Por Adrián Negro*
I. De la ciudad que tenemos
El oficialismo de la Ciudad de Buenos Aires parece imbatible. Lleva más de 12 años en el poder y su gestión mantiene una alta aceptación. La fuerza política que gobernó la nación por cuatro años hasta 2019 y que hizo naufragar al país aun contrayendo una deuda inédita con el FMI, ha permanecido invicta en su nicho porteño desde su arribo.
Aun con una planificación prácticamente nula para el retorno a clases, con escuelas inviables para los protocolos y menor presupuesto educativo, en donde (una vez más) docentes y familias se ponen al hombro el sostén del sistema, la capitalización de la feliz postal de la vuelta a las aulas luego del ASPO es del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Aun con el incordio de convivir en una suerte de obra constante, con veredas que se sacan, se ponen y se cambian, con plazas secas y boulevares que se construyen y se tiran abajo meses después, la gestión Macri-Larreta ha capitalizado positivamente la transformación de la ciudad: Metrobús, bicisendas, túneles, carriles exclusivos, son “demostraciones” de “un gobierno que hace”. Incluso incumpliendo escandalosamente aquella promesa de “10 km. de subte por año”.
Se puede ir más allá y decir que aun con un crecimiento descomunal de las construcciones inmobiliarias en todos estos años, el déficit habitacional de la ciudad es cada vez más grande y la posibilidad, ya no de ser dueño, sino de alquilar, se vuelve cada vez más difícil. No faltará aquí quien apunte a los problemas macroeconómicos del país para explicar tal dificultad; sin embargo, eso destaca que el crecimiento inmobiliario responde más a la especulación que al derecho a la vivienda.
También se puede decir que se “recuperaron” espacios públicos únicamente para la explotación comercial mediante concesiones privadas. El Patio de los Lecheros en Caballito, convertido en un patio gastronómico (más “palermitano” que popular) en donde recientemente sus trabajadores precarizados reclamaron por sus puestos suspendidos, o la más reciente huerta urbana sponsoreada por el restaurante Don Julio en detrimento de una plazoleta, son claros ejemplos.
En definitiva, ¿para quién es esta ciudad? ¿A quiénes está destinado este eficaz programa que se muestra transparente, verde y participativo pero que termina manifestándose opaco, gris y autoritario?
Podemos decir otra cosa: ese programa inmobiliario especulativo y la mercantilización urbana que el Gobierno de CABA viene llevando a cabo como una maquinaria implacable, en apariencia, ha tocado un límite: el proyecto de venta y desarrollo inmobiliario para Costa Salguero y Punta Carrasco generó un rechazo masivo que se expresó no solo en movilizaciones, sino también en una audiencia pública inédita con más de 7 mil inscriptos y 2 mil oradores de los que el 97% se expresó en contra.
Hablamos de terrenos linderos al Río de la Plata, en la costanera norte, que podrían destinarse al uso público, a incrementar los más que escasos espacios verdes de la ciudad (apenas 6m2 por persona cuando la OMS recomienda entre 10 y 15) y a recuperar el acceso al río históricamente perdido. Sin embargo, es probable que el Gobierno de la Ciudad avance de todas formas y venda esos terrenos públicos para construir un complejo de viviendas de lujo y oficinas. Básicamente, una extensión de Puerto Madero. Y no solo eso, sino que sus argumentos para hacerlo probablemente sean (aún), para muchos y muchas, más que convincentes. ¿Sobre qué suelo se sostiene semejante panorama? ¿Por qué su eficacia imparable? ¿Será posible que las enormes contradicciones que presenta la ciudad de Buenos Aires puedan desembocar en una respuesta política que logre pensar a la ciudad en otros términos?
II. De la ciudad que queremos
Sobre el contundente rechazo al proyecto oficial para Costa Salguero, un funcionario porteño fue muy elocuente: “uno se puede oponer con una agenda propia, incluso colectiva, pero acá hubo una agenda ideológica que excede el marco del proyecto”. Lo dijo Álvaro García Resta, Secretario de Desarrollo Urbano, en una entrevista . La traducción es simple: como la oposición al proyecto es ideológica, no es legítima.
