17 de octubre

Por Gustavo Varela *

El 17 de Octubre de 1945 tiene tamaño. Es alto, ancho y profundo. Una máquina territorial que abrió surcos, inaugural, impensada. ¿Quién podría prever que algo comenzaría de ese modo en Argentina? No había, hasta entonces, ningún antecedente; fue espontáneo, sincero, casi instintivo.  A contracorriente del recorrido esperado para quienes ese día salieron a la calle. Una asamblea legislativa sin diplomas y sin edificio, pero con la voluntad de instituir una ley, de sancionar una ley, de hacer del gesto de los muchos reunidos una ley de fundación. No de derechos ni de sanciones; sino el inicio de un nuevo estado de cosas, que hiciera del mandoneo patronal un abuso y de la soberbia, cultural o económica, un modo de la opulencia. Se hizo contra la vanidad de lo que siempre fue igual, contra lo obsceno de mantener limpios los palacios a costa de la grasa en los mamelucos.

Perón estaba preso. Perón era un hombre y un nombre, pero también una consigna que anunciaba el fin de algo y el comienzo de otra cosa. No importan tanto las razones, ni quiénes fueron, ni si fue organizado, ni si Evita participó o si Cipriano Reyes fue su mentor. No es una reflexión sobre las causas del 17 de Octubre lo que permite situar su lugar en la vida política. Es el derrame que provocó en la historia argentina: la posibilidad de preguntar sin miedo, la complicidad de muchos que andaban de a uno, la emergencia de otros modos de vivir. Una marca de sentido social que se tradujo por primera vez a la vida cotidiana con sentido político.

 

Es el derrame que provocó en la historia argentina: la posibilidad de preguntar sin miedo, la complicidad de muchos que andaban de a uno, la emergencia de otros modos de vivir. Una marca de sentido social que se tradujo por primera vez a la vida cotidiana con sentido político.

 

Las otras fechas de la historia tenían la asepsia que brindaban los manuales escolares.  El 25 de mayo era apenas un cambio de mando, una revolución sin muertos y sin nada de violencia: criollos por españoles, una junta por el virrey, el pueblo con paraguas en la plaza, todo escrito con el tono de un romanticismo beato. La purificación del 9 de julio se llevaba a cabo en carretas llegando a Tucumán, en decenas de nombres que sólo eran calles, y en un acto de escribanía cuando se rubricaba el Acta de la independencia entre gente decente vestida con levita.  No había hasta allí nada que celebrar, salvo asistir a los desfiles que eran un ballet de uniformados ocupando las calles. Las otras fechas era muertes a conmemorar: Belgrano y San Martín, esterilizados con la bonhomía de haber sido sólo hombres probos; y el día de la raza, también lleno de muerte, aunque dispuesto como un evento de integración y concordia.

El significado de “las patas en la fuente” se hace elocuente cuando se lo pone a contraluz de las efemérides nacionales de entonces. Contra aquella historia profiláctica, la imagen del 17 de Octubre es espesa y procaz. No tiene nada de la higiene con la que se había escrito en los manuales la palabra pueblo. Tenía una realidad demasiado a la vista, capaz de herir la delicada córnea de quienes se cubrían con seda. Una masa informe de recién llegados apropiándose de la ciudad, ¿cómo soportarlo? El pueblo era otra cosa, gente de trabajo respetuoso de los rangos y de la libertad ajena, gente de mañana muy temprano y de piel curtida por el sol. Lo que se ve en el cine de los años treinta: los brutos aparte, en su mercado; los pobres en sus casas de gentes decentes, con hijos obedientes y madres abnegadas; empleados viejos y fieles, mujeres humildes con ambiciones prudentes, hombres sumisos.  Con ellos, y casi sin conflicto, una aristocracia de automóvil.  Nada para inquietarse. El pueblo a la vista, con sus pasiones amorosas y sus desgracias, pero bajo un mismo bloque moral. El voto secreto y obligatorio de 1912 había conjurado las expresiones divergentes como el socialismo, el anarquismo o el sindicalismo y entonces el pueblo adquirió una fisonomía uniforme posible de ser administrada.

Tranvía repleto, durante los festejos del 17 de octubre en Buenos Aires. Fuente: Wikipedia.

El 17 de Octubre marca la llegada de otro pueblo, no sólo el del arrabal y el de los barrios. Los que llegan vienen del conurbano industrial. Son otros, llegados a mediados de los años treinta desde las provincias, radicados en el sur o en el oeste, cerca de las fábricas. Invasión, aluvión, inundación: la ciudad no se extiende; lo que se extiende en círculo es una población nueva que rodea a Buenos Aires. Son ellos los que le ponen otra cara al pueblo, más terrosa, más parda, tan distinta a la vista en los cines y tan otra de la que ocupaba las calles de la ciudad agraria anterior a 1930. Son ellos los que se apropian de la plaza como se apropian de la palabra pueblo y del reclamo porque Perón estaba preso.

Son otros, llegados a mediados de los años treinta desde las provincias, radicados en el sur o en el oeste, cerca de las fábricas. Invasión, aluvión, inundación: la ciudad no se extiende; lo que se extiende en círculo es una población nueva que rodea a Buenos Aires.

El tamaño del 17 de octubre se extiende más allá de la plaza de Mayo y más allá de una fecha. Porque la plaza llena conquistando la libertad de Perón fue el punto de corte entre lo que fue y lo que allí se iniciaba; porque el país se hizo federal de golpe, cuando se ocupó su centro político; porque allí, en la plaza, ese día, la Argentina dejó de ser una aleación vertical y se mostró plana y hacia adentro, tal como era. En definitiva, porque el suelo de los que estaban abajo se elevó, como dijo Scalabrini: cara a cara obreros y patrones, las mujeres y los hombres en las urnas, la cultura popular y el teatro Colón. La política y la calle, por primera vez.

La Argentina torció su destino ese día. Desde el 17 de Octubre de 1945 nada fue lo mismo.

 



* Gustavo Varela (Boedo, 5 de enero de 1962) es un filósofo, ensayista y músico argentino. Es profesor del Seminario de Informática y Sociedad (Cátedra Ferrer) y del Seminario de Diseño Gráfico (Cátedra Savransky) en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y titular de la cátedra de Pensamiento Contemporáneo en la Universidad del Cine.