Diego Gerzovich*
La disociación creciente entre las promesas y discursos de las campañas electorales y las gestiones de gobierno de los candidatos ahora convertidos en presidentes merced a esas campañas es un tema viejo, pero día a día gana espacio en los medios de comunicación. La pregunta sobre “lo que hará” Jair Mesias Bolsonaro después de ganar las elecciones de segundo turno del próximo domingo 28 de octubre en Brasil. Las promesas incumplidas de Macri, pero también la distancia entre campañas pulcras y bien diseñadas y una gestión gubernamental deslucida, desordenada y con muy pocos logros para mostrar. O el caso de Donald Trump, quizás una de las polémicas globales más complejas…Pero éste no es el tema de este artículo.
Tampoco la creciente preocupación de la opinión pública internacional con el fascismo de Bolsonaro y/o de la sociedad brasileña en su conjunto. En todo caso, Bolsonaro podrá venir a ser un presidente “fascista” (creo que le queda demasiado grande ese adjetivo), si se mantiene firme y coherente con las posiciones públicas que asumió a lo largo de toda su carrera política contra las minorías sociales de su país. Compartimos la preocupación de tantos analistas a nivel global, pero “fascismo sí, fascismo no” será una cuestión productiva, incluso cuando no podemos estar del todo de acuerdo con el uso de ese término tan específico en términos históricos y geopolíticos, solo cuando Jair Mesias haya asumido como presidente a partir del 1 de enero de 2019. Ahora no aporta nada.
Compartimos la preocupación de tantos analistas a nivel global, pero “fascismo sí, fascismo no” será una cuestión productiva, incluso cuando no podemos estar del todo de acuerdo con el uso de ese término tan específico en términos históricos y geopolíticos, solo cuando Jair Mesias haya asumido como presidente a partir del 1 de enero de 2019. Ahora no aporta nada.
La premisa a partir de la cual se construye la reflexión que contiene este artículo, es la siguiente: los períodos de campañas electorales y la expresión de preferencias mayoritarias en una sociedad hacia uno entre varios candidatos, son momentos preferenciales para el análisis de las transformaciones culturales producidas en esa sociedad en los últimos años. Y cuando esas transformaciones se repiten en varias sociedades al mismo tiempo, podemos generalizar nuestro análisis hacia el amplio marco de una “civilización humana”. Cuando en estas épocas de alta exposición y posibilidad de analizar tendencias culturales, aparecen rasgos comunes entre sociedades muy alejadas entre sí, quizás podremos arriesgar conjeturas bastante certeras o verosímiles sobre transformaciones civilizatorias que afectan y afectarán a la humanidad de manera relevante.
En efecto, las elecciones polarizadas y candidatos ganadores tan sorprendentemente simplones como Bolsonaro, Trump o Macri, solo se pueden explicar a partir de cómo la humanidad está siendo moldeada por los nuevos medios de la era de la información. El ecosistema mediático entró en una nueva era a partir de la creciente importancia de la electricidad en la segunda mitad del siglo XIX. Esta nueva era, que Marshall McLuhan supo caracterizar con el nombre de “aldea global”, incluyó como medios destacables a la televisión por un lado, y a los medios incluidos en el ámbito de la información física (expresada por unos y ceros), por el otro. En la estructura de esa información está la clave de la transformación civilizatoria a la que estamos siendo sometidos.
Benjamin decía en 1933 que quien no supiera cómo manejar una cámara fotográfica, sería un analfabeto, lo cual significaba que no podría sobrevivir en el entorno fundado por esa técnica de reproducción. Lo mismo podría decirse hoy de los medios eléctrico-digitales. Nuestros partenaires sexuales, la comida de la cena, el agrado frente a una obra de arte o una foto de la vida cotidiana de alguien, el color de la pintura de nuestro living, el próximo destino vacacional, todo eso y mucho más a la distancia de un clic. Se ha dicho tantas veces y resulta tan obvio: “a la distancia de un clic” se escucha y es una perogrullada. Pero este es el formato bajo el cual estamos tomando decisiones. Y así elegimos presidentes. No solo por el sistema digital de votación (que está vigente en Brasil, pero no en Argentina, por ejemplo), sino porque esa es la forma que ha tomado para toda nuestra civilización los modos de elegir.
En efecto, las elecciones polarizadas y candidatos ganadores tan sorprendentemente simplones como Bolsonaro, Trump o Macri, solo se pueden explicar a partir de cómo la humanidad está siendo moldeada por los nuevos medios de la era de la información.
