Para leer a los escraches feministas

Por Lucía Cholakian Herrera* 

Cuando emergió aquel fenómeno que en mi tesina llamo “escraches feministas” la “fina” línea entre el mundo y el aula se volvió una avenida anchísima. Contra la interpelación emocional que suponían por haber sido yo de la generación que justo fue adolescente en un mundo pre-Ni una menos, crucé la calle. Decidí que los iba a estudiar aunque tuviera mucho en contra. O al menos que no tuviera ningún punto de partida claro desde el cual despegar. 

Ese fenómeno que es casi una grieta política es un método y se llama escrache. El escrache no empezó con los videos de MF y RM en abril de 2016, ese día que se destaparon estos primeros enunciados confusos que tenían el objetivo de señalar violencias en una narrativa informal. Es decir: por fuera de la narrativa judicial. En Argentina el método del escrache se identifica especialmente como aquellas acciones que H.I.J.O.S. desarrollaron a partir de 1996 frente a las leyes de impunidad. “Si no hay justicia hay escrache”, fue el lema que los llevó a desplegar una estrategia verdaderamente quirúrgica mediante la cual estudiaban a los genocidas que habitaban los barrios y espacios impunemente -a veces por tiempos muy prolongados- y luego organizaban el acto escrache: un evento para señalar para toda la comunidad que en ese lugar vivía, trabajaba o circulaba cotidianamente un genocida. 

La parte de quirúrgico es importante, porque a diferencia de los escraches de H.I.J.O.S., los feministas no fueron precisamente premeditados. Por el contrario, se parecen más a un rugido enunciativo, a un desgarramiento de un músculo muy ejercitado de silenciamiento. En ese sentido la distinción metódica es importante: los H.I.J.O.S. la piden y las pibas la reconocen.

Sin embargo esos enunciados difusos emergieron efectivamente bajo el título de “escrache” y fue así como se replicaron hasta hoy. ¿Por qué estudiar a los escraches feministas mientras suceden, cómo hacerlo? ¿Se pueden demarcar sus bordes y organizarse bajo categorías? ¿Se pueden identificar tan prematuramente sus elementos? Hay algunos ejes que ayudan a emprender estas tareas.

Lo esto

Primero, la noción de desplazamientos. Los escraches feministas ponen en tensión conceptos, definiciones, sistemas y prácticas que forman parte del universo de la ideología patriarcal. En ese sentido arrastran y mueven márgenes. El primero es el de la justicia formal. Observando el corpus que se compone con los enunciados de los Blogspots y WordPress que surgieron y se mantuvieron activos entre 2016 y 2018 bajo la consigna de “Ya no nos callamos más”, lo primero que salta a la vista es eso: una discusión que intenta romper con el dispositivo judicial. El mismo, androcéntrico en su génesis, aparece como incapaz de resolver ciertas demandas o contener ciertas narrativas que superan a la idea de sumisión que se adjudica a las mujeres: un sistema revictimizante, que jerarquiza la palabra del varón y, sobre todo, carece de categorías para traducir un decir en acto de justicia (e incluso, muchas veces, para siquiera intentar juzgarlo). 

 

Quinta marcha de Ni Una Menos. Anccom 2019

Además, los escraches feministas proponen desplazamientos tangibles en su dimensión enunciativa: de lo privado a lo público, de lo individual a lo colectivo, de víctimas a sobrevivientes, de la complicidad patriarcal a la sororidad feminista y del silenciamiento a nuevos criterios de verdad. Estos desplazamientos, resumidos brutalmente, ayudan a leer por qué estos fenómenos -mucho más allá de su dimensión polémica- interpelan tanto. En ellos se encarnan transformaciones del orden de lo subjetivo y ante todo de lo político: la violencia patriarcal depende de concepciones y estancamientos de lo identitario y lo social que son puestas en cuestión en estos movimientos. Puestas al encuentro, a la ruptura del silencio, al abandono de lo que se atribuye al rol de víctima y a la certeza de que esas experiencias son verdaderas y, digo más, forman parte del universo cotidiano de la mayoría de las identidades no-varón-cis; quienes dicen rompen con la estructura entera, o al menos atinan a hacerlo.

