Por Selva Almada *
No me gustan las Barbies
con sus tetitas paradas
y las nalgas
como dos gajitos de mandarina
que les salen por detrás.
No me gusta su pelo platinado
ni su deportivo rosa
ni el estirado de Ken.
con su aire de la prepa
a lo beverly noventa dos diez.
Las Barbies son tontas muñequitas
de pussy afeitada
que persiguen en rollers
a muñecos seriados
hijos bastardos de David Husselthorf
y sueñan casarse con ellos
en un mediodía radiante
y poder por fin ser legalmente
adúlteras
trincadas de pie
por un latin lover alquilado
y gritar
ai camin
ai camin
ai camin
con vocecita quebrada de soprano.
Tampoco me engañan las Barbies
que viven en casitas
estilo Hooper color pastel
y cuando la tarde cae
beben té helado junto a un Ken
de camisa leñadora y jean ajustado
sentados en un columpio
con un lassie a los pies.
Las Barbies nunca son madres:
tías o babysitters
pasean cochecitos por idílicos parques
donde no se permiten paly mobils
ni tamagotchis
ni esmirriadas imitaciones de la industria nacional.
Parques donde crecen tamarindos
y abetos y grosellas
y brincan conejos, ardillas y renos
y aunque nunca llueva
siempre hay un arco iris dibujado en el cielo.
A la noche
de nurse a mujer fatal
las Barbies toman bloody mary
bajo una luna de cherry
sin Prince.
Tomadas del brazo
como las pibas de Girondo
les menean el culo a los mojados
que calientan sus orejas
en un inglés atravesado
-spanglish que le llaman-
y su verborragia promete
un polvo sudaca por una mamada
de esa boquita pintada
cerveza en lata y un hot dog.
Ellas se ríen
no muerden el anzuelo.
Del brazo siguen paseando su histeria
conocen la regla:
hay que llegar virgen a la cama de Ken.
Terminan la noche
solas en sus cuartos
fumando cigarrillos importados
escribiendo en sus diarios
que un boy hispano
las hizo pecar
de raras cosquillitas ahí abajo.
Escriben:
no vendría mal otro Vietnam
para librar las calles
de esos demonios underground.
En realidad
querrían decir:
te envidio, Melanie Griffith
pero se convencen
antes de dormirse
ai lav Ken
ai lav Ken
ai lav Ken.
Las Barbies se avergüenzan de la idea progre de la fábrica
de echarles al mundo
una hermana paralítica y un cuñado gay.
Por suerte
primó el consumo sensato
del american way
y los borraron del mercado.
En Barbilandia todo es…
como tú sabes
y no hay sitio para esas tontas movidas
llámense Bosnia, bloqueo o HIV.
Con tantos problemas
como acucian a los de Melrose Place
ellas no pueden con todo:
entiéndanlo…
Ya es bastante
enseñar a sus dueñas a ser muñecas
a entender
que por el mundo siempre es mejor
andar munidas de un buen par de tetas
a ser infelices puertas adentro
y a abrir las piernas
sólo llegado el momento.
Por un rato casi las entiendo
pero ya lo dije:
no me gustan las Barbies.
Si las Barbies pudieran envejecer
serían distinguidas damas alcohólicas
presidiendo fundaciones de arte
con su nombre
si pudieran tener un nombre
y seguirían enamorándose de Ken
aggiornado según las tendencias de la moda
pero siempre Ken
bronceado y musculoso
el sueño dorado de toda chica.
Siempre Ken:
de día correteando sirvientas filipinas
de noche enredado en extraños affaires.
Por eso: matemos a las Barbies
no es suya la culpa.
Matemos a las Barbies:
descansen sus vanos cuerpitos en paz.
*Selva Almada. Autora de Chicas muertas, Ladrilleros, El viento que arrasa, entre otros libros. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. “Matemos a las Barbies” fue publicado en Mal de muñecas,Carne Argentina, Buenos Aires, 2003.
Imágenes: Mariel Clayton (1980, Durban / Sudáfrica) es una artista que se describe a sí misma como una «fotógrafa de muñecas con un sentido del humor subversivo». Usando muñecas Barbie y miniaturas japonesas crea imágenes de alta calidad llenas de detalles y humor negro como medio para comentar sobre la sociedad contemporánea y sus estereotipos.