Camino a la colmena

Por Sebastián Augusto Reinoso * 

Como abeja al panal dice la canción. Contra la pantalla del monitor se estampan cuatro palabras que ofician de telón de presentación de muchas otras: “Tesinas con historias— Resonancias”. Un convite para que cientos de dedos cifren una expresión zumbante de ocasión, alguna frase que cace al vuelo las experiencias escuchadas o propias, que atrape una idea de trayectoria espiralada, que intercepte, tal vez, una imagen flotante que se creía perdida. En principio, como abejas al panal, todos los términos van a uno: “acompañamiento”. Luego la colmena se ramifica: “deseo”, “recorrido”. En torno a ese centro  revolotean “experiencia”, “voz propia”, “habitar espacios”, “disfrutar”… Mentimeter es la aplicación que posibilita este enjambre virtual de voces, y su uso la invitación propuesta por las coordinadoras. Pero estos son solo momentos reflexivos, algunas pausas para que los concurrentes —entre ellos yo— plasmemos en palabras lo que más nos resuena  de lo que vamos escuchando.

Tesinas con historias se llama el conversatorio virtual que nos convoca, organizado por el Grupo de Investigación en Comunicación (GIC) “Escritura, Comunicación y Educación” a cargo de las profesoras Claudia Risé y Emilia Cortina. Con el fin de impulsar la circulación de las experiencias de aquellos que le pusieron el cuerpo a la tesina y se graduaron para contarla, tuvo lugar el sábado 5 de junio del 2021, en el marco de la «Semana de Graduades en Comunicación» propuesta por la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Habilitar el diálogo, habilitar el foro”, resuena en mis parlantitos la voz de una Claudia mediada por la virtualidad. Busco en una de las  pestañas la lista con los nombres. Son ocho los  tesinistas que van a tomar la palabra: Natalia Romero, Belén Rizzo, Ana Gabriela Iriarte, Bárbara Duhau, Rocío Lema, Diana Novoa, Pablo Díaz Marenghi y María Laura Garateche. Y digo bien: aunque graduados, también  tesinistas, porque de alguna  manera la tesina, como un alien pero benéfico, continúa morando en ellos. No conozco a ninguno, por eso juego a adivinarlos en ese collage de rostros, mates y tazas humeantes que suben y bajan. Está de más decir que no existe marca que identifique a un tesinista  más que aquella que reside en lo que tenga para decir en torno a lo vivido.

 

Ocho tesinistas detrás de un tema

¿Dónde comienza la historia de un tesinista? ¿Dónde se sitúa el  primer corte en ese cauce en el que nada empieza y nada culmina, donde  todo es una sucesión encadenada e infinita de causas y efectos y que nosotros llamamos vida, o incluso, vida académica?

Pablo Díaz Marenghi —En nombre de la paz: la identidad del rock argentino a partir del Festival de la Solidaridad Latinoamericana, tesina ensayística, 2020—  nos habla de un inicio: “…cursé un seminario optativo de otra persona que fue muy importante en el proceso, el profesor Mariano Gallegos, es un seminario que da hace varios años en la carrera, se llama ‘La música y la construcción de las identidades latinoamericanas’, y ahí había hecho un trabajo final que tenía relación con este tema que termina siendo el de mi tesina, el de la ‘Festividad de la solidaridad Latinoamericana».  Por su parte, Ana Gabriela Iriarte —Un puente, una puerta, un mundo. Un análisis de políticas orientadas a la integración de TIC a la educación media, tesina de investigación, 2017—  con  voz dulce cuenta: “…hice un seminario de ‘Educación crítica de medios’ con Maximiliano Duquelsky que fue tutor de mi tesina,  y a la vez estaba haciendo una pasantía en Google que me empujó a ver el contraste entre los discursos que construyen las empresas  acerca de la integración  de la tecnología, y ver las políticas públicas que se estaban llevando a cabo en ese momento y los discursos que esas políticas construían sobre el mismo tema, fue lo que me empezó a hacer ruido y me empezó a dar ganas de investigar…” Sin dudas la búsqueda del tema es el tiro de largada que pone a la carrera al alumno de comunicaciones  metamorfoseado, en ese preciso instante, en tesinista. Es así que comienza a mirar ávido hacia todos lados para encontrar en  un seminario ya cursado, como Pablo, o en el transcurrir del mismo, como Ana,  la punta del ovillo de un proyecto.

