Entrevista a Héctor Schmucler: universidad, literatura y medios masivos en 1973

Por Mariano Zarowsky* 

En julio de 2013 entrevisté a Héctor Schmucler para conversar sobre su labor en el mítico y fugaz seminario sobre literatura y medios masivos de comunicación que dirigió en 1973 en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires. En una extensa conversación, repasamos aquella experiencia pionera y las complejas aristas de una época a través de una lectura que anudaba con maestría la voluntad de comprensión del pasado y la valoración de un compromiso con el presente. La entrevista, si bien había sido pensada como material de consulta para una investigación académica, se publica aquí por primera vez por su valor testimonial y como homenaje a ese maestro y gran hombre que fue Héctor «Toto» Schmucler.  

Mariano Zarowsky: En la historia de los estudios en comunicación y cultura en la Argentina hay una suerte de eslabón perdido sobre el que se sabe muy poco: la cátedra o seminario de introducción a los medios masivos de comunicación que se hizo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en 1973…

Héctor Schmucler: El seminario que se dio en la carrera de Letras de la UBA se llamaba algo así como “Literatura y medios masivos de comunicación”. No estoy muy seguro si era ese el nombre, o si era “Literatura y cultura masiva” o directamente “Medios masivos”. Sí que tenía el nombre de “medios masivos de comunicación”. Hay que ubicar el contexto, como con casi todas las cosas. Esto fue en 1973, en el auge de la universidad camporista. No duró mucho, porque después vino la intervención. Claramente tenía como objetivo postular una ampliación de la mirada de la literatura y el estudio de la cultura masiva y los medios; hacerlo parte del interés por el estudio de la literatura. Se trataba de una manera de ver la enseñanza, una manera de concebir el uso de la literatura sustentado en posturas ideológicas. Por eso no está mal hacer una mención a Los Libros (aunque en ese momento yo ya no estaba en la publicación), porque la revista, sobre todo en la última etapa en la que estuve vinculado, expresaba la necesidad de revisar las concepciones tradicionales sobre la literatura, es decir, tenía un fuerte enfoque de la literatura como producción social y como expresión de circunstancias sociopolíticas determinadas.

MZ: ¿Paco Urondo lo convocó a trabajar en la Carrera de Letras?

HS: No es que él me convocara exactamente. Yo en ese momento militaba cercano a Montoneros, y con Paco éramos conocidos, teníamos afinidad política. En esta afinidad podían entrar corrientes contrapuestas, dentro de la propia Facultad, y dentro del mismo proyecto político. Pero tal vez la mirada mía (creo que en esto coincidía mucho con la de Paco y con otra gente que estaba ahí) no venía del populismo peronista, sino del marxismo. Paco también venía del marxismo. Entonces había una coincidencia con él y con otros en una mirada positiva del peronismo (como era la mirada de la corriente montonera), pero en una perspectiva no nacional-popular (aunque incorporaba toda la historia de lo popular); claramente era una mirada diferenciada. Digo esto porque había diferencias con gente que venía tradicionalmente del peronismo y a quienes de ninguna manera les interesaba “marxistizar” el peronismo. Nosotros éramos marxistas y tratábamos de comprender al peronismo, pero no dejábamos de tener una mirada de análisis. Esto era dominante.

Había diferencias con gente que venía tradicionalmente del peronismo y a quienes de ninguna manera les interesaba “marxistizar” el peronismo. Nosotros éramos marxistas y tratábamos de comprender al peronismo, pero no dejábamos de tener una mirada de análisis. 

 

Paco Urondo estaba de director del Departamento de Letras. Justino O’ Farrel estaba de Decano de la Facultad, y después estuvo Adriana Puiggrós[1]; con ella teníamos una relación muy estrecha. Digamos que teníamos acuerdos político-intelectuales; más políticos que intelectuales. Lo habré hablado con Adriana, lo habré hablado con Paco y bueno, propuse el seminario y se incorporó como novedad del plan de estudios. Seguramente se modificaron los planes. Era un momento de gran confusión, porque rápidamente yo pasé a dirigir la carrera [risas], reemplazando a Paco Urondo; debe haber sido a fines de 1973, comienzos de 1974, porque Perón muere en julio de 1974 y la intervención en la Universidad fue en el ’74, poco tiempo después.

