Maradona, luto y polisemia

Por María Agustina Sabich* 

Diego es fútbol, es exceso y es fiesta. Diego es invención, experticia y juego desmesurado en la cancha. Diego es leyenda porque es pueblo y es pueblo porque es un cuerpo social. Diego es parte de las ceremonias de nuestras infancias. Es la pelota que se va a la casa del vecino, un perro descontrolado, el agua de una manguera que corre. Diego es tu vieja cuando te caga a pedos porque no hiciste la cama. Diego es ritual de nuestra juventud. Es el cigarrillo que fumamos con un amigo en el cordón de la vereda. Diego es una madrugada incipiente en las vacaciones de verano. Diego es coca y fernet. Diego es El Potro en un asalto de los 2000 y es la cerveza y la picada que compartimos en familia.

Diego es ese amor siempre incomprendido, inestable, Dulcinea inalcanzable. Diego es Claudia en Masterchef; los ojos taciturnos de una mujer que aguanta. Diego es hogar, ñoquis de papa y pan en la mesa. Diego es italianidad. Diego es levantamiento y es revolución, es Cuba, es Fidel, es el Che. Diego es ícono religioso, es mística y es doxa. Es el pibe que se arrastra hacia una pared; es desconsuelo en un barranco que no tiene retorno. Diego es memoria, territorio y Malvinas. Diego es el pibe que volvió de la guerra, y el que nunca volvió. Diego es imagen de una Latinoamérica unida por la pobreza, hambre penetrante, miseria colectiva. Diego es no poder más hasta que un día te levantás.

Diego es Chávez, es Néstor, es Evo, es Mujica, es Correa. Diego es un fuego artificial en la Bombonera. Diego es la mirada cómplice con tu hermano, sangre que pervive, colchones en el piso, ruido de ventilador. Diego es debate académico y es reflexión poética. Diego es el trayecto mental que hacemos al mar cuando perdemos el rumbo.

Diego es La 12 con el puño levantado, torso infranqueable, masculinidad imponente. Diego es el mundial que nunca pudimos volver a ganar. Diego es el obelisco, es el bar Británico y es el comedor de una villa. Diego es el abrazo eterno que le damos a nuestro viejo. Diego es -quizá- el último ídolo de la modernidad.

Diego es lujuria, escándalo y espectáculo. Diego exacerba las fronteras del feminismo porque Diego es polémica. Diego es barro, es tierra, es conurbano profundo y lacerante. Diego es la vaca que se lleva el río en el cuento de Rulfo y Diego es un jeque árabe que te mira con supremacía. Diego es Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

Diego es monstruosidad, Frankenstein de lo indescifrable. Diego es el nieto que todavía no recuperamos. Diego es expresión artística en un callejón, en un antebrazo, en un mural. Diego es transatlántico, es transhumano, es lengua universal; es insignia y es emblema. Diego es sueño, es vigilia, experiencia lisérgica y éxtasis nacional.

Diego es peronismo, melodrama, llanto desconsolado, alma desgarrada. Diego es luto, es escepticismo, es abismo intelectual.


* Magíster en Comunicación y Cultura (FSOC-UBA), Licenciada y Profesora en Ciencias de la Comunicación por la misma casa de estudios. Es becaria de culminación de doctorado UBACyT y docente de Semiótica de los Medios II de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA. Trabaja temas relacionados con la educación, la comunicación y los medios. Mail: agustina.sabich@gmail.com

Fotografía de portada por Celeste Berardo/ANCCOM