Mauro Greco*
El 27 de diciembre de 2017, muchos de les becaries postdoctorales que nos habíamos formado en estudios de posgrado gracias al financiamiento del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) durante 7 u 8 años, nos enteramos, a través de lo que por entonces era la comunicación anual de Ingresos a Carrera del Investigador Científico, una noticia posible pero no por eso menos impactante: no hay lugar para ustedes. ¿Fue impactante porque les becaries somos una manga de creídos que consideramos que cada cosa a la que nos presentamos debe salirnos? Casos debe haber, tanto como hay víctimas de todos los colores que no nos caen bien y no por eso nos ponemos de lado del victimario (en caso de conservar un mínimo de responsabilidad). Lo impactante de esta noticia, que en realidad era la repetición -¿farsesca?, ¿sin diferencia?- de lo que ya había sucedido en diciembre de 2016, fue la asunción por parte del gobierno en el Estado de una suerte de potlatch científico: quien está dispuesto a dilapidar con mayor eficacia, ella sí muy neoliberal, lo que otro gobierno bajo el mismo Estado había invertido desde 2003. Por supuesto, nunca es pronto para decirlo, no porque el kirchnerismo fuera la bondad encarnada que bajó del cielo para sacarnos del infierno sino, con un poco más de herramientas de las ciencias sociales para decirlo, porque fue una de las formas de salida de la ab-soluta crisis representativa simbolizada en las jornadas de 19 y 20 de diciembre 2001.
Sin embargo, si uno quisiera pinchar un poco a les amigues autonomistas, esta crisis delegativa no fue tan grande porque se recompuso en dos años y en seis el recinto de fuerzas progresistas desde el siglo XX le daba la bienvenida al macrismo para su municipalización de la nación. Sin embargo, ¿qué tiene que ver ésto con la crisis, y expulsión de académicos jóvenes, que estamos viviendo desde el 11 de diciembre de 2015? Todo. Porque, si se me permite el género, quisiera esbozar la hipótesis de que cierta naturalidad con la que pasamos de asambleas ¡en Barrio Norte! a volver a reducir en el Estado todopoderoso las políticas defendidas durante 12 años, tiene algo que ver con la actitud entre displicente y masticando un oscuro rencor, como una secreta venganza, con la que algunos sectores, muchos de ellos muy bienpensantes, tomaron el ajuste y cierre virtual del sistema científico-académico por el macrismo. El CONICET había crecido mucho y ya estaba entrando cualquiera. El máximo organismo científico del país había aumentado a un nivel insostenible durante 12 o 7 años y la reducción que se hizo en 2016 en algún momento debía hacerse. Los doctores jóvenes -esta expresión me encanta- del CONICET son burócratas del pensamiento que todo lo que quieren es sacarnos los cargos en los que nosotros hicimos todo el caminito desde ayudante de 3° hasta adjunto. ¿Ésto lo escuchamos sólo de boca de Barañao y Ceccato? ¿Nunca escuchamos algo similar en los proyectos de investigación donde radicamos, en las cátedras en las que trabajamos precariamente, en las reuniones sociales en las que deberíamos habernos ido a las piñas -perdón por el machirulismo- cuando escuchábamos decir eso con una risita entre los labios? Siempre es más fácil, como de hecho fue la transición argentina de la dictadura a la democracia, concentrarse en las grandes figuras de un mal radical y banal -MMLYQTP, etc.-, que, como desde la Red Federal de AFECTADES decimos al menos desde 2017, reconocer que el ajuste en ciencia y técnica, como el tránsito, lo hacemos entre todos. Después de todo, tanto leer Deleuze, Guattari, etc., algo entendimos de qué va esto de la micro-física micropolítica de todes les días.
El máximo organismo científico del país había aumentado a un nivel insostenible durante 12 o 7 años y la reducción que se hizo en 2016 en algún momento debía hacerse. Los doctores jóvenes -esta expresión me encanta- del CONICET son burócratas del pensamiento que todo lo que quieren es sacarnos los cargos en los que nosotros hicimos todo el caminito desde ayudante de 3° hasta adjunto. ¿Ésto lo escuchamos sólo de boca de Barañao y Ceccato?
