#8M: Escenarios violentos

Por Rocío Rovner y María Agustina Sabich*

¿Qué se disputa en el tratamiento mediático de la violencia sexual? ¿Qué estereotipos de género se ponen en juego? ¿Cuáles son los mitos que circulan alrededor de las situaciones de violencia? La cobertura mediática que se hizo de la violación grupal en Palermo deja entrever los modos en que las violencias por motivos de género se comunican a la ciudadanía. Como espectadores presenciamos los litigios de una sociedad que busca rotular el hecho: ¿son animales? ¿hijos sanos del patriarcado? ¿estaban drogados? ¿fue una manada? ¿está mal decir “manada”? ¿cómo pudo pasar a plena luz del día y en los alrededores de un barrio porteño? En esta nota, ofrecemos un conjunto de problemas con el objetivo de profundizar el debate, reflexionar conjuntamente y proponer algunos planteos que sirvan de intervención para todos y todas aquellos/as que se desempeñan en el ámbito de la Comunicación. Una vez más, la Ley de Educación Sexual Integral y la Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres nos resguarda, moviliza la agenda feminista y allana el camino.

La mediatización de la violación: entre la espectacularización y el punitivismo

Es lunes 1 de marzo en Serrano al 1300, barrio de Palermo. Un comerciante reconoce la presencia de seis varones que estaban abusando sexualmente de una mujer joven en un Volkswagen Gol blanco; cuatro estaban dentro del auto, dos hacían de “campana”. Alarmados por el hecho, los vecinos intentaron retenerlos hasta que la policía llegó a la zona. Rápidamente, la noticia comenzó a circular en los medios masivos y en las redes sociales, generando un repudio rotundo en los discursos públicos. La escandalización se hacía presente; las características del lugar y el momento en que sucedió generaron sorpresa y conmoción en el desarrollo de los hechos. Con el fin de aportar algunas líneas de análisis, pensaremos estas cuestiones en términos panorámicos. Primero, partimos de una reflexión acerca de la mediatización del acontecimiento; segundo, esbozaremos ciertos mitos que se tejen alrededor de la figura de la “violación”; por último, y en tercer lugar, proponemos una línea informativa clara y accesible para situaciones de violencia sexual de acuerdo al funcionamiento de los protocolos del Ministerio de Salud de la Nación.

En lo que refiere al ciclo de la mediatización, son dos los momentos que caracterizan a la noticia: el descriptivo/narrativo —que aporta elementos sobre lo ocurrido—, y el punitivista —que busca instalar la idea de “justicia” en vías hacia una reparación social—. En el primer caso, los elementos que hacen a la espectacularización saltan a la vista: testimonios de vecinos, amigos, allegados, imágenes de cámaras de seguridad ubicadas en distintos puntos de la ciudad, comentarios de los panelistas. La música pone a disposición una escucha atenta que mantiene en vigilia al espectador; el cuerpo se entumece porque no puede distinguir entre la ficción y la noticia. La presencia de situaciones de “equilibrio” y “desequilibrio” propician tensión en el relato, lo convierten en una película de terror, un thriller del que nada se aprende. La cobertura se expande en la medida en que los actores que ganan son los que aportan materiales periodísticos novedosos, inéditos, siniestros. No resulta un trabajo complejo efectuar paralelismos con casos mediatizados de violencia de género previos, como el de Ángeles Rawson, el de Candela Rodríguez o el de Soledad Bargna, entre tantos otros. Así, vemos un contrapicado que retrata los cuerpos de los victimarios en los minutos previos a la violación. También escuchamos un testimonio que habla sobre la visualización de “manotazos” por parte de la víctima ante un pedido de auxilio o una voz en off que habla acerca de cómo los varones se turnaban para violarla. Tal como señala LatFem: “La revictimización también se produce en los medios de comunicación y en las redes sociales. El morbo, la insistencia en los detalles, o incluso la escenificación del hecho”. El espectador se aventura en un escenario informativo riesgoso, precipitado y por momentos ingenuo. No es suficiente la mala intención: son muchos los varones mayores que, desde el rol de panelistas en un programa de televisión, efectúan comentarios imprudentes, escabrosos y lacerantes con los cuales el espectador pueda sentirse fácilmente seducido.

No es suficiente la mala intención: son muchos los varones mayores que, desde el rol de panelistas en un programa de televisión, efectúan comentarios imprudentes, escabrosos y lacerantes con los cuales el espectador pueda sentirse fácilmente seducido.

