No toda es vigilia la de los ojos abiertos

Por Carolina Ré*

El aislamiento social a causa de una pandemia no encaja con ninguna forma simbólica que se adecue a la “normalidad” y se engarza más bien con fantasías del tipo fatalistas o con construcciones de la ciencia ficción que a una “vida cotidiana”. La proyección de un escenario basado en la evidencia de lo que hay (lo que podríamos pensar como “vida cotidiana occidental”) se ve desgarrada. Se desarma esta configuración de la experiencia de la “vida ordinaria” en dos sentidos: primero, en tanto que hay una interrupción en la linealidad temporal; y segundo, en tanto que lo que funcionaba como evidente, deja de hacerlo. Trastabillan las configuraciones de sentido y las configuraciones afectivas que construían a lo evidente como evidente.

Entonces, operan dos desgarros con respecto a la certeza: uno, en relación a lo que es, a lo evidente. Otro, en relación a la proyección de futuro. Y en esta imposibilidad de proyección futura como expansión de “lo normal” en el tiempo lo que se ve trastocado es el sentido del propio tiempo. La ideología dominante cristaliza el sentido de lo que consideramos que es el tiempo, nuestra vivencia sobre el tiempo: un desarrollo continuo hacia adelante, único, singular y consecutivo.

Pero el hoy, hoy, ya no aparece como un eslabón de una cadena proyectiva, sino como un corte. Una interrupción en un continuum, un dislocamiento en la línea temporal y entonces la ideología dominante del tiempo se ve trastocada en su noción lineal y proyectiva del transcurrir. Se corroe la noción de proyección y de retrospección cuando el hoy no es un punto en la linealidad cronológica sino un hiato.

O en otras palabras, la ideología dominante del tiempo se muestra, aparece, como lo que es: una configuración de sentido sobre otras con respecto a lo que entendemos por tiempo. Lo que se evidencia con este impass es un extrañamiento en las nociones comunes temporales. La temporalidad ideológica dominante de un tiempo único y proyectivo se desarma y en la experiencia subjetiva lo que se “vive” no es solo un aislamiento social sino también una deriva en el tiempo.

Esto lo experimentamos tanto en el paso del tiempo sin regulación de actividades productivas capitalistas (ya muchas han virado su horario de vigilia, por ejemplo) sino también en relación a la continuidad pasado-presente-futuro. No hay certeza en la proyección de lo “normal” como futuro contiguo, porque no se puede proyectar lo extra-ordinario como ordinario. Y la desidia, la exaltación, el empeño desmedido en continuar con una normalidad enfrascada en 10 metros cuadrados, la ansiedad o la depresión, toman vida en los sujetos como una gelatina, una sopa temporal.

 

La ideología dominante del tiempo se muestra, aparece, como lo que es: una configuración de sentido sobre otras con respecto a lo que entendemos por tiempo. Lo que se evidencia con este impass es un extrañamiento en las nociones comunes temporales.La temporalidad ideológica dominante de un tiempo único y proyectivo se desarma y en la experiencia subjetiva lo que se “vive” no es solo un aislamiento social sino también una deriva en el tiempo.

 

La configuración imaginaria y simbólica del hoy que estructura al tardo-capitalismo (un presente eterno, una repetición ad-infinitum del instante y por ende una imposibilidad de variación) se muestra en esta coyuntura de manera descarnada. El hiato que supone un hoy engrapado en el presente trae a la superficie a la propia configuración dominante del tiempo de nuestro tiempo: un tiempo del ya, de la espera exasperada, del futuro como repetición de lo mismo. Y en este enrarecimiento actual de la concepción misma del tiempo, en este hueco con respecto a todas las concepciones del futuro, también se trastocan las configuraciones de las formas subjetivas.

Las formas-sujeto que se producen en el tardo-capitalismo bajo las características de la “productividad individual”, la “eficacia”, la “maximización de los recursos”, el “control del riesgo” (o “vivir el riesgo” como “aventura” o un “shock adrenalínico”), entre otras, quedan supeditadas a una sola de las características que ofrece nuestro tiempo: la incertidumbre.

Así, las prácticas subjetivas bambolean entre la reproducción de un individualismo aceitado y la interpelación a “prácticas solidarias”, “colectivas” que resuenan como un eco extraño en la “vida cotidiana”. Básicamente porque una práctica colectiva y común, requiere en su seno al reconocimiento del otro. Pero reconocimiento del otro no supone su domesticación, no en tanto “somos todos iguales”, sino en tanto reconocimiento de su otredad en un abrazo común. El ronroneo del otro mascullando en la garganta y las fantasías autoritarias de su extinción se exacerbaron en el tardo-capitalismo al punto de formar parte de la configuración simbólica e imaginaria de lo políticamente correcto (hoy en día es más fácil imaginar la extinción de lo otro que me molesta, que me interrumpe, que imaginar una práctica común que sostenga la heterogeneidad en un proyecto común).

 

Hoy, la crisis no es solamente sanitaria o económica, ecológica o productiva. Es una crisis de representación, de estabilización de un sentido dominante. Crisis de representación porque con el quiebre de la linealidad temporal se quiebra el sentido común del tiempo actual.

 

Hoy, la crisis no es solamente sanitaria o económica, ecológica o productiva. Es una crisis de representación, de estabilización de un sentido dominante. Crisis de representación porque con el quiebre de la linealidad temporal se quiebra el sentido común del tiempo actual. La imposibilidad de proyección se da en tanto que no hay suficientes elementos que configuren “lo evidente” para re-presentar un futuro. Y esta incapacidad de concepción de un futuro corta con la reproducción de lo que consideramos lo ordinario, lo normal.

En este enrarecimiento de lo que consideramos nuestro propio mundo, así como no hay un futuro certero, tampoco están prescriptas como advenimiento otras formas sociales. Este hoy en carne viva puede tanto sucumbir en la exacerbación de las características de un capitalismo-tardío autoritario como en la posibilidad de abrir brechas en este presente. Fisuras que permitan pensar otros modos, otros futuros comunes, otras formaciones. Será cuestión de experimentar el silencio.


* Docente e investigadora en Teorías y prácticas de la comunicación III (Romé), CCOM/FSOC/UBA – Becaria doctoral IIGG/FSOC/UBA.

Fotografía de portada por Camila Godoy/ANCCOM