Sacan al ministro de educación, Jorge Taiana, (el ministerio de educación era un ministerio montonero) y al rector de la UBA. Entonces lo meten a (Oscar) Ivanissevich en el ministerio y a (Alberto) Ottalagano en la UBA y barren todo lo que había de montonerismo en la universidad. No lo digo en el sentido más represivo que se iba a dar después, pero, marcadamente se trataba de limpiar la universidad. Ivanissevich era un fascista, claramente.

Volviendo al seminario. Habrá empezado en 1973 y habrá durado un año, no sé si lo dimos más de dos veces. Entró como parte del nuevo plan de estudios.

MZ: ¿Quiénes lo acompañaban? ¿Tenía un equipo de cátedra?

HS: Bueno, tendría que recordar… Nicolás Casullo estaba seguro, me acuerdo perfectamente. Teníamos algún ayudante. De todos modos el eje ahí era yo. Yo daba el ochenta por ciento de las clases.

MZ: ¿Recuerda algo del contenido del programa o de los contenidos bibliográficos?

HS: El eje era trabajar el papel social e ideológico de los medios masivos, por eso la vinculación con la literatura era azarosa, no estaba centrado en lo literario para hablar de ello. Ya en ese terreno habían trabajado Jorge Rivera, Aníbal Ford (Ford tal vez en algún momento vino, no recuerdo). También me aparece el nombre de Margarita Graziano, no sé por qué…

 MZ: Graziano publicó en 1974 un artículo en el número 3 de Comunicación y Cultura sobre los dueños de los medios de comunicación en la Argentina, tal vez tenga que ver con eso…

HS: Claro, también se me confunde un poco porque en ese momento creamos un Instituto de Investigación en la Facultad. Ahí sí estaba Margarita Graziano, que no tenía una vinculación con el seminario, que duró menos que un suspiro. Estaban también Heriberto Muraro, Alicia Arteaga (gente que después se vinculó a otra cosa) y cuando nos fuimos de la Facultad hicimos un instituto privado, que tampoco duró mucho. Nos fuimos a un edificio muy grande, un instituto dirigido por un pedagogo de La Plata, muy bueno, Guillermo Savloff. Era muy curioso, este centro lo pagaban ex anarquistas con los que estaba vinculado Savloff. Tenían plata porque estaban vinculados con la industria textil. Ellos financiaban eso. Entonces, como yo tenía amistad con Savloff, nos prestaron una oficina, no me acuerdo bien el nombre del instituto, era algo así como “Instituto de Investigaciones en Comunicación”. Ahí trabajó mucho Margarita, seguramente estaría cercano Nicolás. Bueno, los nombres se me confunden porque eran momentos de mucha militancia política: a la vez que Nicolás estaba haciendo esto, también estaba haciendo la letra para un disco de los Montoneros. Eran todos actos de militancia. No había distancia entre la militancia y la actividad universitaria, por lo menos en nosotros.

Volviendo a lo del seminario. En el último tiempo Paco Urondo deja el cargo, por razones de militancia, porque se clandestiniza, y a mi me nombran Director del Departamento de Letras. Hubo como una reestructuración de las carreras. Yo termino siendo como director de tres departamentos, porque incorporaba letras clásicas, el departamento de geografía, y algún otro que no recuerdo bien. Este era el clima. Yo no sé si el seminario lo dimos más de dos veces, pero tenía una concurrencia enorme. Lo dábamos en el Hospital de Clínicas, en el lugar más grande que tenía el hospital, que era un anfiteatro. Ahí funcionaba. Hacía un frío de locos, no había calefacción, y yo terminaba ronco porque tampoco había micrófono. Tenía que andar gritando para que me escucharan todos. En ese escenario se hizo esto. Había mucha gente. Después me imagino que desapareció el seminario, supongo que se volvió al programa anterior, porque en esta área, que era la de letras modernas, se había hecho una reforma del programa.

MZ: Todas estas cosas usted las discutía con Paco Urondo, con Nicolás Casullo…

HS: Sí, pero tampoco es que recuerde que hubiéramos tenido reuniones de cátedra. Lo que más evoco —y eso es lo que te quiero transmitir, ese clima— es que era un acto cultural, académico y político, pero que estaba centrado en lo político. Porque no hubo solución de continuidad: a los 49 días del 25 de mayo desaparece Cámpora; todo era de una fugacidad, de una velocidad increíble: las cosas pasaban día a día. Entonces se inventaban cosas como este seminario, no como algo muy orgánico, sino más bien coyuntural. El seminario se metió sin que necesariamente fuera coherente con el nuevo plan.