Los títulos y los zócalos no colaboran en el ejercicio de un tratamiento respetuoso frente al hecho. El primero y el más preocupante es el que asocia la figura del grupo de varones con cierta dosis de “animalidad” (“violación en manada”). Existe un segundo modo de titular que es el de la tematización pasiva: en reemplazo del verbo “violar”, se emplea el sintagma “joven violada” o “joven abusada”. En ambos casos, se aprecia no solo una operación discursiva que decanta en la  revictimización, sino también, un mecanismo que le quita responsabilidad a los varones como actores principales, los pone en un plano distante.  Atenta a la emergencia de estas expresiones, la mirada feminista se ve perturbada, se siente lesionada. El juego que se produce entre la información y la ficción deviene en una actitud retorcida, en un fanatismo pornográfico exasperante: “Vos dijiste que mientras la estaba accediendo carnalmente, el de “rastas” le hacía practicar sexo oral, ¿y los de atrás qué hacían?, ¿la chica dónde estaba?”, pregunta un panelista. En ese instante, el testimonio señala “La chica estaba adelante, y los de atrás le mandaban manos por todos lados”.

Al respecto, mencionamos algunas recomendaciones propuestas por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) para el desarrollo de buenas prácticas de comunicación en el abordaje de casos de violencia sexual, publicadas el 3 de marzo del 2022. Solo por mencionar algunas, destacamos: “Proteger la intimidad y dignidad de la persona para evitar su revictimización mediática”, “No reproducir detalles precisos, escabrosos y reiterados sobre el modo en que se ejerció la violencia” e “Involucrar en la conversación sobre las violencias a los varones, [lo que implicaría] no centrarse únicamente en lo que las mujeres y cuerpos feminizados pueden hacer para evitar ser violentadas”. Es importante destacar que, en el monitoreo realizado, gran parte de las noticias se centraron en la descripción del estado de “indefensión” de la joven frente a la conducta “racional” y “superior” que los varones ejercían frente a ella. Tanto la Ley de Educación Sexual Integral N° 26150 como la Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres N° 26485, remarcan la importancia de involucrar a los hombres en la erradicación de los actos de violencia; esto implica una profunda y necesaria reflexión acerca de los patrones de masculinidad establecidos en cualquier escenario social. Para ampliar la lectura sobre este último tema, sugerimos la nota de Solana Camaño y Emilia Holstein.

Captura de pantalla de A24 (noticiero de televisión).

El ciclo de la mediatización culmina en un segundo momento que denominamos punitivista. En efecto, llama compulsivamente la atención la difusión de los rostros de los agresores que vuelven a ejercer violencia hacia la sobreviviente, a la vez que instalan una mirada condenatoria y disciplinadora. Moira Pérez nos recuerda que en la era de las vistas, comentarios, reproducciones y alertas de “último momento” repetidas insistentemente, el punitivismo también se vuelve una performance donde el lenguaje audiovisual se asienta. Los travelling y los paneos recorren un estudio de televisión que se ornamenta, por un lado, con la presencia de los cuerpos tiesos y solemnes de los conductores, y por el otro, con los rostros de los victimarios que miran a cámara y exhiben cierta dosis de “enfermedad”, de locura desbordada, fuera de sí. Tal como se expresa en Anfibia, en estos últimos días vimos una y otra vez las caras de los violadores de Palermo: sus nombres, sus números de documentos, sus cuentas en las redes sociales, las direcciones de sus casas, las afiliaciones partidarias, el nombre de los parientes en los medios y en las redes. Reconocimos el color de sus remeras, las características de sus cabellos y hasta la forma en la que caminaban. En un caso en el que la policía actuó a tiempo y los acusados fueron detenidos in fraganti, ¿cuán funcional es el ensañamiento con los victimarios para desarmar las estructuras de violencia? ¿Sirve que veamos sus caras una y otra vez?, se preguntan Julieta Greco y Leila Mesyngier.

Captura de pantalla de Telefé Noticias (noticiero de televisión).

