#Benjamin en #Twitter

Ingrid Sarchman*

¿Alguien se acuerda de cómo surgió #NiUnaMenos? No me refiero al colectivo mismo, a sus demandas, sus luchas y sus reivindicaciones, sino al mismo momento en el cual la frase -mejor dicho- la sentencia, fue antecedida por el hashtag, decretando su destino de viralización ad infinitum.

Corría mayo del 2015, y entre las noticias policiales, una pareció “colmar el vaso”: Chiara Páez, una adolescente de 14 años, quien había desaparecido de su casa unos días antes, en la localidad de Rufino, provincia de Santa Fé, fue encontrada enterrada en el patio de la casa donde vivía su novio con su madre y sus abuelos. El detalle que hacía todo mucho más escabroso era que Chiara estaba embarazada. Apenas unos minutos después de que el femicidio se hiciera público, un reguero de indignación recorrió las redes sociales. Tal vez haya sido en Twitter, ese espacio en el que la velocidad siempre es más veloz, donde una periodista tomara la noticia para, además de espantarse, reclamar algo más que justicia. En su tuit se preguntaba hasta cuándo las mujeres deberían soportar este tipo de hechos. Asesinatos cometidos, la mayor parte, por algún varón del entorno. Rápidamente la pregunta retórica fue retomada por una colega y, a partir de ese momento, la conversación pública, pasó de la indignación a la consigna #NiUnaMenos.

Basta con poner la frase en el buscador para saber que la génesis está en un poema de la mexicana Susana Chavez, allá por 1995. El poema titulado “Ni una muerta más” estaba inspirado en las femicidios cometidos en Ciudad Juárez. El asesinato de la propia Chavez, un año después, hizo que su obra, se transformara en un legado y en un símbolo de la lucha en contra de la violencia de género. Veinte años más tarde, y dos meses antes de la muerte de Chiara, se llevó a cabo, en Buenos Aires, una maratón de lectura feminista. Y aunque el motivo de la convocatoria había sido el crimen de otra joven, Daiana García, ya quedaba claro que los asesinatos cometidos en contra de las mujeres, no podían ser tomados ni como hechos aislados, ni catalogados de pasionales. Por eso, cuando esa fría mañana de mayo, la tuitera exigió que no hubiera ni una menos (asesinada, violada, agredida, golpeada) antepuso el símbolo # para que no hubieran dudas de que Chiara, Daiana o quien fuera, ya formaban parte de un problema social y colectivo, y que el Estado debía intervenir en él.

 

Cuando esa fría mañana de mayo, la tuitera exigió que no hubiera ni una menos (asesinada, violada, agredida, golpeada) antepuso el símbolo # para que no hubieran dudas de que Chiara, Daiana o quien fuera, ya formaban parte de un problema social y colectivo, y que el Estado debía intervenir en él.

 

Pero volvamos a la generación del hashtag, al instante exacto en el que la consigna dejó de lado los derechos de autor, para pasar a convertirse en una insignia, un estandarte de un conjunto de demandas, no necesariamente coherentes al interior de ella, pero por eso mismo, aglutinador de la diversidad. Resulta más que una coincidencia que los españoles -que todo lo traducen- hayan elegido la palabra “almohadilla” para referirse al símbolo. Al fin y al cabo, el hashtag no deja de ser una etiqueta identificatoria que ancla la interpretación, a la manera del point de capitón lacaniano[i] balizando las derivas del sentido, hacia adelante pero también hacia atrás. Porque el gesto de almohadillado del Niunamenos, allá por el 2015, fue sólo el comienzo de un fenómeno, así como la reinterpretación de eventos pasados que, al día de hoy sigue proliferando en símbolos e interpretaciones, en muchos casos contrapuestas. Por esa razón, ha trascendido, deformado y hasta reinterpretado los supuestos feministas sobre los que se erigió originalmente (si es que pudiera localizarse un momento originario). Tal vez, el 8 de marzo, día en el que se conmemora el día internacional de la mujer, en recuerdo a la primera marcha y represión brutal llevada a cabo en Chicago por obreras textiles que reclamaban igualdad de condiciones que sus pares varones, sea el mejor ejemplo para pensar el relato originario que da sentido a las reivindicaciones. Al mismo tiempo sirve para resignificar las demandas. Basta con recordar que durante mucho tiempo la fecha quedó asociada al agasajo con flores y bombones, como si se debiera celebrar el azar de la genitalidad. Un gesto vacío de historia.

Basta con recordar que durante mucho tiempo la fecha quedó asociada al agasajo con flores y bombones, como si se debiera celebrar el azar de la genitalidad. Un gesto vacío de historia

 

Podemos localizar dos ejes que, a la manera de Saussure, sirven para el análisis sincrónico y diacrónico del punto de almohadillado. Y aun más, esos dos vectores, definidos en una línea de tiempo, pueden a su vez, pensarse en dos ámbitos distintos: el público y el privado. Por una cuestión de espacio, pero también de decisión metodológica y analítica, en este artículo nos ocuparemos exclusivamente del eje sincrónico. A tres años de la “irrupción” de la consigna, queda para futuras investigaciones analizar las formas en las cuales la frase (y su almohadillado) ha ido mutando, resignificándose, interpelando a distintos actores, incluyendo y excluyendo, y hasta generando efectos en la legislación vigente. Al día de hoy, podríamos mencionar como ejemplo la posibilidad de que el derecho al aborto, en nuestro país, sea un tema a discutir en el Congreso. A riesgo de hacer futurología nos atrevemos a suponer que, debido a las condiciones actuales, a la composición del Poder Legislativo, sus relaciones con el Ejecutivo, el rol de la Iglesia y otras tantas instituciones, la ley ¿llegará a aprobarse? Sin embargo, son muchas las voces que sostienen que la sola presencia del tema en ese ámbito ya es un progreso y es resultado exclusivo de la lucha que encabeza el feminismo.

