Sebastián Gabriel Di Giorgio*
En el marco de la reciente presentación de las listas de cara a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), resulta oportuno analizar las disputas discursivas que se vienen desarrollando en el escenario político, teniendo en cuenta el lugar preponderante de “la grieta” y deteniendo, aunque sea por unos minutos, las oscilaciones y tendencias de la opinión pública. A continuación, se despliegan algunas hipótesis sobre la discursividad de Juntos por el Cambio y el Frente de Todos. Ambas alianzas desarrollaron una retórica en torno a “desengrietar” la sociedad, y se desenvuelven con total normalidad en función de rearticular significantes que capten la atención respecto a un presente constituido por el parteaguas de la grieta.
Al recordar los primeros años del kirchnerismo, la frontera discursiva desde la cual se constituyeron las identificaciones que articularon una serie de demandas y significantes en relación a “los años 90” fue determinante. Una frontera sumamente clara, desde la cual el discurso kirchnerista se constituyó a partir de un conjunto de acciones en torno a la política de derechos humanos, el juicio a los genocidas, el desendeudamiento y el papel activo del Estado en materia económica y social. Sin embargo, esa mirada del pasado está situada en otra coyuntura, y se distancia mucho de las condiciones del escenario político actual. Hoy, cualquier precandidato está en condiciones de decir que se preocupa por: “la defensa de la institucionalidad”, por “la política de derechos humanos” y por “resolver las necesidades de los ciudadanos”, por nombrar algunos ejemplos. Como también se podría hacer referencia a los dichos de dirigentes del hasta ayer Cambiemos, tales como: «la unión de todos los argentinos», «Para salir de la pobreza, necesitamos más fuentes de trabajo y menos inflación», o la rimbombante «Tenemos el mejor equipo de los últimos 50 años». Entonces, cabe preguntarse sobre esta escena distorsionada, con una narrativa de amor/odio en el discurso político, que invita a participar de debates sumamente imaginarios en los que las condiciones de producción de ese discurso parecen estar completamente ajenas. Víctimas y victimarios de una relación imaginaria con la realidad, que a decir verdad, se inscriben en las ilusiones de esta época.
Entonces, cabe preguntarse sobre esta escena distorsionada, con una narrativa de amor/odio en el discurso político, que invita a participar de debates sumamente imaginarios en los que las condiciones de producción de ese discurso parecen estar completamente ajenas. Víctimas y victimarios de una relación imaginaria con la realidad, que a decir verdad, se inscriben en las ilusiones de esta época.
En este contexto, el oficialismo insiste en reafirmar el camino recorrido, y en varias oportunidades sostuvo que si logra la reelección ira “en la misma dirección”, “lo más rápido posible”. Una referencia explícita a no volver al pasado Kirchnerista y a capitalizar los destellos de la grieta. La oposición de los Fernández, que acumula la mayor intención de votos, en cambio, tiene la pretensión de demostrar que a partir de la experiencia acumulada en la salida de la crisis del 2001 y la unidad de gran parte del arco opositor, que incluye figuras históricamente antikirchneristas o “traidores” como el propio Sergio Massa, es posible constituir un nuevo contrato social. En el frente Juntos por el Cambio hay un tiempo lineal, evolutivo, cronológico, ordenado, que insiste en la orientación acelerada del “cambio” y en la identificación de un adversario claro, el odio al pasado kirhnerista. Del otro lado, existe una memoria colectiva contradictoria, aún desordenada, que intenta anudar distintos tiempos políticos, trayectorias e identificaciones contra el modelo de Mauricio Macri, pero que tiene en esa complejidad de articulaciones tanto una potencialidad como una debilidad, manifiesta en su dispersión discursiva. De esta forma, habiendo dejado atrás la tautología del “vamos a volver”, y el encierro de un pasado ya vivido, la cadena equivalencial en la que desenvuelve el Frente de Todos, a propósito de Laclau, es tan extensa que si no logra identificar la frontera para con un adversario que encadene un discurso propositivo; la amplitud, transversalidad y heterogeneidad del espacio puede quedar, simplemente, de un lado de la grieta, y su constitución especular ser muy perjudicial.
A grandes rasgos, las intervenciones del espacio de los Fernández tiene una mayor insistencia en la agenda económica, ligada al consumo y a señalar las políticas neoliberales que expresa Macri en materia de ciencia, trabajo y macroeconomía. Por momentos, cayendo casi en un determinismo económico. Mauricio Macri, por su parte, asume su lugar de manera acrítica y se desenvuelve en una agenda moral y técnica en la que la obra pública y la campaña del miedo, en todas sus variantes, siguen siendo eficaces. Como también lo es la idealización de un presente que «deje atrás el pasado» y sea parte de la apremiante necesidad de refundar la nación. De esta forma, pensar las elecciones desde la coyuntura electoral, en la que las interpretaciones mediáticas regulan banalmente la circulación discursiva e inscriben la politicidad de todos los discursos a un debate al estilo de Intratables, nos sumerge en otro terreno. Un terreno de la pura superficie, en la que la batalla entre el “cambio” y el “todos” –haciendo alusión al nombre de los frentes electorales-, es más bien expresión de una lucha por la percepción de la realidad de los votantes. Así, la política queda reducida a interpretar encuestas, sondeos y focus group; y la verborragia propositiva hacia ese votante “indeciso”, como se suele decir, termina conformando un control absoluto sobre sus deseos.
