19 días y 500 noches (apuntes en cuarentena)

Por Gabriel D. Lerman*

Uno
Hay dos imágenes ficcionales que rompen la cotidianidad pero que estos días se vuelven algo verosímiles.
Por un lado, la escena trágica de Un episodio de la fiebre amarilla del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, construida y realizada prácticamente en vivo y en directo, presentada poco después de la epidemia, según Roberto Amigo, en el hall del antiguo Teatro Colón frente a Plaza de Mayo. Habían pasado semanas del momento que Miguel Ángel Scenna nombró en su libro emblemático como: “Cuando murió Buenos Aires”. Corría 1871, el presidente Sarmiento (a diferencia de Alberto Fernández) había huido al interior, como el virrey Sobremonte. Aunque Andrés Rivera lo imaginó a Sarmiento, acaso en un gesto benévolo de escritor a escritor, andando a caballo cansado por una Buenos Aires en trance desolado. El cuadro de Blanes, se sabe, expone a la mujer fallecida con el bebé que la llora y en primer plano, de pie y centrales, a los médicos sanitaristas Roque Pérez y Cosme Argerich. Según Daniel Santoro, experto en lectura plástica y política, ellos representan al Estado. No tanto al Estado que salva a la población, ya que están llegando tarde, sino al Estado que protegerá al niño. Ese Estado construirá a partir del episodio de la fiebre amarilla el cementerio de la Chacarita, numerosos hospitales, alcantarillas, desagües, cambiará de raíz, a golpes de higienismo y positivismo, la pequeña gran aldea.

Por otro lado, estos días me viene a la imaginación y a la vista el mapa de una Buenos Aires distópica que dibujó el ensayista Nicolás Casullo de puño y letra para acompañar a su novela de ciencia ficción porteña Orificio. Situada en los barrios de una Buenos Aires apocalíptica, de 2117, Orificio habla de una sociedad de mutantes que viven en tribus encapsuladas, con escasa relación entre sí y extraviadas a su libre albedrío y desesperación. En el mapa, Mataderos, Floresta y Villa del Parque son el Desierto, Saavedra y Nuñez son habitados por los Poderosos, Villa Lugano por los Gigantes, Caballito por los Comunicadores, Nueva Pompeya por Hordas Síquicas (sic) y el Centro y San Telmo por Hembras. Y siguen los barrios. Sobre la novela Orificio, Ricardo Piglia escribió: “Los géneros populares (en especial el policial y la ciencia ficción) han renovado la literatura política. De hecho, esos dos géneros son los que han llevado más lejos la crítica al capitalismo”.

 

Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires (Juan Manuel Blanes, 1871)

 

Dos
Pero nada decía el diario de hoy de esta sucia pasión, de este lunes marrón, de tu voz tiritando en la cinta del contestador. Será difícil encontrar ahora en la ciencia ficción (en Asimov, en Clarke, en la novela de Casullo) algo que pinte, ilustre, metaforice este presente. Quizás pronto nos olvidemos, acaso será así, pero hubo días en que tuvimos mucho miedo, algunos hambre, y hubo alguna noche de semana santa, mientras caminábamos algunas cuadras para llevar una porción de arroz con mariscos a un familiar mayor que vive en el barrio, en la que vimos calles desiertas, oscuras y frías, a las 20.30, hora en la que en cualquier otro momento idéntico el barrio es un hervidero. Escuchamos el silencio y pájaros que no conocíamos. Vimos muchos deliveries, y presenciamos una escena de la ciudad en la que no había gente en la calle (se los veía por la ventana, en cálidas estampas de conexión a Netflix), sino muchaches de Rappi, Glovo, Pedidos Ya y otras plataformas yendo de acá para allá en motos, bicicletas, al trote, tremendamente ocupados. Y recordé un reportaje a Eduardo Levy Yeyati, a quien suelen entrevistar en Radio Con Vos, donde presentaba teorías sobre el mundo laboral muy elaboradas y fundamentadas, acompañadas de una escritura ficcional muy exquisita que le gusta mucho a María O’Donnell, porque huele a perfume ilustrado y exactitud. Y recuerdo un debate de Yeyati con una socióloga del trabajo que no retuve el nombre, pero que le rebatía todos sus argumentos sobre la flexibilidad inevitable en las relaciones laborales de la actualidad, sobre el límite de la capacidad instalada de aumentar el empleo, y sobre la renta universal como único camino de asistencia o cobertura. Aquella vez me había parecido un amable, sesudo y peligroso neoliberal de agradable escritura ficcional, frente a una investigadora de tradición marxista que criticaba el desenvolvimiento del capital. Mientras caminábamos esa noche de viernes santo me pregunté qué estaba haciendo toda esa gente que ahora no se la veía, qué habían hecho durante el día o, peor, de qué trabajan. ¿Cómo sobrevivirán al aislamiento social y obligatorio? Y entonces supe que ya no hay realismo posible, sino que hemos logrado invertir los géneros y ahora, tal vez, empiezan a decir algo más, sobre la realidad que vivimos (tal vez ya había sucedido con Ursula K. Le Guin, con Asimov, con Clarke), los distópicos que los realistas. O peor: el realismo capitalista de Mark Fisher es un estado de control que garantizará distancia y disciplina social a través de mecanismos datados ya mucho antes que hayas pestañado. En un momento, en aquel debate en la radio, la socióloga le preguntó a Yeyati: ¿la renta universal es para hacerlos callar, para dejarlos a un lado, para que no discutan el capital, no peleen por una porción mayor de la torta? Y él pareció responder algo así como: “¿Y si ya no hay una torta para repartir? ¿Y si el Estado (o alguien) les paga una renta básica y hacen lo que quieren, lo que les gusta?”. No entendí esa vez exactamente, y tampoco ese viernes de semana santa, mientras caminaba por el nuevo Desierto porteño y observaba un abismal Parque Rivadavia iluminado por rayos blancos, pero por un momento pensé que sí, que eso podía suceder.