 

Lo otro

A veces como gesto conservador y otras como gesto de honesta cautela, hay ejes problemáticos de los escraches feministas que fueron demarcados en la agenda social por los mismos debates del movimiento: la pregunta sobre el punitivismo, por ejemplo, es la más cotidiana. Muchas veces empleada como una forma de recriminar al movimiento feminista el mal uso de estrategias políticas como el escrache, de esta problemática surge una gran pregunta: ¿hay algun decir que denuncie y que no sea punitivista en un contexto capitalista? ¿Podemos conocer en lo inmediato formas de responder y accionar que no refieran, de una forma u otra, a una estrategia propia del sistema moderno en el cual nos constituimos como sujetxs? 

Esa es sólo una de las preguntas. Tal vez la menos hecha, la más problemática, la menos resoluble. En muchos casos parece más fácil referir a una cacería de brujas o un accionar irreflexivo, a prender fuego cosas y usar licuadoras para los genitales, cuando muchas veces -en la mayoría de ellas, al menos en el corpus mencionado- no hay un gesto en los enunciados que aparezca como dirigido a una indicación punitiva. Por el contrario, lo más recurrente es el sentido de alerta como parche para la organización feminista hasta que se habite un mundo donde los parches no sean la mejor solución.

«la diferencia recae entonces en la distancia entre reacción y respuesta: algo a lo que atender como movimiento por sus implicancias políticas pero difícil de pedir de antemano a quien busca con recursos alternativos a los formales el hacer emerger su experiencia sobre una situación violenta»

Sin embargo de esto se desprende otro problema: la pregunta por la victimización. Abandonando la categoría de víctima como la determina el sistema judicial, se renueva una concepción de víctima que tiene que ver con una construcción social de una nueva subjetividad de víctima: bajo los lemas de “nos tocan a una nos tocan a todas”, “son todos violadores”, “mirá como nos ponemos”, “me too” y muchos otros; se construye una idea de reflejo entre las experiencias: como lo ilustra Mau Nadaja, psicóloga, si nos «tocan a todas» quedamos fijadas colectivamente al lugar de la víctima. La (pseudo) respuesta que tendríamos para ofrecer a quien padeció violencia de género es la multiplicación de lo mismo: todas tocadas, vulneradas, víctimas”. Y como explica, la diferencia recae entonces en la distancia entre reacción y respuesta: algo a lo que atender como movimiento por sus implicancias políticas pero difícil de pedir de antemano a quien busca con recursos alternativos a los formales el hacer emerger su experiencia sobre una situación violenta. 

 

«Son fenómenos enunciativos con regularidades claras, con motivaciones políticas coherentes, que se inscriben en un contexto de emergencia (en ambos sentidos de la palabra) donde la demanda por nuevas formas y estrategias es urgente.»

Lo nuestro

Este artículo es un intento torpe de dar cuenta de todo aquello que puede ser organizado para pensar a los escraches feministas. Pero, ante todo, es una reivindicación de los estudios de comunicación en las temáticas de géneros y sexualidades. Los motivos para que lxs cientistas sociales pongan su ojo en aquellas emergencias de los movimientos feministas sobran. Las resistencias también. Pero aquí es, justamente, donde se entrecruzan todos los sentidos.

No hay respuestas para qué viene después de este fenómeno, en qué se transformará, qué sucederá con todas las ventanas que dejó abiertas de par en par. Sí hay aportes para pensar que no son transiciones ni locuras, ni gestos de las más desmesuradas histerias ni muchísimo menos exabruptos de inmadurez. Son fenómenos enunciativos con regularidades claras, con motivaciones políticas coherentes, que se inscriben en un contexto de emergencia (en ambos sentidos de la palabra) donde la demanda por nuevas formas y estrategias es urgente. Es ahí donde la a propósito mal leída Rita Segato entra en juego: la propuesta de la antropóloga busca complejizar más allá del debate “común” sobre el asunto y propone algo más: nuevas politicidades vinculares. La comprensión de la imposibilidad de realizar aquello que necesitamos en una estructura como la que conocemos. ¿Podemos hacer esto? Motivos para creer que sí sobran. El puntapié es la prueba de los desplazamientos que contienen los mismos enunciados feministas -en este caso y en muchos otros-, pero sobre todo el barullo que a su alrededor generan: como pocas veces en la historia, los feminismos sacudieron los cimientos de lo conocido de una forma rápida, efectiva, determinante. ¿Cómo no atenderlos? Esta es sólo una forma más de hacer un decir feminista: hace un montón entendimos que para conocernos mejor hace falta primero quitarnos el miedo. 

 

*Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social (UBA). Periodista y Maestranda en Periodismo Narrativo (UNSAM)