Pero ocurre que esas puntas no sólo se hallan en el santuario académico, también pueden tener lugar, por ejemplo,  en una lectura —aunque usted no lo crea—  por fuera de todo programa, de esas elegidas por amor y no por “deber” y con las que uno  se delinea, a piacere, como lector y escritor. Cuando Natalia Romero —El otro lado de las cosas: la poesía como restauración  de la voz en la obra de Diana Bellessi, tesina ensayística, 2016—  le consultó a María Alicia Gutierrez (socióloga y docente a quien conoció en un taller de poesía) por el  tema que se le escabullía, ésta le recomendó que reparara en las lecturas del momento, que mirara allí. Natalia leía a Bellessi y ese fue el inicio de un camino que iría más allá de graduarse como Licenciada en Ciencias de la Comunicación.

También puede que el tema resulte jalonado por lo que nos gusta, o mejor, por aquello con lo que nos sentimos identificados, y no digo  que una materia no pueda colmar tal demanda, sino que hablo de esas prácticas que nos definen, que dictan lo que somos. A partir del  interés por el feminismo, Bárbara Duhau  —Un cuarto propio compartido y conectado a la red: diseño de una organización virtual feminista sobre literatura, tesina de producción web, 2018— llega al ciberfeminismo, y, por su parte, Rocío Lema y Diana Novoa —No es por amor, es por dinero: una crónica sobre las putas feministas en Buenos Aires, tesina de producción en formato crónica, 2019 —urden una  crónica en torno al colectivo AMMAR —Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas—.

O bien, puede que no encontremos el bendito tema ni en programas, ni en libros, ni en nosotros mismos, sino instalado en  la coyuntura más cruda. Belén Rizzo —La dignidad no se desaloja. Historia del proceso de lucha por la tierra y la vivienda en el barrio de Villa Alegre, tesina de producción, 2016— nos dice que todo comenzó a partir de cursar “Comunicación comunitaria”, que la puso  en contacto con La casa del niño en Escobar. Una vez que terminó el proyecto para la materia  decidió continuar  brindado apoyo escolar en dicho espacio. A partir del dato de un compañero en relación a una toma y el inminente desalojo de  noventa familias, ella con su compañera de tesina decidieron concurrir al lugar: “…nos llevó puesta la experiencia…” dice.  Supieron al instante que estaban frente a lo que buscaban.

Otra posible alineación de elementos que conducen al tesinista al encuentro anhelado puede incluir visos impensables. Por ejemplo, Maria Laura Garateche —Jugadoras, crónicas del pasado y presente del fútbol femenino en Argentina, tesina de producción en formato podcast, 2020— un día cualquiera recibe una llamada de su amiga y compañera de tesina Agustina, que vive en Minneapolis: “¿Qué pasó?… Agus me dice ‘soñé que hacíamos la tesis sobre eso que estás haciendo vos sobre fútbol y feminismo, hagamos algo con eso’”. Y ese fue el puntapié inicial para su tesis de producción en formato Podcast.

Nube de palabras claves realizadas en el encuentro

La palabra circula en el conversatorio arrastrando, a causa del delay,  rostros que tardan en acomodarse. Si hay algo que debo agradecerle a mi mala conexión en su afán de engordar el desfasaje de las palabras y los labios, las palabras y los cuerpos que se vuelven intercambiables, es el advertirme de la “naturalidad” con la que solemos revestir lo virtual. Allí tenía delante  una trenza de disertantes que vista a la distancia parece un augurio de lo que iban decir. Entre los tesinistas discurren resonancias que se recogen y sopesan, que van y vienen de boca en boca para reafirmarse o reformularse. Como si colectivamente se grabara un cúmulo de aciertos e infortunios, como si todas las experiencias convergieran en una,  trabajada y moldeada por una multitud de lenguas —las presentes y las pretéritas de las que estas se hacen eco—. Advierto en esas “máximas”, así las llama uno de los graduados, un gesto claro de trasmisión. Y justamente en estos términos Claudia y Emilia pensaron el conversatorio. A partir del cruce de Bruner, nos dice Clau, que trae la idea de los espacios educativos como foros que habilitan la circulación de saber; con Petit, que encuentra en el ejercicio de contar historias una construcción y transmisión cultural, nace la idea de Tesinas con historias. Una de esas máximas que se caldean al calor del Meet dice que el  tema buscado debe ser próximo, cercano, un tema amigo,  fácil por lo conocido, que tienda puentes hacia nuestros intereses y gustos dado que nos acompañará durante un largo viaje. Ese tema debe estar en sintonía con nuestros deseos, con lo que nos apasiona, debe “movernos”, lograr que estemos durante mucho tiempo pensando en él.