Será difícil encontrar ahora en la ciencia ficción (en Asimov, en Clarke, en la novela de Casullo) algo que pinte, ilustre, metaforice este presente por momentos distópico.

Tres
Pero no, no es así. La vida es más peronista, y eso lo sabe bien el pintor Daniel Santoro, que adelantándose a la imposibilidad de presentar su nueva serie en el Palais de Glace hizo estos días un vivo en Instagram y subió luego el video, donde nos muestra algunas de las ideas que nos seguirán acompañando. Santoro muestra un bar de la avenida Corrientes en que el que imita a Max Ernst cuando pone a todos los surrealistas en un mismo cuadro. Pero no hace un fresco de La Paz de los sesenta sino lo que podría la Gandhi de los 90, y acaso reinventa el panteón de la época kirchnerista. Allí están David Viñas siempre subrayando el diario La Nación, Horacio González, el negro Santana, Nicolás Casullo, María Moreno, Luis Gusmán, Ricardo Piglia, Juan Sasturain, Hugo Mujica, Luis Tedesco. Mitad adentro y mitad afuera está Jorge Alemán, en la puerta, porque según Santoro “tiene un pie en España y un pie acá, entonces nunca termina de estar del todo”. Ellos son quienes lo ayudan a pensar la ciudad justicialista, pero no con los juegos de equilibrios tripartitos del peronismo como teoría del goce popular. Santoro nos promete que el peronismo es una oscilación entre la misericordia, la severidad y un centro imposible pero intentándose al mango donde el goce realiza su touch and go. Les otres intelectuales de la mesa le plantearían un juego distinto: el legado espectral representado en la ciudad kirchnerista, acaso una culpa del sobreviviente, que se declara casi siempre hije de las Madres y los setenta, pero también un poco de Alfonsín y los ochenta (y las Madres fueron también los ochenta). En cambio, en el cuadro Naturaleza muerta justicialista, el pintor sí pone en primer plano de una mesa el goce popular: una botella de gaseosa recortada al medio (que presuntamente tiene Coca Cola y Fernet), junto a un choripán. Y al lado, un pequeño cuenco con chimichurri. «La revolución justicialista necesita azúcares o grasas saturadas, si no, no hay revolución», sostiene.
Y estos pensamientos, y estas imágenes, chocan en el aire con la big data del confusionismo que un repentino escéptico Byung-Chul Han observa alerta en las cuarentenas multitudinarias que disponen China y Corea del Sur frente al Covid-19, y el mundo occidental, en una defensa posliberal del mercado y la actividad, desafía la pandemia al ritmo de no puedo parar, olé, olé, olá, y sus líderes derrapan, mutan, mienten, ocultan, se contagian, sucumben, dejan morir a miles de personas (tres, cuatro veces más que en la caída de las Torres Gemelas), y el vecino neofascista juega a un carnaval al revés, macabro y ruin. Me dijo la semana pasada Flavia Costa: Deleuze tenía razón. Me lo dijo hace más de veinte años, cuando la tuve en el práctico de Informática y Sociedad (quizás la mejor materia de nuestra sublime carrera de Comunicación, o acaso la que ahora mismo nos empieza a ofrecer muchas respuestas o más preguntas) y nos dio a leer Posdata sobre las sociedades de control. Y no entendíamos nada. O renegábamos  pensar una disciplina distinta al encierro físico de las instituciones del siglo XIX -aunque ahora, en cuarentena, tenemos súbitamente un encierro vecinal: de las escuelas, los hospitales y las fábricas a las casas. O, ahora, a las casas y a los hospitales-. Pero la big data sí está ahí: la alimentamos con las redes sociales non stop, segundo a segundo. Y ya estamos, crecientemente, virtualizados: teleeducación, teletrabajo, teleafectos, televisión, telégrafo, telegrama, telépodos.

