Diego. Duelo colectivo

Por Sebastián Comellini* y Mariano Wiszniacki **

Algún día iba a pasar, ¿algún día iba a pasar? La muerte del Diego nos tomó de sorpresa, no la vimos venir, no la esperábamos y menos en este contexto, después de tantas patadas recibidas. Duele. Nos deja tirados al borde de la cancha pidiendo el cambio. Nos dejó. Se murió de un modo humano, para mostrarnos que lo era. Para enfrentarnos al espejo de eso que vivimos negando, aún con nuestros superhéroes.

La pérdida de Diego es difícil de digerir, y mucho más difícil es condensar algo decente en unas líneas. Sirva esta nota de pequeño aporte al duelo colectivo. No buscamos originalidad, ¿es posible alcanzar algo de originalidad cuando de un artista se trata? Estamos ante este duelo colectivo. Pasará mucho para que sanemos. Es la despedida al héroe total, al superhéroe que más alegrías nos dio. Un poco de eso se trata Diego, de alegría. La alegría que provoca la desfachatez con la que jugó a la pelota, la alegría de decir lo que se siente en el momento y lugar exacto. La alegría de ver a un tipo que se planta y no se deja primerear. La alegría de ver a Diego y a Maradona dentro y fuera de su lugar en el mundo, la cancha.

Se murió de un modo humano, para mostrarnos que lo era. Para enfrentarnos al espejo de eso que vivimos negando, aún con nuestros superhéroes.

Digamos todo. Todos tenemos uno o varios Maradonas. ¿Cuántos Maradonas existen? El que deslumbró en Argentinos y Boca. El que logró lo imposible con el Napoli. El que se cargó la selección argentina al hombro en el 86 y “vengó” Malvinas. El que jugó lesionado en el 90 y lloró como pocas veces hemos visto. El que volvió para meternos en el mundial del 94 y le cortaron las piernas. Pero Diego también es el del partido a beneficio sea cuando sea en cualquier canchita de barro, el de los excesos, el del apoyo a Menem en los 90, el amigo de Fidel, Chávez, Lula, Néstor, Cristina y el del “ALCA al carajo”. Diego es el abrazo con Hebe y Estela, el tatuaje del Che, el de la Noche del 10 y tantos otros. Diego, modelo para armar. Imposible de armar. Es difícil encontrar el hilo conductor que nos permita entender, y a su vez entendernos. Pero Diego amerita el esfuerzo.

Diego fue un héroe plebeyo, como lo fue Evita: identificado con los que no tienen rostro, mirado con desconfianza por quienes se enfurecen con que la persona más famosa de este país, al sur del sur, sea sólo un jugador de fútbol. Otra vez un cabecita negra que disfruta de los lujos y placeres sin pedir permiso ni rendir pleitesía. El dedo acusador del sentido común más conservador logró meter frases de moralina berreta que se repiten como pan caliente: “como jugador fue el mejor. Como persona… bua”. Pero no lo vencieron. Porque Diego vivió en la contradicción, como todos los humanos de a pie. El más humano de los superhéroes, el más héroe de los humanos.

Maradona estuvo siempre cerca, al lado de todos nosotros. Siempre lo sentimos, y lo sentiremos, como un miembro más de nuestra familia. Lograr eso en millones de personas, y hogares, es mucho. Son pocos, poquísimos, los que lo han logrado en nuestra historia. Diego a lo largo de toda su vida tuvo la capacidad de mostrarnos algo mejor. Sí, el pibe que venía de la villa y que no tenía para comer en más de una oportunidad nos levantó cuando estábamos tirados en el piso. Eso es un héroe popular, “el que conoce las canillas de oro pero no se olvida de las letrinas”.

Adorado por la imagen, tuvo una vida hecha de imágenes. Es imposible pensar a Diego por fuera de los Sábados Circulares de Pipo Mancera, el papel ilustración de la Revista El Gráfico, el relato radial de Víctor Hugo Morales, el crecimiento del grupo Clarín en la entrevista con Adrián Paenza para dejar su célebre “me cortaron las piernas”, su show televisivo modelo RAI en los 2000. La cámara lo amó -como suelen decir- y él supo usar a su favor a los medios, y muchas veces desnudar operaciones de prensa o combatir a algunos comunicadores con los que se enfrentó y luego se abrazó mil veces.

La cámara lo amó -como suelen decir- y él supo usar a su favor a los medios, y muchas veces desnudar operaciones de prensa o combatir a algunos comunicadores con los que se enfrentó y luego se abrazó mil veces.

Diego también fue el héroe de la clase trabajadora futbolística. Intentó organizar un sindicato mundial de jugadores y denunciar las injusticias que sufrían los protagonistas. Accedió a todos los lujos y pleitesías posibles, pero se fue extrañando el corte y sonrisa con sus padres. Amó y odió con la intensidad de una vida agitada. Mantuvo sus costumbres más terrenales, esas que lo remitían directo a ser “Pelusa”. Recibió un cariño inconmensurable, se plantó ante el odio, evitó siempre la lástima.

La vida de Diego siempre estuvo marcada por las antinomias, motor de su rebeldía, de sus acciones más recordadas, de sus frases célebres. Fue todo menos calculador o estratega. “Blanco o negro, gris nunca”. Abrazaba banderas, lapidaba rivales, se la jugaba por aquellos que sentía como a un hermano.

Las contradicciones que acarreó permitieron humanizarlo y acercarlo, aun más, a su pueblo. Nos deja estupefactos ante su partida a quienes creemos que amarlo siempre será poco y se va en una corrida memorable vaya a saber dónde. Lo despedimos con dolor, su partida también lo humaniza, imaginando que a su llegada se lo reciba con un “pase maestro… lo estábamos esperando”.


* Lic. en Ciencias de la Comunicación (UBA). Docente de Historia Social Argentina y Latinoamericana (Cátedra López) en la misma carrera. También es docente en la Universidad Nacional de Lanús y en el Ciclo Básico Común (UBA). No docente de la Carrera de Comunicación y parte del equipo coordinador de ANCCOM.

** Lic. En Ciencias de la Comunicación (UBA). Docente de la cátedra Becerra del Taller de Datos de esa carrera y Profesor Regular en la Universidad Nacional de Lanús donde cursó la Maestría en Metodología de la Investigación Científica.

Fotografía de portada por Celeste Berardo/ANCCOM