Sebastián Ernesto Ackerman*
Mariano Moreno, Natalio Botana, Rodolfo Walsh, Jacobo Timerman, Horacio Verbitsky. La lista es incompleta por las obligaciones que impone todo listado (y la selección del listador, que elije encumbrar unos nombres y dejar fuera otros) y también seguramente por alguna falla de la memoria. Aun sin ser explícitos, ya sabemos de lo que estamos hablando: el periodismo nacional. Por supuesto, cada unx puede elaborar un listado propio, cambiar, agregar o quitar nombres, eso corre a gusto personal. Desde La Gaceta de Buenos Ayres a El cohete a la luna, los diferentes formatos y soportes sobre los que se desarrolló y se lleva adelante el periodismo vernáculo tienen un mismo origen en sus productos: lxs laburantxs que, con firma o sin ella, le ponen el cuerpo al violento oficio de escribir.
Si hiciéramos un trabajo de rastreo sobre las publicaciones periodísticas aparecidas en el Río de la Plata podemos encontrar periódicos impresos desde los primeros años del siglo XIX, o recordar a Manuel Belgrano y sus colaboraciones al diario español El Comercio Mercantil de España y sus Indias, además del papel central que cumplió en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio y en el Correo de Comercio en estas tierras, aun cuando Argentina todavía no era Argentina. Sin embargo, el día del periodista se celebra por la aparición el 7 de junio de 1810 del primer número de La Gaceta de Buenos Ayres, el periódico fundado -entre otrxs- por Mariano Moreno con el objetivo explícito de defender el proceso de independencia de las Provincias Unidas del reino de España. Hasta tal punto, que en su número 19 del 11 de octubre de 1810 justifica el fusilamiento de Liniers, “cuya existencia no nos ha sido posible conservar”, por conspirar contra el proceso independentista. ¿Qué se diría hoy si algún medio llegara a sostener una postura similar? No digamos un fusilamiento, pero pensemos una medida polémica de algún gobierno y su defensa a ultranza por parte de un diario…
Esa práctica periodística, ligada enteramente a intereses facciosos, se mantuvo como la principal forma de ejercer la profesión durante algo más de un siglo. De hecho, la labor principal de quienes escribían era por entero independiente de este oficio. Por supuesto, hubo casos de periodistas profesionales, pero eran la gran minoría. Ya entrado el siglo XX, el aumento del público lector por el proceso de escolarización y el crecimiento del campo publicitario favorecieron la profesionalización del sector del periodístico gráfico (recordemos, el único existente entonces) y el crecimiento del periodismo dentro de las labores liberales. Así, se dieron las condiciones para la transformación del periodismo nacional de faccioso en “profesional”, con todas sus implicancias: nuevos criterios de trabajo, de producción de la información, de posicionamiento del periodista. En otras palabras: nuevas rutinas periodísticas.
La sanción del Estatuto del Periodista Profesional (EPP) a fines de 1946 se pensó e implementó para proteger y amparar a lxs trabajadorxs de la prensa, organizando y regulando esa actividad a través de la sanción de la ley 12.908. Era un momento más sencillo para esa taxonomía: diarios, revistas y radios eran los principales (si no los únicos) soportes para la profesión, y las tareas del periodista profesional estaban claramente delimitadas entre ellas. El EPP, a pesar de los años que transcurrieron y las transformaciones técnicas y tecnológicas que se sucedieron, incluyó un tema de una terrible actualidad: además de definir el escalafón jerárquico, reconoce como trabajadorxs de la empresa periodística a lxs colaboradorxs que publiquen más de 24 notas por año.
“Se entiende por colaborador permanente aquel trabaja a destajo en diarios, periódicos, revistas, semanarios, anuarios y agencias noticiosas, por medio de artículos o notas, con firma o sin ella, retribuidos pecuniariamente por unidad o al centímetro cuando alcance un mínimo de veinticuatro colaboraciones anuales. Quedan excluidos de esta ley los agentes o corredores de publicidad y los colaboradores accidentales o extraños a la profesión.”
El Estatuto del Periodista, a pesar de los años que transcurrieron y las transformaciones técnicas y tecnológicas que se sucedieron, incluyó un tema de una terrible actualidad: además de definir el escalafón jerárquico, reconoce como trabajadorxs de la empresa periodística a lxs colaboradorxs que publiquen más de 24 notas por año.
Esas líneas plantean que entre lxs trabajadorxs “a destajo” y la empresa periodística hay una relación laboral, con los derechos y las obligaciones que ello implica para ambxs participantes del vínculo cuando hasta ese momento lxs trabajadorxs estaban desprotegidxs respecto de su relación con la empresa. Con el paso de los años, el objetivo de la regulación se fue desvirtuando hasta utilizarse como una forma de (sobre)explotación laboral por parte de unas empresas que dejaron de ser diarios o revistas para convertirse en conglomerados mediáticos o grupos empresarios que poseen, en su diversificación, esos conglomerados. ¿De qué manera? “Congelando” la publicación de notas de lxs colaboradorxs antes de que lleguen a esas 24 colaboraciones anuales.
