El espectáculo televisivo en tiempos de Covid-19

Por Mayra Alvarado*

A las 21.56 horas del lunes 15 de junio Rodolfo Barilli, desde Telefé Noticias, anunciaba la primicia: “un colaborador del equipo de producción del programa El Precio Justo ha dado positivo en el test de Coronavirus”. Este fue el punto de inicio de lo que se dio a conocer en los zócalos de varios programas como La ruta del virus en la televisión.

En las horas posteriores a la primicia se supieron detalles de lo ocurrido. Un productor del programa, luego de 48 horas con fiebre, habría confirmado su diagnóstico. En línea con el protocolo y las medidas dispuestas desde el Ministerio de Salud, el equipo de Telefé contactó a todas las personas que habían tenido un vínculo cercano con él y comenzaron el aislamiento correspondiente. Entonces, ¿qué hizo tan relevante este caso?, ¿qué es lo que lo distingue de otros contagios menos públicos? En definitiva, las figuras del espectáculo: una de las personas que tuvo un contacto estrecho con el productor contagiado había sido Lizy Tagliani, la conductora del programa. A su vez ella -siguiendo la ruta del virus- había tenido contacto con las celebridades que acudieron al programa y que además suelen circular por otras emisiones como entrevistados o participantes de diversos juegos. Así, la posible viralización del Covid-19 por el mundo de las celebridades comenzó a escalar. Sabemos que ya es un fenómeno cotidiano que la televisión construya discursos y juicios de valor sobre sus propias prácticas, y que los programas se retroalimentan unos a otros en un accionar metadiscursivo propio del medio. Sin embargo, en los últimos días, tras conocerse este contagio, se abrió un debate público sobre el rol y los sentidos de la pantalla chica en nuestro país.

Pero sigamos la ruta cronológica: al día siguiente e instalado en los medios como “El tema que preocupa a la televisión” los juicios de valor circularon en diferentes programas de chimentos y farándula -pero también en noticieros, magazines y programas periodísticos-. Ya no sólo se escuchaba acerca de las cadenas de contagio, la curva, de cuántos hisopados eran necesarios o de la importancia del aislamiento, sino que un nuevo tópico se hacía presente: ¿por qué los programas de espectáculo y entretenimiento se sostienen al aire en este contexto?, ¿las figuras del espectáculo son “esenciales”?, ¿los y las grandes conductores/as de televisión son necesarias en este contexto?, ¿todos los programas televisivos que se emiten tienen que hacerse desde los estudios?, ¿existen emisiones más legítimas que otras?, ¿quién determina las prioridades?

Ya no sólo en los programas de espectáculo y chimentos encontramos una fuerte influencia del recurso del escándalo, sino que los relatos que circulan por programas periodísticos o de entretenimiento también centran el abordaje temático desde el conflicto, el escándalo y la dicotomía entre lo que está bien y lo que no; es decir, configuran el énfasis de la noticia en esa dirección.

Este caso mediático nos permite echar luz sobre los modos y las narrativas con las que la televisión problematiza ciertas temáticas. Ya no sólo en los programas de espectáculo y chimentos encontramos una fuerte influencia del recurso del escándalo, sino que los relatos que circulan por programas periodísticos o de entretenimiento también centran el abordaje temático desde el conflicto, el escándalo y la dicotomía entre lo que está bien y lo que no; es decir, configuran el énfasis de la noticia en esa dirección.

El Covid positivo de El precio justo desató una serie de discusiones donde lo moral y lo éticamente correcto se utilizó como vara de análisis.¿Con qué necesidad tiene que estar Andy Kusnetzoff al aire?”, “¿Juanita Viale es indispensable?”, “¡No hace falta que los famosos se pongan a jugar en este contexto!”, fueron algunas de las frases que se escucharon durante ese martes en la televisión. Y la respuesta a estos interrogantes y reclamos llegaría de la mano de Jorge Rial: “programa que no sale, programa que cierra”.

La industria audiovisual también convive con las consecuencias económicas de esta pandemia. La suspensión por tiempo indeterminado de los rodajes produjo una caída abrupta del empleo en el sector. Sólo en el mes de abril se calculó una pérdida de aproximadamente 2000 puestos de trabajo en lo que se refiere al cine y la publicidad.

Mantener a grandes figuras en la televisión no sólo está ligado a la relevancia o esencialidad de las mismas, sino a sostener la estructura comercial, y sobre todo los puestos de trabajo, involucrados en los programas. Muchos de esos famosos que circulan por los estudios televisivos, una y otra vez, cobran por participar como invitados (posiblemente el único ingreso de muchos de ellos). Entonces, sostener una televisión lo más parecida a la que conocíamos no sólo introduce la pregunta acerca de su carácter esencial en tiempos de pandemia, sino también sobre la sustentabilidad económica de un sector que se hunde vertiginosamente.

Estos programas que lideran los ratings de la grilla televisiva se sostienen por el interés de sus audiencias. La televisión genera identificación, habilita horizontes posibles, ayuda a transitar las penurias personales, acompaña en estos momentos de extrema soledad y puede dar sentido a las experiencias de vida de los sujetos.

Sin embargo, no todo se trata de la economía política de la comunicación, sino también acerca de cuáles son los sentidos que se construyen alrededor de la televisión. Entendemos que, en gran medida, estos programas que lideran los ratings de la grilla televisiva se sostienen por el interés de sus audiencias. La televisión genera identificación, habilita horizontes posibles, ayuda a transitar las penurias personales, acompaña en estos momentos de extrema soledad y puede dar sentido a las experiencias de vida de los sujetos.

Ya es un clásico escuchar frases como que la televisión es la caja boba, un medio de comunicación vacío de contenido, o que sólo sirve para quemar neuronas, pero, ¿qué hacen en realidad los consumidores con el contenido que reciben de la televisión?, ¿hay producción y resignificación a partir de aquello que miran?, ¿no existen saberes y destrezas adquiridas en la experiencia de mirar televisión? No pretendemos tampoco idealizar a la industria televisiva ni invisibilizar los estereotipos que reproduce, las violencias que sostiene y fomenta en algunas de sus emisiones. Sin embargo, el desafío está en desmontar estos señalamientos morales para comprender que hay producciones mediáticas que, además de sostener puestos laborales en contextos de emergencia económica, otorgan sentido a la vida de las audiencias.

En definitiva, lo que se pretende señalar es la relevancia de poder colocarse en el lugar de aquellas personas que consumen, dentro de la industria televisiva, propuestas consideradas como vergonzantes, poco serias o de baja calidad.

Sólo entendiendo sus motivaciones y los sentidos que ellas le otorgan podremos lograr no sólo romper con los prejuicios sino concederle a la reapropiación, los desvíos y la agencia de las audiencias, el lugar que merece en los análisis de la sociedad contemporánea.


* Licenciada en Ciencias de la Comunicación, maestranda en Comunicación y Cultura (Fsoc/UBA). Docente del Profesorado de la Facultad Ciencias Sociales (UBA). Integrante de la Coordinación de Investigación Cultural del Ministerio de Cultura de la Nación.

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