Ernesto Schtivelband*
Se trata de un video que circuló recientemente en redes sociales. En las imágenes se ve a dos hombres que están pensando en la crisis económica del país. Uno de ellos posee una planta que, en sus propias palabras, no ha funcionado durante meses. El otro es un jubilado que gana un poco más que la mínima pero que, según dice, no le sobra nada. «Tengo una fábrica que hace cuatro meses no tiene trabajo. Pero sé del déficit fiscal, entonces lo entiendo y lo sigo apoyando», comienza el primero. “Yo lo apoyo, lo sigo apoyando porque sé que las medidas que están tomando son medidas de fondo. Una Argentina que hace 70 años que está en crisis, no la podés corregir en cuatro años», le dice su interlocutor. «No se puede vivir toda la vida de prestado y ahora hay que sufrir», concluye el más joven.
Lo primero que me viene a la cabeza es una ilustración que descubrí revisando publicaciones en la web. Se trata de una viñeta que relata el acto de coronación de un soberano. Sobre un fondo verde esmeralda se recortan en blanco un conjunto de hombrecitos. Son ocho exactamente, todos semejantes. El primero empezando por la derecha, subido a un gran banquito, levanta un brazo en señal de potestad y dominio. Ha sido elevado a autoridad máxima por los demás. La secuencia continúa así. Abajo, el segundo hombrecito le dirige un aplauso al que recibirá los atributos de mando. A su espalda, los tres siguientes le extienden una corona gigante. Por fin, el último trío, cargando con esfuerzo un enorme y pesado garrote, lo entrega a modo de cetro. El dibujo no lleva firma. Ilustra un artículo publicado en la revista mexicana Nexos que habla de Étienne de La Boétie, el autor de El discurso de la servidumbre voluntaria.
Pienso también en esa multiplicidad de notas publicadas en distintos medios de comunicación. Notas que leímos entre divertidos y horrorizados. Notas que militan el ajuste. Esas que advierten sobre el peligro de ver partidos de fútbol gratis desde el celular o la tablet, proponen vacacionar en carpa o con extraños como forma de ahorrar en viajes y alojamiento, aconsejan comer tierra como método para adelgazar, tomar sopa de huesos para mantener una alimentación saludable y reemplazar el aceite por grasa de cerdo, más sana y barata. O las que, con un semblante más solemne y palabras más serias, hablan del sacrificio portugués y prometen claves de la recuperación de un país con problemas similares a la Argentina. La lista es enorme, tan grande como el peso de la maquinaria comunicacional.
Al respecto, numerosos analistas han señalado el papel central que desempeñan las corporaciones mediáticas en la tarea de allanar a fuerza de garrotazos el terreno de la subjetividad social. “Cada vez más se ve el mundo a través de los dispositivos mediáticos, cada vez más la experiencia de la realidad no la hace cada uno sino que es generada en los laboratorios de la industria del espectáculo y la comunicación. Somos dichos y construidos por estos lenguajes tecnológicos que despliegan las 24 horas del día sus tentáculos informativos y sus infinitas maneras de ficcionalizar el mundo en el que vivimos. Sin darnos cuenta somos hablados por un Gran Otro que se inmiscuye en lo más profundo de nuestra intimidad y organiza nuestra representación del mundo”, escribe Ricardo Forster en Página/12. “La educación pública se soluciona eliminando paritarias, derecho a huelga y vacaciones pagas”, dice El Boludo Que Le Cree A La Tele, el personaje de la revista Barcelona.
Notas que militan el ajuste. Esas que advierten sobre el peligro de ver partidos de fútbol gratis desde el celular o la tablet, proponen vacacionar en carpa o con extraños como forma de ahorrar en viajes y alojamiento, aconsejan comer tierra como método para adelgazar, tomar sopa de huesos para mantener una alimentación saludable y reemplazar el aceite por grasa de cerdo, más sana y barata.
Hay quienes también extienden esta crítica al terreno de las redes sociales en Internet (hasta hace poco considerada por algunos como una utopía del ágora electrónica). Por ejemplo, en una entrevista publicada en la revista Nuestras Voces, el neurobiólogo y científico social Gernot Ernst dice que “Internet literalmente bombardea con mierda los cerebros de las personas. Las redes sociales están plagadas de pseudo argumentación, generan egoísmo y con ellas es fácil burlarse de asuntos realmente serios, como una tragedia humana, un acto de corrupción política, y la lucha de un grupo de personas por sus derechos”. “Mierda, pues”, concluye.