Lo que más evoco —y eso es lo que te quiero transmitir, ese clima— es que era un acto cultural, académico y político, pero que estaba centrado en lo político.

 


MZ: Una reforma de un plan, nuevas materias, todo eso lleva un tiempo de institucionalización que en este caso no hubo…

HS: Claro, había como una especie de aceleración. Pensándolo ahora, yo creo que lo más importante de este escenario fue trazar un antecedente de estudios en comunicación en la Universidad de Buenos Aires y un intento de meter los estudios de cultura masiva en la carrera de Letras. Era más el gesto que lo que efectivamente se produjo. Seguro mucha gente se interesó por lo que dábamos, por los temas. Yo estaba dando clase en ese momento en la Universidad de La Plata, porque yo me inicié ahí, en 1972. El programa de la UBA era más sociológico, y el de La Plata era más semiológico, porque yo entré por la semiología. Así se llamaba la materia que daba en La Plata. Ahí estuve tres o cuatro años, tampoco mucho, pero en la distancia parece mucho en relación con lo otro; debe haber sido entre 1972 y 1975. Era en la carrera tradicional de periodismo, había una estructura más armada, aunque también se habían cambiado los planes.

MZ: Paco Urondo lo convocó en 1973 a Aníbal Ford a trabajar en el Departamento de Letras para dar “Introducción a la literatura”. También ahí Ford incorporó cuestiones vinculadas a los medios, en esta línea de ampliación del objeto de lo literario a la que se refiere. En paralelo estaban Jorge Rivera y Eduardo Romano, que tenían una cátedra sobre proyectos político-culturales. ¿Recuerda si tenían algún diálogo y qué las lecturas o autores daban?

HS: Yo creo que en ese momento estaba muy volcado a pensar los medios como aparatos ideológicos, esa era la innovación curiosamente marxista que hacíamos en ese seminario. Por supuesto estaría (Armand) Mattelart, se leería Para leer al Pato Donald, tal vez algo de Raymond Williams, de los primeros escritos, pero no estoy muy seguro; algo de semiología, de Roland Barthes. Hay toda una bibliografía posterior que todavía no existía. Todo lo que había de estudios en comunicación eran los estudios tradicionales de la sociología funcionalista norteamericana, textos de autores norteamericanos. En la Escuela de Periodismo de La Plata se daban esos textos clásicos, algunos muy importantes.

Yo creo que lo más importante de este escenario fue trazar un antecedente de estudios en comunicación en la Universidad de Buenos Aires y un intento de meter los estudios de cultura masiva en la carrera de Letras. Era más el gesto que lo que efectivamente se produjo.

 

 MZ: ¿Recuerda si el seminario generó algún tipo de polémica, de repercusión? Aníbal Ford en sus clases de 1973 sugiere que estaban los althusserianos de un lado y los populistas de otro…

HS: Sí, pero muy informales, no eran reuniones de trabajo. Estábamos en lo mismo, en esta universidad. Me acuerdo reuniones de la cátedra, aunque no eran muy sistemáticas. Recuerdo alguna reunión donde estaban Paco, no sé si estaba Aníbal, y recuerdo a alguien que trabajó mucho con Aníbal; no sé si también no estaba Jorge Rivera. En realidad ya no me acuerdo si era una reunión política o una reunión más vinculada con esto. Y mi argumento era más tomado del materialismo histórico, del materialismo dialéctico; me acuerdo porque en la reunión había un gran prejuicio contra el marxismo. Y Paco Urondo se puso de este lado. Dijo: somos peronistas, somos montoneros, pero científicamente el análisis histórico viene de acá, del marxismo. Bueno, se marcaban líneas que nunca se llegaron a fusionar. Aníbal era muy crítico de todo esto y de la idea de Aparatos Ideológicos de Estado, una idea que yo en ese momento había asumido. No le gustaba nada (y con razón, porque yo también después dejé de ser althusseriano) porque no le daba cabida a la cultura espontáneamente popular. Y el peronismo era eso, o por lo menos lo planteaban así. Por eso en su bibliografía daba (Ernesto) Jauretche, todo el pensamiento nacional-popular…

MZ: Me sorprendió ver en la bibliografía de las clases de Aníbal Ford de 1973 textos de Armand Mattelart. Decía que tenía críticas, pero los daba…

HS: Sí, porque en ese momento lo de (Armand) Mattelart era lo más sistemático desde un punto de vista revolucionario y marxista.