El desconcierto de superar la grieta
En la producción de significaciones no hay un detrás de escena, y es todo superficie. Pujas, tensiones y trampas se dan en los discursos que circulan y reproducimos, y no es posible ubicar a la grieta como un instrumento unilateral de una de las partes. Por lo cual, ¿qué sucede si la estrategia política en la que se inscribe la comunicación cae en un coyunturalismo electoral? Se escuchará: “está en juego la patria!”; “el futuro de todos los argentinos!”; “no podemos volver al pasado”, como parte de la retórica de dirigentes de todos los espacios. Así también, la referencia a representantes del frente Juntos por el Cambio en tanto que “antiperonistas”, “oligarcas”; “dolarizados”; “golpistas”; “accionista de las empresas de servicios públicos”, parece ser casi anacrónica, inmaterial. Por momentos se intenta correr el velo, mostrar el detrás de escena y recordar todo lo que “realmente es” tanto Mauricio Macri como Marcos Peña, Miguel Angel Pichetto, Patricia Bullrich y tantas figuras más. Incluso, los beneficios imperceptibles que este “modelo” les brindó a “los amigos del poder”. Más aún cuando la estabilidad cambiaria y el desembolso millonario del Fondo Monetario Internacional (FMI) son fundamentales para la ficción en la que se vive. De esta forma, el significante desengrietar parece ser un tanto limitado como estrategia de la oposición y funcional a una grieta, hoy, contraproducente. Al mismo tiempo, impide ver más allá de la táctica preelectoral y cristaliza la desazón de votantes que deambulan entre la República –perdida- y la necesidad de “unir a todos los argentinos”.
De esta forma, el significante desengrietar parece ser un tanto limitado como estrategia de la oposición y funcional a una grieta, hoy, contraproducente. Al mismo tiempo, impide ver más allá de la táctica preelectoral y cristaliza la desazón de votantes que deambulan entre la República –perdida- y la necesidad de “unir a todos los argentinos”.
De esta forma, producto de un interés por pensar las distintas dimensiones de lo político que circulan en los discursos, probablemente, la intervención de Cristina Fernández de Kirchner en la presentación del libro Sinceramente en la Sociedad Rural Argentina (SRA), sea un modo de ensayar la necesidad de superar la grieta. Una preocupación de este tiempo histórico. Su referencia al ministro de Economía del Perón “reconciliador”, José Ber Gelbard; a Roberto Lavagna y también a Néstor Kirchner en el marco de un “nuevo contrato social” provocó cierto desconcierto. Un desconcierto que convivió con un intento de desidentificarse del “vamos a volver”, a pesar de los cánticos dentro del salón Jorge Luis Borges. Al fin y al cabo, de reinventarse. Por esa razón, es preciso insistir que la circulación en el plano discursivo de la idea de desengrietar parece más una sugerencia en tanto táctica y cronológica, casi propiedad de los dirigentes, pero completamente afín a la idea de una minoría intensa, como se caracterizó al último período kirchnerista.
Algunos días después de la presentación del libro, el sábado 18 de mayo, a partir de un video de menos de trece minutos, Cristina Fernández de Kirchner transformó ese desconcierto en una nueva estrategia política. Bajo el gesto disruptivo de posicionar a Alberto Fernández como precandidato a Presidente, sostuvo nuevamente la idea de un “nuevo contrato social” y desencadenó toda una serie de movimientos, tanto en el oficialismo como en la oposición que hoy parecen expresarse en cadenas lógicas de alineamiento a lo largo y ancho del país. Sin embargo, sería ilusorio pensar, a propósito de Rousseau, sobre ese cuerpo político y conjunto de convenciones en los que se constituye el individuo en tanto ciudadano sólo desde la racionalidad, la justicia y la libertad. Por el contrario, no existe un actor social determinado cuya voluntad coincida con el propio funcionamiento total de la sociedad, y hoy se trata más bien de encadenar esa pluralidad de voluntades colectivas que difícilmente pueda adoptar la forma de un contrato rígido de intereses y voluntades determinadas con anterioridad.
Bajo el gesto disruptivo de posicionar a Alberto Fernández como precandidato a Presidente, sostuvo nuevamente la idea de un “nuevo contrato social” y desencadenó toda una serie de movimientos, tanto en el oficialismo como en la oposición que hoy parecen expresarse en cadenas lógicas de alineamiento a lo largo y ancho del país.
Así, construir un contrato social de “ciudadanía responsable” en tanto “nuevo orden que permita el desarrollo individual de las personas”, como sostuvo la ex presidenta en dicho video, parece ser sumamente difícil e inimaginable en las reglas bestiales que nos proponen estos tiempos neoliberales, que repercuten también en el lugar preponderante que ocupan algunas figuras sumamente conservadoras. Hoy, sin lugar a dudas, legitimadas en el “hay que ganar sí o sí”. Por esa razón, su referencia explícita a construir conjuntamente una “realización social y colectiva”, “dejando atrás el egoísmo y el individualismo” que permita “reconstruir entonces un país para todos y todas”, hoy pone de manifiesto que el encuentro de cada ciudadano como parte indivisible del todo y bajo la dirección de la voluntad general, si bien tiene rasgos utópicos, propone un nuevo encuentro de las partes que componen activamente la política, en todas sus dimensiones. Un nuevo contrato estratégico. Tal vez, éste sea un desafío para la política y en particular para las estrategias de comunicación de de los Fernández, que si bien refiere a una nueva estrategia de identificación para con la ciudadanía a mediano y largo plazo, tiene como antesala el desafío de ser parte de un 10 de diciembre festivo.
*Licenciado y profesor en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA). Maestrando en Ciencia Política y Sociología (Flacso, Argentina).