Y sin embargo no todo tema elegido —esto puede apuntarse como otra máxima— deviene en tesina. A veces queda en el camino, ya sea porque aburrió, porque no era lo esperado, porque apareció otro mejor. ”… había armado una especie de organización pequeñita digital de militancia, de experimentar y visibilizar ciertos temas vinculados con la comunicación y los estereotipos sexistas…y mi anteproyecto de tesina fue revisar o reproducir ese espacio para que fuera más masivo, para que llegara a más partes y después lo cambié por completo porque me di cuenta que ya no quería seguir armando ese espacio porque un poco me había quemado…” señala Bárbara. O Pablo, a quien antes de decidirse por el Festival de la solidaridad Latinoamericana le había interesado trabajar la banda de punk Flema, sin embargo a poco de abordar dicho tema advirtió que no le cerraba y terminó por abandonarlo. Por su parte, María Laura cuenta que tuvo varios comienzos. El primero de ellos partió de un trabajo para «Comunicación 2» pero al tiempo sucedió algo que parece ajeno al claustro y al calendario académico: fue mamá y por lo tanto tuvo que interrumpir su proyecto. Otro de los comienzos truncos de María devino a partir de una propuesta de Agustina, compañera ya mencionada, en torno a una tesis de investigación en la que pensaban trabajar los significantes de la mujer en el video-blog “La loca de mierda”. María reflexiona: “…había un obstáculo, nosotras insistimos en querer desarrollarla pero había algo que no nos dejaba y me parece que ahora, con las experiencias y con todo lo que estuve escuchando, fue que nosotras, había una voz insistente nuestra…por salir que con  la tesis de investigación era imposible que salga…”. Cuando un tema de tesina por algún motivo parte, queda la sensación de que hay que empezar de nuevo, otra vez la incertidumbre,  ir y venir,  consultar,  revolver trabajos del pasado.

Sin embargo no se retrocede al casillero de partida, en verdad los temas que no fueron no quedan perdidos en el cajón de los recuerdos. A mi modo de ver, por una parte, nada de lo nuevo está totalmente desvinculado de lo que no fue, y de hecho en los testimonios queda claro que no existieron cambios radicales entre un tema y otro; y por otra, hay en esa primera búsqueda  un caldeamiento, un estiramiento de atleta, una nota larga de músico que nos prepara para lo que viene.

A mi modo de ver, por una parte, nada de lo nuevo está totalmente desvinculado de lo que no fue, y de hecho en los testimonios queda claro que no existieron cambios radicales entre un tema y otro; y por otra, hay en esa primera búsqueda  un caldeamiento, un estiramiento de atleta, una nota larga de músico que nos prepara para lo que viene.

 

Easy rider: viaje al centro de uno

Acerco mi nariz a la pantalla por mero reflejo de cobijo buscando en la proximidad el calor de voces que no tienen cuerpo. Me reclino casi abrazando el monitor con la performance de un niño que pretende amigos. Quiero acortar distancias. Yo que provengo de regiones despobladas de tesinas, bitácoras y anteproyectos, que caminé tembloroso entre materias y seminarios de la carrera de Letras sin otro horizonte más que aprobar y  alcanzar así el tan anhelado título de nobleza. A veces me pregunto: ¿Qué sería de la vida de ciertos puaners —así se autodenominan los que pululan en las inmediaciones de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA)— con una tesina a cuestas? Tal vez nada sería como es hoy, tal vez la tabacalera Nobleza Piccardo que residió hasta los 80 donde hoy se encuentra Filo, seguiría allí vivita y coleando. Pero a medida que circula la palabra en el conversatorio advierto que las dificultades y trabas en torno a la tesina, de alguna manera, acompañan  las trayectorias académicas de cualquier otra carrera aunque, por supuesto, en diferente escala. Por ejemplo: la dimensión “monstruosa” que uno de los testimonios del conversatorio le achaca a la tesina en tanto objeto inabordable, que tritura las horas y los días de quien tiene, además, que lidiar con un trabajo, una familia, algún amor. A ese temible Cronos del claustro lo vemos también en los programas aplastantes de las “materias filtros”, o en los planes de estudio a los que recorremos con el dedo como si se tratara de un mapa que nos delinea una ruta infinita. Pero para los estudiantes de Comunicación el “monstruo” es otra cosa, toma visos distintos, dado que se tiene delante la tarea titánica de saltar de las quince magras páginas de una monografía a las no menos de cuarenta ni más de noventa que requiere la instancia final, instancia que, por ejemplo, alguien de la carrera de Letras recién encuentra en una tesis de maestría.

