40° aniversario: Malvinas y el rock

Por Manuel Bence Pieres*

El aniversario de los cuarenta años de la guerra de Malvinas nos convoca a reflexionar acerca del papel que ocupó el rock durante el conflicto bélico. Suele marcarse a esta fecha y el Festival de la Solidaridad Americana, organizado durante la guerra con el objetivo de recaudar fondos para los soldados en combate, como el momento crucial en el cual el género musical alcanzaba su máximo nivel de popularidad y de alcance mediático. Mientras muchos jóvenes eran enviados a miles de kilómetros a defender la soberanía nacional, el rock aprovechaba la situación generada por la prohibición de la música en inglés y se convertía en el sonido indiscutible de la época. La rendición del 14 de junio y el manto de silencio que se extendió hacia toda la sociedad luego de la derrota, también despertó una polémica en cuanto a la participación de los máximos referentes del rock en el festival y sigue generando debates hasta el día de hoy. Este aniversario es una buena excusa para seguir discutiendo y planteando preguntas que nos permitan una mejor interpretación de los hechos.

Un error habitual es marcar la guerra como el hito que permitió la consolidación del rock nacional. El fenómeno de masificación del género venía sucediendo con anterioridad al estallido del conflicto. Los festivales y recitales masivos ya existían desde hacía algún tiempo. El regreso de Almendra, en diciembre de 1979, había juntado 30 mil personas en seis shows en Obras Sanitarias e incluido una gira por el interior del país. El festival Prima Rock, realizado en septiembre de 1981, había convocado 10 mil personas en las piletas de Ezeiza. El récord se lo llevaba Serú Girán con los 60 mil asistentes a su concierto gratuito en La Rural, realizado el 30 de diciembre de 1980. Este crecimiento de convocatoria venía acompañado de una mayor cobertura mediática. Prima Rock había llegado a la tapa de Clarín, alcanzando un nivel de visibilidad por entonces inédito. Además, había sido filmado para la realización de una película, que se estrenó a fines de 1982. El show de Serú Girán fue transmitido por el canal estatal ATC. Esto habla a las claras de que el rock ya había dejado de ser un fenómeno marginal de la cultura, como lo era a principios de los años setenta, y se encontraba en pleno proceso de expansión. Asimismo, los militares habían advertido la importancia creciente del género y venían intentado un acercamiento para lograr mayor consenso entre la juventud. Esto marcaba un cambio en la concepción oficial y un nuevo capítulo en la disputa por el sentido de “ser joven”. Del discurso inicial de la dictadura, que estigmatizaba a la juventud como “peligrosa” y “subversiva”, al discurso de Viola, que en los festejos de la primavera de 1981 había caracterizado a la juventud de “mansa y tranquila”, había un abismo. Por otra parte, hay que tener en cuenta que los jóvenes enviados a luchar eran de la generación que había crecido escuchando rock nacional. Entonces no sorprende que haya sido el género en alcanzar los mayores niveles de difusión, por sobre el tango y el folclore, que si se quiere tenían mayores créditos de “nacionalidad”. El rock, que hasta poco tiempo antes era acusado de “extranjerizante”, ahora era elegido para ocupar el espacio vacante que dejaba la prohibición de la música en inglés.

El rock, que hasta poco tiempo antes era acusado de “extranjerizante”, ahora era elegido para ocupar el espacio vacante que dejaba la prohibición de la música en inglés.