Son argumentos conocidos y repetidos por estos días. Sin embargo, y sin desestimar la capacidad de los medios de comunicación para imponer agenda, configurar marcos de percepción o reforzar creencias sociales, no debería pasarse por alto el hecho de que estas tecnologías también son producidas por las relaciones sociales que a su vez contribuyen a organizar. En un artículo publicado en la revista Constelaciones, Sergio Caletti planteaba que sus “éxitos” y su capacidad de consolidación “se asientan precisamente en su capacidad para ‘materializar’ –y por cierto extender, a favor de ciertos agentes y estrategias– tendencias sin embargo definidas en el seno de la propia vida social, en la práctica de sus luchas e, incluso, de sus configuraciones imaginarias, y no definidas por efecto de imposición de un algo radicalmente exterior”.
Si interviniéramos la viñeta dibujando una pantalla delante del hombrecito subido al gran banquito, el resultado ¿no sería básicamente el mismo?, ¿se modificaría sustancialmente el hecho de que son los hombrecitos los que obedecen porque tienen ganas de obedecer? Si el sometimiento no es simplemente el producto de la imposición de una violencia externa, se actualiza la pregunta de La Boétie por la servidumbre voluntaria: ¿por qué los hombres desean la sumisión en la que viven? Intentemos dar con otras claves que permitan la comprensión de este fenómeno mirando a través de las configuraciones imaginarias de quienes, como el que posee la planta que no ha funcionado durante meses, han sido “capturados” por el discurso neoliberal. ¿Por qué en lugar de cualquier otra cosa prefiere sufrir?
Son argumentos conocidos y repetidos por estos días. Sin embargo, y sin desestimar la capacidad de los medios de comunicación para imponer agenda, configurar marcos de percepción o reforzar creencias sociales, no debería pasarse por alto el hecho de que estas tecnologías también son producidas por las relaciones sociales que a su vez contribuyen a organizar
Otra viñeta. En este caso se trata de una producción del grupo de humor “Alegría”. La imagen muestra a un hombre arrodillado con la cabeza dentro de una gran prensa. Un río de sangre corre por el costado y tiñe de rojo el piso. Junto a él, un verdugo aprieta con fuerza la manivela mientras dice: “Es un poco de ajuste… ¡Pero están presos Boudou y De Vido!”. El dueño de la fábrica larga una carcajada. En la risa que desencadena el chiste se muestra ese exceso de satisfacción que Lacan llamó plus de goce. ¿De dónde proviene? ¿Del hecho de que los ex funcionarios acusados de corrupción estén presos? ¿O, más bien, la satisfacción que experimenta procede del hecho de que los beneficiarios de las políticas que aplicaron los “corruptos” ya no pueden irse unos días de vacaciones o comprarse un coche como antes? La pregunta se responde con uno de los clásicos cuadritos de Daniel Paz & Rudy, de Página/12. Hay dos oficinistas conversando. Uno dice: “Antes, no podía encontrar mesa porque el restaurante estaba lleno de negros”. “¿Y ahora?”, pregunta el otro. “Ni idea… hace dos meses que no como afuera”, remata el primero. “No le jodía la corrupción, le jodía la igualdad”, reza, apócrifa, la placa roja de Crónica.
La vecindad semántica entre gozar y joder me remonta a otra escena. La recupero a través de una fotografía extraída de la web. Data del año 2008, pleno conflicto por las retenciones móviles, desconozco su autor. Un grupo de personas se movilizan por las calles de Buenos Aires. Se ve una bandera argentina flameando. Llevan, en el frente, un gran faldón hecho de cartón corrugado. En letras blancas, de imprenta, se lee: ¡Con El Campo No Se Jode!
Por esa época se evidenció un proceso de reconfiguración que, sospecho, sigue en marcha –exacerbado y transfigurado a la vez– en la escena política actual.
Tras varios años de predominio de un tipo de subjetividad caracterizada fundamentalmente por el rechazo a la política, hacia el 2008 se asistió a la emergencia de un actor que, por un lado evidenciaba ciertas continuidades con la apoliticidad de la década del noventa pero, al mismo tiempo, se involucraba en la escena política. Se trataba de una parte de la clase media porteña que, durante el denominado “conflicto del campo”, se posicionó adhiriendo a las organizaciones agrarias que rechazaban el régimen de retenciones móviles impulsada por el gobierno de Cristina Fernández. En otro lugar denominé a ese nuevo actor como sujeto neopolítico.