Así, el otoño del 2015 encontró a la escena local de las redes sociales, en especial a Twitter, plagada de fotos de figuras más o menos relevantes de la cultura, de la política y de la ciencia, exhibiendo el cartel de #NiUnamenos frente a todos sus seguidores. Manuscritos o impresos, prediseñados o trazados a las apuradas con marcadores de alcohol, nadie quiso quedarse afuera de esta declaración de principios. Una que, al abrir el paraguas de la corrección política, permitió que se cobijaran bajo él, incluso aquellos personajes mediáticos que, hasta ese momento, habían hecho de la misoginia y de la cosificación de la mujer, un sello de identidad. Pero en ese instante, sólo importaba subirse a la tendencia, reproducir y exhibir, generar una estética de la “buena voluntad”. A su vez, en el ámbito privado se produjo un fenómeno similar, sólo que a menor escala. Los grupos de WhatsApp, generados especialmente entre miembros conocidos y con objetivos específicos, también se vieron invadidos por la imperiosidad de la repetición y la viralización.

Si la condición del hashtag es la reproducción, o, mejor dicho, la anteposición como índice de multiplicación, vale preguntarse por las consecuencias de este modo de existencia, en especial cuando lo que se reproduce es una consigna que supone una toma de posición política. En ese sentido ¿podría homologarse la operación con la idea de reproducción de Walter Benjamin?[ii] Y aunque a simple vista puede parecer una comparación forzada, basta recorrer las primeras páginas del tantas veces citado “La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica” para advertir muchas más coincidencias de las que se piensan, en especial en lo que concierne a la circulación de la obra y a sus formas de recepción y recirculación en la sociedad de masas. Haciendo un juego imaginario donde la consigna exhibida en una foto queda en el lugar de la obra de arte, las conclusiones a las que llega Benjamin pueden aplicarse a este caso. Y se aplican toda vez que su carácter hashtageable se contradice con su origen singular (la irrupción de una demanda, un grito, la gota que colma el vaso, etc.) pero pierde su autenticidad al momento de su reproducción. Y si bien esa pérdida no le quitaría su valor histórico ni político, ¿es posible que en su repetición constante, ponga en riesgo, tal como lo señalaba el pensador alemán, su testificación histórica? Al reemplazar la demanda auténtica por una presencia masiva, se vacía de sentido y se vuelve mera repetición políticamente correcta, o como decíamos antes, una declaración de “buena voluntad”. Este vaciamiento de la historia no es una operación novedosa, su germen ya se encontraba en la explicación del mito que hacía Roland Barthes[iii] o en la formación del significante flotante de Ernesto Laclau[iv]. Lo nuevo aquí reside en dos elementos: la velocidad con la que se produce y reproduce el contenido y la pregnancia que tiene, no sólo en la comunicación de masas (que aquí estaría ocupado por las redes sociales y los llamados influencers o líderes de opinión tradicionales), sino en esas zonas que llamamos, un poco más arriba, “íntimas”: grupos cerrados de mensajería o cadenas de mails entre conocidos. En esos grupos aparece más clara, la necesidad de contestar. Pero ¿contestar qué? En ese primer momento, quedaba claro que no se trataba de contestar a la demanda concreta (que además hubiese sido inviable en la vida real) sino de repetir aquello que los demás esperaban que fuera repetido. Una cadena significante que habilitó variantes como “no nos maten más” o “nos están matando a todas”.

Al reemplazar la demanda auténtica por una presencia masiva, se vacía de sentido y se vuelve mera repetición políticamente correcta, o como decíamos antes, una declaración de “buena voluntad”

 

De manera que, tal como lo señalaba Benjamin, la masividad no sólo modifica la índole de la participación de los individuos, sino su capacidad de advertir la singularidad, los matices e incluso la posibilidad de pensar si eso que está siendo afirmado funciona siempre y de la misma manera. Pero si se continúa con la hipótesis benjamiana se advierte algo más: que la repetición de un tipo de pensamiento único (incluso uno que en apariencia generaría adhesión inmediata) corre el riesgo de parecerse demasiado al totalitarismo. Ese que hace del conflicto una cuestión estética, construyendo imágenes que fascinan a las masas aburridas, olvida. Una operación tan posible como deseable cuando lo que prima es la velocidad por aquietar las conciencias preocupadas por las desigualdades económicas y simbólicas y por la demanda política que, en última instancia, le dio origen al movimiento. En este contexto, la capacidad de almohadillar se vuelve fácil, económica, pero, sobre todo, tranquilizadora. Si los sistemas totalitarios tradicionales guiaban el pensamiento, este sistema, que se autoreproduce sin reconocer un padre fundador,  apenas, guía el habla y la escritura. La buena noticia es, entonces, que mientras la disidencia se mantenga en silencio, nadie saldrá herido, por lo menos no en las redes sociales. De lo que suceda en la vida real, no hay responsables, aún.

 

*Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA). Docente del Seminario de informática y sociedad (Ferrer) en la carrera de Ciencias de la Comunicación. Docente de la carrera de Bellas Artes (UNLP) y en la Fundación Universidad del Cine. Es parte del comité editorial de la Revista Artefacto.


Referencias
[i] Lacan J; “El punto de almohadillado, clase de 6 de junio de 1956” en Seminario 3 ; Buenos Aires, Editorial Paidos, VVEE.
[ii] Benjamin, W. “La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica” en Discursos interrumpidos I; Madrid, Taurus, 1982.
[iii] Barthes, R. Mitologías, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016.
[iv] Laclau, E; Mouffe, C. Hegemonía y estrategia socialista; FCE, Buenos Aires, 2004.