MZ: ¿y conserva algún otro recuerdo de entonces?

HS: En las clases se armaban unas discusiones bárbaras, desde todos los lados, los más militantes y los más críticos. Había una fuerte discusión con los estudiantes, fuertes diálogos. Este era el marco. Aun así el seminario era muy riguroso desde el punto de vista del estudio. Me acuerdo que estábamos tomando un examen y viene un alumno y dice que él el tiempo del seminario lo había dedicado a la militancia política, y que la militancia era una forma de aprendizaje. Tenía toda una teoría de la práctica como aprendizaje teórico. Y yo le dije: mirá, yo lo lamento, pero acá tenés que saber. No te podemos regalar la nota. Era curioso, porque era todo muy político, pero desde el punto de vista del cumplimiento de ciertas pautas éramos bastante inflexibles. En esta anécdota se ve el clima que había: que un estudiante por ser militante considerara que podía suplir el aprendizaje de un seminario. Esto me queda más que el seminario en sí. Me acuerdo la escena.

MZ: ¿Y le peleaban?

HS: Había discusiones, porque yo ahí ya expresaba un nivel mayor de reflexión, de coincidencia mayor con el populismo… [hace una pausa para pensar]… No, con el populismo no; en todo caso con el peronismo, pero todo desde un punto de vista de la revolución. Eran discusiones políticas, eso era de cajón, no había disimulo. Más aún, lo político era la justificación de que existiera eso. Incorporar un seminario como este yo diría que era un acto de rebeldía frente a la vieja tradición de las letras. Yo daba eso. Pero en mi función de director era el más democrático de todos. Porque eran épocas terribles, se echaba a la gente por lo que pensaba, había una gran pugna con la gente de letras clásicas, que venían de una vieja tradición conservadora. Entonces tenía una militante montonera que era el control político. Me acuerdo muy bien de ella, desapareció. Y teníamos discusiones sobre eso, la gente de letras clásicas era muy conservadora. Yo peleé por eso, porque querían que yo los eche, porque era todo muy arbitrario, se echaba a alguien con un decreto. Es muy curioso porque si bien todos sabían que yo tenía el apoyo montonero, que por eso estaba ahí, al mismo tiempo tenía muy buenas relaciones con los de letras clásicas. Nunca se me hubiera ocurrido echar a alguien porque pensara de otra manera. Esto era una lucha más bien interna, con lo cual yo también comencé a entrar en sospecha, porque no era un soldado militar. Digo todo esto porque se me diluye pensar este momento en términos académicos: no había vida académica real; era un lugar de concentración militante. Es muy importante tener esto en cuenta para pensar como se hizo la política en la universidad. Los lugares dirigidos por los montoneros, sobre todo los de humanidades, eran lugares de acumulación de fuerza política: todos los días había manifestaciones. Acá estaba también la corriente de las cátedras nacionales, con fuerte presencia e impronta católica, que tempranamente se distanciaron de todo esto. Yo me mantuve ahí por Paco, porque Paco era muy respetado a nivel intelectual (yo lo conocía como poeta desde hacía muchos años). Pero Paco además era miembro de la conducción montonera. Y eso era lo que regía. A mi seguramente me criticaban, pero no pasaba más allá porque tenía el respaldo de Paco.

MZ: ¿Usted cuándo se desengancha de la tendencia revolucionaria?

HS: En 1975, porque ya venía con críticas. Yo estaba muy vinculado con otro grupo fuera de la universidad: la fracción montonera de los periodistas. Ahí había mucha gente. Esa era mi tarea. Siempre mis tareas vinculadas a la organización eran más bien intelectuales. Nunca manejé un arma, por lo cual era muy criticado también. Y con los periodistas había un núcleo.

MZ: ¿Ahí también estaba Nicolás Casullo?

