¿Teoría vs porno?

Los doctores Diego Gerzovich y danimundo debaten sobre la posibilidad de la teoría en una sociedad que nos acostumbramos a imaginar como porno.

Hacer teoría, o en términos althusserianos, dedicarse a la práctica teórica, implica necesariamente el registro de una diferencia, una polémica, una discusión. Sin discusión contra otra posición que sostenga un modo diferente de entender el objeto, la práctica teórica es una cáscara vacía. Hay una discusión muy específica en el trabajo teórico, que es el debate sobre el propio concepto de teoría. En tiempos como los nuestros, en los cuales la discusión entre posiciones teóricas diferentes es casi inexistente en el campo intelectual a nivel nacional o global, la práctica teórica se torna casi imposible, y por completo irrelevante en el espacio de la esfera pública.

Sin embargo, el trabajo académico y la reflexión teórica tienen su propia inercia. Así es como nos la pasamos tanto Diego como danimundo buscando colegas con quienes discutir sobre alguna cuestión y así ejercitar un poco el músculo de la polémica. En esas derivas andaba Diego cuando se topó con un libro de Terry Eagleton de 2001 en el que, de alguna manera, opone y hace polemizar a la modernidad de las discusiones teoréticas, con la posmodernidad del porno. En ese libro de hace 20 años había algo que le permitía a Diego entablar un diálogo polémico con el amigo-colega danimundo, uno de los pocos teóricos del porno por estos pagos. Desde la postura de Eagleton, “teoría del porno” constituye un oxímoron. Nos propusimos resolver este intríngulis a sabiendas de que iba a ser productivo. En los textos que siguen, podrán leer la primera versión de esa discusión.

Después de la teoría, ¿es posible la teoría?

Por Diego Gerzovich*

En términos generales, en mis tareas docentes o de investigación, suelo asumir posiciones más cercanas a la posmodernidad que a lo moderno. Asumo cierto relativismo moral, me interesan las transformaciones sociales producidas en el entorno digital. Rechazo, aunque con suavidad y matices, la validez de las teorías generales producidas por europeos entre mediados del siglo XIX y principios del XX, como herramientas teóricas para analizar el presente. Me permito incluso usar conceptos sueltos de aquellas teorías para pensar algunos fenómenos o cosas de nuestro tiempo. Sin embargo, me interesa mucho la obra de Marx y, en general, los debates sobre el marxismo producidos en Europa durante todo el siglo XX y en América Latina durante los años ’60 y ’70 del siglo pasado.

Precisamente a partir de esas derivas, y mientras daba mis clases anuales sobre los orígenes y la primera época de los Cultural Studies británicos, me topé hace un par de semanas con una edición en portugués de un libro del año 2001 del escritor Terry Eagleton, titulado Después de la teoría. Debo agregar que el pensamiento teórico, la construcción de teorías, la discusión sobre la idea de “perspectiva teórica”, etc., forman parte central de mis desvelos académicos hace ya más de 30 años.

En fin, en el primer capítulo de su libro, Eagleton escribe cosas tales como: “Ya llegamos a reconocer que la existencia humana tiene por lo menos tanto que ver con la fantasía y el deseo como con la verdad y la razón. Solo que la teoría cultural se está comportando de manera parecida a la de un profesor célibe de mediana edad que, absorto, descubrió el sexo por azar y está frenéticamente buscando compensar el tiempo perdido”. Siempre gracioso y sugerente con sus metáforas y comparaciones, Eagleton construye una sólida oposición entre el pensamiento teórico, vinculado a un horizonte de significación moderno, y el porno o la teoría sobre el porno, el placer y el cuerpo, vinculada a las interrupciones posmodernas. Teoría como antónimo de (teoría sobre el) porno. Me gusta leer a partir de opuestos. Y más cuando se pueden armar sistemas cuatripartitos: modernidad – teoría vs posmodernidad-porno. Esos sistemas interpretativos permiten ser claro y complejo a la vez.

