Todo no está guardado en la memoria…digital

Por Alejandro Cánepa*

Buenos Aires, 2048.  Un historiador decide tomar como objeto de estudio un hecho sucedido cuatro décadas antes en Argentina.  Concurre a una hemeroteca y consulta los diarios de ese año.  En muchas notas se mencionan los tuits de tal o cual político, los posteos en Facebook de un empresario, un comentario en Instagram de una actriz.  Una colega historiadora además le cuenta que existían, en el año que él estudia, un tipo de páginas web que se llamaban blogs, y recuerda el nombre de algunos que tenían información sobre el tema que él investiga.  El historiador decide rastrear todos esos elementos, a ver qué encuentra en la Red; lo que rescata son datos dispersos y algunos textos, pero otros han desaparecido para siempre. No ubica esos posteos de Facebook ni los tuits, porque esas redes sociales ya no existen y en más de una ocasión la búsqueda de las notas de blogs desembocan en enlaces rotos.  En una oficina de un organismo público al que le permitieron acceso, los empleados le muestran resignados una caja desbordante de CD-una técnica de almacenamiento que ya ha caducado- que se supone contienen informes relacionados con la investigación que él lleva adelante, pero ya no hay ni lectoras ni programas aptos para abrir lo que contienen.

El investigador se desespera: comprueba que buena parte de la información generada en ese año es irrecuperable.  Y se sumerge en las páginas de los diarios en papel que sobreviven en la hemeroteca, resignándose a que una porción importante de datos para comprender ese año se evaporó para siempre.  De esos huecos profundos que genera la digitalización acelerada del mundo habla este texto.

 

Argentina: el Paraíso de los datos volátiles

Puede parecer una distopía, pero ese escenario tiene serias chances de existir, al menos en parte.  Ya en 1997, el investigador canadiense Terry Kuny alertaba sobre los peligros de una “era digital oscura”, en la que una buena porción de la información registrada digitalmente iba a desaparecer, generándose un verdadero agujero negro informativo. Esos riesgos ya se concretaron. No se trata de ser apocalíptico u otra diatriba lanzada por los fundamentalistas digitales, sino de reflexionar sobre las características de la circulación de la información en la época actual, las implicancias historiográficas y cognitivas de las mismas y los desafíos para preservar aunque sea una parte socialmente relevante de ese flujo inmenso que segundo a segundo llega a la web. En la misma línea que Kuny, el mismísimo vicepresidente de Google, Vint Cerf, alertaba en 2015 sobre este “nuevo problema que amenaza con erradicar nuestra historia».

Por supuesto, el problema de la recuperación de los materiales emitidos por los medios de comunicación no es reciente y no nació con el desarrollo de Internet. El crecimiento exponencial de la radio y la televisión provocaron que fuera imposible capturar todo el material producido por ellas. Pero más allá de ese rasgo, Argentina arrastra un problema con la preservación de archivos mediáticos, ya que buena parte de la producción televisiva nacional desde 1951 en adelante se perdió para siempre. La que sobrevive se encuentra dispersa en organismos públicos, empresas privadas y coleccionistas, y en muchos casos es poco accesible visualizarla.  ¿Existe la colección completa de Nuevediario, noticiero clave de los ’80? ¿Y la de los noticieros de la televisión pública? ¿Dónde pueden verse las telenovelas argentinas emitidas durante los ’70? Y más acá en el tiempo, ¿dónde están los archivos de los reality shows emitidos por la televisión argentina en 2001, por no decir los más recientes?

Por supuesto, el problema de la recuperación de los materiales emitidos por los medios de comunicación no es reciente y no nació con el desarrollo de Internet. El crecimiento exponencial de la radio y la televisión provocaron que fuera imposible capturar todo el material producido por ellas.

Ese carácter disperso y escuálido de los archivos públicos sobre medios de comunicación en Argentina  se acentúa con la velocidad del  incremento de los datos que se suben a la web.  Así, esa carencia en el patrimonio cultural nacional se agrava conforme un flujo cada vez mayor de información se concentra (solo) en la web.

 

Un gigante frágil: el almacenamiento digital de la información

¿Cómo recuperamos tuits borrados por su autor hace 2 meses? ¿Y posteos de Facebook? ¿Dónde quedó alojado ese texto interesantísimo que encontramos en un blog que fue dado de baja? ¿Cómo recuperar ese informe que una organización sacó de su web? ¿Cómo saber si las noticias de un sitio de un diario que sobreviven en la web sobre determinado hecho son todas las que se subieron ese día?  Quizás una de las cosas más fascinantes de esta era sea la multiplicación de mensajes, unida a la incertidumbre  sobre su duración y recuperación. Volcamos en las redes y en la web miles de piezas de todo tipo (textos, fotos, audios, videos, likes) sin que tengamos garantizado que se pueda recuperar todo ese material o siquiera parte de ello. El problema se agrava cuando lo que se pierde es la información  generada por organismos públicos, empresas, políticos o personalidades públicas.