Tras varios años de predominio de un tipo de subjetividad caracterizada fundamentalmente por el rechazo a la política, hacia el 2008 se asistió a la emergencia de un actor que, por un lado evidenciaba ciertas continuidades con la apoliticidad de la década del noventa pero, al mismo tiempo, se involucraba en la escena política
La acuñación del término neopolítica remite, de manera tensa, a una doble caracterización: por un lado, el prefijo neo alude a la incorporación de nuevos actores (una parte importante de la clase media porteña que hasta ese momento se había mantenido ajena a cualquier discusión sobre los asuntos comunes) a la esfera pública y su involucramiento en discusiones y controversias de índole político (en apoyo a los productores rurales); pero por el otro, sugiere la persistencia, en la subjetividad de esos mismos actores, de disposiciones afectivas provenientes de una configuración de larga data –cristalizadas en una identidad de clase media con un fuerte componente antiperonista– sobre las cuales operaron durante la década del noventa modos de identificación y participación ciudadana configurados por el modelo neoliberal.
Ambos componentes –el antiperonista y el neoliberal– confluyeron en un denominador común que configuró la subjetividad de una parte de la clase media porteña, para la cual la fantasía de una “vida buena” pasaba por la defensa y la reivindicación de las libertades individuales por sobre la construcción de la comunidad, la preeminencia de la lógica del mercado y el rechazo a la política como vía de regulación de la vida social. En este sentido, la nueva subjetividad política y las formas de intervención que se pusieron en escena durante el conflicto, evidenciaron a un mismo tiempo cierta politización o involucramiento en los asuntos públicos así como el rechazo rotundo a cualquier forma de intervencionismo estatal que suponga formas de redistribución social.
Ambos componentes –el antiperonista y el neoliberal– confluyeron en un denominador común que configuró la subjetividad de una parte de la clase media porteña, para la cual la fantasía de una “vida buena” pasaba por la defensa y la reivindicación de las libertades individuales por sobre la construcción de la comunidad, la preeminencia de la lógica del mercado y el rechazo a la política como vía de regulación de la vida social.
Partiendo de dicha reconfiguración subjetiva, ¿qué posibles puentes podrían tenderse entre las nuevas formas de servidumbre expresadas, por ejemplo, en la militancia del ajuste que llevan adelante los dos hombres del video y la manifestada por los sectores medios que adhirieron a los reclamos de la dirigencia rural en 2008?
Se puede conjeturar que en la escena actual se asiste, por un lado, a una exacerbación de ciertos rasgos característicos de la denominada subjetividad neopolítica en 2008. En particular, persisten y se profundizan aquellos rasgos asociados más estrechamente al orden neoliberal junto a aquellos otros rasgos propios de la tradición individualista y antiplebeya característica de la identidad de un sector de la clase media argentina. Al mismo tiempo, la exacerbación de dichos rasgos se presenta desplazada, desdibujando la voluntad de participación política de estos sectores que había caracterizado la escena del 2008 y habilitando la emergencia de lo que puede denominarse nuevas formas de servidumbre voluntaria. En concreto, refiere al abandono del discurso de la buena vida –expresión del deseo de un estado presente o futuro de disfrute– y su relevo por un discurso sacrificial a través del cual se acepta la frustración del disfrute propio a condición de obturar el de los demás.
Vuelvo a la foto. Son más de ocho, todos idénticos. Ahí están el hombre de la cabeza prensada, su futuro verdugo y nuestro oficinista, recién salido de un restaurante. Llevan garrote, llevan corona. Hay uno que aplaude. Veo también a los vecinos del video imaginando que si se retiraba la Resolución 125 –o mejor: si renunciaba la presidenta– la sociedad podría recuperar el orden amenazado y se solucionarían todos los problemas. El goce se había refugiado en la fantasía de regreso mítico al país previo al ’45 o a los años dorados del consumo menemista, donde el Estado no intervenía en la vida privada de los ciudadanos. Ahora, la manera de gozar del que tiene parada la fábrica es sacrificarse a condición de que el otro no goce. Como se sacrifica el oficinista con tal de que los negros no puedan acceder a comer en un restaurante como antes. Ya no se movilizan en grandes números, pero demuestran una enorme voluntad de sacrificio que configura una nueva forma de servidumbre voluntaria materializada en el discurso de los medios sobre la militancia del ajuste.
Última viñeta. El dibujo lleva la firma de Edgar Argo. Transcurre en un consultorio psicoanalítico. El analista pregunta: “¿Algún familiar sufre de enfermedades mentales?”. “¡NO! ¡Todos parecen disfrutarlas!”, responde el analizante.
*Licenciado en en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA). Magister en Investigación en Ciencias Sociales. Jefe de Trabajos Prácticos (JTP) de Comunicación III, Adjunto del Sem. Optativo “Desafíos y obstáculos de la democracia latinoamericana: explorando subjetividades en el actual marco de restauración neoliberal”.