El Festival de la Solidaridad se realizó el 16 de mayo de 1982 en las canchas de rugby del club Obras Sanitarias. Participaron la mayoría de las figuras consagradas de la época: Charly García, León Gieco, Nito Mestre, Spinetta, Raúl Porchetto, el dúo Pedro y Pablo, entre otros, habiendo poca presencia de grupos nuevos. La mayoría de las fuentes coinciden en la estimación de la concurrencia en 60 mil personas, incluso la revista Pelo menciona que hubo 20 mil que se quedaron afuera. Fue transmitido en vivo por Canal 9 y por las radios Rivadavia y Del Plata. El objetivo de recibir donaciones para los soldados (ropa, abrigo, cigarrillos y alimentos no perecederos) estaba enmarcado en la creación del Fondo Patriótico Malvinas Argentinas, ideado por el gobierno militar para nuclear las iniciativas que surgieron desde diferentes ámbitos de la cultura (hubo también festivales de teatro, música clásica, folclore y tango). En cuanto a la organización del evento, hay diferentes versiones. Algunas señalan a músicos pioneros, como Edelmiro Molinari y Javier Martínez (ex Almendra y Manal, respectivamente), como los impulsores de la idea del festival. Aunque la más difundida es la que indica que se originó a partir de las conversaciones de funcionarios del gobierno con el representante Daniel Grinbank, quien convocó a otros managers importantes de la escena: Pity Yñurrigarro, Alberto Ohanian y Oscar López. El diálogo entablado con el gobierno militar sugiere la pregunta en cuanto al supuesto colaboracionismo: ¿estaban pactando con el diablo como cantaba David Lebón en “Encuentro con el diablo”? ¿Participar del festival significaba “transar” con los militares? ¿Acaso no contradecía el espíritu transgresor del rock?

El comienzo de la guerra coincidió con un momento de transformación dentro del género. La aparición de nuevos grupos, influenciados por el punk y la new wave, iba dejando atrás la complejidad técnica del rock progresivo. Esto también iba acompañado de nuevas temáticas y prácticas, como el baile, que hasta poco antes era visto como ajeno al rock (se puede recordar, por ejemplo,  la tapa de Expreso Imaginario del tomatazo a Travolta). Virus y Los Violadores representaban estos nuevos aires que, de alguna manera, venían a cuestionar la ideología contracultural de la etapa anterior. Es curioso que, justamente, estas propuestas brillaran por su ausencia en el festival organizado con motivo de la guerra y que fueran los viejos tópicos, como el “amor” y la “paz”, los que imperaran aquel 16 de mayo en Obras. Por otra parte, que el único grupo en rechazar la invitación fuera Virus, un grupo que era acusado de hacer música pasatista y frívola, que hasta había recibido “monedazos” en su paso por Prima Rock, pone un signo de interrogación en cuanto al verdadero significado de las consignas pacíficas que se escucharon ese día. Más aún, teniendo en cuenta el motivo del rechazo de la banda: el secuestro y la desaparición del hermano mayor de los Moura en 1977.

En aquel contexto de cambio de paradigma para el rock, sin embargo, las canciones más significativas de aquella tarde fueron “Algo de paz” de Porchetto, “Sólo le pido a Dios” de León Gieco, y “Rasguña las piedras”. Además, Miguel Cantilo recurriría a las viejas canciones del dúo folk Pedro y Pablo, en vez de presentar el formato más “moderno” que venía desarrollando con Cantilo Punch. En el correo de lectores de las revistas especializadas (Pelo y Expreso Imaginario) ya habían empezado las disputas entre los diferentes públicos, donde muchos acusaron a los referentes que habían tocado en el festival de “viejos hippies”. Diría Stuart Hall, en su concepción de la cultura popular, que las formas culturales muchas veces pueden cambiar de significado según el contexto histórico y político en el cuál emergen. En este sentido, cabe hacerse la pregunta: ¿no sonaban anacrónicas las consignas pacíficas? ¿No había cierta contradicción entre lo que cantaban los músicos y su participación en un evento organizado por los militares? ¿En vez de cantar por la paz no era mejor exigir el fin de la guerra y el regreso de los combatientes?

Es interesante, además, revisar la cobertura del festival realizada por las revistas especializadas. A tono con el apoyo generalizado que había inundado los medios masivos, estas revistas se subieron al discurso triunfalista que generaba la guerra y aprovecharon especialmente para revindicar el nivel de popularidad alcanzado por el género. Pelo fue un poco más lejos y en sus páginas puede percibirse un tono nacionalista, que no se diferencia mucho del discurso oficial, al clamar por la “recuperación del archipiélago” y la defensa de la “soberanía nacional”. La portada que anuncia el Festival de la Solidaridad incluía una foto de las figuras principales que iban a tocar junto a los colores de una bandera argentina. El título era: “La hora del rock nacional”. Mediante esta operación se buscaba la legitimación del género a partir de las condiciones generadas por el conflicto bélico. Si bien Expreso Imaginario incluye algunas críticas a la organización y omite mencionar directamente a la guerra, quizás como un posicionamiento crítico, coincide con Pelo en festejar el avance del rock nacional.

