Por Stella Martini*
Los diarios de la peste también nos traen noticias de hechos que no queríamos ni queremos que sucedan. Una ilusión, sabemos, nuestra pretensión. A veces las palabras se atragantan.
Se murió Ramona, la que destrabó gargantas, les puso palabras y armó militancia junto a La Garganta Poderosa y a sus vecinos y vecinas. Y como fue una militante de la vida, de los derechos de los que no los tienen, una luchadora política -¿acaso hay otra clase de luchadoras?-, esta no es una necrológica. Es homenaje, como sale, a una militante que respetamos y queremos, una grande, cuya lucidez dio un sentido cabal a la vida en la 31, que es un barrio más en el territorio de la ciudad de Buenos Aires.
Ramona, nunca una palabra de menos, siempre la justeza y la demanda de justicia. Ramona era y es parte de la lucha de los ocultados, los olvidados, de las mujeres pobres que la pelean sin descansar y que se enferman porque otros, los “de afuera” les acercan su contagio. De la vida cotidiana de quienes habitan los barrios precarios, las villas miseria. Nota que no va al pie: rescatemos la denominación original de villa miseria para poner el foco en ellas; los eufemismos, los tropos, tapan, desorientan desinformando. Que la villa miseria cobre el sentido por la infamia que le da origen y continuidad y a la lucha que la hace brillante y digna, dijo de tantos modos Ramona, como otros muchos ahora y antes. Y por eso a la vez compartamos la denominación de barrio, sin más, como les dicen sus habitantes. Para sumar a nuestra Memoria grande.
La muerte de Ramona es una muerte injusta, sí, hay muertes injustas, porque nadie debe morir en las vísperas. Ramona puso el cuerpo literalmente. Ya bastante tenemos de eso en nuestra historia. Año 2020, muerte totalmente evitable. El agua, el diseño urbano, la vivienda que debe llevar piso y techo, sin chapas ni cartones, adecuada a cada familia, las cloacas, las calles sin basura, donde los pibes puedan jugar, juntarse, caminar a la escuela o la panadería.
Hay una “falta” que se hace delito, no sé de Derecho, pero los vecinos de Ramona dicen indiferencia homicida. Y lo compartimos tantos que no tenemos que vivir precariamente. El reclamo es complejo por claro y sencillo: el gobierno de la ciudad tiene a su cargo a toda la población de la ciudad, todos son barrios de la “reina del Plata”. El propósito de hacer “negocio” con las tierras caras de la 31 no va. Porque hace decenas de años que estos compatriotas la habitan, porque la hicieron su hábitat, la quieren, es su geografía, su lugar en el mundo. Un lugar donde puedan tener ciudadanía plena. La pobreza no debería decidir el acceso a ciertas geografías.
¿Por qué Ramona y sus vecinos no podrían vivir cerca de trenes y subtes, del Sheraton y del Centro Cultural Kirchner, de la plaza San Martín, el puerto de la ciudad y el aeropuerto metropolitano, el Museo Nacional de Bellas Artes, o la Facultad de Derecho? ¿Por qué el derecho de unos es amenazado por la intención de desalojo, expulsión, erradicación (palabra siniestra) por parte de otros?
La lucha de Ramona, siempre colectiva, consensuada, imparable, es lucha que no se detiene. Porque viene de años y años, con mayor o menor visibilidad. Ha tenido hitos que no se recuerdan en el calendario oficial, por eso su historia siempre será incompleta, injusta por las omisiones, y es deber registrarla en su densidad
La lucha de Ramona, siempre colectiva, consensuada, imparable, es lucha que no se detiene. Porque viene de años y años, con mayor o menor visibilidad. Ha tenido hitos que no se recuerdan en el calendario oficial, por eso su historia siempre será incompleta, injusta por las omisiones, y es deber registrarla en su densidad. Cuando hay memoria aparecen luces de justicia. En 2014, en Bartolomé Mitre y Leandro N. Alem se colocó la baldosa que recuerda a Alberto Chejolán, militante del Movimiento Villero Peronista, asesinado por la policía de López Rega el 25 de marzo de 1974. Toda la villa 31 se había organizado para llevar al gobierno del Presidente Perón el petitorio sobre “mejores condiciones de tierra y vivienda digna”.
Iban enganchados brazo con brazo en las dos primeras filas, los hombres más forzudos, imparables. Un grupo rompió el cordón policial a fuerza de fuerza. El muy joven Chejolán recibió un impacto mortal de itaka. La dispersión de la marcha multitudinaria por las calles del centro con la caballería atrás (cuántas imágenes similares anteriores y posteriores después, ¿verdad?). Esa noche, nadie durmió, la villa entera lo veló. Muchos de quienes acompañábamos la lucha de la 31 aportamos a la guardia para cuidar el cuerpo y el velatorio, a la madre, amigos y vecinos de Alberto. La solidaridad del barrio ofreció viviendas alternativas a los Chejolán, había amenazas concretas. López Rega tenía obviamente un negocio inmobiliario, el que se llevó puesto al barrio Saldías, en 1974, el primer barrio de la 31 entrando por la calle Salguero (le seguían por continuidad geográfica, el Laprida, Comunicación o el barrio del Padre Mugica, YPF, Inmigrantes, en esa época). Saldías fue desalojado y “reubicado” en Ciudadela, y conocido luego como Fuerte apache. Con una construcción tan precaria, que al año pisos y plomería se rompían. Sabemos que todo desplazamento es una expulsión, una pérdida de sentido del espacio propio y compartido, ausencia de vínculos, y dificultad para el trabajo, la escolarización, y la vida cotidiana marcada por los otros de la zona con el estigma a los “villeros”.