Comienza a asomar  en el conversatorio otra cuestión ya vinculada al hacer, a poner las manos en la masa, los pies en un camino que se desdibuja entre sombras de incertidumbre. Además de la búsqueda del tema, el tesinista persigue con el mismo fervor otra máxima   una escritura que implica al mismo tiempo, y sobre todo, un hallazgo trascendental. Alguien dijo en un momento del encuentro que hacer la tesina es como cocinar algo de lo que no se sabe cuál va a ser el resultado. Yo pensé en otra comparación, pensé en el camino, en el viaje y las aperturas y mudanzas que conlleva. Y llamativamente, entre aquellas caricias de  voces metálicas que mis parlantitos arrojaban, no pensé en Odiseo, ni en Kurtz perdido en el corazón de las tinieblas, ni en la ruta del Caballero de la Triste Figura, sino que empezaron a arrullarme las motos de Easy Rider —conocida aquí como Busco mi camino—. Comencé a perderme en las largas escenas de carretera en las que el Capitán América Wyatt y Billy se dejan llevar por sus motos, con el viento en la cara, el sol ocultándose o despertando y trayendo montañas y acantilados, la música siempre allí como parte del paisaje, marcando el tempo de la escena. En cada posta del periplo la experiencia horadando los sentidos y el entendimiento. En esta road movie el trayecto cambia a  los personajes y los lleva a cuestionarse, ya para Wyatt los  anhelos de realización no son lo que solían ser “La cagamos” le responde Wyatt, personaje encarnado por Peter Fonda, ante la expresión triunfalista “lo conseguimos…somos ricos”  de su compañero Billy, interpretado por Dennis Hopper. Es que ya ha pasado agua bajo el puente, o mejor, asfalto bajo las ruedas de las  motos,  y Wyatt ha leído el odio y la exclusión de una sociedad que dice vender sueños de libertad y oportunidades. Se puede decir que si no hay amplitud no se ha viajado. Y traigo lo dicho tan sólo para señalar que en la escritura, como en el conocimiento,  encontramos algo de eso: la aventura de adentrarse a tientas en lo desconocido sin saber a dónde irá a parar todo pero con la certeza de que tal experiencia, el cúmulo de pasos, traerá aparejada una claridad mayor. Como en el viaje del héroe, el tesinista se transforma en el trayecto: “…por qué no una escritura más ensayística —dice Pablo a poco de andar su proyecto y continúa— …psicoanalizándome a mí mismo, un poco lo que le cuento a mi inconsciente, es escribir mi propia voz pero de verdad…Entonces hubo mucho trabajo minucioso de ir rescribiendo y repensando, bueno, esta cita que quiero meter pero qué podría agregar yo, ya que en un primer momento no tenía nada para agregar, qué puedo decir yo, a quién le puede interesar, lo que yo pueda decir…” Muchas de las tesinas comentadas apuntan a  esto: la necesidad de reconocerse en la voz que le da cuerpo al trabajo. En la marcha emprendida  surge el llamado de hablar con el soplo de la propia voz por una vez en la vida académica. Que eso que quiero decir y cómo lo digo coincida con lo que sostengo que soy: ”Soy una mujer que escribe, investiga sobre el ciberfeminismo”, “Somos feministas y queríamos hacer una tesis que nos represente”, “Mujer que escribe, poeta, no quiero etiquetarme”. El tesinista excava en las capas geológicas  sedimentadas por las voces de los consagrados para hallar su propia voz o las voces de otros —–los desterrados— que es una manera también de delimitarse y encontrarse a sí mismo. En relación a estas voces marginales tenemos la tesina de Belén —– y su compañera Macarena—–  recuperando la palabra de los vecinos desalojados de la toma de Escobar, y la de Rocío y Diana dando lugar al colectivo de trabajadoras sexuales AMMAR. Algo interesante del conversatorio, si no lo más interesante y que ya he señalado, son las trazas de experiencia compartidas que van conformando un pequeño decálogo del tesinista en el que los disertantes se van reconociendo. Pero al mismo tiempo encontramos matices y disidencias dado que nadie recorre el camino de la misma manera: 

