Diarios de cuarentena

Por Yael Castro*

“El virus no discrimina. Podríamos decir que nos trata por igual, nos pone igualmente en riesgo de enfermar, perder a alguien cercano y vivir en un mundo de inminente amenaza. Por cierto, se mueve y ataca, el virus demuestra que la comunidad humana es igualmente frágil. Al mismo tiempo, sin embargo, la incapacidad de algunos estados o regiones para prepararse con anticipación, el refuerzo de las políticas nacionales, el cierre de las fronteras y la llegada de empresarios ansiosos por capitalizar el sufrimiento global, todos dan testimonio de la rapidez con la que la desigualdad radical, que incluye el nacionalismo, la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres, las personas queer y trans, y la explotación capitalista encuentran formas de reproducir y fortalecer su poderes dentro de las zonas pandémicas. Esto no debería sorprendernos.”

Judith Butler  «Capitalism Has its Limits»

Quiero contar mi historia sobre un día diferente dentro de mi Cuarentena. Después de 42 días viví la experiencia de salir de mi casa. Tuve sentimientos encontrados… “miedo vs libertad”. Por un lado el “yo=miedo” que me decía que ahí afuera estaba el virus, que tenía que quedarme en casa y que debía cuidarme.

Por otro lado estaba el “yo=libertad” que me decía que aprovechara el aquí y el ahora de poder salir. Pero ¿salir para qué? Salir porque debés cumplir con tu trabajo que se basa en garantizar los derechos de otras personas, menuda responsabilidad para los tiempos que nos apremian. Salir cuando tu función es dar lo mejor de vos para que otros aprendan el valor de identificar a personas. Así que tomé el valor que el “yo=libertad”me ofrecía y salí a enfrentar el día.

No salí sola, salí con el protocolo de seguridad que el “yo=miedo” había preparado. Consistía en caminar hasta el trabajo, tratando de no cruzar a nadie, caminar zigzagueando, esquivando a ese otro que, de alguna manera, era posible portador del virus y, por supuesto, al llegar desinfectar todo. Pero lo más importante siempre era no tocarme la cara. Que difícil tarea, porque cuando llevás lentes de sol más barbijo es imposible que tu mente no te diga que querés rascarte. Así que había que controlar a la mente para no tocarme.

Salí con tiempo por si me paraba la policía, yo en definitiva ya había cumplido mi parte y tenía mi certificado para circular con la excepción habilitante durante esos días, y esa manera iba a poder caminar tranquila. Ese tiempo me permitió recorrer la ciudad, mi ciudad, desde otra perspectiva.

El “yo=libertad” celebraba el estar al aire libre, sentir la brisa del viento en la cara, escuchar a los pájaros (que pocas veces se escuchan en la ciudad) y observar las veredas limpias. Celebraba el no cruzar a la gente que se desespera por salir a comprar, a gastar, a los bancos y a mirar vidrieras, a gastar y gastar sus energías de manera impulsiva.

Sentí la ciudad más linda. La verdad es que me gusta la ciudad cuando está tranquila. Me gusta por las mañanas cuando salgo a correr y entrenar o por las noches cuando el silencio y las luces se apoderan del vacío y construyen la sensación de soledad, en demasía.

Al “yo=miedo” le molestaban los fumadores que se le arremetían, los observaba sin sus barbijos, sin tapabocas, sin energía, ya que siempre en general me molestan, porque claro está, soy deportista, y eso me ofendería. Pensaba también, que pasaría con toda la gente que vive en situación de calle, sin desinfectarse, a la intemperie, incluso, a veces, sin comida, y estos pensamientos me angustiarían. También pensaba en los médicos, el personal de salud, o de comercios, los verdaderos protagonistas, aquellos que ponen el cuerpo en carne viva.

El “yo=libertad” quería agradecer el estar viva, el tener salud, el poder respirar, el poder caminar por parques vacíos, y el ver volar en otoño las hojas amarillas desteñidas.

Al llegar al trabajo tenía que respetar el protocolo que el “yo=miedo” había generado. Sin embargo, tenía un gran desafío… ¿Cómo adaptar la pedagogía en tiempos de cuarentena? ¿Cómo fortalecer el vínculo del alumno y el maestro cuando el aislamiento social está a la orden del día? Enseñar con barbijo era para mí algo imposible de realizar. Aprendí a comunicar con mi voz, con mis gestos, con mis posturas y eso no podía verse afectado por la pandemia colectiva.

De todas maneras, sabía que el “yo=miedo” me cuidaría. Debía mantener la distancia social, pero transmitiendo tranquilidad continúa. Quería dejarlo todo, quería que reflexionaran sobre esta vida. Quería agradecerles por haber asistido, por haber viajado durante la pandemia, ya que venían de muy lejos superando las expectativas. Que se sintieran contenidos y que amaran el trabajo desde el primer día. Fueron varias e intensas horas, donde sin dudas, faltó el abrazo de despedida.

Finalmente nos despedimos, mientras la lluvia acontecía. Intente reflexionar a ver si entendía, si efectivamente ellos habrían sentido miedo, incertidumbre, ansiedad…todos estos sentimientos que se repiten día a día. Estaban a punto de comenzar una nueva tarea, nuevos aprendizajes, nuevas vivencias, nuevas experiencias, mucho más comprometidas. Volví a mi casa caminando sintiendo que era una especie de zombie que deambulaba en una ciudad vacía.

El “yo=miedo” obligó a activar nuevamente el protocolo de limpieza, debía mantener la casa desinfectada, aunque oliera a lavandina. Luego de lavar mi ropa y tomar una ducha bien caliente, pude sentir la relajación después de haber vivido la presión de todo el día.

El “yo=libertad” quedaría en modo dormida, porque empezaba la reflexión del próximo día. Seguir adaptando la pedagogía, seguir en contacto con los alumnos por diferentes vías, y repensar constantemente ¿Cómo continuar viviendo el día a día y con que nuevos desafíos me encontraría?

Finalmente, que diría mi mente, que me quede sin dudar, con el “yo=libertad”. Que todos los miedos se superarían. Que debía transmitir y sentir la tranquilidad de que vamos a pasar este confinamiento de una manera positiva. Aunque nos enfrentáramos con incertidumbres, con miedos, con ansiedad, con un tiempo que nos apremia. Ese tiempo que nos desacomoda y nos hace reflexionar acerca de cuáles serán las oportunidades que se nos presenten a futuro, de tomar al tiempo como un poder pensar qué es lo que queremos para nuestras vidas.

El tiempo como posibilidad de algo, de mejorar, de cambiar y de aprender cosas que veníamos olvidando. Que la libertad es la expresión de autonomía, de cuerpos y mentes que deben tratar de mantenerse activos, sanos, saludables, para que sea nuestro motor de vida.

Creo que es un camino largo por recorrer donde paso a paso iremos viendo que le pasa a la raza humana con estas consignas nuevas de vida. Entender que ya no necesitas más nada que lo primordial y esencial en tu vida.

Vive para sentir que cada día vale la pena. Vive para entender cuál es tu paso en esta vida. Vive para descubrir aquello que no conocías, o simplemente vive para pasar estos días.


* Licenciada en Ciencias de la Comunicación-FSOC-UBA. Profesora de Enseñanza Media y Superior en Ciencias de la Comunicación Social-FSOC-UBA. Comunicóloga y Capacitadora en el Registro Nacional de las Personas.