Sin embargo, este texto se está publicando en una revista -la revista histórica, en un sentido- de la carrera Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Una carrera que, con mi generación -une nunca habla solo-, cuando la comenzamos a cursar en 2003, cerca de las asambleas vecinales de 2002 y cuando todavía podíamos disfrutar los teóricos de J. B. Rivera, fue una carrera que nos formó y contuvo. Con uno de aquellos amigos, Gastón Sena, luego de habernos tragado sin mayor digestión Foucault, nos la pasábamos hablando acerca de sus normalizaciones y disciplinamentos, pero cuando terminamos de cursar en 2007 seguíamos volviendo a ella, a su infraestructura por entonces en Ramos Mejía/Parque Centenario, para tomar cerveza en La Barbarie y hablar barbaridades hasta que nos echaran. ¿Qué pasó, dónde quedaron esos aires barbaristas -y ensayistas- con tamaña defensa de la ciencia, la técnica y las previsibles políticas de Estado a largo plazo? ¿Acaso te olvidaste lo que aprendimos con Ferrer, que la ciencia no es neutral, o lo que escuchamos de los auráticos labios de Daniel Mundo, citando a Heidegger, que la ciencia no piensa? The tenderness de esta clase de planteo, que puede sonar naïf pero se escuchó en las mejores reuniones sociales, no puede hacernos olvidar que tiene su núcleo de verdad. No reconocerlo sería autocomplaciente, porque quien lo dice cree en lo que está diciendo, en lo que leyó (algo cada vez más difícil de encontrar, incluyéndome por supuesto, dominados como estamos por una lógica cínica donde sabemos lo que estamos haciendo y lo hacemos igual). Pero incluso si fuera nuestra propia madre la que nos dice ésto, a quien le mostrábamos las fotocopias de Merleau-Ponty cuando Carlos Savransky nos lo presentó por primera vez, habría que decirle: ese momento sincrónico de la educación superior se fue para no volver. No, por cierto, porque el macrismo -al mejor estilo norteamericano o sajón- haya logrado hacer de la universidad una empresa privada o una fundación con la obligación de hacer ganancias, sino porque la inversión sostenida -aunque con limites- durante 12 años en el sistema científico formó una generación de académicos que ya no comienza su carrera del mismo modo que se lo hacía hasta los ’90, o incluso 2002. Convengamos que el acceso a un financiamiento es un tanto más impersonal si es decidido por une evaluadore externo, una comisión disciplinaria y una junta de calificación, que por la decisión soberana de un titular de cátedra que decide quién entra, quién se mantiene y quién sale de una cátedra. La cátedra misma es una estructura medieval. Nos gusta citar ¿Qué es un cuerpo docente? de Derrida pero luego nos encontramos trabajando durante años for free y luego, cuando el financiamiento finalmente aparece, por seis mil quienientos pesos por diez horas de trabajo semanales (que nunca son tales). En Argentina, país al que volveré en año y medio, la canasta básica para enero de 2019 está en $26.443. You do the maths.