Quizás una de las cosas más fascinantes de esta era sea la multiplicación de mensajes, unida a la incertidumbre  sobre su duración y recuperación. Volcamos en las redes y en la web miles de piezas de todo tipo (textos, fotos, audios, videos, likes) sin que tengamos garantizado que se pueda recuperar todo ese material o siquiera parte de ello. El problema se agrava cuando lo que se pierde es la información  generada por organismos públicos, empresas, políticos o personalidades públicas.

Y no se trata solo de la Red; los soportes de almacenamiento se vuelven obsoletos con la misma velocidad apabullante, y el tiempo y el dinero para trasvasar toda la información de un modo de registro a otro es para actores privilegiados. ¿Cuánta información anida en diskettes abandonados en casas, oficinas y depósitos, o han sido descartados y ya no podrá jamás leerse esa información? ¿Qué garantía hay que lo hoy almacenamos en CD se pueda “leer” en 5 años?  Osten (2008), reconoce que las proporciones y sentidos de esa pérdida de información no se han discutido lo suficiente.

No solo  se trata de  materiales que fallan, sino de la desaparición de los dispositivos para abrirlos o cambian los sistemas operativos que los reconocen.  Así, los soportes de almacenamiento tienen cada vez mayor capacidad de guardado y al mismo tiempo son cada vez más frágiles.  La información va quedando envuelta en todo tipo de capas de hardware y software que la separan de quien quiere acceder a ella.

Por otro lado, esa tendencia se acentúa al derivar cualquier archivo a “la nube”, descartando el almacenamiento por fuera de la Red, como si “la nube” fuese algo accesible eternamente. De hecho, la metáfora “nube” pretende colocar dentro del orden de los fenómenos naturales a una construcción humana, atravesada por criterios tecnológicos, políticos y económicos. Se supone, erróneamente, que lo que uno “cuelga” allí estará disponible cuando se desee, como el cielo está sobre nosotros desde tiempos inmemoriales.

 

Del “guardar como” al “cómo guardar”

Para combatir la amnesia digital, existe Internet Archive (https://archive.org/) , que, mediante un esfuerzo de la sociedad civil, busca copiar material que se halla en la web, sean imágenes, audios y textos.   Pero  la pregunta clave es: ¿dónde está el Estado para ocupar ese rol y garantizar que al menos cierta parte significativa de lo que circula por la web se guarde y se garantice su accesibilidad para las futuras generaciones?  Y no se trata de guardar todo lo que se sube, no solo porque es imposible sino porque un archivo con semejante cantidad de información sería inútil.

Por supuesto, son aquellos Estados con recursos los que  tienen más responsabilidades de generar esas memorias de lo digital. Así, los países periféricos quedan condenados a perder buena parte de ese material, o depender de organizaciones de la sociedad civil o de otros Estados que sí lo conservaron. En Francia, la Biblioteca Nacional lleva adelante el Registro de Páginas Web, mediante el cual, tanto con robots como con investigadores especializados, diariamente se copia información de la web referida a aquel país, o relacionada con temas específicos, definidos por la institución y en programas estandarizados.

Por supuesto, son aquellos Estados con recursos los que  tienen más responsabilidades de generar esas memorias de lo digital. Así, los países periféricos quedan condenados a perder buena parte de ese material, o depender de organizaciones de la sociedad civil o de otros Estados que sí lo conservaron.

En Argentina, en un contexto de estrangulamiento económico y de presupuestos oficiales que mutilan diversos gastos de funcionamiento del Estado, parece muy poco probable que esa tendencia a perder para siempre la información se revierta. En ese sentido, es el Estado quien debería cumplir el insustituible e indelegable rol  de preservar estos archivos y que puedan ser consultados por la población.   De esa forma, los países garantizarían que una parte de la información producida en esta época trascienda el puro presente y sirva como insumo para los futuros historiadores.  Por la complejidad, el costo y el alcance del desafío, este no puede quedar en manos únicamente de actores de la sociedad civil; y por una decisión política, tampoco puede quedar solo en manos de las empresas, lo que equivaldría a dejar que sea la lógica comercial la que defina qué sobrevive de esa información.

Estamos en una época en la que se debaten distintas regulaciones que involucran a las grandes compañías-símbolos de la cultura digital. Por eso mismo también debería estar presente  en ese debate la necesidad de luchar contra esa tendencia amnésica. Si un lugar común es definir a Internet como “la biblioteca del mundo”, cabe preguntarse quién la dirige, con qué criterios y dónde está su catálogo. Si no hay respuesta para estas preguntas más que una biblioteca estamos ante un espacio infinito e impalpable, en el que los datos flotan y se disuelven según reglas oscuras que desconocemos.


Bibliografía:

Osten, Manfred (2008) . La memoria robada. Los sistemas digitales y la destrucción de la cultura del recuerdo. Madrid: Siruela


*Alejandro Canepa es docente de Diseño de la Información Periodística en la Facultad de Ciencias Sociales y de Comunicación I en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, ambas en la Universidad de Buenos Aires. Forma parte del equipo de coordinadores de la Agencia de Noticias Ciencias de la Comunicación (Anccom).