Por Agustina Lassi *
En esta segunda parte seguimos repasando motivos por los cuales no sucumbir en pánico, sino ser críticos frente al film. Casi todas las narrativas distópicas de la industria cinematográfica hollywoodense que giran alrededor de las tecnologías advirtieron lo que el documental denuncia. Esta pieza no pretende nada diferente. Sobredimensionar y a veces decir cosas coherentes vinculadas con la ética y la privacidad, que deberían ser una guía en la actividad de esta industria.
9. Los juegos del hambre
Tres hombres idénticos representan algoritmos que cumplen funciones desde un centro de control al estilo Los juegos del hambre, con Ben, el niño protagonista como avatar, colgando en una proyección. Son las inteligencias artificiales Publicidad, Interacción, y Crecimiento. Los tres objetivos de las compañías a la hora de “usarnos como productos”. Estas A.I. dialogan entre ellas para hacerse más efectivas (machine learning), saben todo el tiempo lo que Ben hace, y toman decisiones. Considero esta dramatización extrema y de mal gusto. Aunque me permito un momento: el glitch de conciencia que tiene uno de los algoritmos cuando se pregunta si el feed de Ben será bueno para él. Buen guiño del guión. Un paso de comedia para sumarle al algoritmo otro género al que asociarlo en las búsquedas.
10. La bala mágica. O la Magia en la bala.
Hay una referencia a la magia en este docu-drama. La idea de la ilusión en tiempo real y las técnicas de refuerzo positivo intermitente que hacen que uno realmente modifique su comportamiento comparados con la magia de mover una moneda prestidigitándola. Se formaron en ello estos testigos o ,como está de moda llamarlos, whistleblower. Son los genios en técnicas de persuasión formados en las mejores universidades norteamericanas.
Adhieren a explicaciones bastante viejas (décadas de los 40-60) del comportamiento de las audiencias frente a los estímulos de los medios. A veces hasta se acercan peligrosamente a la teoría de la aguja hipodérmica, formulada desde una base especulativa (cercana a los postulados de este documental) para explicar en parte los procesos de los totalitarismos y comprender en parte su éxito en las poblaciones. Hay imágenes que remiten a ello en la magia, en la ilusión de la moneda, en la marioneta, en las analogías entre consumo de drogas a lo Réquiem for a dream y el consumo de pantallas, en Casandra diciendo “es solo propaganda”.
Ese cambio, que es de carácter ético-normativo, sí es preocupante, pero no es nuevo. Weizenbaum ya lo había dicho cuando sostuvo que a las computadoras no se las puede separar del contexto en el que fueron entrenadas pues hay una empatía entre los programadores que los obliga a tomar responsabilidad por sus creaciones. El mismo autor denostó a estos insiders que nos muestra el show de Netflix llamándolos “programadores compulsivos” por no pensar en las implicancias y aplicaciones de su trabajo.
11. Los mercados nocivos y los medios sociales como metáfora.
Dos momentos son cruciales aquí: la frase que sostiene que sólo dos mercados llaman usuarios a sus consumidores: el narcotráfico y las redes sociales; y el de los mercados negros, de trata y de esclavos que sí lograron prohibirse. Un mézclum de conceptos errados, que genera confusión y caos a medida que la narrativa ficcionada se complejiza en caos social e implicancias políticas no explicitadas. Encuadrar la tecnología como una adicción es más viejo que las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira. La caja boba, el chupete electrónico. El problema aquí está en que no se debería, responsablemente, narrar así el efecto de las redes sociales. Los estudios en efectos sociales de los medios avanzaron en sus paradigmas, y hoy podemos decir que los efectos son de tipo cognitivos, y que se generan por acumulación. Pero también, sostener que existen sujetos susceptibles a volverse patológicos, adictos, y otros que no. No todos somos propensos a ser adictos. Las generalizaciones son malas. Maniqueo como suena. Gestionar como padres los tiempos que los jóvenes pasan con los celulares es correcto, al igual que con cualquier otra cosa. Extremarlo a cambio de una recompensa como hace la madre es simplemente un mal ejemplo. Un dato: la adicción a lo digital no está siquiera listada como un desorden mental oficialmente al menos en Estados Unidos que es donde surge este producto. La compulsión es natural al ser humano en muchos aspectos, alimenticios, narcotizantes, tabaco, alcohol, antidepresivos. Mercados legales todos. Pero también regulados, o prohibidos en algunos casos.
