Texto: Joaquín Rodríguez Freire*
Fotos: Belén Rodríguez Freire**
Diegos gordos, flacos, pulcros, gigantes, pequeños, inmaculados y exultantes. Diegos atléticos, emocionados, risueños, felices y victoriosos. Diegos de Argentinos, de Boca, de All Boys, de Defensores de Belgrano; Diegos con sus hijas, con la Copa del Mundo, con Chitoro y Doña Tota, con pelo teñido y con la melena enrulada y sus ojos negros y chiquitos. Diegos vivos en cada esquina y cada remanso de Buenos Aires. Diego, el último humano universal, y su sombra sobre todas las cosas.
Hace exactamente un año la vida de Maradona, el hombre que se hizo entre las multitudes y el bullicio, el señor de los ruidos, se apagó en silencio tras la quietud de los muros. Con él partieron recuerdos e imágenes; postales de momentos felices que se diluyeron en la frialdad de un zócalo televisivo. Su despedida fue tan caótica y plebeya como su paso por este plano. Y su ausencia se hizo carne, y también arte.
Las estaciones del largo periplo maradoniano son muchas y diversas. Desde México hasta Nápoles, pasando por Cuba, Emiratos Árabes, Bielorrusia y tantas más, Diego usó al mundo como su campo de juego; un territorio minado de aventuras, escándalos y épica, donde entre héroes y villanos supo granjearse el amor de los pueblos. Pero como todo trayecto, este también tiene un punto de partida: Buenos Aires, la ciudad de edificios europeos e índices latinoamericanos.
Más allá del derrotero internacional, Maradona también dejó su huella en la Reina del Plata. Por ejemplo, de Ushuaia a La Quiaca, no debe haber argentino que no sepa que evocar la esquina de Segurola y Habana es sinónimo de retar a alguien a duelo. Tampoco es casual que, además de Villa Fiorito, barrios forjados por obreros anarquistas y marinos genoveses como La Paternal y La Boca sean las grandes mecas del maradonismo vernáculo.
Así como cada pueblo tiene su estación, su plaza y su iglesia, los «100 barrios porteños» ostentan sus propias gemas. Entre ellas se lucen aquellas que tributan a San Diego de Argentina. Murales, baldosas, grafitis, paseos y hasta un santuario son algunas de las obras que forman parte del paisaje urbano y que florecieron sobre todo en el último año. Detrás de ellas hay historias tanto de profesionales como de gente de a pie que decide, simplemente por amor, tomar un pincel y estampar una imagen de los días felices sobre alguna pared.
Pablo Ruarte es oriundo de Moreno, tiene 39 años y estudió artes visuales. En la esquina de Gallardo y Lascano, Versalles, un mural con tres imágenes distintas de Maradona lleva su rúbrica. Si bien no se declara fanático, sabe que está «pintando a un prócer». Pablo empezó a interesarse en el arte urbano en 2001, cuando, al calor de la crisis, expresiones como los esténciles y grafitis se convirtieron en una herramienta de lucha. Según cuenta, esa movida urbana decantó en la aparición de diversos muralistas entre 2009 y 2010.
Impulsado por este boom, el artista y profesor se lanzó a la aventura. Hace siete años que realiza murales con su estampa. «Salí a la calle a pintar, a hacer obras propias. Después empezó a aparecer gente interesada en lo que yo hacía para hacer pinturas en sus casas. Ahí surgió también la veta laboral. Al principio fue algo personal», dice, y explica: «Mediante el mural empecé a ver que lo que yo hacía podía ser valioso para alguien y ser también una fuente de ingreso».
Maradona no necesitó de la muerte para ser ícono. Lo fue, al menos, desde 1986. Por eso su rostro siempre estuvo presente en el entramado citadino, aunque supeditado al entorno de los estadios y clubes, principalmente de aquellos donde jugó. Hoy no es necesario acercarse a una cancha para encontrar a Diego. Está en locales, comercios, baldíos; en galerías, balcones, talleres viviendas: en cada lugar donde haya un argentino que respire.
¿Cómo es pintar a Maradona? «No es cualquier cosa. Cuando pintaba, me acordaba de sus jugadas y decía ‘¡guau!’. Yo no soy fanático, pero siempre está mi respeto por su persona y por la magnitud que tiene como ícono. Pintar a Diego es como pintar a un prócer. Es un prócer moderno, algo así. Tiene una carga, es una persona que sobrepasó todo lo normal o lo que se puede llamar normalidad. Es increíble lo que generó y genera. No es lo mismo pintar a Maradona que pintar a un político. Me salen trabajos de ese estilo; si bien es respetable y todo, con Maradona la grieta es como que no existe. Lo que dejó es mucho más: tiene una obra que lo recubre».