Ramona es una de las voces que retomó aquellas, las de un inmenso colectivo de hermanos y hermanas que, en la pobreza, constituye la mitad de nuestra población. Quienes habitan las villas en la ciudad de Buenos Aires nunca viajaron en aviones ni en barcos, a pesar de vivir cerca del Aeroparque y del puerto, y hasta de trabajar como estibadores en este último. Muchas pero muchísimas personas, más de 60 mil había explicado Ramona en una nota televisiva hace días, que nunca disfrutaron de vacaciones fuera de su barrio, con serios problemas para la escolarización de hijos e hijas, que dificultosamente tengan jóvenes en la universidad, y no porque no quieran, que se amontonan entre calles angostas y casas precarias, multi target, diríamos, kiosco y vivienda, que no sirven para el aislamiento social, la prevención del contagio, la higiene de manos necesaria.
A esta altura quiero aclarar que no hay asomo de pietismo en lo que anima esta escritura: hay bronca, tristeza, y al mismo tiempo sé que hay fuerza para seguir exigiendo y peleando por los derechos de todos y todas. Aunque no guste a periodistas que no voy a gastarme en (des)calificar, hablamos de nuestros iguales, nuestros prójimos, como lo dicen Cristina o el Papa, lo que le guste a cada lector/a. Son vecinos de nuestra ciudad con trabajos precarizados, estigmatizados hasta el punto de que no pueden dar su dirección cuando se presentan a un empleo, pero a quienes su ubicación en la ciudad les “permite” en este presente de encierro, salir a trabajar. Entre los que viven en asfalto cuadriculado hay algunos a los que les parece lo más natural pedir el servicio, no siempre especificado ahora como excepción, y entonces hay que salir de la 31, caminando, en bondi, en subte a cuidar a una persona que no es de la propia familia, a limpiar casas ajenas, cortar pelos ajenos, componer caños de agua ajena.
Ramona es una de las voces que retomó aquellas, las de un inmenso colectivo de hermanos y hermanas que, en la pobreza, constituye la mitad de nuestra población. Quienes habitan las villas en la ciudad de Buenos Aires nunca viajaron en aviones ni en barcos, a pesar de vivir cerca del Aeroparque y del puerto, y hasta de trabajar como estibadores en este último.
Ramona, así, sin apellido, murió ayer contagiada de Covid-19. Ella, una más de quienes nunca usan una clínica privada para internarse, ni disponen de casa saludable, y claro, nunca agua corriente, potable, agua que siempre saliera de las canillas, normalmente. La conocemos mujer, joven, luchadora, referente de La Garganta Poderosa y de todos los habitantes de la villa 31, en Retiro. Ella dijo en las redes que su hogar está “en la manzana 35, casa 79” y que “nosotros vivimos sin agua”, en un audio que recorrió las redes y las pantallas hace unos días.
Alguien podría decirme cuánto “adelantaron la villas, la 31, en estos años”. Lo escuchamos de las autoridades del gobierno de la ciudad, hace una semana por televisión. También lo escuchamos en tanto periodista que nunca entró a una.
En los tiempos negros, exactamente en 1978, la 31 fue tapiada por la dictadura sangrienta para que no ofendiera la vista de cronistas e invitados al Mundial que pasarían en auto por la avenida del Libertador. No vi el muro. No estaba en el país. Recuerdo la 31 desde afuera y desde adentro de los primeros 70´s. No había asfalto ni agua corriente, solo canillas en algunas esquinas, baños que eran pozos fuera de las casas. También recuerdo a tantas Ramonas, mejor dicho, tantas mujeres como Ramona, muy jovencitas y ya avejentadas por la vida, y tantos Albertos; recuerdo al Negro Julio, villero, estibador, militante del Movimiento Villero Peronista, que encabezara aquel empujonazo al cordón policial de marzo del ´74. Un poeta también, un delicioso guitarrista, al que me gustaría abrazar si acaso sigue caminando la villa. Ese enorme Julio que lloró como todos al tan joven Alberto Chejolán. Que está presente en Ramona y en cada uno de los habitantes de la 31.
Quiero recordar que hay un larguísimo listado de leyes porteñas y de resoluciones gubernamentales acerca del “destino” de la Villa 31, están a disposición en internet. Desde hace más de 10 años ese cuerpo legal ha pasado de “planeamiento y gestión participativa” a “urbanización” a secas. Esa historia también ha de ser Memoria, porque hace tiempo que las declaraciones de gobernantes porteños las desconocen, reinventan, y disfrazan un futuro que desde el poder nunca es posible.
Lila Downs, la mexicana de voz hermosa y fuerza de resistencia de mujer, canta, «cuando yo muera no llores sobre mi tumba … porque si lloras yo peno, en cambio, si tú me cantas yo siempre vivo y nunca muero».
P.D.: invito a les compañeres que quieran a seguir el hilo. Humilde pedido, necesidad de poner voz uniéndonos a las gargantas de la 31 que son las de tantos territorios despreciados, tapados por el discurso de los medios hegemónicos, de las cacerolas abolladas, de la impotencia en los balcones de la oscuridad. Sigamos cantando.
* Profesora Consulta de la Facultad de Ciencias Sociales Investigadora del Instituto Gino Germani. Universidad de Buenos Aires.
Fotografía de portada: La Garganta Poderosa.