Con este marco de discusión de opuestos, me propongo comentar dos temas importantes que surgen a partir del despliegue de esa oposición. El “fin de la teoría” es uno de los temas centrales de la posmodernidad: el rechazo, a partir de los años ’80 del siglo pasado, de las grandes teorías metafilosóficas: hegelianismo, marxismo, funcionalismo, psicoanálisis, estructuralismo. Esa crítica fue provocando una creciente fragmentación o tribalización del pensamiento hasta llegar al paroxismo de ese proceso de desgranamiento en la transformación de esas teorías fragmentadas en material de consumo de las grandes organizaciones educativas del mundo y sus departamentos de investigación en ciencias humanas. Ese movimiento de las teorías acompañó el creciente poder del capital global y la creciente importancia del consumo en la maquinaria económica capitalista. De la fragmentación teórica, entonces, a la fragmentación social. Y de ahí, a la crisis de la “política general” fue un solo paso. Ahora, como dice Eagleton, pasó a tener el mismo valor académico la política de la masturbación que la política de Medio Oriente. Todo este proceso global llevó, asimismo, al decaimiento del ímpetu revolucionario, tan presente en las décadas de los ´60 y los ´70 tanto en Europa, como en América y África. Crisis conceptual generalizada: crisis de la nación, crisis del Estado, crisis de la clase. Crisis de la teoría como correlato de la crisis de la política y la revolución.

¿Qué vino a llenar ese vacío? El porno. En lugar de filosofía francesa, la metafísica del French Kiss. No hay vuelta atrás. Ni el estructuralismo marxista como fuerza de choque teórica del comunismo francés, ni la asociación de teoría de la dependencia con los movimientos revolucionarios latinoamericanos. En lugar de eso, las tribus académicas alrededor de cada una de las subculturas, tipos de feminismos o movimientos del cuerpo en los patios de las facultades. Cada tribu produce decenas de tesis de maestría o doctorado; cuanto mayor la cantidad, mayor relevancia en las jefaturas de departamento y en las decisiones presupuestarias de las instituciones universitarias. Todo es cuestión de mercado. Esta crítica del porno y la fragmentación hedonista del capitalismo global es, a fin de cuentas, moderna.

El segundo tema que surge del despliegue de la oposición entre el porno y la teoría, es la cuestión de la seriedad del trabajo académico. Siempre recuerdo mis devaneos entre la rigidez seria de Carl Schmitt y la risa masoquista de Walter Benjamin. La exigencia posmoderna es “diversión a toda costa”, toda producción académica debe divertir al investigador y sus textos entretener a los docentes y estudiantes. Aprendí a dar clases en los años ‘90 con la exigencia que planteaba la tinelización de toda la actividad docente. La tinelización de todo. Pum para arriba y el recuerdo del último José Sazbón y sus clases, durante esos mismos 90, escritas pacientemente con tiza en el pizarrón, mientras los estudiantes esperábamos, esperábamos una risa, en silencio e incómodos. Aquí la oposición es entre el compromiso (leer todo) y la diversión (leer solo lo que da placer y entretenimiento). No hay todo posible en la teoría fragmentaria que sigue al porno; objeto fragmentario corresponde a pensamiento fragmentario. Lo serio es la búsqueda de la totalidad a partir de lo teórico, pero hoy se exige lo contrario: lo sexy es el sexo. Y estudiar debe ser tan divertido como “garchar”.

No hay todo posible en la teoría fragmentaria que sigue al porno; objeto fragmentario corresponde a pensamiento fragmentario. Lo serio es la búsqueda de la totalidad a partir de lo teórico, pero hoy se exige lo contrario: lo sexy es el sexo. Y estudiar debe ser tan divertido como “garchar”.

A pesar del tono crítico-moderno de estas líneas, no es un criticismo conservador el que las anima. Al contrario, y debo repetirlo, no hay vuelta atrás. Y las respuestas no las podremos buscar en la teoría, sino en el porno. ¿Habrá un camino de lo fragmentario hacia una nueva totalidad? ¿Podremos encontrar en el magma de fragmentos a los nuevos clásicos? ¿Serán estas porno-cenizas las ruinas sobre las que se construyan nuevas teorías que les permitan a las nuevas generaciones de estudiantes ejercitarse en el noble arte de la discusión?