Entonces, ¿todes les que trabajan -trabajamos- en la universidad publica somos unes giles que nos perdemos de hacer millones en el sector privado o en el “tercer sector”? O, mejor -es decir incluso con mayor mala voluntad de lectura-, ¿quien trabaja en nuestros organismos nacionales de ciencia se pierde la posibilidad de vivir de los “Latin-American Studies” del “primer mundo”? Pas du tout. Simplemente que si sabemos que este financiamiento insuficiente de la educación pública se debe a una distribución regresiva del ingreso nacional entre los sectores en pugna -lo que antes se llamaba lucha de clases- de la sociedad argentina, y que por este mismo motivo cada vez que hubo una marcha nacional en su defensa allí fuimos, es cuanto menos llamativa la normalidad, la normalización -otra vez con Foucault-, con la que parte de la comunidad educativa tomó el ajuste en ciencia desde 2016. Al César lo que es del César: el primer año, diciembre de 2016, la reacción fue importante. Hasta logramos, incluso los que no estábamos en el país y acompañábamos a través de las redes sociales y viendo ¡TN! transmitiendo las asambleas en el Polo Científico, que vaya El Cadete de Víctor Hugo, la politización humorística (HUMO 4, https://www.revistahumo.com.ar/). Pero, luego de la obtención -o conformismo- del PRIDIUN, el Programa de Reinserción de Investigadores y Docentes en Universidades Nacionales, esto es la salida política que inventó el macrismo para vaciar las ex Bodegas Giol que no cedían en convocatoria, la presión amainó. Algo tuvo que ver el PRIDIUN, no sólo su aceptación más por las organizaciones del sector que por les primeres Dobles Recomendades/Afectades de 2016, sino las mismas implicancias del Programa: solución penal y puntual para les 500 doble recomendades de ingreso a CIC de CONICET, pero cero respuesta para la crisis estructural del sector que ya se avecinaba y hoy denunciamos. No había que ser un genie para ver que ese primer recorte era la punta del Iceberg. Hoy el sistema científico argentino, o al menos CONICET, que es lo que conozco un poquitito luego de 8 años, es un Titanic a la deriva hacia el fondo del mar, con la primera clase saltando a los botes que los capitanes conscientes y sensibles del barco guardaron para ella.
¿Quiere decir ésto que, por una vez en la vida, todes aquellos que estamos en Europa, Estados Unidos, Canadá y Chile somos la primera clase de un barco del que queda muy poco de sí? Once again, pas du tout. Pero, ya que estamos, reforcemos la pasada comprobación: les egresades de carreras de universidades nacionales becaries doctorales y postdoc durante los últimos 8 años que se están yendo a extranjero no son casos aislados. Por supuesto, con las limitaciones que todes tenemos, lo que une conoce es un caso, dos a lo sumo. Como decía Carlos Mangone en sus teóricos de 2005: una vez es un caso, dos casualidad, tres un sistema. Lo que estamos viviendo, marzo 2019, son los estertores de un sistema científico reconstruido con mucho esfuerzo -¡e inversión!- desde 2003, por el esfuerzo de todes les argentines -incluso los que votaron a Mauricio-, que va a llevar décadas reconstruirlo, si se reconstruye. Por supuesto, incluso alguien muy bien formado puede decir: qué me importa, mejor, que se lleven a todes les becaries/jóvenes doctores, estábamos mejor sin ellos en 2003, no los necesitamos. Seríamos, entonces, algo así como la encarnación de un nuevo cáncer nacional que estaba carcomiendo las entrañas de una comunidad hasta entonces muy reflexiva y pensante.
Lo que estamos viviendo, marzo 2019, son los estertores de un sistema científico reconstruido con mucho esfuerzo -¡e inversión!- desde 2003, por el esfuerzo de todes les argentines -incluso los que votaron a Mauricio-, que va a llevar décadas reconstruirlo, si se reconstruye.