Encuadrar la tecnología como una adicción es más viejo que las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira. La caja boba, el chupete electrónico. El problema aquí está en que no se debería, responsablemente, narrar así el efecto de las redes sociales.
12. Esta cosa hace que te mates. (Gen Z only)
El miedo a una epidemia de salud mental que lleve a suicidios masivos es menos real que la transmisión de un virus al mundo entero a través de una sopa de murciélago en Wuhan al mundo entero, y lo segundo ocurrió. Las correlaciones entre la depresión y la ansiedad y el uso de redes sociales que plantean en el film es causal. No estoy haciendo una defensa de las redes sociales con esto, sino siendo responsable con la información, algo que en los cursos de Google parecieran no informar.
Existen los discursos de odio, la discriminación, el cyber bullying, el grooming, y la lista sigue. Pero el cambio climático, la inequidad económica, la falta de expectativas futuras, y de proyección también son factores a considerar como motivos que llevan a un adolescente a lastimarse o a pensar en suicidarse, y no son ni siquiera enunciados con fines ilustrativos. El determinismo tecnológico puede llevarnos a establecer relaciones causales más dañinas que lo que ocurre realmente. Y parte del objetivo del docu-drama debería ser contrarrestar esos efectos negativos.
13. ¿Dos billones de Truman?
Truman -de The Truman Show-, cuyos fragmentos aparecen en el documental, vive en un mundo ideal. Sin conflictos, sin polarización, sin extremismos, sin fake news, desinformación, infodemia, alzamientos populares, gobiernos dictatoriales, populismos y extremas derechas. Sin embargo, nuestro evidente “desconocimiento de estar dentro de la matrix” nos convierte en Jim Carrey, y, por ende, en un sujeto mentalmente inestable e impredecible. “In case i don´t see you, good afternoon, good evening and good night”.
A decir verdad, las metáforas que usan durante todo el show son bastante simplistas, pero la weaponización de las plataformas en discursos de odio, riots (revueltas masivas) que no tienen lemas claros y manipulación electoral (sin nombrar el brexit o el caso de las elecciones 2016 en USA) se llevan el premio al vacío discursivo que arrastran. Imágenes mezcladas de manifestaciones callejeras en todo el mundo siempre sin motivo claro y otras ficcionadas. Siempre extranjeros y en lo posible de oriente, ejemplos de pedofilia disparados por el uso de un #; o aún más obvio, el caso del terraplanismo y los rabbit holes en Youtube. No aparece, casualmente, el caso de la teoría conspirativa QAnon de la extrema derecha que sugiere que un grupo de amantes de Satán pedófilos que manejan una red global de tráfico sexual infantil conspiran contra Donald Trump, quien los enfrenta, y planea un día denominado “The storm” cuando serán arrestados. La omisión de estos ejemplos nos demuestra que este documental no busca ser político, pero lo es, y mucho.
El determinismo tecnológico puede llevarnos a establecer relaciones causales más dañinas que lo que ocurre realmente. Y parte del objetivo del docu-drama debería ser contrarrestar esos efectos negativos.
14. 5G nada de historia, no existe such a thing llamada geopolítica.
La crisis del COVID-19 en la TV, la cobertura de los antivacunas, algunos testimonios ludacrist sobre el 5G, como los hay en todo el mundo. No se ven imágenes de Trump, pero sí de Vladimir Putin, o de Bolsonaro. No se habla de las tensiones por patentes de hardware de microprocesadores, ni de China sobrepasando a USA en PBI en 5 años, ni los tironeos por Android entre Huawei y Google, ni del baneo de Tik-Tok con excusas de seguridad nacional que aún no se resuelve. Las favoritas de los norteamericanos cuando de prohibiciones se trata, para todo lo demás, existe la First Amendment de la constitución. Se ofrecen testimonios con la verosimilitud de la televisión en entrevistas a líderes de Fillipinas que narran el desequilibrio democrático en su país, o el caso de Myanmar y los celulares con Facebook preinstalado, pero nada de Cambridge analytica, sino solo un fragmento de una entrevista soft que dio Mark Zuckerberg quien con cara de perro mojado no dijo absolutamente nada contundente a una joven y bella periodista.