HS: Sí, porque era periodista, pero él tenía otras tareas, estaba vinculado al Ministerio de Educación, donde estaba (Jorge) Taiana, ahí fue funcionario en cuestiones de prensa del Ministerio. Pero en el Sindicato de Prensa los Montoneros tenían mucha fuerza. Yo me voy porque este era el clima. Tiene que ver con una historia intelectual, aunque no se sustente en tendencias históricas demasiado definidas. Este clima, esta vivencia era una manera de pensar y de estimular algunos pensamientos, aunque no sistemáticos. En ese momento teníamos un punto de acuerdo los más marxistas y los del bando nacional popular: Mao Tse Tung. Uno de sus textos los teníamos en el seminario. Lo teníamos a (Louis) Althusser, es posible que algún texto de (Vladimir) Lenin. Yo no sé si ya había algún estudio de propiedad de la prensa. ¿Porque los trabajos de Margarita (Graziano) y los de (Heriberto) Muraro son posteriores, no? Pero ahí estaba (Armand) Mattelart, con sus estudios de propiedad en Chile. Y Agresión desde el espacio de Mattelart salía por entonces, porque yo estaba a su vez como editor en Siglo XXI…

MZ: ¡Cómo hacían para hacer todas estas cosas!

HS: Y, era una vida agitada, seguramente dormía poco… (risas).

 MZ: En otro orden de cosas ¿Por qué no participa de la segunda época de Pasado y Presente (1973)?

HS: Sí, sí, me acuerdo muy bien, porque hablábamos. Yo era amigo de ellos. Esta es otra historia, más complicada, porque se deriva para otros lados. Ahí en la segunda parte los que trabajaron más intensamente eran (José) Aricó, (Juan Carlos) Portantiero, (José) Nun. Yo participé en varias reuniones, no estaba en contra, me acuerdo que lo discutimos. A mi me parecía bien sacar el número, pero no me entusiasmaba; yo en ese momento estaba más comprometido con los Montoneros. Y ellos ya miraban con simpatía eso. Pancho (Aricó) tenía relación con un alto montonero de Córdoba que mataron, Roque. Él ya tenía un diálogo, pero a través mío, yo fui el contacto. Empezaron a tener reuniones con (Roberto) Quieto, que era del primer nivel. Yo tenía buenas relaciones con Quieto porque él también venía del Partido Comunista, había algo en común… Ellos simpatizaban con Montoneros, pero siempre muy críticamente, sobre todo eran críticos del militarismo. Yo creo que ellos, Pepe Nun, Pancho, Portantiero, tenían la ilusión de influir en el pensamiento montonero. Yo mantenía una relación amistosa con ellos, más bien familiar; pero había cambiado de grupo de pertenencia. Me acuerdo que estaba en una reunión, estaban Pancho, Portantiero, y me dicen: “¿vos realmente crees que a través del peronismo se va a llegar al socialismo?”. Bueno, la verdad es que íntimamente eso me parecía un disparate. Pero había algo que racionalmente me cerraba bien, me dejaba tranquilo. Les dije: “sí, claro”. Lo que me entusiasmaba era la idea del peronismo como movimiento de masas, algo que acá nunca había logrado la izquierda. Entonces, si se formaba una conducción con un pensamiento marxista y gramsciano, entonces ahí sí; estaba todo perfecto: un buen pensamiento con masas. Nadie calculaba después que el montonerismo iría a romper con las masas. Entonces se fue todo al diablo: no hubo más reuniones, desapareció Quieto, en fin. Y en el medio de eso hacía todas estas cosas: la carrera de Letras, el seminario. Yo tenía más discusiones de literatura que de cómo encajar el tema de los medios masivos en letras. Me sentía más cómodo dando mi curso en La Plata, que se llamaba algo así como “semiología de los medios escritos”, que creo que además fue la primera cátedra de semiología en la universidad argentina, pero sospecho también que en América Latina. No había una cátedra que hubiera metido el tema de la semiología. Yo había venido de Francia al calor de eso. Y me imagino que el seminario estaba muy atravesado por eso. ¿Cuál era la hipótesis de esta semiología desde el punto de vista ideológico? Que era la ciencia que develaba la ideología no explícita de los textos; una idea que sigue estando vigente en muchos casos, que era una idea muy fuerte, que estaba en el espíritu de Roland Barthes (aunque también en su espíritu estaban otras cosas). Pero esto estaba en el espíritu de toda la semiótica francesa, en Tel Quel. Había un libro de Julia Kristeva, Semiotique, que decía (no sé si esto no está en la contratapa, lo tengo muy presente, era un libro de tapa negra) que la semiótica era la ciencia de la ciencia, es decir, era como el lugar de la episteme, porque permitía develar la verdad no explícita, no querida —incluso inconsciente— de todos los textos; por lo tanto era la ciencia crítica de todas las demás ciencias. Me acuerdo bien eso. Estoy hablando de cuando volví de Francia, en 1969. Este era el espíritu. ¿Qué es estudiar los medios masivos? se preguntaba el seminario. Bueno, hay una historia, hay conocimientos, pero en realidad la versión revolucionaria del estudio es develar la ideología que subyace en los textos.