Tal vez, semejante dislate permita entrever parte de ese suelo sobre el que se monta el oficialismo porteño, la parte (precisamente) ideológica. No es un terreno menor ni exclusivo del mundo de las ideas, sino que se trata de la dimensión social que posibilita algunos decires por sobre otros, algunas representaciones y prácticas por sobre otras y que logra, a su vez, volverlas posibles con total naturalidad. Así, sería obvio que la oposición al proyecto es “ideológica” y, por ende, no “racional”, como sí lo es el proyecto.
Claramente, ese “racionalismo” es ideológico, pero también una expresión afín al proceso de neoliberalización de la ciudad. Proceso imperante que la concibe como mera oportunidad de negocios y objeto de consumo y que se desprende del neoliberalismo como poder pero también como ideología dominante. De esa manera, el sintagma es: “la política irracional versus la razón gerencial-empresarial”.
¿No se trata, acaso, de la vieja tópica que acusa a la organización política colectiva de anular “el buen juicio” individual? La política tendría, así, sus propios intereses que nada tienen que ver con los de la “gente común” y con los proyectos “bien pensados” y “eficientes” para la ciudad. El sintagma, a fin de cuentas, termina siendo “política versus realidad”.
Sin embargo, esa realidad está llena de fisuras. No solamente porque no es todo lo eficiente que dice ser (basta ver el paupérrimo sistema de turnos de CABA para vacunarse contra el covid y la lentitud de su campaña en comparación con distritos más complejos y masivos que llevan la delantera), sino porque el neoliberalismo no puede ser un poder total y pleno sobre la vida social. Por el contrario, ésta se desborda y lo tensiona. Y es en ese desborde donde podemos encontrar las imágenes, los afectos, los sentidos y los usos de otra ciudad posible y traspasar la imaginación dominante y sus sueños de fetichismo tecnológico y especulación inmobiliaria.
La imaginación en torno a la ciudad que queremos necesita ser parte de un programa político que vaya más allá del reclamo puntual por tal o cual espacio verde, salida al río o metro cuadrado de goce popular.
Aquí resulta oportuno recordar la crítica a las “ciudades artificiales”, que tanto Henri Lefebvre como Jane Jacobs y otros estudiosos críticos del urbanismo moderno han realizado hace ya más de 50 años. Ciudades creadas deliberadamente, “desde arriba”, sin respetar la organicidad vital. La ingeniería funcionalista y mercantil intentando ordenar el desborde de la vida social.
La obra de Lefevbre invita a pensar a las ciudades como algo más que un simple tablero por donde se despliega la vida. Concebir a las ciudades como algo que la planificación funcionalista que reduce la infinita vitalidad social a cuatro o cinco funciones esquemáticas (habitar, transitar, trabajar, consumir y, en el mejor de los casos, cultivar el cuerpo y el espíritu) no puede abarcar. Junto al filósofo francés podemos pensar que una ciudad es tanto un entramado significante, cultural, como el resultado parcial e inacabado de las luchas sociales. Por eso Lefevbre desarrolló el concepto de “derecho a la ciudad” y abogaba por tener en cuenta el deseo, lo lúdico y lo simbólico. La ciudad es un campo de tensiones bien concretas y materiales, y la dimensión ideológica es parte de eso.
Ironías del destino mediante, hoy, esa crítica a la planificación urbana forma parte de la planificación urbana neoliberalizada, al menos discursivamente. Tanto el proyecto sobre Costa Salguero como toda la saga ideológica sobre las mentadas «ciudades inteligentes» se asumen «participativos», «humanizados», «sustentables» y pensados «desde y para la gente», nunca un trazado normativo y burocrático «desde arriba».
Sin embargo, lo que estos proyectos olvidan de Lefevbre es, precisamente, su concepto de derecho a la ciudad: el derecho a la vida urbana transformada, que no pretende ni un retorno a la naturaleza ni el mero acceso individual o colectivo a sus recursos, sino, como bien lo sintetizó David Harvey en “Ciudades rebeldes”, es el derecho a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros deseos. Es, además, un derecho colectivo porque la reinvención de la ciudad exige y depende del ejercicio del poder colectivo por sobre el proceso de urbanización, que en su forma actual es el de su neoliberalización.