Como Pablo Ruarte, hay decenas de artistas poniéndole sus firmas a imágenes épicas. Uno de ellos es Víctor Marley, quien hizo una impactante secuencia de murales realistas alrededor del estadio Diego Armando Maradona, de Argentinos Juniors, que fueron inauguradas el 30 de octubre, con motivo de un partido homenaje por los 61 años del ídolo.
Ahí también se emplazó un santuario con todas las ofrendas que la gente dejó aquel 25 de noviembre de 2020. Ubicado sobre la avenida Boyacá, ese pequeño espacio, que funcionaba como un cuarto de mantenimiento, ahora está repleto de camisetas de fútbol, flores e ídolos religiosos que se funden con la liturgia maradoaniana. “La Paternal ‘Tierra de Dios’”, reza la placa fechada en diciembre del año pasado, cuando el lugar abrió sus puertas. El Diego juvenil y sonriente que ilustra el altar es obra de los artistas Dreier Salamanca Vargas y Maximiliano Bagnasco.
Oriundo de Villavicencio, Colombia, Dreier llegó a la Argentina en 2019 para dedicarse de lleno al arte. Aquí encontró personas generosas, que lo impulsaron a seguir el camino que había elegido. Entre sus distintos maestros está Bagnasco, con quien trabaja actualmente. «Nuestro caso fue muy especial. Cuando empecé a trabajar con Maxi, hacíamos murales de otro tipo, pero cuando murió Maradona comenzaron a pedirnos temas relacionados con él», cuenta Salamanca.
Precisamente, la primera obra que pintó del héroe de México 86 fue la del altar de la capilla, en cuya inauguración participó parte de la familia de DAM. «No pensé que fuera algo tan emblemático. Ahí sentí lo importante que estaba haciendo; no era solo hacerlo bien, sino también de una manera muy respetuosa, porque iba a simbolizar los sentimientos de muchas personas», explica, y agrega: «A Maradona lo conocí en Argentina después de su muerte, y me dio mucho sentimiento en ese momento. Sentí que lo que hicimos fue más que arte; fue dejar un símbolo para las personas y para la gente que lo amaba. Fue distinto a cualquier mural que yo haya hecho».
Pero eso no es todo: Dreier y Bagnasco también son autores de una verdadera galería maradoniana a cielo abierto. En Bacacay y Donato Álvarez, Flores, está el polo gastronómico «Patio de los Lecheros». Allí 18 cuadros repasan en retrospectiva la vida de Maradona, desde sus días en los Cebollitas, hasta su peregrinaje final por las canchas al mando de Gimnasia y Esgrima de La Plata. El proyecto surgió antes del fallecimiento del diez, pero recién se concretó este año, tras jornadas maratónicas de trabajo que se extendieron por 15 días, según cuenta el pintor.
La seguidilla de imágenes da cuenta de la infinidad de vidas que Pelusa vivió en una sola. «Maradona no tuvo una sola cara; fue un personaje que transitó por muchos estados y períodos. Situaciones que mucha gente no llega a vivir. Él vivió todo en una vida corta: desde épocas de gloria, hasta períodos muy difíciles. Fue una persona con muchas caras; tuvo que atravesar muchas situaciones y su imagen refleja eso. Fue muy interesante hacer esa retrospectiva de Maradona porque lo fui conociendo más. No lo conocí en vida, pero lo conocí a través del arte», agrega Dreier.
El artista, que actualmente vive en La Plata, destaca el carácter multicultural tanto de Buenos Aires como de la capital bonaerense, y dice que el intercambio con tantas personas de distintos lugares del mundo «hace que haya muchas maneras de ver las cosas» y que «las dinámicas sean distintas a otros lugares». «Pintar a Diego no es solo pintar a un ídolo del fútbol: también representa sueños, ideales de la gente», concluye.
Maradona ya no está. Su corazón se detuvo en la habitación triste de una casa alquilada. Aquel miércoles gris y pesado dejó la enseñanza de que nadie escapa a la muerte, ni siquiera los que la vencieron en tantas partidas. Casi como el epílogo de un libro fantástico, Diego tuvo una última procesión, recorriendo las canchas del fútbol argentino y recibiendo el amor de los hinchas, indistintamente de las camisetas. Así cerró una narrativa mitológica, que le permitió encontrarse con generaciones que solo sabían de sus hazañas por videos e imágenes de otra era. Alguien dijo alguna vez que los verdaderos artistas son aquellos que inspiran a los otros a crear. Diego Maradona fue de esos.
* Estudiante de Ciencias de la Comunicación UBA. Trabaja como periodista en Ámbito Financiero desde 2014. Actualmente también colabora con distintos medios digitales y radiales, principalmente culturales.
** Fotógrafa profesional. Se recibió en 2018 con el título de Técnica superior en Fotografía Profesional en el Instituto ISEC. Actualmente se dedica a la fotografía freelance.
Imagen de portada: Ciudad de Dios: calco en el barrio de La Paternal.