Si bien Expreso Imaginario incluye algunas críticas a la organización y omite mencionar directamente a la guerra, quizás como un posicionamiento crítico, coincide con Pelo en festejar el avance del rock nacional.

Esta falta de actitud crítica fue analizada a la par del conflicto por León Rozitchner, quien define la coyuntura como un “momento fascista” de la historia argentina. La operación simbólica de tapar los años de represión y terror emprendiendo una guerra disparatada es descripta como el pasaje de una “guerra sucia” a una “guerra limpia”. En el mismo sentido, Buch y Juarez describen el fervor generalizado que despertó Malvinas como la irrupción de una “cultura de guerra”. Es decir, la existencia de un proceso de totalización social basado en el consentimiento unánime que generaba esta situación excepcional. La polémica actitud del rock debe enmarcarse dentro del análisis en cuanto al rol que tuvo la sociedad civil durante la dictadura.

Esto nos lleva al debate acerca de la idea de resistencia, introducida en los estudios sobre rock nacional por Pablo Vila, en 1985. Aquí hay dos posturas marcadas: una que considera al rock como un espacio de disenso, que permitió la permanencia de canales de expresión y comunicación para los jóvenes en un contexto de represión y censura, en el cual otros espacios como los partidos políticos habían sido clausurados. La otra postura rechaza el verdadero alcance de estas prácticas y considera excesiva la palabra “resistencia”. En cuanto al rol desempeñado por el rock durante la guerra de Malvinas, Lisa Di Cione señala a los ideales pacifistas como funcionales a los objetivos de los militares de pacificar a la sociedad y construir una idea alternativa de juventud despolitizada. Desde esta perspectiva los cantos “Se va a acabar la dictadura militar”, que se escuchaban en cada recital desde 1980, así como los dedos en “V” y las voces del público cantando al unísono en Obras que “la guerra no me sea indiferente”, eran un mal menor para la dictadura.

Por último, el tema de la guerra de Malvinas se convirtió en un tópico recurrente en las canciones de rock. Ya la aparición de Tiempos difíciles, de Baglietto, publicado en mayo de 1982 y presentado en Obras dos días antes del mencionado festival, era leído por muchos como una referencia al momento que se vivía. Virus retoma el tema en “El banquete”, donde los militares son personificados como “cocineros muy conocidos” que habían sacrificado a “jóvenes terneros” para preparar “una cena oficial”. En “Comunicado N° 166”, Los Violadores hacen alusión a las marchas masivas posteriores a la derrota, que contrastaban con al apoyo inicial: “Pero ese día al balcón nadie se asomó/el borracho se cagó!!”. También aparecería en “Reina madre”, de Porchetto y varias canciones de Fito Páez, como “Decisiones apresuradas”.

Sin embargo, una de las más representativas a la hora de recordar ese momento es “No bombardeen Buenos Aires”, incluida en el primer disco solista de Charly García. Dejando atrás las metáforas y alegorías, describe de manera directa el terror a que las bombas llegaran a la ciudad. La sensación de miedo y paranoia son llevadas al extremo. La presentación del disco en el estadio de Ferro, el 30 de diciembre de ese año, terminaría con una puesta en escena impresionante, a cargo de Renata Schussheim. Una ciudad de cartón levantada detrás del escenario iba a ser impactada por proyectiles, simulando aquel estado psicosocial que describía la canción y generando un efecto dramático. El eco fantasmal de la guerra todavía resonaba en la gente. La dictadura tenía los días contados, pero dejaba marcas y traumas que eran imborrables. La memoria sigue siendo un requisito indispensable que tenemos como sociedad, que nos insta a revisar no solamente lo que hicieron esas “rancias cunas de poder”.


*Lic. en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Fotografía de portada: El Festival de la Solidaridad Latinoamericana, 16 de mayo de 1982, Estadio Obras. Archivo de Télam.