Hay política en todos lados y en ninguno al mismo tiempo. Hablan de autoritarismos, pero Trump no aparece ni en imagen ni en voz en off ni en nada. Es el país de Truman, en el mundo que habitamos el resto de los seres humanos sin nacionalidad norteamericana, pero con usuario en Tik Tok (al menos de este lado del planeta, del otro lado no tienen, ni tuvieron nunca Google ni Facebook, ni Youtube, así que no se cuán distinto es el tema).
15. Hay bandos, hay lados, no hay correlación. No right no left, no right no wrong.
De eso se trata el grupo de “Extremo Centro” que sigue Ben. No hay lados que elegir. Ahí el dilema de Silicon Valley. Allí el dilema social. La polarización y los extremismos están destruyendo y socavando las democracias en el mundo, denuncian. Crean así, una idea falsa de que hay lados que pueden equipararse en sus argumentos. Que son en esencia iguales, no importa cuán bizarros sean sus planteos. Señalan que existen espacios en las redes sociales donde pueden congregarse miles, millones de personas con una idea “extrema”, pero no señalan que esas mismas plataformas que reparten esos megáfonos, los viralizan algorítmicamente, alimentando al Frankenstein que dicen denunciar. Creo que esta parte del docu-drama resalta un aspecto inherente a un problema que excede las redes sociales. Nos debemos como sociedad pensar y problematizar estas problemáticas a la luz de las disciplinas sociales y humanas, con o sin las plataformas dentro del debate.
16. ¿Fue esto un engaño?
Esta pieza altamente manipuladora llena de afirmaciones vacías, errores y omisiones deliberadas, nos deja con una simple pero tremenda conclusión. Esto fue un engaño. Este documental fue financiado -al menos en parte -por la fundación de Harris. Otros sostienen la hipótesis de que fue financiado por actores de Silicon Valley Itself. ¿El fin? Bueno, estimo que pasar regulaciones a medida, con especial énfasis en el hecho importantísimo que subrayan: there is no one to blame, pero podríamos pagar algunos impuestos. Nunca dicen cerremos- o cierren- Google o Youtube. Rescatan la importancia de las comunidades que sí son constructivas en estos ecosistemas mediáticos (bueno en realidad sólo lo hace Jaron Lanier). Ofrecen soluciones pequeñas para un problema enorme. Entrar a sitios que no guardan cookies, desactivar notificaciones, activar plugs-in en navegadores; pero no hablan de pagar por el uso de los sitios a los usuarios, ni de imponer sanciones, sino de otro tipo de regulación que limite a quienes incentiven modelos corrosivos de búsqueda de atención de usuarios.
Hacia el final se ponen existenciales para terminar el ciclo de confusión. La verdad, la amenaza existencial. Las A.I. no distinguen la verdad, ¿es la tecnología lo que genera que no podamos distinguir la verdad de lo que no es verdad? El cierre de la pieza audiovisual no ayuda en esto, pues une el listado de todas las personas que apoyaron económicamente este documental en letras pequeñas a la derecha, junto con el contenido más atractivo. Así quizá, no descubras que Humane tech fue el primero en la lista de colaboradores (la lista contiene al menos 30). Y al finalizarlo, Netflix te pedirá que le pongas pulgar arriba, o abajo. Puedes hacer tu parte, te invita a hacer más de lo que acaban de decirte que alimenta al Frankenstein digital. Para cerrar, una cita ineludible “El mito de la inevitabilidad tecnológica política y social es un tranquilizante poderoso de la conciencia. Sirve para quitarle responsabilidad de los hombros a cualquiera que realmente cree en eso. Pero, de hecho, ¡hay actores!”, Joseph Weizenbaum. Computer power and human reason: From judgment to calculation. (1976)
* Docente-investigadora en UNLaM- UNAJ. Es licenciada en Comunicación Social por Universidad Nacional de La Matanza. Maestrando en Periodismo en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Mail. alassi@unlam.edu.ar.