El porno, un concepto

Por danimundo**

Hace unos años intenté una movida intelectual que fracasó y de la que no me arrepiento: quise convertir en concepto la palabra y la experiencia porno, quise pensar qué significa el porno, y hacerlo con toda la seriedad y el desparpajo que un concepto como éste requiere. No funcionó, a pesar del par de libros que saqué, la docena de notas que publiqué y los 4 o 5 seminarios de grado y postgrado que dicté. Para lo único que nos tomamos en serio el porno es para rechazarlo y estigmatizarlo, o para consumirlo en secreto.

¿Por qué quise hacer algo así? Imaginaba que desculando ese concepto iba a poder dar cuenta de las experiencias de virtualización y espectacularización que caracterizan a una sociedad, la nuestra, que vivió un salto cultural casi imprevisible debido a la evolución mediática o tecnológica. Quería sumergirme en experiencias de pensamiento que nuestra sociedad y principalmente nuestra clase intelectual no quieren enfrentar, experiencias de degradación y rebajamiento que tienen al sexo como eje. El porno nos enfrenta y nos expone a experiencias íntimas muy difíciles de confesar. Tal vez solo hundiéndonos en lo más oscuro de nosotros mismos es como podremos echar alguna luz en nuestra existencia sobreiluminada. Como dijo Wittgenstein hace ya más de un siglo, la filosofía del futuro tendrá que ocuparse sí o sí de lo obvio. ¿Y hay algo más obvio que el porno?

Es tan obvio que por lo general se lo define de una única manera: sexo explícito. ¿Qué es el porno? Sexo explícito, como si afirmando esto ya todos supiéramos qué es sexo explícito o qué es sexo a secas. Más que explícito, el porno es un sexo secreto.

Por otro lado, es muy usual leer a teóricos de renombre que llaman a nuestra sociedad Porno, por lo general sin explicar qué se quiere decir con este término. Tal vez creamos que no hace falta hacerlo. Y es cierto, vivimos en una sociedad porno, pero no porque andemos por ahí todo el tiempo teniendo sexo, sino porque nos vinculamos bajo su lógica implacable, que tiene a la eficacia y la transparencia como retropropulsores. Da la impresión, además, que estos grandes científicos tampoco vieron mucho porno en su vida.

En mi interpretación, el porno dejó de ser un género literario/audio/visual tan antiguo como la misma cultura de Occidente, y pasó a ser una lógica de vinculación mediática. Es un cambio de escala, digamos: de ser un género menor, marginal y prohibido, pasó a ser una forma de entablar contacto o vínculo con otros a través de los medios, o mejor dicho: a través del multimedio. Si renunciamos mcluhaniamente al análisis de los contenidos que los medios transmiten y nos enfocamos en el análisis del funcionamiento mediático, del mensaje-del-medio (lo que no es nada fácil, ya que el contenidismo es tan potente como la denuncia de la propiedad económica e ideológica de los medios), advertimos que la lógica con la que funcionan los medios responde a los rasgos básicos de la pornografía: eficacia del signo, búsqueda de excitabilidad, atracción del deseo, obviedad, transparencia, agasajo del telespectador y exposición del teleusuario. ¿Y el sexo? ¿Y el sexo explícito? Es una categoría que exige una revisión urgente.

La lógica con la que funcionan los medios responde a los rasgos básicos de la pornografía: eficacia del signo, búsqueda de excitabilidad, atracción del deseo, obviedad, transparencia, agasajo del telespectador y exposición del teleusuario.

La transducción o mediamorfosis que implica dejar de ser un género para pasar a ser una lógica ocurrió con lo que Barba y Montes en su importante libro Las ceremonias del porno imaginaron como el arribo de la tierra prometida de la pornografía, el internet de masas, que se difundió a fines del siglo pasado y que hoy alcanza a todas las clases sociales. Puede considerarse éste como el coletazo final de una liberación de la pornografía por la que se venía batallando desde fines de los años 60. Acá es importante diferenciar dos instancias que están muy relacionadas, pero que no son lo mismo: la práctica del sexo y la representación del sexo. La habilitación de la pornografía que se vivió en algunas zonas restringidas de Europa y Estados Unidos allá por la década de 1970 no es lo mismo que una liberación sexual. Nuestra sociedad globalizada no sólo está sobredeterminada por el sexo, el sexo también está sobrevaluado. Lo que se liberó fue la representación del sexo, no el sexo. Por supuesto que los cambios en la consideración y exposición de la pornografía tuvieron consecuencias en el sexo y en la sexualidad, pero la relación entre ambas instancias (el sexo y la representación del sexo) no es mecánica ni tan clara. El porno tiene más relación con el exhibicionismo que con el sexo explícito.