Dibujo de Nicolás Casullo para la novela Orificio.

Cuatro
Postales de la cuarentena. Arden las redes sociales. Tal vez porque dejé de fumar tabaco hace cuatro años, mi ansiedad migró a la gastronomía, al mate, y como ya venía la revolución de los smartphones, al celular. Recuerdo cuándo fue la revolución. En el SInCA (Sistema de Información Cultural de la Argentina) veníamos midiendo lo que entonces todavía se designaba como brecha digital. Y se hablaba de conexiones domiciliarias, de antenas, de satélites, de cómo hacíamos que la budinera de Bombita Rodríguez (cual onda de David), le ganara al monstruo Goliat (es decir, sabemos a quién). De un lado había TDT, TV y Radio públicas, INCAA, Tecnópolis. Del otro lado había multimedio cuasimonopólico Fibertel, Cablevisión, Clarín y siguen las firmas. ¿Y las conexiones? ¿Y el acceso a Internet? En medio de la pelea por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y la adecuación del monopolio, explotó la revolución de los smartphones. Hacía rato que se venía anunciando. Hacía rato  que decíamos qué tren, qué tren, qué tren. Y sucedió. Fue durante 2012. Todo pasó a los aparatitos. Todes mirábamos al cielo, a los monitores, a las 20 pulgadas, a la tribuna, al papel, a la banquina, al suelo. Pero ya no. Entonces la conexión móvil extendiéndose en el mercado escondió (borroneó, agrupó) a los jugadores. Y ya nada fue igual. Empezamos a mirar, cabeza inclinada, a nuestras manos. Y tuvimos tortícolis de pulgar e índice. O tuvimos artritis temprana de palma derecha. En el subte, en el aula, en el baño, en la oficina, en reuniones, en el cementerio, en la cancha, en la cama. El celular a la vista. Nosotros lo miramos, creemos mirarlo. Pero nos está mirando el celular a nosotros. Quizás nos rescataron a tiempo Bombita Rodríguez y, sobre todo, la reinterpretación de Juan Salvo. Porque la pelea era nueva y nueva fue, y nuevos jugadores, prestos al refresque, aguantaron los próximos trapos. Pero la sociabilidad empezó canalizarse por allí: amigos, compañeros de trabajo, grupos políticos, psicoanalista, viejos amigos, familiares, hijas, pareja, todos, todas, todes por el celular. La sociedad, la cultura, la política.