Tres mitos sobre la figura de la “violación”

Existe una segunda cuestión sobre la que quisiéramos reparar y es la que se traduce en los mitos que circulan alrededor del concepto de “violación”. Se trata, en parte, de los estereotipos que el sistema patriarcal pone en juego sobre las mujeres y LGBTIQ+. María Camila Correa Florez sistematiza el problema y habla acerca de las creencias que tenemos sobre las violencias sexuales atravesadas por las víctimas y sus perpetradores; creencias que muchas veces sirven para negar o justificar estas agresiones. Según nuestra óptica, la circulación de tales mitos —sean intencionales o no— tiene como consecuencia la culpabilización de las mujeres que atraviesan situaciones de violencia de género y sexual, reafirmando la subordinación e inferioridad frente a los varones. Es en el marco de esta tensión donde observamos que existe una dicotomía evidente: hay mujeres “violables” y mujeres “no violables”, sean estas buenas o malas, víctimas o responsables, adultas o menores de edad. Siguiendo los planteos, existiría un modo “correcto” de ser mujeres, un modelo “aceptado” moral y socialmente, una mujer merecedora o no de justicia.

En estrecha relación con el monitoreo de noticias que efectuamos sobre el hecho producido en Palermo, se hace visible el primero de los mitos que es el de la violación real en tiempo y espacio. Aquí pareciera que existe una única forma de violación: la noche o la madrugada y el descampado o el terreno baldío, ámbitos propicios para la ejecución del delito sexual. A lo mencionado se le agrega el hecho de que el acto se vuelva verosímil si el agresor ataca a la mujer imponiendo una práctica física con un elemento cortante o punzante. De este modo, las creencias se instalan y operan como lugares comunes de las situaciones de violación. Muy por el contrario, debemos señalar que las violaciones no solo suceden en los lugares desérticos y solitarios, en los descampados, en sitios inhóspitos o en callejones oscuros, como podría representarlo un film francés al estilo de Gaspar Noé. La violencia sexual sucede en nuestros trabajos, en las facultades, en la calle a plena luz del día y en todos los ámbitos de nuestras vidas. La violencia sexual puede suceder en nuestra propia cama, con nuestra pareja de siempre o con una persona recién conocida. Incluso puede ocurrir si salimos a bailar una noche en Palermo y se nos ocurre interactuar con un grupo de varones de nuestra edad.

La violencia sexual sucede en nuestros trabajos, en las facultades, en la calle a plena luz del día y en todos los ámbitos de nuestras vidas. La violencia sexual puede suceder en nuestra propia cama, con nuestra pareja de siempre o con una persona recién conocida.

Otro de los mitos sobre el que nos gustaría reflexionar es el que se enfoca en la figura del agresor. Según Correa Florez, la imagen por excelencia que predomina es la del violador desconocido. De esta manera se descarta cualquier lazo de cercanía que pueda prevalecer entre la víctima y el victimario, sea este su novio, exnovio, pariente, vecino, amigo, compañero de trabajo o de estudios. Dicha suposición opaca la presencia de la violencia en general, y de la violencia sexual en particular, en todos los ámbitos de la vida social.

A partir de lo enunciado, emerge el siguiente interrogante: ¿Cómo puede ser que todas conocemos a alguien que atravesó, en algún momento de su vida, una situación de violencia sexual pero no conocemos a sus agresores? Esta pregunta forma parte de la importancia que tiene el trabajo desde los feminismos con las masculinidades, no desde un enfoque punitivista, sino desde la comprensión del impacto que tiene el acto de incluir en nuestros debates los procesos que las conforman. De lo expresado se desprende un tercer y último mito que es el de las mujeres que buscan la violación, es decir, mujeres que van “solas” a lugares “inapropiados”, mujeres que toman alcohol, consumen drogas, tienen una vida sexual activa o se visten de determinada manera y fundamentalmente, que no se comportan como “deberían”.

¿Cuáles son nuestros derechos? ¿Cuáles son nuestras responsabilidades como comunicadores?

Al respecto, reparamos en una última y tercera cuestión que es la de recordar la existencia de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual N° 26522, que en su artículo 107 estipula sanciones para los medios que, dentro de los horarios calificados como “apto para todo público”, incurren en faltas graves asociadas a, por ejemplo, las escenas que contengan violencia verbal y/o física injustificada, los materiales previamente editados que enfaticen lo truculento, morboso o sórdido y la utilización de lenguaje obsceno de manera sistemática, sin una finalidad narrativa que lo avale, entre otras. Enfatizamos, también, la presencia de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual que tiene la función de recibir y canalizar las consultas, reclamos y denuncias de las audiencias para que los derechos de los ciudadanos como receptores de medios sean respetados.

