Santiago Mazzuchini*
“Que sus ojos interpelen la cotidianidad de quienes se acomodaron en el ventajoso camino de la indiferencia.” Fragmento de la convocatoria Santiago, tu mirada (nos mira)[1].
Estación Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Fotografía en el marco de la acción “Santiago, tu mirada (nos mira)” (autoría colectiva).
La primera frase del título de este texto remite al recuerdo de un volante de la agrupación HIJOS La Plata, que convocaba a movilizarse a un año del asesinato de Mariano Ferreyra (militante del Partido Obrero y de la FUBA). La convocatoria, que puede verse online en el sitio, tiene una consigna que vale como auto-reflexión sobre la relación entre las imágenes y la violencia en nuestra iconografía política: DEMASIADOS ROSTROS, LA MISMA IMPUNIDAD. Debajo de las letras, se ubican las caricaturas de Julio López, Miguel Bru (cuyo caso se asemeja al de Santiago), Luciano Arruga y Andrés Nuñez. De costado se ve a Mariano pintando a las víctimas, como si la imagen mostrara un pasado que ya no será posible, porque ahora ya es uno de ellos.
Cuando Santiago Maldonado desapareció, aquel primero de agosto de 2017, su mirada se integró automáticamente a esa serie de rostros que nos remiten a toda una tradición de violencias, pero también de activismos y luchas. En Argentina, como en otros países latinoamericanos (la desaparición forzada de 43 jóvenes estudiantes de Ayotzinapa es un triste ejemplo reciente), la aparición de una imagen de rostro en una pared inmediatamente desencadena toda una serie de significaciones sobre la violencia estatal, la muerte y la desaparición. Son imágenes espectrales que nos recuerdan que la política no puede pensarse sin aquellos fantasmas que, como sostiene Grüner (2007), traen el testimonio de un antagonismo originado por una falla, una violencia que parte lo social. Pero no evocan sólo una falta o una falla, sino también un ethos militante, como sucede con la figura de Ernesto “Che” Guevara, cuyo cuerpo iluminó los vínculos entre iconografía religiosa y política y la potencia de algunos rostros para devenir en símbolos. Sin las fotografías de Korda y Alborta, indudablemente el Che no habría recorrido el mundo. Aquella figura renació en 2002, cuando Darío Santillán fue asesinado mientras ayudaba a un compañero desconocido: Maximiliano Kosteki.
El rostro de “el Brujo” vino a sumarse a esa serie ¿Por qué se ha instalado, una vez más, una rostridad tan potente? ¿Acaso la circulación del rostro de Santiago refuerza nuestra cultura occidental y cristiana, nuestra pulsión identitaria, o guarda algo más? ¿Qué rostros negados se ocultan detrás de esta nueva mirada que emerge en pancartas y murales?
La mirada de un rostro guarda la fuerza de una presencia que interpela como ninguna otra imagen puede hacerlo. Su poder es efectivo (y el carácter indicial de la fotografía lo refuerza aún más) porque nos envuelve, nos persigue y, al decir de Levinas, nos obliga a ejercer un reconocimiento ético hacia el Otro. No en vano Deleuze y Guattari (2010) recurren a la figura de los agujeros negros: la mirada absorbe. De ahí quizá provenga su potencia como recurso iconográfico eficaz para comunicar. Los ojos que miran de frente, el rostro que insiste en murales y banderas, que circula por territorios digitales, tiene la capacidad de transformarse en un acto de irrupción. No ya de una falla, como decíamos (ya que nos veríamos tentados a recurrir a las carencias que expresa la imagen-síntoma de Didi-Huberman), sino de un cuerpo que insiste en no ser olvidado, que se sostiene por todos/as aquellos/as que no quieren callar ni “mirar para adelante”. Un cuerpo que se transmuta en las miradas de quienes, todavía vivos, se resisten a la represión y desean sostener y reivindicar las biografías post-mortem de víctimas que fueron sometidas a la censura del poder gubernamental (Gayol y Kessler, 2018). El retrato de Santiago le devuelve su dignidad como individuo frente a las voces que lo reducen a un mero objeto de humillaciones (“se ahogo sólo”, “era un mafioso” “nos tiraron un muerto”, “como Walt Disney”, son algunos latiguillos de esa lengua dominante). Cada intervención le restituye la humanidad que le fue arrebatada, porque lo siguieron matando quienes pretendieron y pretender cerrar el caso y pasar a otra cosa.