Para terminar con este concepto, sexo explícito, su misma idea es medio insostenible: ¿Dónde empieza el sexo? ¿Dónde termina? ¿Se basa básicamente en la penetración? Solo una mente heteronormada y un poco primitiva puede postular a la eyaculación o al orgasmo conjunto como el objetivo de un acto sexual. Cómo decía Gilles Deleuze, obviamente el orgasmo existe y se eyacula, pero hay que ser conscientes que esos actos son interrupciones de un deseo que sin ellos, sin esos finales y “pequeñas muertes”, no sabríamos a dónde nos conduciría.

Una de las tesis que más me gustaban de mi investigación consistía en esto: el porno no es una imagen ni un texto ni una escena, el porno se instituye en el vínculo que un espectador, un lector o un teleusuario entabla con una imagen, un texto o una escena. ¿Qué busca el telespectador? ¿Dónde y cómo encuentra lo que busca? Estas preguntas obvias me parecen válidas porque lo que para alguien es porno y lo vuelve loco, para otro quizás sea simplemente unos ombligos. Esta tesis demuele tanto la sustancialización del signo y de los actores, así como le da relieve y densidad a la relación. Es de la situación que se originan los actores, no son los actores los que crean y participan en una situación sexual.

El porno no es una imagen ni un texto ni una escena, el porno se instituye en el vínculo que un espectador, un lector o un teleusuario entabla con una imagen, un texto o una escena. ¿Qué busca el telespectador? ¿Dónde y cómo encuentra lo que busca?

Reconstruyendo esta definición, diría esto: el porno no es algo, una cosa, sino la relación que entabla un teleusuario con una imagen o un signo (el otro real también puede ser una imagen o un signo). La relación es lo más difícil de percibir, pues estamos acostumbrados a captar estados o cosas, no relaciones. Por eso nos cuesta comprender el porno, aunque no nos cuesta casi nada condenarlo o mirarlo a escondidas. Además, el porno es una relación sexual en sí misma, más allá de lo que se exhibe en la pantalla.

En mis libros trato de deconstruir esta relación sexual que se entabla con y por el medio, y analizar la lógica (porno) que gobierna nuestros vínculos virtuales, creando afectos (que llamaba, en aquellos libros, aefectos) que son semejantes a los afectos corporales, pero a la vez son diferentes. Con la lógica porno yo buscaba comprender esa sensibilidad virtual y afectiva que con la pandemia se hizo masiva y casi totalitaria, pues se volvió complicado que dos cuerpos materiales entren en afectaciones carnales presenciales, salvo que sobre-vivan en la misma “burbuja”.

Con mi amigo Diego Gerzovich nos habíamos puesto un límite de páginas para escribir estos ensayitos en diálogo, acabo acá. ¿Vivimos en una sociedad porno? Posiblemente. Y posiblemente sea investigando el porno como lograremos descubrir las formas en que nos explotamos, nos exhibimos y nos amamos.

 


* Diego Gerzovich es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y de la Universidad Nacional de Moreno. Es investigador del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Escribe, investiga y enseña desde hace más de 30 años sobre temas de filosofía política, medios de comunicación y civilización mediatizada. Hace 4 años también se dedica al intento plasmar colores sobre texturas diversas. Se lo puede encontrar en Facebook.

** Daniel Mundo es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Magíster en Filosofía de la Cultura, Doctor en Ciencias Sociales y pornólogo. Docente del Seminario Informática y Sociedad. Integrante del grupo editor de la revista Artefacto. Pensamientos sobre la técnica.