor Caletti, es posible conjeturar que a futuro “la función fática, destinada a establecer, asegurar y disfrutar del contacto” con el otro, se imponga como modalidad central de los intercambios en el espacio público aun más mediatizado, desplegando un tipo de comunicación donde “cualquier confrontación de ideas resulta a veces ajena, a veces primitiva y casi violenta” deteriorando así, la ya muy deteriorada esfera de la autorrepresentación y la vida en común.
Si el objeto de estas reflexiones se diluye en el futuro ante la fuerza redencional de una vacuna o de un tratamiento retroviral que reduzca a los mínimos perceptibles la carga viral de esta enfermedad, habrá quedado al menos el intento de escapar al soliloquio que impone el confinamiento o el reducido circuito de contactos que se establecen el reducido circuito que se compone con los comercios de cercanía.
* Licenciado en Ciencias de la Comunicación UBA. Co-titular del Seminario Optativo de Comunicación Política. Integrante del Grupo de Estudios Críticos sobre Ideología y Democracia (GECID)-IIGG.