Por J.P. Zooey*
Tierra
El escarabajo llamado “enceguecido” es capaz de moverse a dos metros y medio por segundo; mide dos centímetros, esto indica que se desplaza a ciento veinticinco cuerpos por segundo. La velocidad del escarabajo equivale a la de un hombre que corriese a ochocientos diez kilómetros por hora. El escarabajo corre para toparse con una hembra, pero sus ojos no son capaces de procesar la cantidad de fotones necesarios para enfocar el objetivo, por lo que debe detenerse repetidamente y volver a orientarse. En general, el escarabajo le yerra, ella lo mira trazar líneas en torno suyo formando la extraña figura geométrica de su ciega obstinación amorosa. La hembra, llamada “escarabajo romántica”, podría afligirse y marcharse. Sin embargo se siente biológicamente atraída hacia un macho tan obsesivo y errabundo, melancólico y raro geómetra, y ella es quien finalmente lo topa y se le entrega. Así, para el enceguecido, en el errar se origina su acierto. Nunca lo entenderá, pero copula y vuelve a correr. Sin conciencia, tal vez tenga fe.
Aire
En la Amazonia existe una flor que atrajo la atención de ciertos jesuitas. La flor del árbol Fogo no rio vive desprendida de las ramas, en flotación, y se nutre del nitrógeno del aire. A simple vista parece un diamante, sus pétalos son transparentes y resplandecen: ella es bioluminiscente. Por la noche, en las orillas donde hay árboles Fogo no rio, entre las copas y el río, es posible ver grupos de la diamante del aire brillando y temblando por la brisa como si microbailaran. En condiciones normales la flor tiene siete pétalos que por separado son heptágonos. Cada pétalo, en el vértice inferior, tiene un orificio. Nada une los pétalos entre sí, si no fuera por la mosca blanca la flor se desharía. Es una mosca diminuta, una mota de vida casi invisible que vuela en círculos hilvanando rapidísimamente los orificios de los vértices de los pétalos y reuniéndolos por la estela de su velocidad, la misma velocidad ascendente que sostiene la flotación de la flor. La diamante del aire no tiene conciencia de la mosca blanca que la hilvana: cree vivir en la milagrosa quietud en la que la sabiduría de las cosas hace que se reparen continuamente para ser ellas mismas. Y sin conciencia de la bella existencia de la mosca que la horada, la flor tiene mismidad.
Agua
La “trucha steelhead”, en las noches de luna creciente, nada a contracorriente en el sur del río Mississippi. En esa zona el río fluye a dos kilómetros por hora. La trucha debe nadar a dos kilómetros por hora sólo para mantenerse en el mismo sitio. En la noche, la trucha busca mantenerse en el mismo lugar porque bajo la aureola de la luna creciente encuentra más alimento, y además no quiere salir del claro. Hay otra causa: la luz de la luna libera los depósitos periféricos de serotonina en el cerebro del pez y le hace experimentar un potente placer. Cuando aparece la luna llena, el placer alcanza el éxtasis y la trucha se relaja; entonces se deja llevar por la corriente. Pero ve, sorprendida, que la luna está en todas partes. Y la trucha se siente una con ella, con la corriente, y copula en movimiento con peces de distintas vertientes. Pero la trucha, ella misma, sin conciencia del espejismo que es ver la luna en todo el río, se siente corriente omnisexual.
Fuego
En la novela de Jim Dodge, Stone Junction, el protagonista Daniel Pearse se recuesta en la playa bajo las estrellas y recuerda sus días junto al maestro Wild Bill en un lago entre las montañas. “Cada noche clara en el Lago Sin Nombre, Wild Bill había pasado al menos media hora mirando fijamente el firmamento nocturno. Cuando Daniel le preguntó si lo que hacía era una especie de meditación, Wild Bill había afirmado que las estrellas eran en realidad fraguas de alquimistas y que él encontraba simplemente tranquilizador ver tantas almas trabajando”. Así, sin conciencia, encaramados en sus estrellas, con su labor los alquimistas guían a los navegantes en la oscuridad.
Electricidad
Hay una conciencia del Universo que se la pasó encendiendo estrellas, prendiendo fuego rocas en el espacio. Una parte de esa conciencia está en el planeta Tierra, ha olvidado su origen extraterrestre y se llama humanidad. Ha tendido fibras de comunicación ultraveloz y de electricidad en las fraguas modernas de energía emocional. Ha sembrado luz. La electricidad pronto hará de la Tierra una esfera incandescente azul, dorada y rojo corazón. Así la conciencia fabricará una estrella eléctrica donde quedarán, después de todo, flores de luz, restos de la civilización, iluminándose unas a otras. Tan conscientes, se abrirán un momento, en el instante universal de la soledad.
* Cursó periodismo en la UBA. Publicó Sol artificial (2009, 2017), Los Electrocutados, por el que obtuvo en España el premio Nuevo Talento que otorga FNAC (2011, 2016), Tom y Guirnaldo (2012), Te quiero (2014), y ¡Florecieron los neones! (2018).