El retrato de Santiago le devuelve su dignidad como individuo frente a las voces que lo reducen a un mero objeto de humillaciones (“se ahogo sólo”, “era un mafioso” “nos tiraron un muerto”, “como Walt Disney”, son algunos latiguillos de esa lengua dominante). Cada intervención le restituye la humanidad que le fue arrebatada, porque lo siguieron matando quienes pretendieron y pretender cerrar el caso y pasar a otra cosa.
Decíamos entonces que hay algo en la forma de esa mirada, de ese rostro, que nos interpela. Pero, y aquí es donde nos vemos obligados a salir de la imagen (para volver a entrar luego), el poder de un rostro no se fundamenta tan sólo en su forma. En Argentina, el retrato se transformó en un arma de protesta cuando las Madres comenzaron a portar las imágenes de sus familiares desaparecidos en cada ronda y acto de protesta. El valor de la biografía y el reconocimiento de la singularidad de cada víctima, operaron como un saboteo a la máquina de la dictadura, que negaba la existencia misma de aquellos individuos violentados. La práctica de llevar una foto carnet a cada manifestación y luego, ya en 1988, de publicarlas en el diario Página 12, transformó un dispositivo de control estatal en una imagen que no sólo trajo al presente la herida abierta por la máquina represiva, sino que instituyó una práctica que hoy es fundamental para reivindicar a las víctimas actuales del aparato represivo. Ese reconocimiento de la biografía instituida en el rostro dislocó el sentido policial de la fotografía estatal, haciendo entrar en contradicción los dispositivos de control e identificación del Estado con sus estrategias de desaparición (Longoni, 2010). Y no sólo trastocó ese afán de control, sino que también permitió crear una rostrificación colectiva que tensiona la significación del retrato como individuante fundado en la tradición que comienza en el Renacimiento. Los rostros de Darío y Maxi, de Julio López, de Luciano Arruga; la mirada de Rafael Nahuel. Todas esas figuras se constelan imaginariamente alrededor del rostro de Maldonado. La individualidad se tensiona para conformar un cuerpo colectivo, no ya el aglutinado bajo la mirada del soberano, como imaginaba Hobbes, sino una imagen que renuncia a la cabeza del poder; un retrato que deviene máscara.
Todas esas figuras se constelan imaginariamente alrededor del rostro de Maldonado. La individualidad se tensiona para conformar un cuerpo colectivo, no ya el aglutinado bajo la mirada del soberano, como imaginaba Hobbes, sino una imagen que renuncia a la cabeza del poder; un retrato que deviene máscara.
Movilización a tres meses de la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado. Fotografía: Francisco Rodríguez Perez (Anccom).
La acción colectiva y anónima “Santiago, tu mirada (nos mira)” se inscribe en esa concepción colectiva, por su forma de organización y por las imágenes que propone producir. La propuesta consiste en pegar en diferentes puntos de la ciudad la mirada de Santiago devenida imagen o bien auto-fotografiarse colocando esa mirada en la propia. La misma pertenece a la fotografía que más circulación ha tenido desde el momento de su desaparición. Proveniente del ámbito familiar y fraterno, se trata de una auto-foto que podría ser similar a cualquiera de las que circulan en internet, pero se ha transformado en un símbolo de lucha y compromiso solidario.
Fotografía en el marco de la acción “Santiago, tu mirada (nos mira)” (autoría colectiva).
Esto quizá permita pensar que son las acciones políticas las que mantienen viva dicha mirada, las que hacen pervivir ese cuerpo que se resiste a ser olvidado. Porque no se trata sólo de una imagen, sino de una serie de prácticas que Santiago Maldonado reivindicaba como militante anarquista. Sin intención de sugerir una política iconoclasta, quizá habría que decir, parafraseando a Roberto Jacoby, que un militante no muere para ser posteado en una red social. A fin de cuentas, sólo nuestras acciones nos permitirán develar qué hizo Gendarmería en el contexto de esa represión que culminaría con la imagen de Santiago en cada rincón de la ciudad.
[1] Acción que se propone intervenir las calles con imágenes de la mirada de Santiago Maldonado. Para leer el manifiesto y el repositorio de intervenciones fotografiadas, se puede ingresar en https://tumiradanosmira.wordpress.com/2018/07/24/santiago-tu-mirada-nos-mira/
* Licenciado y Profesor en Ciencias de la comunicación (UBA). Desde 2017 es becario doctoral UBACyT del proyecto “Imagen y cuerpo”, dirigido por la Prof. Felisa Santos. Se encuentra realizando su tesis de Maestría en Comunicación y Cultura. Es, a su vez, docente en el Seminario de Diseño Gráfico y Publicidad de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA (Cátedra Santos).