Por todo esto, la imaginación en torno a la ciudad que queremos necesita ser parte de un programa político que vaya más allá del reclamo puntual por tal o cual espacio verde, salida al río o metro cuadrado de goce popular. Ese programa tendría el enorme desafío de traspasar las imágenes poderosas y sumamente pregnantes de la imaginación tecnofílica y mercantil y sus propuestas de consumo. En tiempos en donde la pandemia de Covid-19 ha incentivado fantasías del futuro de las ciudades en este sentido, la apuesta sería que la imaginación de la ciudad pospandemia no quede capturada por su forma técnica y empresaria bajo la rúbrica de las “smart cities”.
III. De la ciudad por venir
Si algo no puede decirse de la gestión Cambiemos en CABA es que no hayan llevado a cabo, precisamente, profundos cambios. Su fisonomía mutó considerablemente y en muchos casos con obras de gran envergadura. A su vez, proyectos como el del “Distrito Joven”, pensado a lo largo de la costanera, implican también una importante transformación.
La ciudad por venir, entonces, puede ser la amplificación de ese proceso. Una marea que además de mercantilizar, condiciona el espacio urbano y lo cifra tanto como usable según las reglas del mercado como un destino potente para el excedente de capital y la inversión financiera. Así, su potente transformación se puede entender bajo la órbita de lo que Harvey definió como “destrucción creativa”: aquellas formas de modificación (violenta) de la ciudad que, en términos globales, provoca un proceso de desposesión de las masas urbanas de cualquier derecho a la ciudad.
¿Acaso Costa Salguero no sería una muestra de eso? ¿De qué otra forma, además de violenta, podría catalogarse la decisión de avanzar igual pese a la inédita expresión popular en una audiencia pública que, si bien no es vinculante, necesariamente está invitando, como mínimo, al tan mentado diálogo?
Es en estos proyectos y con este proceder que se puede rastrear la neoliberalización de la ciudad: por su carácter empresarial, antipolítico y mercantil. Pero también por interpelar a la ciudadanía sólo bajo la rúbrica del “usuario”. Somos invitados a hacer uso de la ciudad, como quien es usuario de un servicio o, peor, de una red social. Con suerte, podemos emitir alguna opinión o “propuesta de mejora” bajo unos dispositivos pretendidamente más “transparentes” que, por ejemplo, las casi nunca instrumentadas comunas, pero participar de una audiencia pública y manifestar algunos fundamentos reiterados en torno al derecho a la ciudad y al resguardo de lo público resulta demasiado “ideológico”.
En definitiva, los dichos de García Resta son un gran indicador de la neoliberalización de la ciudad (y de la ideología que la reproduce y la sobredetermina) tanto por su fervor antipolítico como por negar la posibilidad de otra realidad posible sobre la ciudad. En otra entrevista , el funcionario justifica el proyecto por la necesidad de “hacer ciudad donde no la hay”. Según él: “lo ideal es que el local de gastronomía sea solidario con el parque y el parque con la oficina, y la oficina con la vivienda” (aquello que cuestionaba Lefevbre hace cincuenta años: una ciudad sólo concebida por su funcionalidad mercantil).
Por otro lado (y a sabiendas de que se trata de una suposición), al tener en cuenta que el 76% de la obra se destinará a un parque con acceso al río para todo el mundo (ese que se pide), el argumento para avalar el proyecto puede ser mucho más convincente. El funcionario afirma que quienes vayan a pasear al parque querrán tener servicios, una infraestructura que se retroalimente con los oficinistas y con los vecinos de las viviendas. No es difícil imaginar las voces que se lamentarán por la “politiquería” que entorpece un proyecto “noble” de desarrollo que beneficia a todos. Otra muestra de la “mezquindad de la política” frente a la “eficiencia” de las fuerzas “emprendedoras”.