—Tuvimos que pensar mucho con Maca —dice Belén  en torno a la decisión de recuperar la voz de los desalojados de la toma de Escobar—  hasta qué punto modificar la estructura lingüística de ciertos testimonios, cómo hacer que no hubiese diferencias de grado, por ejemplo, entre cierta oralidad, cierto registro escrito, entre les militantes y les vecines, trabajar sobre cierta unificación sin quitar lo particular de las voces dado que creemos que también es un elemento político en tanto reflejan recorridos, reflejan una visión de mundo.

—“Darle voz a estas mujeres” —reflexiona Rocío —: nosotras no estamos dándole voz a nadie, ya tienen su voz y tienen su militancia, cómo corrernos de ese lugar academicista, del que a veces pecamos, y enfocar la tesina desde otro lugar , no estamos dándole voz a nadie, sino estamos decidiendo ser parte de ese proceso.

Se anhelan tesinas encarnadas que hablen con nuestras bocas, o con las bocas de los otros con quienes compartimos el viaje.  Un texto que no sea sofocado por “de acuerdo a este capo”, o “según tal genio”, o bien, “señala la eminencia”, que no se entregue a las artes estomacales de la ventriloquía trayendo voces de otros.

Un texto con nervios, médula, irrigando sangre. Se anhelan tesinas encarnadas que hablen con nuestras bocas, o con las bocas de los otros con quienes compartimos el viaje.  Un texto que no sea sofocado por “de acuerdo a este capo”, o “según tal genio”, o bien, “señala la eminencia”, que no se entregue a las artes estomacales de la ventriloquía trayendo voces de otros. Se anhelan textos raros, extraños,  despeinados, pero siempre tuyos.

Cuando yo llego a tu puerta

Otra de las máximas que se repite como mantra dice así: una tesina es mejor si se hace de a dos —si uno se agota, el otro redobla—, y si hay  grupo, como un GIC, muchísimo mejor aún. Al escuchar las bondades de trabajar con otros no pude dejar de pensar en mi propia experiencia. Esos relatos despuntaron en mi interior las hebras de un momento en el que me encontraba como abejita perdida estrellándose contra el vidrio que la separa del jardín. Por ese entonces miraba acodado y risueño las ofertas académicas de mi querida Puan advirtiendo un hallazgo interesante.  Julián Gorodischer proponía el seminario “Escritura creativa de no ficción” cuya modalidad de trabajo resultó toda una novedad en aquellas aulas de las que se dice que moldean críticos, mientras que los pasillos forman escritores. En el seminario se escribió mucho, era la primera vez que los  parciales o monografías no ganaban el centro. Se escribió en grupo, se leyó en grupo. Al siguiente cuatrimestre reincidí, Julián presentaba el seminario “Crónica íntima contemporánea”.  El trabajo final fue una crónica, allí escribí:

Sigifredo Gerónimo Reinoso ingresó a trabajar a los yacimientos de Minas Capillitas en el año 1955 en el momento que el coronel Guillermo Vosseles estaba a cargo de la administración. Muchas décadas atrás su padre, Añares Reinoso, había emprendido el mismo trayecto, tal vez en mula, del pueblo al cerro para apersonarse ante el capataz e iniciar así su primera jornada laboral… Mi padre me dice: “Los mineros siguen la veta de la rodocrosita. Hay vetas, se ve la rodocrosita, entonces se hace un agujero, se ahueca, se pone dinamita y arena, se extiende una mecha hasta la salida y al otro día se va a sacar el mineral”.

 Me pregunto si esos relatos que me contaba mi viejo no hicieron mella en mí, y así como mi abuelo y mi bisabuelo tanteaban con las manos callosas  la piedra, yo persigo también las vetas de la escritura. Julián proviene de Comunicación, entonces, deduje que encontraría más de eso en las ofertas de dicha carrera. Fue así que di con el “Seminario-taller de Escritura y Ciencias Sociales” de Claudia y Emilia, y luego de entrar por Santiago del Estero, subir unos pisos para enseguida perderme en una facultad desconocida, bajar de nuevo, subir, preguntar, hasta por fin dar con el  número del aula,  devino un encuentro que no puede decirse mejor que con los sones de Juan Luis Guerra: Cuando yo llego a tu puerta llega la abeja al panal. Al año siguiente  algunos de los cursantes  participaríamos como colaboradores del seminario en cuestión. Luego llegaría el GIC “Escritura, Comunicación y Educación” integrado por alumnos que habíamos cursado durante  los distintos años del seminario.