Polarización y simpleza. Rapidez y repentización. Cada aspecto, cada milímetro de nuestra vida está hecho de decisiones en forma de lenguaje binario. La información funciona como extensión de nuestro sistema nervioso central. Quizás la velocidad ha sustituido al sistema causa-consecuencia. (De todos modos, a nosotres, hijos del complejísimo iluminismo europeo, siempre nos pareció demasiado simplista el esquema estímulo-respuesta). Es más útil y más económica la velocidad en la toma de decisión, que la lenta validación de las consecuencias de las mismas, aunque sean las más directas y sencillas. Las redes sociales, verdaderas e infinitas obras de arte-archivos de nuestra época, nos entrenan sin cesar en ese deporte de la decisión rápida y satisfactoria. Quiero apresurarme a decir lo siguiente: este formato civilizatorio no es peor que el anterior ligado a la participación analógico-televisiva, ni al anterior de la transición entre la era mecánica y la eléctrica (fotografía, cine, radio, masas), o, en fin, la anterior racional-individual, iluminista y alfabetizada con el libro, el cuadro y el predominio absoluto de lo visual como estandartes desde el Renacimiento tremprano. Esas decisiones rápidas y definitorias nos satisfacen porque generan un torrente de “me gusta” entre los integrantes de nuestra tribu. Elegimos rápido y estamos contentos de nuestras decisiones: nuestros amigos las comparten, las destacan y nos felicitan. Somos electores con nuestro deseo “completado”. Qué más pedir? Bolsonaro presidente y somos felices! No por lo que haga este sujeto cuando tenga las riendas del gigantesco estado brasilero, sino porque hemos elegido, y es la elección misma la que nos completa…
Elegimos rápido y estamos contentos de nuestras decisiones: nuestros amigos las comparten, las destacan y nos felicitan. Somos electores con nuestro deseo “completado”. Qué más pedir? Bolsonaro presidente y somos felices! No por lo que haga este sujeto cuando tenga las riendas del gigantesco estado brasilero, sino porque hemos elegido, y es la elección misma la que nos completa…
Tomamos decisones en la intimidad de nuestro celular, pero compartidas con nuestra tribu que decide contenidos/marcas muy similares a los míos, no importa cuáles. En la aldea global de las redes sociales, los medios nos organizan como tribus que retroalimentan las decisiones de sus integrantes. La habilidad del estratega de campaña política está en tener el mapa más detallado de cada una de la enorme cantidad de tribus que constituye un electorado nacional. Es un mapa tecnológico cuyo control pone a su candidato a un paso del acceso al poder estatal en esa “nación tribal”.
Bolsonaro, Trump y Macri (por poner tres ejemplos que nos resultan conocidos) rechazaron, cada uno a su manera y en cantidad diversa, a los medios tradicionales para montar sus respectivas campañas. Los tres son de un “bagaje cultural” bajo. Se manejan con un sentido común simplón con “verdades” fácilmente comunicables y memorizables. Los tres construyeron en corto tiempo marcas reconocibles para amplias franjas del electorado. Y a partir de la consolidación de esa marca, ya no importan demasiado las barbaridades que digan; lo importante es que esas barbaridades refuerzan su “imagen de marca”. Así, el camino hacia el control del aparato estatal a través de elecciones democráticas está casi hecho.
Buena arquitectura tribal en las redes. Construcción de marca con contenidos diversos y hasta contradictorios, pero simples, efectivos. Y sentarse a esperar la viralización. Este virus los hace presidentes, como cualquier éxito comercial en internet, que es una forma, como cualquier medio.
Todes nosotres participamos de esta civilización eléctrico-digital. Más arriba explicamos someramente el modo de esta participación. Denunciarla como barbarie es denunciar nuestro propio mundo. Es el mundo en el que vivimos: aceptamos, disfrutamos y/o sufrimos sus reglas de juego, pero es nuestro mundo. Quejarse porque los brasileros y las brasileras eligen a Bolsonaro es de malos perdedores y, lo que es peor, malos analistas del presente. Es lo mismo que no comprender por qué Macri, con su mediocre o pésimo gobierno, todavía es un candidato con chances en 2019.
Quejarse porque los brasileros y las brasileras eligen a Bolsonaro es de malos perdedores y, lo que es peor, malos analistas del presente. Es lo mismo que no comprender por qué Macri, con su mediocre o pésimo gobierno, todavía es un candidato con chances en 2019
Antes de que sea demasiado tarde, el campo nacional y popular, como nos gusta llamarlo, debe dejar atrás nostalgias por diálogos racionales y democracias maduras y extensas. Era lindo mirarnos a los ojos en los bares de Corrientes (la provincia o la Avenida), pero es la belleza de un mundo perdido. Bienvenidos al siglo XXI compañeros! El mundo no nos está esperando, pero si no nos adaptamos a él más temprano que tarde… porque se trata de eso: adaptarse o morir.
* Diego Gerzovich es Dr. en Ciencias Sociales, profesor de Comunicación e Historia de los Medios e Investigador. En la actualidad investiga y escribe sobre medios en la era digital desde una perspectiva filosófico-política.