El resultado de esa estrategia empresarial para evitar cualquier tipo de relación laboral legal con lxs trabajadorxs, por un lado, es la conformación de una multitud de colaboradorxs que peregrinan entre una inmensa diversidad de medios y deben agenciarse, así, la cobertura de salud y los aportes previsionales que debería proveerle la(s) empresa(s), y por el otro una diferenciación en la remuneración que perciben lxs trabajadorxs por la misma tarea, dependiendo de si son colaboradorxs o redactorxs, quienes sí son empleadxs bajo una relación laboral legal.

Esta es una de las tantas reivindicaciones que tiene entre sus demandas el sector de prensa gráfica, aunque tal vez sea el que involucre a lxs trabajadorxs más desprotegidos del sector. Un momento duro para lxs periodistas: el cierre de medios como radio América o radio El Mundo, el despido de trabajadorxs como los de la agencia Telam o el grupo Clarín, o el vaciamiento empresarial y la posterior conversión del diario Tiempo Argentino en una cooperativa, por nombrar solamente los casos más conocidos de la Ciudad de Buenos Aires. A esto hay que agregarle los miles de puestos de trabajo perdidos en innumerables medios del interior del país.
El proceso de concentración de medios de comunicación en grandes grupos y, en algunos casos, su centralización laboral permitió que lxs trabajadorxs de distintos medios (diarios, radios, televisión, web) compartan el espacio laboral. Punto a favor: acercó a trabajadorxs que de otra forma les hubiera costado mucho ponerse en contacto para charlar y debatir sobre sus condiciones de trabajo. Punto en contra: esa concentración incrementó el poder de la empresa como tal, y en esa línea la explotación de lxs periodistas. Hoy es relativamente común que el o la periodista escriba un artículo, saque fotos, suba un video a la web o grabe una columna para la radio. Tareas que hasta hace no tantos años estaban diferenciadas hoy se cumplen por un solo salario.
Hoy es relativamente común que el o la periodista escriba un artículo, saque fotos, suba un video a la web o grabe una columna para la radio. Tareas que hasta hace no tantos años estaban diferenciadas hoy se cumplen por un solo salario.
Además, y esto no hay que perderlo de vista, lo que hacen lxs periodistas cuando trabajan es colaborar en la construcción del sentido común y la evaluación social de la realidad. Es un papel central en la legitimación o el rechazo a distintos proyectos (políticos) de país, siempre en pugna. Dicho de otra manera, todo periodismo es político. Porque la profesionalización del campo periodístico y las rutinas periodísticas que le corresponden a esta organización ofrecen una pátina de “neutralidad”, pero cada intervención (dentro de un medio como el marco que le da sentido a esa intervención) disputa la legítima representación de la realidad. En ese sentido, las presiones sobre lxs trabajadorxs del sector se vuelven más agobiantes: ya no es exclusivamente la relación patronal-trabajadorxs lo que está en juego, sino también una línea editorial con la que muchxs laburantes pueden no estar de acuerdo, pero tienen que llevar el pan a sus casas todos los días.
En este sentido, entre sus luces y sombras, la defensa de los derechos de lxs trabajadorxs de los distintos ámbitos del periodismo es una columna central de esta profesión, que debe realizarse colectivamente (como en todo trabajo, por otra parte) para que tenga una fuerza que logre la defensa y estratégicamente consiga la ampliación de esos derechos. Y la mejor manera de hacerlo es por la participación en los distintos gremios que representan a los diferentes sectores a lo largo y ancho de todo el país. Que el desprestigio de algunxs representantes gremiales que robaban para la corona no se convierta en el desprestigio de la herramienta de lucha: debemos fortalecer los sindicatos porque son un paraguas frente a la tormenta neoliberal que viene a aumentar la precariedad laboral del sector a través de la concentración, el aumento de las tareas y el congelamiento de los salarios (o las colaboraciones).
En el caso de la prensa gráfica de la ciudad, la creación de la UTPBA en 1986 marcó un hito, pero es una herramienta que se fue desgastando hasta generar una fuerte apatía entre quienes debían sentirse representados allí. Como respuesta, el nacimiento de SiPreBA a fines de 2015 (tras años de lucha por su personería jurídica) es una señal de que hay todavía una búsqueda colectiva y de base de la defensa de los derechos de lxs trabajadorxs. En un trabajo donde el producto es la información se da la curiosa paradoja de que existe la prohibición implícita de dar a conocer los conflictos del sector. No ya al interior de la propia empresa (sabemos que es imposible que TN informe sobre los despidos del diario Clarín y de Olé), sino entre distintos grupos mediáticos. No es taxativo, pero esas noticias y su desarrollo circulan a cuentagotas. Será una tarea para los tiempos que vienen: si no un plan de operaciones, como mínimo la defensa de lxs trabajadorxs que día a día llenan las páginas de los diarios o los sitios web, ocupan las pantallas de TV o el éter radial, no puede ser tratada diferente de la defensa de trabajadorxs de otros rubros. ¿Por qué? Porque son(mos) todxs trabajadorxs.
Por eso, y mientras logramos esa transformación, sabemos que el Terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad.
*Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA) y Magíster en Periodismo (UBA). Docente de la materia Teorías y prácticas de la Comunicación III (UBA) e integrante del UBACyT “Ideología, política, discurso. La encrucijada de la subjetivación política en la escena neoliberal”. Escribió manuales de Comunicación para secundaria. Colaborador del diario Página/12 desde el año 2005.
Twitter @sebasackerman