Todo esto recordaba y sentía mientras  escuchaba las recomendaciones de Ana: “… lo que me gustaría comentar es que si alguien está pensando en hacer más una tesina de investigación es muy bueno tener GIC o un grupo de investigación para acompañar ese proceso. Casi les diría que es fundamental porque la mirada de otra persona… de un grupo de investigación da una perspectiva más amplia del trabajo propio. Quizás cuando uno trabaja solo corre el riesgo de ser más ambicioso de lo que debería. Uno no ubica su proyecto dentro de algo más amplio, de una red más amplia de investigaciones. Entonces, esa falta de perspectiva hace más engorroso ese trabajo.” Las mieles de un GIC, como el que integro con Clau y Emi, se aprecian sin dudas en la inversión de toda jerarquía donde las reinas se vuelven obreras laboriosas que acompañan con la misma creatividad  que fomentan; se aprecia en la solidaridad de leer y comentar,  hurgar, y si se deja, toquetear el trabajo ajeno; en verse reflejado en las trabas del otro y advertir que pueden existir diversas salidas a un problema; en escribir desesperado al grupo —en nuestro caso Mewe— porque una idea no cuaja o un párrafo  cojea y saber que del otro lado una respuesta o contención no tardará en llegar. Alguien alguna vez dijo en nuestro GIC que desde el momento que  formó parte del mismo jamás volvió a sentirse “sola”. Y eso es mucho.

En el conversatorio Tesinas con historias las voces van declinando. Clau realiza una observación notoria antes del cierre: ¡nadie ha hablado de  la instancia final de evaluación! Dato curioso que parece confirmar que la experiencia del trayecto gana por sobre cualquier calificación consagratoria, que la riqueza se encuentra en el camino y no en la llegada. Porque justamente la producción de la tesina, desde la búsqueda del tema hasta el último acento apurado del cierre —¿realmente una tesina cierra? —-, implica un pasaje, un umbral, instancia de realización donde el héroe se ve inserto de golpe en una aventura para la que no ha sido preparado del todo. Casi desnudo avanza capitalizando lo aprendido y aflojando los tabiques y amarras que la institución supo forjarle.

Porque justamente la producción de la tesina, desde la búsqueda del tema hasta el último acento apurado del cierre —¿realmente una tesina cierra? —-, implica un pasaje, un umbral, instancia de realización donde el héroe se ve inserto de golpe en una aventura para la que no ha sido preparado del todo.

Pero a pesar de la evaluación final, a la que los graduados refieren en general como amena, con devoluciones interesantes, las tesinas, como los santos, vienen marchando: Natalia convierte su tesina en el libro que lleva el mismo título  —El otro lado de las cosas: la poesía como restauración de una voz en la obra de Diana Bellesi— ; Bárbara  crea el sitio web “Vida propia” además de dar un taller vinculado a la temática escogida; Rocío  y Diana  inauguran en blog e Instagram “femionline”; Pablo en la actualidad se encuentra embarcado en el proyecto de publicar su tesina; o bien el caso de nuestra Emi Cortina cuya tesina propositiva encontró una versión posible en el seminario—taller de escritura con reverberancias hasta el actual GIC que nos contiene. En un momento del conversatorio Emi nos confirma que la tesina es el puntapié de algo por venir, que la misma puede propulsar a otras direcciones inesperadas.

El mosaico de ventanas comienza a apagarse aquí y allá como un edificio que se duerme. Si las despedidas son duras, las virtuales todavía más porque uno no puede voltear para arrojar una miradita final  y elevar una mano incierta de adiós. No encuentro el botón de “salir” y voy quedando solo y cercado por el vacío del monitor. Eso sí, con una sonrisa pixelada que no solo habla de mi pésima conexión, sino de lo grato que resulta sentarse al calor de historias que sin hablar de nosotros hablan en todo momento de nosotros como solo la voluntad de conversar puede hacerlo. 


* Licenciado en Letras y asistente técnico del GIC “Escritura, Comunicación y Educación» .