Cinco
Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. De pronto me vi, como un perro de nadie, ladrando, a las puertas del cielo. Y nos leemos al escribir. Mientras se encuentra la cura y resulta accesible, ¿alguien podría indicarle a Trump que levante el bloqueo a Cuba, que está ayudando a 37 países? 25/3 a las 23.58. No es necesario el Estado de sitio, es necesario el Estado en su sitio. 25/3 a las 11.50. Porque te escucho desde que tengo memoria, y porque disfruté cada una de tus etapas (el recital de los 30 años de Giros en el Gran Rex fue uno de los mejores shows a los que asistí en mi vida), y aunque desde hace algunos años no te sigo con tanto asombro y admiración como a mis veinte, esta noche te mando un saludo cálido y fuerte porque sos un gran artista latinoamericano de estatura global. Y diste el presente en esta encrucijada de todos como corresponde, como los trovadores de antaño, dándole canto y poesía al pueblo. Que siga el show y la vida, y que la música acompañe este tiempo difícil de la aldea. Gracias Fito, ¡sos un capo! 21/3 a las 00.30. Habría que aprovechar la ocasión para decirle en su cara al sistema que hay cosas que están muy mal como el egoísmo, la especulación y la ansiedad brutal de una carrera global que ya no va para ningún lado. Y sobre todo la demencia y la barbarie neoliberal, la reducción de los servicios públicos, la gente corriendo compulsivamente al supermercado, los que se arrogan saberes con total desparpajo, los que aprovechan la emergencia para imponer sus miserias, cierta violencia de clase (rugbier o no) que ha quedado dando vuelta y rebotando por aquí (y que no logramos detectar si hay algo de la frivolidad o el cinismo de la gestión anterior que se incubó raramente en los puños bien alimentados de algunos estúpidos de zona norte), y otros cuantos y tantos etcéteras que invito a señalar, amistosamente, a quien quiera. Y sobre todo y más que nada, un gran apoyo a los médicos, enfermeros y personal diverso de la salud de todas partes sobre quienes, como en las grandes tragedias, ahora descansa el porvenir. Pero también a cuidar a la gente más débil, a los últimos, de manera concreta y real (y eso es deber de todes). Y algo más: un saludo universal a la República Socialista de Cuba, porque en el siglo XXI sigue mostrándole al mundo que la salud de los pueblos no es una distopía sino la utopía del heroico Che y de todos los cubanos que juran por él. ¡Viva la parte fraterna y sensible que a la humanidad nos queda! 16/3 a las 23.37. Las epidemias tienen sus pedagogías normalizadoras, su capacidad insidiosa de aprovechar la emergencia para entronizar hábitos selectivos y expulsivos en la sociedad. Eso lo hemos visto en La peste, en otros relatos. Pero también pueden hacer ver la importancia de los servicios públicos de salud. En EE.UU. hacerse el test del Coronavirus sale 3.000 dólares, y un sueldo básico no supera los 4.000. Hay 40 millones de norteamericanos que no tienen acceso a la salud por ser pobres pero tampoco entran en las becas o en las ayudas públicas específicas porque no son suficientemente población vulnerable. 14/3 a las 10.32. Hay una idea de vecindad tan espantosa que no van a alcanzar los años para ponerlos en evidencia. Ese mundo de los vecinos barre con todo, es miseria humana congelada en formol. 2/4 a las 15:55. Igual, una reflexión general sobre todo este asunto, más allá de que me encuentro asediado con pedidos compulsivos de virtualización de clases universitarias y, a la vez, demandas de teletrabajo. Lo que se está viviendo tiene varias aristas, algunas más dramáticas que otras (chicos, ahora reenvío nota sobre Guayaquil que da mucha tristeza…). 5/4 a las 15:56. Creo que esto genera una «puesta a punto tecnológica» bastante demoníaca, y en las primeras semanas hubo varios que se frotaron las manos con ese filón virtualizador. 5/4 a las 15:59. Hay una inclinación muy rápida a volver virtual o diferidas o recortadas cosas que no lo son. Ahí hay una nueva cuestión a dilucidar con la Cibernética, tan en boga. Y advertir que el modelo chino de la big data social viene galopando cruelmente. 5/4 a las 15:59. Frente a eso habrá que defender nuevamente lo micro, el espacio de encuentro social, la escala de 100 personas, en fin, el Teatro y la Vida. Pero también en lo personal esta cuarentena de mierda nos agarra con asuntos pendientes. Nos para el reloj cuando no tenemos cosas resueltas de la vida cotidiana, con nuestros seres queridos. Y frente a eso habrá que reconstruirse con mucha paciencia. Con lo familiar (ampliado, ensamblado, distante). Con la escala inferior a 100 personas en un mismo espacio. Qué queremos hacer, cómo nos ordenamos, cómo nos disponemos. ¿Dónde sembramos algo nuevo? 5/4 a las 16:37. Y con respecto a la política pura y dura, menos mal que Alberto menciona en la entrevista con Verbitsky la posibilidad de cobrarle un impuesto extraordinario a las grandes fortunas. Y esta semana se sabrá la verdad del cruce de datos del Anses con el Ingreso Familiar de Emergencia: el Estado esperaba beneficiar a un universo de 3,5 millones de ciudadanos. Y resulta que se anotaron 11,4. Ahora bien, una economía paralizada es un Estado que no recauda, y por lo tanto un Estado que dificulta su capacidad de pagar sueldos y contratos. Con lo cual, la rueda se estrecha y en algún momento deja de funcionar. 5/4 a las 18:24. Alguien responde: no está mal ir haciendo la lista de con quienes no te vas abrazar cuando termine este desastre. Las circunstancias revelan de manera elocuente la verdadera naturaleza de los tapados. No es venganza ni rencor, es autopreservación. Distanciamiento social selectivo postcoronavirus.