Lo que me entusiasmaba era la idea del peronismo como movimiento de masas, algo que acá nunca había logrado la izquierda. Entonces, si se formaba una conducción con un pensamiento marxista y gramsciano, entonces ahí sí; estaba todo perfecto: un buen pensamiento con masas. Nadie calculaba después que el montonerismo iría a romper con las masas.

 

MZ: Esto se ve muy bien en el trabajo que escribió sobre La Opinión, en 1972…

HS: Sí, en mi artículo sobre La Opinión también trasciende esto. La línea más nacional popular era más creyente en la idea de la escritura como una acción; esto de la ideología como algo subyacente no era muy convincente, porque para ellos importaba lo explícito. Estaba más presente la idea de lo que hoy se llama periodismo militante: “La Nación es parte de la oligarquía entonces todo lo que va a expresar es eso, miren”. Yo decía que íbamos más a fondo, porque desencantábamos, desengañábamos, con esta idea del papel de la semiótica como perceptor de la ideología presente en textos no explícitamente pro-burgueses o antirrevolucionarios. Para leer al pato Donald no es muy lejano a esto; era muy dominante esta idea.

MZ: En el prólogo que usted escribe para la edición de Siglo XXI (1972) ubica Para leer al Pato Donald en el contexto del debate político-cultural que se daba entonces en la izquierda chilena en el marco del gobierno de la Unidad Popular. De alguna manera publicarlo acá implicaba una intervención en los debates locales…

HS: Era el mismo debate que estaba llevando Armand con la izquierda en Chile.

 MZ: ¿Y en la Argentina cual era el equivalente  de esa “izquierda  mostrenca y desanimada” a la que usted acusa en ese prólogo?

HS: Bueno, incluso acá el Partido Comunista todavía tenía un peso. Cuando yo decía eso decía: la izquierda que no ve la realidad. Pero era la misma discusión con el teoricismo del Partido Comunista en Chile, que acá se repetía. Había una izquierda —así lo veía yo— débil ideológicamente. Yo postulaba una suerte de saber más en serio, sociológico, filosófico, etc. Mismo en la revista Los Libros estaban las más diversas y absurdas posiciones de la izquierda (que son además las que se quedaron con Los Libros; eso lo sabés bien). ¿Y por qué yo tenía cierta relación personal con el movimiento nacional, en el que no creía, con el que no tenía nada en común culturamente hablando; no tenía nada que ver con todo eso (si incluso había sido su víctima cuando había sido estudiante, en el primer peronismo, estando en la cárcel)? Es que en la apertura pos-estalinista el peronismo también aparecía como el campo de la subjetividad —que tampoco lo llamábamos así— que la izquierda no percibía. La izquierda seguía teniendo esquemas abstractos en relación con la lógica histórica. El disparate del PCR apoyando a López Rega… (amigos que aún hoy no saben como disculparse con uno; porque siguen siendo amigos, gente como Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano…). El fondo de su razonamiento era un modo de pensar muy abstracto sobre la lógica histórica: porque López Rega era antisoviético —y en ese momento ellos eran el PCR chinófilo— y para ellos en ese momento la URSS era la contrarrevolución;. Entonces todo lo que se oponía a la contrarrevolución era bienvenido. Era un disparate, pero tenía una lógica.