Es posible pensar políticamente a la ciudad en función de cómo la deseamos, de qué necesitamos y de qué otros procesos, ya en marcha, invisibilizados o no, tensionan y cuestionan a la ciudad neoliberal. Se trata de pensar y ejercer la dimensión de la autorrepresentación en torno a la ciudad y disputar, así, eso que sería “hacer ciudad donde no la hay”.
Está claro que el motor de todo esto no es el 76% de parque público sino el gigantesco y jugoso 24% de desarrollo inmobiliario, altamente especulativo y que ofrece un tentador destino para el excedente de capital del que habla Harvey. Ese tipo de planes se inscribe en una enorme saga de venta de terrenos públicos y proyectos similares, como la venta de una porción de los terrenos del Tiro Federal en Núñez (con una tasación irregular mediante) para construir un “polo tecnológico” con edificios y oficinas, o el intento por construir torres en “la isla de La Paternal”, entre otros casos.
Ante esto, el porvenir de la ciudad puede seguir siendo cada vez más excluyente, más privativo y más caro para el conjunto de la ciudadanía. Y aunque haya procesos de urbanización en algunas villas, todavía no está claro qué ocurrirá con quienes no puedan afrontar las cuotas de los préstamos y si se encaminan, así, hacia un proceso de gentrificación.
Parece ser la reacción ante la tremenda acción del capital especulativo y del mercado la que nos moviliza. Sin embargo, además de la reacción, es posible pensar políticamente a la ciudad en función de cómo la deseamos, de qué necesitamos y de qué otros procesos, ya en marcha, invisibilizados o no, tensionan y cuestionan a la ciudad neoliberal. Se trata de pensar y ejercer la dimensión de la autorrepresentación en torno a la ciudad y disputar, así, eso que sería “hacer ciudad donde no la hay”.
A modo de síntesis: en la ciudad por venir se plantean algunos desafíos, dentro de los que el caso Costa Salguero se ha vuelto paradigmático en los últimos meses. Se trata de tensionar la tendencia dominante y la reproducción de la ciudad neoliberal atendiendo a sus rasgos más salientes. Entro otros posibles, podemos contar: 1- una creciente mercantilización del espacio urbano y, con ello, una modulación empresaria y “emprendedora” del espacio público: la ciudad pensable, posible y legítima, es una ciudad para emprendedores; 2- el carácter necesariamente antipolítico de tal proceso y su tendencia a la desdemocratización: no solo por la falta de respeto antes las normas institucionales sino también por la ideología de la “transparencia” (gerencial y tecnófila) que anula la legitimidad de la potencia colectiva y la organización popular barriendo debajo de la alfombra el conflicto social; 3- el carácter marcadamente técnico por sobre lo político y el creciente fetichismo tecnológico que se expresa en la apuesta por las tecnologías digitales como garantía de una gestión eficaz y “transparente”, tanto orientado a la “participación” ciudadana como a la administración, bajo la que se lleva a cabo una importante ingeniería de datos; y, por último, 4- una interpelación al conjunto de la ciudadanía que se manifiesta en las superficies discursivas oficiales bajo el significante “vecino” y que involucra una modulación particular del ser ciudadano que puede interpretarse bajo la lógica de un “usuario”.
En definitiva, el desafío es recuperar a la ciudad como espacio político abierto a múltiples posibilidades y tensiones y, sobre todo, como hábitat natural en el que vivimos y en el que se manifiestan las transformaciones sociales que anhelan la emancipación de nuestros pueblos.
Licenciado y Profesor en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA) y Especialista en Comunicación Pública de la Ciencia y la Tecnología (FCEyN-UBA). Integrante del Proyecto de Reconocimiento Institucional (2020-2022): “La ideología neoliberal de la ciudad y la imaginación de otras ciudades posibles: un análisis comunicacional de los discursos y las subjetividades urbanas (Buenos Aires, 1976-2022)”. Directora: Dra. Silvia Hernández – FSOC-UBA. Docente de nivel terciario
Imagen de portada: render del proyecto del GCBA.