Menos satíricamente, hay al menos un dato a tener en cuenta: estamos hablando de inversión estatal, gasto que la sociedad argentina -a través de la mediación del Estado- puso en investigar asuntos tan importantes como la responsabilidad colectiva ante la última dictadura, la versión nacional de los porn studies, o una fenomenología merleaupontyna de la danza. Lo digo sin ironía o provocación. ¿O quiénes pensamos que son los ayudantes de 1°, 2° y 3° ad honorem, que pululan las cátedras de Sociales y Medicina, sino becaries estímulo, les viejes becaries Tipo 1 y 2, o los actuales -ya un poco más grandes, aunque siempre jóvenes- becaries postdoctorales? ¿No se sostuvo también la educación superior argentina, desde 2004, con el trabajo no remunerado por la Universidad pero sí por CONICET o AGENCIA de cientes de estudiantes avanzades o jóvenes egresades? Hay otra frase de Christian Ferrer, en la presentación de -creo- la última Artefacto de 2014, en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, que me quedó grabada: “en la década del ´90 la universidad pública se sostuvo sobre el cuerpo de sus docentes, literalmente”. El recuerdo es oral, por lo que espero no faltar al espíritu de las palabras. Si se me permite la paráfrasis, diría: en los últimos 3 años, el sistema científico argentino se sostuvo sobre les corps de su eslabón más débil, sus becaries. Sus becaries precarizades, desde hace pocos años con obra social -como consecuencia de la lucha– pero todavía sin aguinaldo, y debiendo disputar palmo a palmo cada caso de licencia por maternidad o enfermedad. No soy siquiera el más indicade para hablar de ésto, hay compañeres más formados en la materia. Pero sí me permitiría sugerir el siguiente subrayado, más teniendo en cuenta que en los últimos años the affective turn nos ha vuelto mucho más sensibles a la importancia de los afectos, los cuerpos y sus materializaciones: seamos cuidadosos cuando hablamos con alguien que acaba de perder el trabajo. Y a quien le dijeron que lo que planeó para los siguientes -ni siquiera 6 o 7 sino- 8, 9 o 10 años -somos personas muy razonables-, ya no es más un proyecto de vida posible. Preguntémosle -a Delfi, a Lu, a Nico, así como a todos les compañeres que debieron volver al trabajo administrativo que hacían en 2008-, cómo están, cómo se siente poner toda su vida en una caja, dejar al perro con sus padres, no ver el nacimiento de tu primer sobrino, seguramente perderte el fallecimiento de tu abuela nonagenaria. Con perdón del humanismo: son personas man, no robots, incluso cuando the robotic turn -uno más y van- nos haga verlos como tales. Porque, claro, son tan academicistas.
En su lugar, yo diría: viven, vivimos, de la investigación, no de la academia -que para mí siempre fue Racing Club o Rosario Central-. En todo caso, se trata de una profesionalización, para volver a Mangone y su clásica separación de tres frases: institucionalización, profesionalización, burocratización. Si la institucionalización del sistema científico argentino debe remontarse a Frondizi, o en realidad al primer ensayo -la palabra no es casual- de CONICET bajo el peronismo, no puede negarse que lo que sucedió de 2003 o 2008 en adelante fue inédito, con una caterva de dinero invertida en ciencia, técnica e investigación, con CCT (re)construidos en todo el país, y unas ex Bodegas Giol vueltas el nuevo edificio de CONICET, mudándolo de avenida Rivadavia y retomando el vínculo que desde Gutenberg une los libros con el vino. ¿Pero les becaries leen? Claro que sí, amigo. Quizá no lo que vos querés que lean -a vos mismo/a-, pero de seguro mas libros -nos pusimos humanistas- que en otras regiones del mundo, dominados-dominantes por el paperismo. La cultura del fragmento y la negación de la totalidad. Es curioso que, desde el Sud, con nuestras carreras de grado larguísimas, nuestros “másters” con muchísimos seminarios y nuestras “Ph.D´s dissertations” con una cantidad de páginas que siguen siendo numerosas, seamos desde donde hablemos de la unidad perdida del libro, del tiempo que lleva leerlo, de la idea con la que nos vamos de él. Estábamos resucitando al autor y no nos dimos cuenta.
Somos -fuimos- becarios profesionalizados. Becarios profesionalizados en un sistema que tiene mucho más de artesanal -trabajás en tu casa, ponés el medio de producción, el director es tu hermano mayor-, que del viejo artista -todavía artesano- que, degollado su mecenas, va al mercado a ofrecer su obra de arte/producto para el juicio medio de la masa, la opinión pública. El problema es que acá el mercado está saturado, el producto es el conocimiento -hay quienes lo contraponen al saber- y el pueblo tampoco parecer demostrar mucho deseo de escuchar los “hallazgos” responsólogos, pornológicos o fenomenológicos de la danza. ¿Qué haces con 1000 o 2000 tipes a los que financiaste -el pueblo argentino lo hizo- durante 8 años para que se forme cuando las posibilidades de contención son una dedicación simple rentada por menos de 7 mil pesos? ¿Cómo no pretender que, si quedan algo de ahorros de las vacas gordas, o aportes de familia de clase media-media, esa persona no empiece a mirar hacia otros horizontes, ya sea hispano-hablantes o natives speakers, para ver si allí, sí, puede dedicarse a la investigación que en su país ya no? Y, en el caso que lo consiga, que adquiera cierta -improbable- estabilidad laboral en un país que no es el suyo, ¿por qué volvería? ¿Por qué se prestaría, en caso de repetirse, a la patriada de una «repatriación de científicos» idos durante la dictadura, los ´90 o el 2001? El final es donde partimos. Aparece otra cosa: la cultura de la licencia. Me voy a Argentina hasta que un nuevo ciclo político nos haga volar por los aires. Murmis y Portantiero, con su “empate hegemónico¨ -lo que ahora se dice “grieta”- como ontología nacional, siguen siendo absolutamente contemporáneos.