Las epidemias tienen sus pedagogías normalizadoras, su capacidad insidiosa de aprovechar la emergencia para entronizar hábitos selectivos y expulsivos en la sociedad. Eso lo hemos visto en La peste, en otros relatos. Pero también pueden hacer ver la importancia de los servicios públicos de salud.

Seis
Espero que no nos mate la infodemia y tampoco seamos tan conscientes. Espero que no seamos tragados por el horror de pensar el horror. María Iribarren, que conduce nuestro barco en UNPAZ, me dice: “La pregunta es si estamos en condiciones de pensar un presente por el que estamos atravesados. Qué cosa puede ser dicha por fuera de los cuerpos. Qué sentido tiene decir a otrxs, con arrogancia filosófica, a partir del propio cuerpo. Por eso, me afinco en la poesía. Y vuelvo a pensarme. La verdad es que no me asusta lo que no conozco. Por el contrario, me provoca horror lo que ya conozco. Por suerte, ya no tengo madre. Es un miedo menos”.
Leí por ahí que alguien dijo que el campus virtual de la universidad pasó de una actividad habitual de 1000 usuarios a 12.000 en una semana. Más allá de la cuantificación, por cierto que sorprende el número, estaría bueno acceder a más información de la parte académica virtual, si es que se está generando algún estudio o testeo. Me refiero tanto a las características de esa «explosión de la actividad virtual» como a otros recursos que se dispongan institucionalmente. Una vez escuché a Diego De Charras presentar su libro sobre redes, burbujas y sociedad de la información, y lo que más me impresionó fue la metáfora del enchufe. Todo bien con la nube, con los discos portátiles, decía Diego, con lo que subiste o bajaste. Pero el día en que alguien diga che, la máquina es mía, la apago, me la llevo, la desenchufo, ese día, ¿a quién le vamos a reclamar?

Siete
Sebastián Russo y Ricardo Esquivel escriben sobre el miedo al Conurba-Virus, y todavía late fuerte en nosotros aquella noche del Museo Universitario Popular y Experimental en José C. Paz, cuando pudimos vernos entre todes, tocar la guitarra, leer poesía, compartir unos cortometrajes, comer unas hamburguesas veganas y brindar con tinto. Pero la amenaza del conurbano zombie entrando a la ciudad vuelve a agitarse como el malón que regresará con el botín de la ciudad. Santoro lo repensó en clave peronista, y también piquetera. La amenaza está allí, tras la general Paz, o adentro, en las zonas del sur que Casullo asignó a los Salvajes o a los Gigantes. Tranquilos, eso sucederá en 2117, falta bastante. Un siglo. Pero la rueda de la economía se detiene para que estemos mejor, para que el Estado nos cuide y, acaso, empiece a repensar una herencia cercana de ajuste y recesión.
Mientras los fantasmas agitan una imaginación módica (gracias Yeyati), el cumplimiento del mes en aislamiento revela que algunos amigos cercanos no fueron incluidos en el IFE, y que la mayoría de los actores, escritores y músicos (como todes les cuentapropistas) están parades. Los actos, eventos, funciones, recitales y ferias culturales fueron les primeros en suspenderse y serán les últimos en habilitarse. La cultura venía floja de presencia y está sintiendo un garrotazo en la espalda, de la que costará levantarse. Y en lo que resta del año tendremos que poner mucha pila, mucho esfuerzo y mucha solidaridad para producir el milagro de entrar a una sala nuevamente, apagar la luz y el celular y ver cómo en el escenario, que apenas se ilumina, se recorta la figura de una pareja casi desnuda cuyas manos se buscan a tientas, se tocan, y hacen lo prohibido: se besan. Cuando el milagro del teatro, la música y del amor se produzcan, acaso en la platea haya un nuevo distanciamiento social, acaso Deleuze se esté riendo (o llorando) desde el magma (o la cabina) de control. Lo que aún no sabemos es si en el futuro cuadro del nuevo Blanes de la novela apocalíptica de 2117, en lugar de Pérez y Argerich estarán representados Fernández y González García, por haber llegado a tiempo. Que así sea.


* Escritor y docente (UBA-UNPAZ).