MZ: En el número de la ruptura de Los Libros (Nº 27, 1972), aquel sobre el Gran Acuerdo Nacional, se hace una editorial donde se explicitan las diferencias sobre el GAN. Pero ahí también se dice que la posición que pierde, que es la suya, que queda en minoría, se niega a que hubiera artículos de discusión de la coyuntura política inmediata, manteniendo la idea de que había que hacer una lectura política de la cultura, esto es, desde las mediaciones de lo cultural.

HS: Exacto, así es. Esto lo tendrías que hablar con ellos, que se lo acuerdan bien porque fueron actores de esto, sobre todo Altamirano, más que Beatriz. Porque para ellos fue una batalla ganar la revista Los Libros. Era todo tan disparatado que creían que la revista Los Libros era importante políticamente. Tuvo su importancia, sin duda, pero tomar eso como instrumento de acción era un disparate… Cuál era la idea: el PCR toma Los Libros como órgano de su política cultural. Y esto era darle una importancia a Los Libros que no tenía, porque era otra su importancia, eran otros los lugares donde circulaba, donde podía estimular el pensamiento. Era una idea iluminista muy clara. Tenemos el instrumento y… Bueno, se volvió eso: en sus últimos números Los Libros se convierte en un órgano del PCR. Y yo me oponía a eso. Los Libros empezó no prescindiendo de lo político, pero siempre desde un análisis de orden cultural, ideológico. Después, con el peso de las circunstancias, se fue politizando más. Bueno, esto lo puse en práctica, porque dejé de ser el director de la revista, sin mucho problema para mí, porque no veía que la revista fuera para otra cosa. Pero esta es otra historia.

Vuelvo a lo otro. Acá empezaron también las diferencias con Lenguajes. Porque yo fui miembro de la Asociación Argentina de Semiótica. No sé si fui a la reunión fundacional, pero estaba ahí, yo venía de ahí, con (Eliseo) Verón, todos los que estaban ahí, Paula Wajsman (que es la que escribe el artículo contra Para leer al Pato Donald en el número 1 de Lenguajes). No éramos amigos pero teníamos una buena relación. Y ahí hay una desvinculación. Con todo, cuando uno lee Lenguajes ve que ellos no dejan de hablar de la “liberación”. A pesar de su ascetismo científico era tal la fuerza de la realidad que no podían salir de eso. Incluso para (Armand) Mattelart el aliado en la Argentina era Eliseo Verón. Después bueno, pasó lo que ya sabemos. Lo mismo que Heriberto Muraro, que conozco hace mucho y era muy amigo. Muraro era un peronista sui generis, un pragmático. Seguro todo esto estaba presente en el seminario. Me acuerdo que en La Plata había varios ayudantes, jefes de trabajos prácticos. La cuestión más teórica no les interesaba mucho, pero esta idea de la semiología como instrumento para develar la ideología, sí, era como el caballito de batalla, y esto estaba presente.

Todo lo que te comentaba es para decir que este seminario es como el primer recuerdo de algo de comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Pero insistí mucho en darte el clima para no mitificarlo. Fue importante, pero no creo que haya dejado alguna huella en el sentido de una continuidad en comunicación. Después de eso, nada. Doce años después, ya en democracia, estando como Rector normalizador de la UBA Franciso Delich aparece la idea de crear una carrera. Pero en el medio nada. Yo me acuerdo que el primer plan de estudios de la carrera lo hice yo cuando vine de México. Pero tal vez la única huella era interna, mía, pero institucionalmente no sé.

 MZ: Tal vez su importancia sea otra. A veces un seminario tan breve como este, o una revista, aunque dure dos números, expresan o condensan un momento político-cultural, y luego dejan sus huellas por caminos impensados…

HS: Claro, y en ese momento era importante, porque no era casual que en ese momento encajara un seminario como este. No era caprichoso, era orgánico a una idea 


[1] Justino O´Farrell se desempeñó como Decano de Filosofía y Letras a partir de la asunción en el Rectorado de la UBA de Rodolfo Puiggrós, en mayo de 1973. Adriana Puiggrós lo sucedió en la función desde abril de 1974 hasta septiembre del mismo año (Nota MZ).

*Doctor en Ciencias Sociales y magíster en Comunicación y Cultura por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y docente de Teorías y prácticas de la comunicación II en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).