Desde el ámbito de la Comunicación, y como agentes responsables en la difusión de noticias sobre delitos sexuales, subrayamos la importancia de plantear algunas preguntas y conceptos que parecen “naturales” pero que en realidad no lo son. Como primer paso, esto ayudaría en el despliegue de coberturas responsables que sirvan para sensibilizar al público sobre problemáticas de violencia sexual y de género, lo que implicaría dejar de lado recursos que abonen a la espectacularización de los hechos. Entre una de las preguntas, podría ser aquella que se centra en comprender qué es la violencia sexual y cómo se manifiesta. Como primera respuesta, podríamos enunciar que la violencia sexual se ejerce cuando no podemos decidir libremente cómo, cuándo y con quién tener relaciones sexuales. También cuando nos vemos forzadxs a hacer algo que no queremos durante un encuentro sexual, esto es, por ejemplo, en el caso de que no podamos expresar libremente nuestro consentimiento, bien sea por estar dormida, bien sea por permanecer bajo los efectos del alcohol u otras sustancias.

Un segundo paso que ayudaría a ordenar el camino para las coberturas es nombrar a las violaciones como las manifestaciones más extremas de las violencias sexuales por motivos de género. Sin ánimos de criticar abiertamente el trabajo de ningún medio masivo o digital, colectivo de comunicación u organización, una propuesta interesante podría ser la de facilitar a las personas que están o han estado en situación de violencia un “paso a paso”, esto es, brindando la información inmediata acerca de qué hacer, dónde recurrir y remarcando cuáles son los derechos que tenemos mujeres y LGBTIQ+ ante estas situaciones frente a los diferentes protocolos que el Ministerio de Salud de la Nación propone. También cabe destacar que, en el caso de querer hacer una denuncia policial o judicial, no es necesario tener lesiones, ni un patrocinio jurídico; y que siempre tenemos derecho a estar acompañadxs en las instancias de este proceso.

Otra de las líneas posibles, para quienes trabajamos en el ámbito de la Comunicación, es la de incorporar la discusión sobre la educación y capacitación en perspectiva de género y diversidad. En los circuitos académicos y políticos, el acento se pone firmemente en la formación de las/os comunicadores/as. Nos atrevemos a decir que esta perspectiva debería ampliarse, con el fin de incluir todos los niveles posibles de transformación cultural; y tomando como faro la Ley de Educación Sexual Integral como principal herramienta de prevención de las violencias por motivos de género en su innegable potencialidad de colaboración en una sociedad libre de violencias; pero también pensándola como reparadora de las violencias históricas atravesadas por mujeres y LGBTIQ+.

Finalmente, y a modo de cierre no queremos dejar de lado la discusión en torno a las masculinidades que está ocupando la agenda política actualmente. Muchos autores y autoras han profundizado sobre la construcción histórica de las masculinidades que conocemos como “hegemónicas”, también sobre las violaciones perpetradas como actos cargados de significado en una comunicación entre varones (algo coloquialmente conocido como “pacto” o “acuerdo” entre ellos). La propuesta que nace desde algunos feminismos antipunitivistas nos permite comprender los resultados de un sistema que proporciona a los varones estímulos para que actúen violentamente; y a la vez nos da herramientas para comprender cómo puede darse la inclusión de quienes desean pensar formas diversas de ser varones.

De cara a un nuevo 8M, un horizonte posible para discutir sería el de habilitar una lucha educativa y cultural que no compita con los movimientos de mujeres y LGBTIQ+, sino que apele a la complementariedad, no mediante la apropiación de discursos y estrategias feministas, sino comprendiendo que el camino hacia la igualdad empieza en nuestras prácticas cotidianas.


*Ambas autoras son docentes e investigadoras en la Carrera de Ciencias de la Comunicación (FSOC- UBA).

Si vos o alguien que conocés está atravesando una situación de violencia por motivos de género, comunicate con la línea 144. Brinda atención, asesoramiento y contención las 24 horas, de manera gratuita y en todo el país. Para casos de riesgo, comunicate con el 911.

Por reclamos ante la Defensoría del Público ante mensajes que contengan violencia simbólica contra las mujeres o se promueva un tratamiento basado en estereotipos que atentan contra la dignidad y la igualdad: https://defensadelpublico.gob.ar/reclamos-y-consultas/

Imagen de portada: stencil realizado en el marco de la movilización a favor de la legalización del aborto, 8 de agosto de 2018. Fotografía de María Agustina Sabich.