El becario semi-profesionalizado de la Argentina, con la originalidad continental que -desde 1917- no consideramos la necesidad de enviarnos al extranjero para formarnos -sabemos que nos sobran “recursos humanos” para hacerlo-, llega al nuevo/viejo mundo y se da cuenta que lo que debe hacer es distinto y no tanto de lo que viene haciendo. El “paper” a escribir es el mismo, pero en inglés, alemán o francés, y eso ya es otra historia. O, si es en castellano, hay que mantener los aspectos academicistas -decir algo diciendo nada, “la naturalización del medio”- ya practicados en la patria, para vender arena en el desierto como propuesta. Prestar atención a referencias de excelencia que en Argentina ya estaban establecidas, divididas en tres grupos de revistas, pero que hace 10 años eran hasta objeto de burla. La (semi)profesionalización se dio acendradamente en muy poco tiempo, imaginemos si el país invirtiera, no 12 o 7 años, sino 40 o 50, como lo hacen los países de lo que nos burlamos pero a los que vamos de vacaciones y compartimos fotos. Todo ésto me suena un poco a Black skin, white masks, con todas las diferencias del caso, y quizá no esté dando cuenta más que de un exilio contingente – ¿hay exilio definitivo? – de un postdoc -con perdón de la palabra- en ciencias sociales.
La (semi)profesionalización se dio acendradamente en muy poco tiempo, imaginemos si el país invirtiera, no 12 o 7 años, sino 40 o 50, como lo hacen los países de lo que nos burlamos pero a los que vamos de vacaciones y compartimos fotos.
Todavía, incluso con nuestras storys de Instagram contando todo lo que hacemos en el Instituto y la siguiente “conference” -hace no mucho tiempo me daba vergüenza decir “congreso”- en la que nos presentaremos, estamos en un momento de profesionalización. Empezando, pero reculando, dada las políticas de los últimos tres años. Pero también, y no creo que precisamente por heideggerismo, la ciencia, la investigación no parecen importarle mucho a nadie. Está bien, hay cosas más importantes, alguien me dirá, y tiene razón. Desde el sentido común (no arendtiano). Eso lo puede decir Santiago del Moro, o el macrismo. Cada peso devaluado que va al campo concentrado, a la especulación financiera y a las empresas de servicios, y no a une becarie por debajo de la línea de la pobreza, es una pequeña “tragedia” nacional. Y que el régimen de audibilidad que quiera -o pueda, no sabemos lo que un oído puede- oír que oiga. O, como escribió Martínez Estrada luego de 800 páginas de hablar sobre Martín Fierro: nuestra verdad la ven nuestros vecinos. Abramos las ventanas a quienes, “jóvenes”, vienen desde afuera, y no sólo a quienes entraron por una puerta kafkiana con cerradura y knock knock (on heaven’s door) que nunca existió.
*Investigador postdoctoral en el proyecto GREYZONE (financiado por ERC) con sede en la Universidad de Edimburgo, Escocia-Reino Unido. Doctor en Ciencias Sociales (UBA, 2016). Lic. y Prof. en Ciencias de la Comunicación (UBA, 2010). Fue becario doctoral y postdoctoral del CONICET (2010-2018). @mauroigreco, mauro_i_greco.